CAPÍTULO XXVI
Cómo el Almirante pasó a otras islas que desde allí se veían
Como en dicha isla Fernandina no hallaron cosa alguna de importancia, el viernes a 19 de Octubre, fueron a otra isla llamada Samoeto, a la que puso el Almirante nombre de la Isabela[121], para proceder con orden en los nombres; porque la primera, llamada por los indios Guanahaní, a gloria de Dios que se la había manifestado, y salvado de muchos peligros, llamó San Salvador; a la segunda, por la devoción que tenía a la concepción de Nuestra Señora, y porque su amparo es el principal que tienen los cristianos, llamó Santa María de la Concepción; a la tercera, que llamaban los indios[122] en memoria del católico Rey Don Fernando, llamó Fernandina, a la cuarta, Isabela, en honor de la serenísima Reina Doña Isabel; y después, a la que primeramente encontró, esto es Cuba, llamó Juana, en memoria del príncipe Don Juan, heredero de Castilla, a fin de que con estos nombres quedara satisfecha la memoria de lo espiritual y de lo temporal.
Verdad es que, en punto a la bondad, grandeza y hermosura, dice que esta isla Fernandina aventajaba con mucho a las otras, porque, a más de ser abundante de muchas aguas y de bellísimos prados y árboles, entre los cuales había muchos de lignaloe, se veían también ciertos montes y collados que no había en las otras islas, porque eran muy llanas. Enamorado el Almirante de la belleza de esta isla, para las solemnidades de la toma de posesión, bajó a tierra en unos prados de tanta amenidad y belleza como los de España en el mes de Abril; allí se oía el canto de ruiseñores y otros pajarillos, tan suave que no sabía el Almirante separarse; no solamente volaban en lo alto de los árboles, sino que por el aire pasaban tantas bandadas de pájaros que oscurecían la luz del sol, la mayor parte de los cuales eran muy diferentes de los nuestros. Como aquel país era de muchas aguas y lagos, cerca de uno de estos vieron una sierpe de siete pies de larga, que tenía el vientre de un pie de ancho; la cual, siendo perseguida por los nuestros, se echó en la laguna, pero como ésta no era muy profunda, la mataron con las lanzas, no sin algún miedo y asombro, por su ferocidad y feo aspecto. Andando el tiempo, supieron apreciarla como cosa agradable, pues era el mejor alimento que tenían los indios, ya que, una vez quitada aquella espantosa piel y las escamas de que está cubierta, tiene la carne muy blanca, de suavísimo y grato gusto; la llamaban los indios iguana. Hecha esta caza, deseando conocer más aquella tierra, por ser ya tarde, dejando esta sierpe para el día siguiente, en el que mataron otra, como antes habían hecho, caminando por aquel país hallaron un pueblo cuyos habitantes se echaron a correr, llevando consigo a la montaña todo lo que pudieron coger de su ajuar. Pero el Almirante no consintió que se les quitase cosa alguna de lo que habían dejado, para que no tuviesen por ladrones a los cristianos; de donde vino que a los indios se les quitase el miedo, y vinieron gustosos a los navíos a cambiar sus cosas, como habían hecho los otros.