Cada clavo hemalúrgico que atravesaba el cuerpo de una persona daba a Ruina una pequeña capacidad para influenciar en ella. Esto se mitigaba, sin embargo, con la fortaleza mental de quien era controlado.

En la mayoría de los casos, dependiendo del tamaño del clavo y de la cantidad de tiempo que se llevaba, un solo clavo daba a Ruina solo poderes mínimos sobre una persona. Podía aparecerse ante ellos y retorcer levemente sus pensamientos, haciéndoles pasar por alto algunas peculiaridades: por ejemplo, su compulsión por conservar y llevar un solo pendiente.

75

Sazed reunió sus notas, ordenando con cuidado las finas hojas de metal. Aunque el metal cumplía una importante función para impedir que Ruina modificara (y quizás incluso leyera) su contenido, a Sazed le resultaba un poco frustrante. Las planchas se arañaban fácilmente y no podían doblarse ni encuadernarse.

Los ancianos kandra le habían ofrecido un alojamiento sorprendentemente lujoso para tratarse de una cueva. Al parecer, los kandra disfrutaban de las comodidades humanas: mantas, cojines, colchones. Algunos incluso preferían llevar ropas, aunque los que no lo hacían declinaban crear genitales para sus Cuerpos Verdaderos. Eso hizo que se preguntara varias cosas. Se reproducían transformando los espectros de la bruma en kandra, así que los genitales serían redundantes. Sin embargo, los kandra se identificaban a sí mismos por el género: cada uno de ellos era decididamente masculino o femenino. Pero ¿cómo lo sabían? ¿Elegían al azar, o sabían lo que habrían sido si hubieran nacido humanos en vez de espectros de la bruma?

Deseó tener más tiempo para estudiar su sociedad. Hasta ahora, todo lo que había hecho en la Tierra Natal se había concentrado en aprender más sobre el Héroe de las Eras y la religión de Terris. Había hecho una hoja de notas sobre lo que había descubierto, y la tenía encima de su fajo metálico. Parecía sorprendente, incluso deprimentemente similar a cualquiera de las hojas de su cartapacio.

La religión de Terris, como cabía esperar, se centraba enormemente en el conocimiento y la erudición. Los forjadores de mundos (su palabra para los guardadores) eran hombres y mujeres santos que impartían conocimiento, pero también escribían sobre su dios, Terr. Era la antigua palabra de Terris para designar la acción de «conservar». Un aspecto central de la religión eran las historias de cómo habían interactuado Conservación, o Terr, y Ruina, y estas incluían diversas profecías sobre el Héroe de las Eras, que se consideraba el sucesor de Conservación.

Sin embargo, aparte de las profecías, los forjadores de mundos habían enseñado templanza, fe y comprensión a su pueblo. Enseñaban que era mejor construir que destruir, un principio que estaba en el núcleo de sus enseñanzas. Naturalmente, había rituales, ritos, iniciaciones y tradiciones. También había líderes religiosos menores, ofrecimientos requeridos y códigos de conducta. Todo parecía bueno, pero poco original. Incluso concentrarse en la sabiduría era algo compartido por varias docenas de religiones que Sazed había estudiado.

Eso, por algún motivo, lo deprimía. Era solo otra religión más.

¿Qué esperaba? ¿Una doctrina sorprendente que le demostrara de una vez por todas que existía un dios? Se sentía como un idiota. No obstante, también se sentía traicionado. ¿Para descubrir esto había cruzado el imperio, sintiéndose jubiloso y expectante? ¿Con esto esperaba salvarlos? Solo eran más palabras. Agradables, como la mayoría en su cartapacio, pero difícilmente convincentes. ¿Se suponía que debía creer solo porque se trataba de la religión que había seguido su pueblo?

Aquí no había ninguna promesa de que Tindwyl viviera todavía. ¿Por qué la gente seguía por eso esta, o cualquiera de las religiones? Frustrado, Sazed recurrió a sus mentes de metal, volcando en su mente un puñado de datos. Escritos que los guardadores habían descubierto: diarios, cartas, otras fuentes con las que los estudiosos habían reunido aquello en lo que una vez creyeron. Los examinó, los revisó, los leyó.

¿Qué había hecho que esta gente estuviera tan dispuesta a aceptar sus religiones? ¿Eran simplemente productos de su sociedad, creían porque era la tradición? Leyó sus vidas, y trató de convencerse de que eran necios, de que nunca habían cuestionado realmente sus creencias. Sin duda habrían visto los defectos e inconsistencias si se hubieran tomado el tiempo para ser racionales y analíticos.

