CAPÍTULO XLI
Cómo los de Lisboa iban a ver al Almirante, como a una maravilla, y luego fue a visitar al Rey de Portugal
Martes, a 5 de Marzo, el patrón de la nave grande que el Rey de Portugal tenía en el Rastello para guarda del puerto, fue con su batel armado a la carabela del Almirante, y le intimó que fuera consigo a dar cuenta de su venida a los ministros de Rey, según la obligación y uso de todas las naves que allí arribaban. Respondió el Almirante que los Almirantes del Rey de Castilla, como lo era él, no estaban obligados a ir donde por alguno fuesen llamados, ni debían separarse de sus navíos, pena de vida, para dar tales relaciones, y que así habían resuelto hacerlo. Entonces, el patrón le dijo que al menos mandase a su maestre. Pero el Almirante le respondió que, en su opinión, todo esto era lo mismo, a no ser que enviase un grumete, y que en vano le mandaba que fuese otra persona de su navío.
Viendo el patrón que el Almirante hablaba con tanta razón y atrevimiento, replicó que, cuando menos, para que le constase que venía en nombre y como vasallo del Rey de Castilla, le mostrase las cartas de éste, con las que pudiera satisfacer a su capitán. A cuya demanda, porque parecía justa, consintió el Almirante, y le enseñó la cartas de los Reyes Católicos; con lo que aquél quedó satisfecho y se volvió a su nave para dar cuenta de esto a don Alvaro de Acuña, que era su capitán. El cual, muy luego, con muchas trompetas, con pífanos, tambores, y con gran pompa, fue a la carabela del Almirante, donde le hizo gran festejo y muchas ofertas.
Al día siguiente, que se supo en Lisboa la venida del Almirante de las Indias, era tanta la gente que iba a la carabela para ver los indios que traía y por saber novedades, que no cabían dentro; y el mar estaba casi lleno de barcas y bateles de los portugueses. Algunos de los cuales daban gracias a Dios por tanta victoria, otros se desesperaban y les disgustaba mucho ver que se les había ido de las manos aquella empresa, por la incredulidad y la poca cuenta que había mostrado su Rey; de modo que paso aquel día con gran concurso y visitas del gentío.
Al día siguiente escribió el Rey a sus factores para que presentasen al Almirante todo el bastimento y lo demás de que tuviese necesidad para su persona y para su gente; y que no le pidiesen por ello cosa alguna, También escribió al Almirante alegrándose de su próspera venida, y que hallándose en su reino, se alegraría que fuese a visitarlo. El Almirante estuvo un tanto dudoso; pero considerada la amistad que había entre aquél y los Reyes Católicos, la cortesía que había mandado hacerle, y también para quitar la sospecha de que venía de las conquistas de Portugal, agradóle ir a Valparaíso, donde el Rey estaba, a nueve leguas del puerto de Lisboa, y llegó el sábado de noche, a 9 de Marzo.
Entonces, el Rey mandó que fuesen a su encuentro todos los nobles de la Corte, y cuando estuvo en su presencia le hizo mucha honra y grande acogimiento, mandándole que se cubriese, y haciéndole sentar en una silla. Luego que el Rey oyó, con semblante alegre, las particularidades de su victoria, le ofreció todo aquello que necesitase para el servicio de los Reyes Católicos, aunque le parecía que, por lo capitulado con éstos, le pertenecía aquella conquista[141]. A lo que el Almirante respondió que él nada sabía de tal capitulación, y se le había mandado que no fuese a la Mina de Portugal, en Guinea, lo que había fielmente cumplido, a lo que replicó el Rey que todo estaba bien, y tenía certeza de que todo se arreglaría como la razón demandase. Habiendo pasado largo tiempo en estos razonamientos, el Rey mandó al prior de Crato, que era el hombre más principal y de mayor autoridad, de cuantos había con él, que hospedase al Almirante, haciéndole todo agasajo y buena compañía; y aquél así lo hizo.
Después de estar allí el domingo y el lunes, después de comer en aquel lugar, el Almirante se despidió del Rey, quien le demostró mucho amor, le hizo largos ofrecimientos, y mandó a don Martín de Noroña que fuese con él; no dejaron muchos otros caballeros de acompañarle, por honrarle y saber los notables hechos de su viaje.
Y así, yendo por su camino a Lisboa, pasó por un monasterio donde se hallaba la Reina de Portugal; la que con gran instancia le había enviado pedir que no pasara sin visitarla. Presentado a la Reina, ésta se alegró mucho y le hizo todo el agasajo y cortesía que correspondía a tan gran señor. Aquella noche fue un gentilhombre del Rey al Almirante, diciéndole, en su nombre, que si quería ir por tierra a Castilla, la acompañaría y le hospedaría en todas partes, dándole cuanto fuese menester hasta los confines de Portugal.