CAPÍTULO XCIX
Cómo huyeron los indios que estaban presos en las naves, y el Almirante supo de la derrota de los de tierra
Mientras sucedían en tierra estas cosas, pasaron diez días, los cuales estuvo el Almirante con gran desvelo y sospecha de lo que hubiese acaecido, esperando de hora en hora que sosegase el tiempo para enviar la otra barca a saber el motivo de la tardanza de la primera; pero siéndonos contraria en toda la fortuna, no quiso que supiésemos los unos de los otros, y aun por aumentar el trabajo, sucedió que los hijos y parientes del Quibio, que teníamos presos en la nave Bermuda para traerlos a Castilla, pudieron libertarse del modo siguiente: Por la noche los metían debajo de cubierta, y por estar la escotilla tan alta que los presos no podían llegar a ella, se olvidaron los guardas de cerrarla por la parte de arriba, con cadenas, porque allí encima dormían algunos marineros; esto motivó el que procurasen huir los indios; para ello recogieron poco a poco todos los cantos del lastre, los pusieron debajo de la escotilla, haciendo un gran montón, y luego, todos juntos subidos en él, empujando con las espaldas, abrieron una noche, a viva fuerza, la escotilla, derribando los que dormían encima; y saliendo fuera, prontamente, algunos de los principales indios se echaron al agua; mas, por haber concurrido la gente al ruido, no pudieron hacerlo muchos otros. Habiendo luego cerrado la escotilla los marineros con la cadena, hicieron mejor la guardia; por lo que, desesperados los que no se habían podido escapar con sus compañeros, amanecieron ahorcados con las cuerdas que pudieron haber; estaban colgados con los pies y las rodillas en el suelo y en el lastre de la nave, pues no había tanta altura que pudieran levantarse más; de modo que todos los presos de aquel navío huyeron o se mataron, «que aunque la falta de aquellos muertos e idos no hiciese en los navíos mucho daño, parecía que, demás de acrecentarse las desdichas podría a los de tierra recrecerse, que porque quizá el cacique o señor Quibia, por razón de haber sus hijos, holgara de tomar paz con los cristianos, y viendo que no había prenda por quien temer, les haría más cruda guerra».
Hallándonos con tantos daños y desgracias muy atribulados y a discreción de las amarras con que estábamos surtos, sin saber nada de los de tierra, no faltó quien se atreviese a decir, que, pues aquellos indios, para salvar solamente la vida, se habían arriesgado a echarse al mar, a más de una legua de distancia de tierra, ellos por salvarse a si mismos y a tanta gente, se arriesgarían a tomar tierra nadando, si con la barca que quedaba, que era de la nave Bermuda, los llevaban hasta donde las olas no rompían. Sólo había aquella barca, porque la barca de la Vizcaína, ya hemos dicho que se perdió en el combate, y en todos los tres navíos no había más que la referida, para sus necesidades.
Viendo el Almirante el buen ánimo de estos marineros, convino en que ejecutasen su ofrecimiento, y la mencionada barca los llevó hasta un tiro de arcabuz de tierra, en parte a la que no podían arrimarse fuera de riesgo, a causa lo recio de las olas que rompían contra la playa; desde aquí se echó al agua Pedro de Ledesma, piloto de Sevilla, y con buen ánimo, ya encima, ya debajo de las olas, llegó finalmente a tierra, donde supo el estado de les nuestros, y oyó decir, a todos, unánimes, que de ningún modo querían quedar vendidos y sin remedio, como estaban, suplicando al Almirante que no se fuera sin recogerlos, porque dejarlos era tanto como condenarlos a muerte, y más entonces que, con las sediciones entre ellos no obedecían al Adelantado, ni a los capitanes, y que todo su estudio y aplicación era ponerse en orden para, cuando abonanzase, tomar alguna canoa y embarcarse; pues con una barca sola que les había quedado no podían hacer esto cómodamente; y que si el Almirante no los acogía en la nave que le había quedado, procurarían salvar las vidas y ponerse al arbitrio de la fortuna antes que estar a la discreción de la muerte que aquellos indios, como crueles carneceros, quisiesen darles. Con esta respuesta volvió Pedro de Ledesma a la barca que le esperaba, y de allí a los navíos, donde contó al Almirante lo que sucedía.