Sazed cerró los ojos, con un poso de información de los diarios y cartas en la mente, buscando lo que esperaba hallar. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, no descubrió lo que buscaba. La gente no le parecía necia. Mientras permanecía allí sentado, empezó a ocurrirle algo. Algo relacionado con las palabras, los sentimientos, de la gente que creía.

Antes, Sazed había examinado las doctrinas en sí mismas. Esta vez, se encontró estudiando a la gente que creía, o lo que pudo encontrar de ellas. Mientras leía de nuevo sus palabras, empezó a ver algo. Las creencias que había estudiado no podían separarse de la gente que las seguía. En abstracto, estas religiones eran rancias. Sin embargo, mientras leía las palabras de la gente, las leía de verdad, empezó a ver pautas.

¿Por qué creían? Porque veían milagros. Cosas que un hombre interpretaba como casualidad, eran una señal para un hombre de fe. Un ser querido que se recuperaba de una enfermedad, un afortunado acuerdo de negocios, una oportunidad de reunirse con un amigo perdido. No eran las grandes doctrinas ni los arrebatadores ideales lo que parecía convertir a los hombres en creyentes. Era la simple magia en el mundo que los rodeaba.

¿Qué fue lo que dijo Fantasma?, pensó Sazed, sentado en la oscura cueva kandra. Que la fe trataba de la confianza. Confiar en que había alguien vigilando. En que alguien haría que todo saliera bien al final, aunque las cosas parecieran terribles en el momento.

Parecía que, para creer, había que querer creer. Era un acertijo con el que Sazed ya se había enfrentado. Quería que alguien, algo, lo obligara a tener fe. Quería tener que creer por las pruebas que se le mostraran.

Sin embargo, los creyentes cuyas palabras llenaban ahora su mente habrían dicho que ya tenía pruebas. ¿No había recibido, en su momento de desesperación, una respuesta? Cuando estaba a punto de rendirse, TenSoon había hablado. Sazed había suplicado una señal, y la había recibido.

¿Era casualidad? ¿Era providencia?

Al final, parecía que le tocaba a él decidir. Devolvió lentamente los diarios y cartas a sus mentes de metal, dejando vacía su memoria concreta de ellos, pero conservando los sentimientos que habían despertado en él. ¿Qué sería? ¿Creyente o escéptico? En ese momento, ninguna de las dos opciones parecía un camino claramente estúpido.

Quiero creer, pensó. Por eso me he pasado tanto tiempo investigando. No puede ser las dos cosas. Simplemente, tengo que decidir.

¿Qué sería? Permaneció sentado durante unos minutos, pensando, sintiendo y, sobre todo, recordando.

Busqué ayuda. Y algo respondió.

Sazed sonrió, y todo pareció un poco más brillante. Brisa tenía razón, pensó, poniéndose en pie y organizando sus cosas mientras se disponía a marchar. No he nacido para ser ateo.

El pensamiento parecía un poco demasiado frívolo para lo que acababa de sucederle. Mientras recogía sus placas de metal y se disponía a ir a reunirse con la Primera Generación, advirtió que los kandra pasaban ante su humilde caverna, completamente ajenos a la importante decisión que acababa de tomar.

Pero así eran las cosas, según parecía. Algunas decisiones importantes se tomaban en el campo de batalla o en la sala de reuniones. Pero otras se tomaban en silencio, sin que los demás las vieran. Eso no hacía que la decisión fuera menos importante para Sazed. Creería. No porque se le hubiera demostrado algo más allá de su capacidad para negar. Sino porque había decidido hacerlo.

De la misma manera que Vin había elegido creer y confiar en la banda, advirtió. Por lo que le había enseñado Kelsier. También me enseñaste a mí, Superviviente, pensó Sazed, saliendo al túnel de piedra para ir al encuentro de los líderes kandra. Gracias.

Sazed recorrió los pasadizos de la caverna, súbitamente ansioso ante la perspectiva de pasar otro día entrevistando a los miembros de la Primera Generación. Ahora que había cubierto la mayor parte de su religión, planeaba averiguar más sobre el Primer Contrato.

Por lo que sabía, era el único humano aparte del lord Legislador que había leído jamás sus palabras. Los miembros de la Primera Generación trataban el metal donde estaba escrito el Contrato con bastante menos reverencia que los otros kandra. Eso le sorprendía.

