CAPÍTULO LXV
Cómo el Almirante llegó a la Corte, y la expedición que le encomendaron los Reyes Católicos para su vuelta a las Indias
Llegado el Almirante a tierra de Castilla, luego comenzó a disponer su viaje para la ciudad de Burgos, donde fue muy bien recibido de los Reyes Católicos, que estaban allí para celebrar las bodas del serenísimo Príncipe D. Juan, su hijo, que se casó con doña Margarita de Austria, hija del Emperador Maximiliano[173], la cual fue llevada entonces, y recibida solemnemente por la mayor parte de los nobles y por la mejor y más ilustre gente que en España se vio reunida. Pero estas particularidades y grandezas, aunque yo estuve presente por ser paje del mencionado Príncipe, no las referiré, pues no son hechos que se refieran a nuestra historia, y también porque los cronistas de Sus Altezas habrán cuidado de ello.
Volviendo a lo que al Almirante toca, digo que, llegado a Burgos, hizo muy luego a los Reyes Católicos un gran presente de muchas cosas y muestras que llevaba de las Indias, como diversidad de aves y otros animales, árboles, plantas, instrumentos y otras cosas que los indios usaban para su servicio y recreo; muchas máscaras y ceñidores con varias figuras, en las que los indios ponían hojas de oro en los ojos y las orejas; juntamente había oro en grano, producido así por la naturaleza, menudo, o grande como habas o garbanzos, y algunos granos como huevos de paloma; aunque esto después no fue apreciado tanto, pues en tiempos posteriores se halló un pedazo y pepita de oro que pesaba más de treinta libras, Pero entonces, con la esperanza de lo que daría aquello con el tiempo, se estimaba como gran cosa; por esto lo recibieron los Reyes con mucha alegría, y lo tuvieron a gran servicio.
Después que el Almirante dio cuenta de lo que se refería al bien y la población de las Indias, deseaba volver pronto por miedo de que faltando él, sucediese algún siniestro y desventura, principalmente por haber dejado la gente con gran necesidad de muchas cosas que eran necesarias para sustentación de todos. Pero aunque el Almirante insistía mucho en esto, comoquiera que los negocios de la Corte suelen llevar consigo dilación, no pudo estar aviado tan pronto que no pasasen diez o doce meses antes de que obtuviese la expedición de dos navíos que fueron enviados delante con socorros, de los cuales fue capitán Pedro Fernández Coronel.
Estos salieron en el mes de Febrero de 1498[174], y el Almirante quedó solicitando el resto de la armada que era necesaria para su regreso a las Indias. Mas no pudo ver tan presto el fin sin que pasase más de un año que permaneció en Burgos y en Medina del Campo, donde, estando la Corte en el año 1499[175], los Reyes Católicos le concedieron muchas gracias y privilegios, no sólo acerca de sus negocios y estado, sino también para el buen gobierno y provisión de las cosas de las Indias[176]. De los cuales haré aquí relación, para que se sepa la buena voluntad que los Reyes Católicos tuvieron, hasta entonces, de premiarle sus méritos y servicios, y cuánto se mudó luego por la falsa información de malignos y envidiosos; pero dejemos los agravios que se le hicieron, pues ya los diremos más adelante. Volviendo a su partida de la Corte para Sevilla, diré que aun allí, por culpa y mal gobierno de los oficiales reales, especialmente de D. Juan de Fonseca[177], arcediano de Sevilla, se alargó el despacho de la armada mucho más de lo que convenía; lo que provino de que D. Juan de Fonseca, que después fue obispo de Burgos, abrigó continuamente mortal odio al Almirante y a sus empresas, y estuvo a la cabeza de quienes lo malquistaron con el Rey. Para que D. Diego mi hermano, y yo, que habíamos servido de pajes al Príncipe D. Juan, el cual entonces había muerto[178], no participásemos de su tardanza, y no estuviésemos ausentes de la Corte al tiempo de su marcha, se nos mandó, a 2 de Noviembre del año 1497, desde Sevilla, servir de pajes a la serenísima Reina doña Isabel, de gloriosa memoria.