La prisión que Conservación creó para Ruina no fue creada con el poder de Conservación, aunque era suya. Más bien, Conservación sacrificó su propia consciencia (podríamos decir su mente) para fabricar esa prisión. Dejó una sombra de sí mismo, pero Ruina, una vez huido, empezó a sofocar y aislar este pequeño vestigio restante de su rival. Me pregunto si alguna vez Ruina consideró extraño que Conservación se hubiera despegado de su propio poder, hubiera renunciado a él y lo hubiera dejado en el mundo para que los hombres lo recogieran y lo utilizaran.

En la estratagema de Conservación, veo nobleza, astucia, y desesperación. Sabía que no podía derrotar a Ruina. Había dado demasiado de sí mismo y, además, era la encarnación de la estasis y la estabilidad. No podía destruir, ni siquiera para proteger. Iba contra su naturaleza. De ahí la prisión.

La humanidad, sin embargo, había sido creada tanto por Ruina como por Conservación, con una pizca del alma de la propia Conservación para otorgar al hombre sentido de sí mismo y honor. Para que el mundo sobreviviera, Conservación sabía que tenía que depender de sus creaciones. Darles su confianza.

Me pregunto qué pensó cuando esas creaciones le fallaron repetidamente.

60

La mejor forma de engañar a alguien, pensaba Vin, era darle lo que quería. O, como mínimo, lo que esperaba. Mientras asumiera que iba un paso por delante, no miraría atrás para ver si había algún paso que se le hubiera pasado completamente por alto.

Yomen había diseñado bien su prisión. Todo el metal usado en la construcción de su camastro o las instalaciones era alománticamente inútil. La plata, aunque era cara, parecía haber sido el metal escogido, y además había muy poca. Solo unos cuantos tornillos en el camastro que Vin consiguió soltar con las uñas.

Sus comidas (un engrudo grasiento e insípido) se servían en cuencos de madera, con cucharas de madera. Los guardias eran mataneblinos: hombres que llevaban porras y ningún metal en el cuerpo, y que habían sido entrenados para combatir a los alománticos. Su habitación era una sencilla construcción de piedra con una sólida puerta de madera, cuyos goznes y cerrojos estaban hechos de plata.

Por la conducta de sus guardias, sabía que esperaban algo de ella. Yomen los había preparado bien, por eso cuando deslizaban la comida a través de la rendija podía ver la tensión en sus cuerpos y la velocidad de su retirada. Era como si estuvieran alimentando a una víbora.

Y por eso, la siguiente vez que vinieron para llevarla ante Yomen, atacó.

Se puso en movimiento cuando se abrió la puerta, empuñando una pata de madera que había arrancado de su camastro. Abatió al primer guardia con un golpe en el brazo, y luego otro en la nuca. Los golpes parecían débiles sin peltre, pero fue lo mejor que pudo conseguir. Dejó atrás al segundo guardia, y se abalanzó para golpear con el hombro el estómago del tercero. Vin no pesaba mucho, pero fue suficiente para hacerle soltar su bastón… que ella recogió de inmediato.

Ham había pasado mucho tiempo entrenándola con el bastón, y a menudo la había hecho luchar sin alomancia. Aun con toda su preparación, los guardias se sorprendieron claramente al ver que una alomántica sin metales les causaba tantos problemas, y ella abatió a dos más mientras corría para escaparse.

Por desgracia, Yomen no era ningún necio. Había enviado tantos guardias a por ella que incluso derrotar a cuatro de ellos creaba poca diferencia. Debía de haber al menos veinte hombres en el pasillo, ante la celda, bloqueando la salida.

Su objetivo era darles lo que esperaban, no hacerse matar. Así que, en cuanto confirmó que su «intento de huida» estaba realmente condenado, dejó que uno de los soldados la golpeara en el hombro y dejó caer el bastón con un gemido. Desarmada, alzó las manos y retrocedió. Los soldados, naturalmente, la hicieron caer y se abalanzaron sobre ella, sujetándola mientras uno le colocaba los grilletes.

Vin soportó el tratamiento, notando el hombro dolorido. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar sin metal antes de dejar de quemar peltre por instinto? Esperaba no tener que descubrirlo nunca.

Por fin, los soldados la pusieron en pie y la empujaron pasillo abajo. Los tres que había derribado (por no mencionar al que había desarmado) gimieron un poco, frotándose las heridas. Los veinte hombres la miraron aún con más cautela, si eso era posible.

No les causó más problemas hasta que la llevaron a la sala de audiencias de Yomen. Cuando se dispusieron a encadenar sus grilletes al banco, se resistió un poco, ganándose un rodillazo en el estómago. Boqueó, y luego se desplomó en el suelo. Allí, gimiendo, se frotó las manos y las muñecas con la grasa del engrudo con la que había empapado su camisa interior. Era apestosa y sucia, pero también muy resbaladiza, y los guardias, distraídos por su intento de huida, se habían olvidado por completo de registrarla.

—No pensarás escapar sin tener metal que quemar, ¿no? —preguntó Yomen.