Naturalmente, tiene sentido, pensó. Para los miembros de la Primera Generación, el lord Legislador era un amigo. Se acuerdan de haber escalado las montañas con él… Era su líder, sí, pero no un dios. Más o menos como los miembros de la banda, que tenían problemas para ver a Kelsier bajo un prisma religioso.

Todavía perdido en sus pensamientos, Sazed se dirigió al Cubil de la Confianza, cuyas amplias puertas metálicas estaban abiertas. Se detuvo nada más entrar. La Primera Generación esperaba en sus nichos, como de costumbre. No bajaron hasta que Sazed cerró las puertas. Sin embargo, por extraño que parezca, los miembros de la Segunda Generación permanecieron en sus atriles, dirigiéndose a las multitudes de kandra, que a pesar de ser mucho más reservados de lo que lo habría sido un grupo similar de humanos, mostraban cierto aire de ansiedad.

—¿Qué significa esto, KanPaar? —preguntaba uno de los kandra—. Por favor, estamos confundidos. Pregúntale a la Primera Generación.

—Ya hemos hablado de esto —dijo KanPaar, líder de los Segundos—. No hay ninguna necesidad de alarmarse. ¡Miraos, ahí congregados, murmurando y cuchicheando como si fuerais humanos!

Sazed se acercó a una de las kandra femeninas, o eso le parecía, más jóvenes, congregada con los otros ante la puerta del Cubil de la Confianza.

—Por favor —susurró—. ¿Cuál es esta fuente de preocupación?

—Las brumas, Sagrado Forjador de Mundos —respondió la kandra interrogada.

—¿Qué pasa con ellas? ¿Es porque cada vez permanecen más durante el día?

—No —respondió la muchacha kandra—. Porque se han ido.

Sazed se sobresaltó.

¿Qué?

La kandra asintió.

—Nadie lo advirtió hasta esta mañana temprano. Todavía estaba oscuro fuera, y un guardia se acercó a comprobar una de las salidas. ¡Dice que no había ninguna bruma fuera, a pesar de que era de noche! Otros salieron también. Todos están de acuerdo.

—Es una cuestión sencilla —dijo KanPaar a la cámara—. Sabemos que anoche llovió, y a veces la lluvia dispersa las brumas durante un breve espacio de tiempo. Regresarán mañana.

—Pero ahora mismo no llueve —dijo uno de los kandra—. Y no llovía cuando TarKavv salió de patrulla. Ha habido brumas por la mañana durante meses y meses. ¿Dónde están?

—¡Bah! —KanPaar agitó despectivo una mano—. ¿Te preocupaste cuando las brumas empezaron a salir por las mañanas, y ahora te quejas de que hayan desaparecido? Somos kandra. Somos eternos: lo superamos todo y a todos. No nos reunimos en turbas ruidosas. Volved a lo que estabais haciendo. Esto no significa nada.

—¡No! —susurró una voz en la caverna.

Las cabezas se alzaron, y el grupo entero guardó silencio.

—¡No! —susurró Haddek, líder de la Primera Generación, desde su nicho oculto—. Esto es importante. Estábamos equivocados, KanPaar. Muy muy equivocados. Despejad el Cubil de la Confianza. Dejad solo al guardador. Y difundid la noticia. Puede que haya llegado el día de la Resolución.

El comentario solo sirvió para agitar más a los kandra. Sazed permaneció inmóvil, asombrado; nunca había visto una reacción tal en aquellas criaturas, normalmente tan tranquilas. Hicieron lo que se les pedía (los kandra parecían ser muy buenos en eso), y despejaron la sala, aunque entre susurros y debates. Los Segundos salieron los últimos, con aspecto humillado. Sazed los vio partir, pensando en las palabras de KanPaar.

Somos eternos…, lo superamos todo y a todos. De repente, los kandra empezaron a tener más sentido para Sazed. Qué fácil sería ignorar al mundo exterior si uno fuese inmortal. Habían superado tantos problemas y predicamentos, levantamientos y disturbios, que cualquier cosa que sucediera en el exterior tenía que parecer trivial.

Tan trivial, de hecho, que era incluso posible ignorar las profecías de tu propia religión cuando empezaban a cumplirse. Al cabo de un rato, la sala quedó vacía, y un par de fornidos miembros de la Quinta Generación cerraron las puertas desde fuera, dejando solo a Sazed, quien esperó pacientemente, disponiendo sus notas sobre su mesa mientras los miembros de la Primera Generación bajaban por sus escaleras ocultas y se reunían con él.

