CAPÍTULO XXVIII
Cómo volvieron los dos cristianos, y lo que contaron haber visto
Estando ya la nave aderezada y a punto de navegar, volvieron los cristianos con los dos indios, el 5 de noviembre, diciendo haber caminado doce leguas por tierra, y haber llegado a un pueblo de cincuenta casas muy grandes, todas de madera, cubiertas de paja, hechas a modo de alfaneques, como las otras; habría allí unos mil hogares, porque en una casa habitaban todos los de una familia; que los principales de la tierra fueron a su encuentro a recibirlos, y los llevaron en brazos a la ciudad, donde les dieron por alojamiento una gran casa de aquéllas, y allí les hicieron sentarse en ciertos banquiellos hechos de una pieza, de extraña forma, semejantes a un animal que tuviese los brazos y las piernas cortas y la cola un poco alzada, para apoyarse, la cual era no menos ancha que la silla, para la comodidad del apoyo; tenían delante una cabeza, con los ojos y las orejas de oro. Tales asientos son llamados por los indios duhos; en ellos hicieron sentar a los nuestros; en seguida, todos los indios se sentaron en tierra, alrededor de aquéllos, y uno a uno iban después a besarles los pies y las manos, creyendo que venían del cielo; y les daban a comer algunas raíces cocidas, semejantes en el sabor a las castañas, y les rogaban con instancia que permaneciesen en aquel lugar junto a ellos, o que al menos descansasen allí cinco o seis días, porque los dos indios que habían llevado como intérpretes, hablaban muy bien de los cristianos. De allí a poco, entraron muchas mujeres a verlos, y salieron fuera los hombres; y aquéllas, con no menos asombro y reverencia, les besaban, igualmente, los pies y las manos, como cosa sagrada, ofreciéndoles lo que consigo habían llevado. Cuando después pareció tiempo de volver a los navíos, muchos indios quisieron ir en su compañía, pero ellos no consintieron que fuesen más que el rey, con un hijo suyo, y un criado, a los que el Almirante honró mucho. Y los cristianos le contaron cómo, al ir y al tornar, habían hallado muchos pueblos donde se les había hecho la misma cortesía y grato recibimiento; cuyos pueblos o aldeas no eran mayores de cuatro casas, redondas, juntas unas de otras.
Luego, por el camino, habían hallado mucha gente que llevaba un tizón ardiendo, para encender el fuego y perfumarse con algunas hierbas que consigo traían[124], y para asar aquellas raíces de que les habían dado, como quiera que éstas eran su principal alimento. Vieron también infinitas especies de árboles y de hierbas que no se habían visto en la costa del mar, y gran variedad de pájaros, muy diferentes de los nuestros, aunque había también perdices y ruiseñores. Animales de cuatro patas no vieron alguno, excepto perros que no ladraban. Había muchas simienzas de aquellas raíces, como también de habichuelas, de cierta especie de habas, y de otro grano, como panizo, llamado por ellos maíz, que cocido es de buenísimo sabor, o tostado y molido en puchas. Había grandísima cantidad de algodón hilado en ovillos, tanto que en una sola casa vieron más de 12 500 libras de algodón hilado; las plantas del cual no siembran con las manos, sino que nacen por los campos, como las rosas, y por sí mismas se abren cuando están maduras, aunque no todas a un tiempo, porque en una misma planta se veía un capullo pequeño, y otro abierto, y otro que se caía de maduro. De cuyas plantas los indios llevaron después a los navíos gran cantidad, y por una agujeta de cuero daban una cesta llena; aunque, a decir la verdad, ninguno de ellos las aprovechaba en vestirse, sino solamente para hacer sus redes y sus lechos que llamaban hamacas, y en tejer faldillas de las mujeres, que son los paños con que se cubren las partes deshonestas. Preguntados éstos si tenían oro, o perlas, o especias, decían por señas que de todo ello había gran cantidad hacia el Este, en una tierra denominada Bohío, que es la isla Española, llamada por ellos Babeque, sin que sepamos todavía de cierto a cuál aludían[125].