Vin alzó la cabeza. Él volvía a darle la espalda, aunque esta vez la ventana estaba oscura. A Vin le resultó muy extraño ver las brumas arremolinándose contra el cristal de la ventana. La mayoría de los skaa no podían permitirse el cristal, y la mayoría de los nobles lo preferían coloreado. La oscuridad ante la ventana de Yomen parecía una bestia a la espera; y las brumas, su pelaje rozándose contra el cristal mientras se movía.

—Creí que te sentirías halagada —continuó Yomen—. No sabía si eras realmente tan peligrosa como decían los informes, pero decidí asumir que era así. Verás, yo…

Vin no le dio más tiempo. Solo había dos maneras de escapar de la ciudad: la primera sería encontrar metales; la segunda, hacer prisionero a Yomen. Planeaba intentar ambas.

Liberó las manos grasientas de los grilletes, que habían sido sujetados a sus brazos cuando eran retorcidos y flexionados. Ignoró el dolor y la sangre mientras los grilletes le rozaban las manos, y se puso en pie de un salto, rebuscó en los pliegues de su camisa y sacó los tornillos de plata que había extraído del camastro. Los lanzó a los soldados.

Los hombres, naturalmente, gritaron sorprendidos y se arrojaron al suelo, esquivando el supuesto tirón de acero. Su propia preparación y preocupación les jugó una mala pasada, pues Vin no tenía ningún acero. Los tornillos rebotaron ineficaces en el suelo, y los guardias permanecieron tendidos, confusos por la finta. Estaba ya a medio camino de Yomen antes de que al primero se le ocurriera ponerse en pie.

Yomen se volvió. Como siempre, llevaba la perlita de atium en la frente. Vin se abalanzó hacia ella.

Yomen se apartó sin esfuerzo. Vin volvió a embestirlo, y esta vez hizo una finta y trató de darle un codazo en el estómago. Su ataque no obtuvo recompensa, pues Yomen, todavía con las manos a la espalda, volvió a esquivarla.

Ella conocía aquella expresión en su rostro: la expresión de control absoluto, de poder. Obviamente, Yomen tenía muy poco entrenamiento de combate, pero la esquivaba de todas formas.

Estaba quemando atium.

Vin se detuvo. No me extraña que lleve esa perla en la frente, pensó. Es para emergencias. Pudo ver en su sonrisa que, en efecto, había previsto sus movimientos. Sabía que iba a intentar algo, y la retaba, dejándola acercarse. Pero nunca había estado realmente en peligro.

Los guardias por fin la alcanzaron, pero Yomen alzó una mano, indicándoles que se retiraran. Entonces hizo un gesto hacia el banco. En silencio, Vin se dio la vuelta y se sentó. Tenía que pensar, y no iba a conseguir nada mientras Yomen estuviera quemando atium.

Al tomar asiento, se le apareció Ruina, materializándose como de entre un humo oscuro con el cuerpo de Reen. Ninguno de los demás reaccionó; estaba claro que no podían verlo.

—¡Lástima! —exclamó Ruina—. En cierto modo, casi lo conseguiste. Aunque, en realidad, nunca te acercaste.

Vin ignoró a Ruina y miró a Yomen.

—Eres un nacido de la bruma.

—No —contestó él, negando con la cabeza. Sin embargo, no se volvió hacia la ventana. La miró con cautela. Probablemente había apagado su atium (era demasiado valioso para dejarlo encendido), pero lo tendría en reserva, vigilándola por si decidía volver a atacar.

—¿No? —preguntó Vin, arqueando escéptica una ceja—. Estabas quemando atium, Yomen. Lo vi.

—Cree lo que quieras —dijo Yomen—. Pero entérate de una cosa, mujer: yo no miento. Nunca he necesitado mentiras, y esto es especialmente cierto ahora que el mundo entero está sumido en el caos. La gente necesita la verdad de aquellos a quienes siguen.

Vin frunció el ceño.

—De todas formas, es la hora —dijo Yomen.

—¿La hora?

Yomen asintió:

—Sí. Pido disculpas por haberte tenido tanto tiempo en tu celda. He estado… distraído.

Elend, pensó Vin. ¿Qué ha estado haciendo? ¡Me siento tan ciega!

Miró a Ruina, que estaba de pie al otro lado del banco, sacudiendo la cabeza como si entendiera más de lo que le decía. Se volvió hacia Yomen.

—Sigo sin comprender. ¿La hora de qué?

Yomen la miró a los ojos.

—La hora de que yo tome una decisión sobre tu ejecución, lady Venture.

¡Oh!, pensó ella. Bien. Entre sus conversaciones con Ruina y sus planes para escapar, casi había olvidado la declaración de Yomen de que pretendía dejarla «defenderse» antes de ejecutarla.

Ruina caminó tranquilamente por la habitación, rodeando a Yomen. El rey obligador se levantó, todavía mirando a Vin a los ojos. Si podía ver a Ruina, no lo demostraba. En cambio, hizo una seña a un guardia, que abrió una puerta lateral y dejó entrar a varios obligadores ataviados con túnicas grises. Se sentaron en un banco frente a Vin.