—Dime, guardador —dijo Haddek mientras sus hermanos se sentaban—, ¿cómo interpretas este hecho?

—¿La marcha de las brumas? Parece portentoso… aunque admito que no puedo dar una razón concreta de por qué.

—Es porque hay cosas que no te hemos explicado todavía —dijo Haddek, mirando a los demás. Parecían muy preocupados—. Cosas relacionadas con el Primer Contrato y las promesas de los kandra.

Sazed preparó una placa de metal.

—Continúa, por favor.

—He de pedirte que no registres estas palabras —replicó Haddek.

Sazed vaciló, y entonces soltó su pluma.

—Muy bien… aunque os advierto. La memoria de un guardador, aun sin sus mentes de metal, es muy larga.

—Eso no puede evitarse —dijo uno de los otros—. Necesitamos tu consejo, guardador. Como alguien de fuera.

—Como hijo —susurró otro.

—Cuando el Padre nos creó —dijo Haddek—. Él… nos hizo un encargo. Algo diferente al Primer Contrato.

—Para él, fue casi como una idea de última hora —añadió uno de los otros—. Aunque, cuando lo mencionó, dio a entender que era muy importante.

—Nos hizo prometerlo —dijo Haddek—. A cada uno de nosotros. Nos dijo que algún día podría exigírsenos que nos quitáramos nuestras Bendiciones.

—Que las sacáramos de nuestros cuerpos —añadió otro.

—Que nos matáramos —dijo Haddek.

La sala quedó en silencio.

—¿Estáis seguros de que esto os matará? —preguntó Sazed.

—Nos volvería a convertir en espectros de la bruma —contestó Haddek—. Que, en esencia, viene a ser lo mismo.

—El Padre dijo que tendríamos que hacerlo. No que «tal vez tuviéramos». Dijo que tendríamos que asegurarnos de que los otros kandra conocieran este encargo.

—Lo llamamos la Resolución —dijo Haddek—. Cada kandra lo aprende cuando nace. Se les da el encargo, por juramento y arraigo, para que se quiten sus Bendiciones si la Primera Generación lo ordena. Nunca hemos invocado este encargo.

—Pero ¿ahora lo estáis considerando? —preguntó Sazed, frunciendo el ceño—. No comprendo. ¿Simplemente por la forma en que actúan las brumas?

—Las brumas son el cuerpo de Conservación, guardador —dijo Haddek—. Este hecho es muy portentoso.

—Hemos estado escuchando a nuestros hijos discutir toda la mañana —dijo otro—. Y eso nos preocupa. No saben todo lo que representan las brumas, pero son conscientes de su importancia.

—Rashek dijo que lo sabríamos. Nos lo contó. «Llegará el día en que tendréis que quitaros vuestras Bendiciones. Cuando llegue, lo sabréis».

Haddek asintió.

—Dijo que lo sabríamos. Y… estamos muy preocupados.

—¿Cómo podemos ordenar la muerte de todo nuestro pueblo? —preguntó otro—. La Resolución siempre me ha molestado.

—Rashek vio el futuro —contestó Haddek, dándose media vuelta—. Tuvo el poder de Conservación y lo ejerció. ¡Es el único hombre que lo ha hecho! Ni siquiera esa muchacha de la que habla el guardador usó el poder. ¡Solo Rashek! El Padre.

—Entonces, ¿dónde están las brumas? —preguntó otro.

La sala volvió a quedar en silencio. Sazed se sentó, la pluma en la mano, sin escribir nada todavía. Se inclinó hacia delante.

—¿Las brumas son el cuerpo de Conservación?

Los demás asintieron:

—¿Y… han desaparecido?

Asintieron de nuevo.

—¿Entonces eso significa que Conservación ha regresado?

—¡Imposible! —dijo Haddek—. El poder de Conservación permanece, pues el poder no puede ser destruido. Su mente, sin embargo, fue destruida por completo… pues ese fue el sacrificio que hizo para aprisionar a Ruina.

—Queda la lasca —recordó otro—. La sombra del yo.

—Sí —dijo Haddek—. Pero eso no es Conservación, solo una imagen…, un resto. Ahora que Ruina ha escapado, creo que podemos asumir que incluso eso ha sido destruido.

—Es más —empezó a decir otro—. Podríamos…

Sazed alzó las manos, llamando su atención.

—Si Conservación no ha regresado, ¿no habrá tomado alguien más su poder para usarlo en esta lucha? ¿No es lo que dicen vuestras enseñanzas que sucederá? Lo que ha sido separado debe de nuevo empezar a encontrar su todo.

