CAPÍTULO CIV
Cómo entre los que habían quedado con el Almirante se levantó otra conjuración, la que se apaciguó con la venida de una carabela de la isla Española
Habiendo pasado ocho meses después que salieron Diego Méndez y Bartolomé Fiesco, sin que hubiese nuevas de ellos, estaba la gente del Almirante con mucha inquietud, y, sospechando lo peor, decían algunos que el mar los había anegado; quienes afirmaban que los indios de la Española los habrían muerto, y otros, que habrían perecido en el camino, de enfermedades y trabajos; porque desde la punta más vecina a Jamaica hasta Santo Domingo, donde tenían que ir en busca de socorro, había más de cien leguas, de montes asperísimos, por tierra, y de mala navegación el mar, por las muchas corrientes y vientos contrarios que reinan siempre en aquella costa. Para aumentar más esta presunción, alegaban que algunos indios habían visto un navío trastornado y llevado con la furia de las corrientes por la costa de Jamaica abajo, lo que fácilmente habían divulgado los rebeldes, para quitar del todo la esperanza de alivio a los que estaban con el Almirante. Así que, teniendo éstos por cierto que no podía llegar socorro alguno, un maestre llamado Bernal, boticario valenciano, y otros dos compañeros llamados Zamora y Villatoro, con la mayor parte de los que habían quedado enfermos, hicieron secretamente otra conjuración, para ejecutar lo mismo que los primeros. Pero viendo Nuestro Señor el gran riesgo en que estaba el Almirante con esta segunda sedición, quiso remediarlo con la venida de un carabelón[224] enviado por el Gobernador de la Española. Llegó este bajel cierto día, por la tarde, cerca de los navíos, que estaban encallados, y su Capitán, llamado Diego de Escobar, fue en su barca a visitar al Almirante, diciéndole que el Comendador de Lares, Gobernador de la Española, se le encomendaba mucho, y porque no podía enviarle presto un navío que bastase para llevar toda aquella gente, le había enviado a visitar en su nombre; presentóle un barril de vino y medio puerco salado, volvióse a la carabela y, sin tomar cartas de ninguno, salió aquella noche.
Muy consolada la gente con esta venida, disimuló la trama urdida, aunque se maravillaron y sospecharon mal de la presteza y secreto con que retornó el carabelón, creyendo fácilmente que el Comendador Mayor no quería que el Almirante pasase a la Española; el cual, advertido de esto, les decía que él lo había dispuesto así, porque no quería partir de allí sin llevarlos a todos juntos, para lo que no bastaba aquella carabela, ni quería que de su estada se siguiesen otras pláticas e inconvenientes, por obra de los rebeldes. Mas la verdad era que el Comendador Mayor temía y sospechaba que, vuelto el Almirante a Castilla, le restituirían los Reyes Católicos su gobierno y él tendría que dejarlo; por esto no quiso proveer oportunamente todo lo que se le pedía, para que el Almirante pasase a la Española, y había enviado aquella carabela, de espía, para saber, con disimulo, el estado del Almirante, y de qué modo se podía lograr que del todo se perdiese. Conoció esto el Almirante por lo sucedido a Diego Méndez, que envió relación de su viaje, con el carabelón, y había sido de esta manera.