CAPÍTULO LVII
Cómo el Almirante hubo grande fatiga y trabajo al navegar entre tan innumerables islas
Prosiguiendo el Almirante su nimbo al Occidente entre numerosas islas, jueves, a 22 de Mayo, llegó a una poco mayor que las otras, a la que puso nombre de Santa Marta, y saliendo a un pueblo que había en ésta, ningún indio quiso esperar ni salir a conversar con los cristianos. No se halló en las casas cosa alguna, fuera de peces, de los que se mantienen aquellos indios; y muchos perros, como mastines, que también se alimentan de pescado. Por ello, sin tener conversación con ninguno, y sin ver cosa notable, siguió su camino al Nordeste, entre otras muchas islas, en las que había numerosas grullas rojas como escarlata, papagayos, y otras especies de aves, perros semejantes a los mencionados, e infinita hierba de la que halló en el mar cuando descubrió las Indias. Por tal navegación, entre muchos bancos y tantas islas, se sentía el Almirante muy fatigado; porque a veces era obligado a ir hacia el Occidente, otras al Norte, y otras al Mediodía, según que daba lugar la disposición de los canales; pues, no obstante el aviso y la diligencia que ponía en hacer sondar el fondo, y que hubiese atalayas en la gavia para descubrir el mar, la nave no pocas veces daba en el fondo, sin poderlo evitar, pues había en el contorno innumerables bajos. Por lo cual, navegando siempre de este modo, volvió a tomar tierra en la isla de Cuba, para proveerse de agua, de la que tenía gran penuria; y como por la espesura del paraje donde llegaron no divisaran población alguna, sin embargo, cierto marinero que salió a tierra y anduvo con su ballesta para matar algún pájaro u otro animal en el bosque, halló treinta indios con las armas que usan, a saber, lanzas y unos palos que llevan en lugar de espadas, y que son por ellos denominados macanas. Refirió el marinero que entre estos había visto uno cubierto con una ropa blanca que le llegaba a las rodillas, y dos que la llevaban hasta los pies; los tres, blancos como nosotros, pero que no había llegado a conversar con ellos, porque, temiendo de tanta gente, comenzó a gritar llamando a sus compañeros; los indios huyeron y no volvieron más.
Aunque al día siguiente el Almirante, para saber lo cierto, mandó ciertos hombres a tierra, no pudieron caminar más de media legua, por la gran espesura de las plantas y de los árboles, y por ser toda aquella costa llena de ciénagas y fangos por espacio de dos leguas desde la orilla hasta donde se veían cerros y montañas; de modo que sólo vieron huellas de pescadores en la playa, y muchas grullas como las de España, si bien de mayor corpulencia. Yendo luego con los navíos hacia Poniente, por espacio de diez leguas, vieron casas en la marina, de las que salieron algunas canoas con agua y cosas que los indios comen, y las llevaron a los cristianos, por los cuales fue todo bien pagado; el Almirante hizo detener a un indio de aquellos diciendo a éste y a los demás por un intérprete, que tan pronto como enseñase el camino y le informara de algunas cosas de aquella región, le dejaría libremente volver a su casa. Quedó el indio muy contento con esto, y dijo al Almirante, como hecho cierto, que Cuba era isla[155], y que el Rey o cacique de la parte occidental no hablaba con sus vasallos más que por señas, por las que era muy luego obedecido en todo lo que les mandaba; que toda aquella costa era muy baja, llena de muchas islas, lo que se halló ser verdad, pues el día siguiente, que fue 11 de Junio, para ir con los navíos desde un canal a otro más profundo, convino al Almirante hacerlos remolcar con las gúmenas por un banco de arena, donde el agua no tenía una braza de hondura, y su anchura la de dos naos. Acercándose de este modo más a Cuba, vieron tortugas de dos o tres brazas de grandes, y en tanto número que cubrían el mar. Después, al salir el sol, vieron una nube de cuervos marinos, tan numerosas que ofuscaba la luz del día; venían de alta mar, hacia la isla, y de allí a poco bajaron a tierra; también fueron vistas muchas palomas y otras aves de diversas especies; al día siguiente fueron a las naves tantas mariposas que obscurecían el aire y duraron hasta la tarde, que las ahuyentó una copiosa lluvia.