Silencio.

—Tal vez —dijo Haddek.

Vin, pensó Sazed, emocionándose. ¡Esto es lo que significa ser el Héroe de las Eras! Tengo razón al creer. ¡Ella puede salvarnos!

Sazed cogió una hoja de metal y empezó a anotar sus pensamientos. En ese momento, sin embargo, las puertas del Cubil de la Confianza se abrieron de golpe.

Sazed vaciló y se volvió con el ceño fruncido. Un grupo de miembros de la Quinta Generación con huesos de roca entró en la sala, seguidos por los esbeltos miembros de la Segunda. Fuera, el pasillo de la caverna estaba vacío y no se veía a la anterior multitud.

—¡Cogedlos! —ordenó KanPaar furtivamente, señalando.

—¿Qué es esto? —exclamó Haddek.

Sazed permaneció sentado, la pluma entre los dedos. Reconoció la postura urgente y tensa en las figuras de los miembros de la Segunda Generación. Algunos parecían asustados; otros, decididos. Los miembros de la Quinta Generación avanzaron rápidamente, sus movimientos ampliados por la Bendición de la Potencia.

—¡KanPaar! —exclamó Haddek—. ¿Qué es esto?

Sazed se levantó lentamente. Cuatro miembros de la Quinta Generación se dispusieron a rodearlo, blandiendo martillos como armas.

—Es un golpe —dijo Sazed.

—No podéis seguir gobernando —dijo KanPaar a la Primera Generación—. Destruiríais lo que tenemos aquí, contaminando nuestra tierra con gente de fuera, dejando que la cháchara revolucionaria nuble la sabiduría kandra.

—Este no es el momento, KanPaar —dijo Haddek.

Los miembros de la Primera Generación gritaron cuando fueron empujados y apresados.

—¿No es el momento? —preguntó KanPaar, airado—. ¡Habláis de la Resolución! ¿No tenéis ni idea del pánico que eso ha causado? Vais a destruir todo lo que tenemos.

Sin perder la tranquilidad, Sazed se volvió para mirar a KanPaar. A pesar de su furioso tono, el kandra sonreía levemente a través de sus labios transparentes.

Tenía que actuar ahora, pensó Sazed, antes de que la Primera Generación dijera algo más a la gente corriente… volviendo a los Segundos redundantes. KanPaar puede ocultarlos en alguna parte, y luego colocar muñecos en los nichos.

Sazed intentó coger su mentepeltre. Uno de los Quintos se la arrancó con un velocísimo movimiento, y otros dos le sujetaron por los brazos. Se debatió, pero sus captores kandra eran inhumanamente fuertes.

—¡KanPaar! —chilló Haddek. La voz del Primero sonó sorprendentemente fuerte—. Perteneces a la Segunda Generación, me debes obediencia. ¡Nosotros os creamos!

KanPaar lo ignoró, dirigiendo a sus kandra para que ataran a los miembros de la Primera Generación. Los otros Segundos se congregaron tras él, cada vez más aprensivos y sorprendidos por lo que estaban haciendo.

—¡Puede que haya llegado el tiempo para la Resolución! —exclamó Haddek—. ¡Debemos…!

Se interrumpió cuando uno de los Quintos lo amordazó.

—Por eso exactamente he de asumir el liderazgo —dijo KanPaar, sacudiendo la cabeza—. Eres demasiado inestable, viejo. No confiaré el futuro de nuestro pueblo a una criatura que podría, por capricho, ordenarles que se suicidaran.

—Temes el cambio —dijo Sazed, mirando al kandra a los ojos.

—Temo la inestabilidad —respondió KanPaar—. Me aseguraré de que el pueblo kandra tenga un liderazgo firme e inmutable.

—Tu argumento es el mismo que el de muchos revolucionarios —dijo Sazed—. Y puedo ver tu preocupación. Sin embargo, no debes hacer esto. Vuestras propias profecías vienen a cumplirse. ¡Ahora lo comprendo! Sin la parte que los kandra van a representar, podrías causar sin querer el final de todas las cosas. Déjame continuar mi investigación, enciérranos en esta sala si debes, pero no…

—¡Amordázalo! —ordenó KanPaar, volviéndose.

Sazed se debatió, sin éxito, mientras le tapaban la boca y lo sacaban del Cubil de la Confianza, dejando atrás el atium, el cuerpo de un dios, y en manos de traidores.