CAPÍTULO XCVI

Cómo el Adelantado visitó algunos pueblos de la provincia y las cosas y costumbres de los indios de aquella tierra

El jueves, a 16 de Febrero del año referido de 1503, salió el Adelantado con cincuenta y nueve personas y con una barca por mar con catorce; el día siguiente, por la mañana, llegaron al río Urirá, que dista siete leguas del de Belén, hacia Occidente; a una legua del pueblo le fue a recibir el cacique, con veinte indios, le presentó muchas cosas de las que comen, y se trocaron algunos espejos de oro. Mientras estaban allí el cacique y sus principales, no cesaban de meterse en la boca una hierba seca, y de mascarla; a veces tomaban también cierto polvo, que llevaban juntamente con la hierba seca, lo cual parece mucha barbarie. Después de estar allí un rato, los indios y los cristianos fueron al pueblo, donde había mucha gente que los salió a recibir; señaláronles una casa donde se alojasen, y presentándoles muchas cosas de comer. De allí a poco vino el cacique de Dururi, que es otro pueblo vecino, con muchos indios, los cuales también traían algunos espejos para trocarlos; y de éstos y de aquéllos entendieron que en la tierra adentro había muchos caciques que tenían gran abundancia de oro, y de gente armada como nosotros.

Al día siguiente mandó el Adelantado que la mayor parte de la gente se volviese por tierra a los navíos, y siguió su viaje, con treinta hombres, hacia Zobraba, donde había más de seis leguas de maizales, que son como los campos de trigo; desde aquí fue a Cateba, que es otro pueblo; en ambos tuvo buena acogida, y le dieron bastimentos, rescatando aún algunos espejos de oro, los que, según hemos dicho, son como patenas de cáliz, unos mayores y otros menores, de doce ducados de peso, unos más y otros menos; traénlos al cuello, colgados de una cuerdecilla, como nosotros el Agnus Dei u otra reliquia.

Como entonces el Adelantado se había alejado mucho de los navíos, sin haber hallado por toda aquella costa puerto alguno, ni río más grande que el de Belén, para edificar una población, se volvió por el mismo camino, a 24 de Febrero, con muchos ducados de oro, ganados en rescates. Tan luego como llegó, comenzó con diligencia a disponer su mansión, y, para esto, en cuadrillas de diez, o de menos, como lo acordaban quienes hablan de quedar, que eran en total ochenta, comenzaron a edificar casas, a distancia de un tiro de lombarda de la boca del río, pasada una cala que está a mano derecha, entrando por el río, en cuya boca se levanta un montecillo. A más de las casas, que eran de madera, cubiertas de hojas de palmas, que nacen en la playa, se hizo también otra casa grande que sirviese de tienda y alhóndiga, en la que se puso mucha pólvora, artillería, bastimentos y otras cosas para el sustento de los pobladores, las más necesarias, como vino, bizcocho, aceite, vinagre, quesos y muchas legumbres, porque no había allí otra cosa que comer. Estas cosas dejaban aquí como en parte más segura que en la nave Gallega, que la reservaba el Adelantado para valerse de ella en mar y tierra, con todos los aparejos de redes y anzuelos y otras cosas útiles a la pesca, porque, según hemos dicho, hay en aquella región muchos peces en todos los ríos, a los cuales, y a la orilla del mar, van en ciertos tiempos del año, como de paso, ciertas especies de aquéllos, de los que toda la gente del país se alimenta más que de carne, pues aunque hay allí algunas especies de animales, no bastan al ordinario sustento de los indios. Las costumbres de estos indios son, generalmente, parecidas a los de la Española e islas vecinas; pero, los de Veragua y del contorno, cuando hablan uno con otro, se ponen de espaldas, y cuando comen, mascan siempre cierta hierba, lo que juzgamos debe ser causa de tener los dientes gastados y podridos. Su comida es pescado, que pescan con redes y con anzuelos de hueso, que los hacen de las conchas de las tortugas, cortándolas con hilo [de cabuya]; lo mismo hacen en las otras islas. Tenían otro modo para pescar algunos peces tan pequeños como los que más, llamados Titi en la Española; éstos acuden a ciertos tiempos, con las lluvias, a las orillas, donde son tan perseguidos de los peces mayores, que se ven obligados a subir a la superficie del agua, en la que los pescan los indios con esterillas y con redes muy chicas; así cogen cuantos quieren, y los envuelven en hojas de árboles, del mismo modo que conservan los drogueros sus confecciones; tostados luego, en el horno, se conservan por largo tiempo. También acostumbran pescar sardinas, de modo análogo al que hemos dicho en otras pescas, pues la sardina huye, en ocasiones, de los peces grandes, con tanta velocidad y miedo, que saltan a la playa seca dos o tres pasos; de modo que el único trabajo es tomarlas, como a los otros peces. Pescan también de otro modo las sardinas; en las canoas, desde la popa a la proa, pon en un seto de hojas de palma, de tres brazas de alto; navegando por el río, hacen mucho ruido y dan con los remos en el bordo, porque las sardinas, para salvarse del pez que las persigue, saltan por la canoa, dan en el seto y caen dentro; y así toman cuantas quieren. Los jureles, los sábalos y aun las lizas van también allí a su tiempo, como también otros géneros de peces, y es cosa maravillosa ver, cómo al tiempo que éstos pasan por aquellos ríos, toman tan gran cantidad, que conservan mucho tiempo tostada. Tienen también para su alimento mucho maíz, que es cierto grano que nace como el mijo, con una espiga o panocha, de que hacen vino tinto, y blanco, como la cerveza de Inglaterra; allí echan lo que les parece, según lo que más les agrada, y sale de buen sabor, semejante al vino raspante. Hacen otro vino de unos árboles que parecen palmas, y yo creo que son especie de éstas, aunque son lisos como los otros árboles y tienen en el tronco muchas espinas tan largas como las del puerco espín. De la médula de estas palmas, que son como palmitos, apretándola y exprimiéndola, sacan el zumo de que hacen el vino, y cociéndolo con agua y con sus especias, lo tienen por muy bueno y preciado. También hacen otro vino del mismo fruto que hemos dicho que se halló en la isla de Guadalupe, que es semejante a una piña gruesa, y la planta se siembra en campos anchos, con un gran pimpollo que sale encima de la misma piña, como sucede en los tallos de la lechuga; esta planta dura tres o cuatro años, dando siempre fruto. Hacen también vino de varias suertes de frutas, especialmente de una que nace en árboles altísimos, tan grandes como cedros; cada una tiene dos, tres y cuatro huesos, a modo de nueces, aunque no redondo, sino como el ajo, o la castaña; la corteza de ese fruto es como la de la granada, y se parece a ella cuando está quitado del árbol, aunque no tiene coronilla; su sabor es como de durazno, o pera muy buena; de éstas unas son mejores que otras, como sucede en las demás frutas; también las hay en las islas Antillas, y los indios las llaman Mameyes.

Historia del Almirante
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