CAPÍTULO LIX
De la grande hambre y los trabajos que padeció el Almirante con los suyos, y cómo volvió a Jamaica
Salido de este paraje, el Almirante, a 16 de Julio, acompañado de muy terribles lluvias y de vientos, llegó cerca del Cabo de la Cruz en Cuba, donde de improviso fue embestido por un aguacero tan recio y molesto, y con tantos chaparrones que le pusieron el bordo debajo del agua. Pero, quiso Dios que pudiesen amainar las velas y dar fondo con todas las mejores áncoras; como quiera que el agua que entraba en el navío por el plan[157] era tanta que los marineros no podían sacarla con las bombas, especialmente por hallarse todos muy angustiados y fatigados por la escasez de bastimento, pues no comían más que una libra de bizcocho podrido cada uno en todo el día, y un cuartillo de vino; y si, por ventura, mataban algún pez, no lo podían conservar de un día para otro, por ser en aquellas partes las vituallas poco sustanciosas y ligeras, y porque el tiempo allí se inclina más al calor que en nuestros países. Como la penuria de alimentos era común a todos, escribe acerca de esto el Almirante en su Itinerario: «Yo estoy también a la misma ración; plega a Nuestro Señor que sea para su servicio, porque, por lo que a mí toca, no me pornía más a tantas penas e peligros, que no hay día que no vea que llegamos todos a dar por tragada nuestra muerte».
Con tal necesidad y peligro llegó al Cabo de la Cruz el 18 de Julio, donde fue recibido amigablemente por los indios. Estos le llevaron mucho cazabí, que así se llama su pan, el cual hacen con raspaduras de ciertas raíces[158]; muchos peces, gran cantidad de fruta, y otras cosas de que ellos se alimentan. Después, no hallando viento próspero para ir a la Española, martes, a 22 de Julio, pasó a Jamaica, donde navegó por la costa abajo con rumbo a Occidente, cercano a la tierra, que era bellísima, y de gran fertilidad. Tenía excelentes puertos de legua en legua, y toda la costa llena de pueblos, cuyos moradores seguían a las naves en sus canoas, llevando los bastimentos que utilizan, que fueron apreciados por los cristianos mucho más que cuantos habían gustado en las otras islas. El cielo, la disposición del aire y el clima eran del todo lo mismo que en los demás países; porque en esta parte occidental de Jamaica todos los días, al atardecer, se formaba un nubarrón con lluvia, que duraba una hora más o menos; lo cual dice el Almirante que lo atribuía a las grandes selvas y árboles de este país y haber hallado por experiencia que esto ocurría también antes en las islas de Canaria, de Madera y de los Azores; mientras que ahora, que se han talado las muchas selvas y los árboles que las embarazaban, no se forman tantas nubes y lluvias como se engendraban antes.
De este modo venía navegando el Almirante, aunque siempre con viento contrario, que le obligaba a resguardarse todas las tardes con la tierra, la cual se le mostraba tan verde, amena, fructuosa, llena de bastimentos y tan poblada que juzgó no ser aventajada por ninguna otra; especialmente junto a un canal que llamó de las Vacas, por haber allí nueve isletas cercanas a tierra, la que dice ser tan alta como cualquier otra de las que había visto; y creía que llegaba más arriba del aire donde se producen las tempestades; no obstante, es toda ella muy poblada, y de gran fertilidad y belleza. Juzgaba que esta isla tendría en circuito unas 800 millas, si bien cuando luego descubrió toda, no le dio más que veinte leguas de anchura y cincuenta de longitud. Enamorado de la hermosura de ésta, le entró el deseo de quedarse allí para conocer particularmente la calidad del país; mas la penuria de las vituallas, que ya hemos mencionado, y la mucha agua que entraba en las naves, se lo impidieron. Por esto, luego que hubo un poco de buen tiempo, caminó al Este, tan felizmente que el martes, a 19 de Agosto, perdió aquella isla de vista y siguió derecho su viaje a la Española. Al cabo más oriental de Jamaica, en la costa del Mediodía, llamó Cabo del Farol.