—Dime, lady Venture —preguntó Yomen, volviéndose hacia ella—, ¿por qué vinisteis a Ciudad Fadrex?

Vin ladeó la cabeza.

—Creí que esto no iba a ser un juicio. Dijiste que no necesitabas ese tipo de cosas.

—Pensaba que te gustaría cualquier retraso en el proceso —replicó Yomen.

Un retraso significaba más tiempo para pensar, posiblemente más tiempo para escapar.

—¿Por qué vinimos? —preguntó Vin—. Sabíamos que tenías bajo la ciudad uno de los depósitos de suministros del lord Legislador.

Yomen arqueó una ceja.

—¿Cómo lo supisteis?

—Encontramos otro. Señalaba a Fadrex.

Yomen asintió para sí. Ella advirtió que la creía, pero había algo… más. Parecía establecer conexiones que ella no comprendía, y probablemente tampoco tenía información para comprender.

—¿Y la amenaza que mi reino suponía para el vuestro? —preguntó Yomen—. ¿Eso no tuvo nada que ver con la invasión de mis tierras?

—Yo no diría tanto —repuso Vin—. Cett ha insistido para que Elend entrara en este dominio.

Los obligadores cuchichearon entre sí ante este comentario, aunque Yomen permaneció apartado, mirándola de brazos cruzados. La experiencia enervaba a Vin. Hacía años, desde sus días en la banda de Camon, que no sentía tanto poder en otra persona. Incluso cuando se enfrentó al lord Legislador, se había sentido distinta. Yomen parecía considerarla apenas una herramienta.

Pero ¿una herramienta para hacer qué? ¿Y cómo podía manipular sus necesidades para que él la mantuviera viva el tiempo suficiente para escapar?

Vuélvete indispensable, le había enseñado siempre Reen. Entonces el jefe de la banda no podrá deshacerse de ti sin perder poder él mismo. Incluso ahora, la voz de su hermano aún parecía susurrar aquellas palabras en su mente. ¿Eran recuerdos, interpretaciones de su sabiduría, o efectos de la influencia de Ruina? Fuera lo que fuese, parecía un buen consejo en este momento.

—¿Así que vinisteis con el único propósito de invadirnos? —preguntó Yomen.

—Elend lo intentó primero con la diplomacia —respondió Vin con cautela—. Sin embargo, ambos sabíamos que es un poco difícil ser diplomático cuando acampas un ejército ante la ciudad de alguien.

—Entonces admites que sois conquistadores —dijo Yomen—. Eres más sincera que tu marido.

—Elend es más sincero que nosotros dos, Yomen —replicó Vin—. Que interprete las cosas de manera distinta a ti o a mí no significa que no sea sincero cuando expresa sus puntos de vista.

Yomen arqueó una ceja, quizás ante la rapidez de su respuesta.

—Un argumento válido —dijo.

Vin se acomodó en el banco, y envolvió sus manos magulladas en un trozo de tela limpia de su camisa. Yomen se plantó ante las ventanas de la enorme sala vacía. Parecía muy extraño hablar con él. Por un lado, ambos parecían muy diferentes. Él era un obligador burócrata cuya falta de músculos o gracia guerrera demostraban que se había pasado la vida preocupado con informes y registros. Ella era una hija de las calles versada en guerras y asesinatos.

Sin embargo, sus modales, su forma de hablar, parecían los suyos propios. ¿Es así como habría sido yo, si no hubiera nacido skaa?, se preguntó. ¿Una ruda burócrata en vez de un ágil guerrero?

Mientras Yomen la observaba, Ruina caminó lentamente alrededor del rey obligador.

—Él es una decepción —soltó Ruina tranquilamente.

Vin miró a Ruina un instante. Él meneó la cabeza.

—Cuánta destrucción podría haber causado, si hubiera golpeado, en vez de acurrucarse en su pequeña ciudad y rezar a su dios muerto. Los hombres lo habrían seguido. Por desgracia, yo no podría haber llegado hasta él a largo plazo. No todos los planes pueden tener éxito, sobre todo cuando hay que contar con la voluntad de necios como él.

—Así que vinisteis a tomar mi ciudad porque conocíais la existencia de mi depósito, y porque temíais un regreso del poder del lord Legislador —dijo Yomen, atrayendo su atención hacia él.

—Yo no he dicho eso —respondió Vin, frunciendo el ceño.

—Dijiste que me temíais.

—Como potencia extranjera, con habilidad probada para socavar un gobierno y apoderarse de él.

—Yo no me apoderé de nada —repuso Yomen—. Devolví esta ciudad, y el dominio, a su legítimo orden. Pero eso no tiene nada que ver. Quiero que me hables sobre esa religión de la que predica tu gente.

—¿La Iglesia del Superviviente?

—Sí. Eres una de sus cabecillas, ¿correcto?

—No. Ellos me reverencian. Pero nunca he considerado que yo encaje bien como parte de la religión. Sobre todo, se centra en Kelsier.

—El Superviviente de Hathsin —dijo Yomen—. Murió. ¿Cómo es que la gente lo adora?

Vin se encogió de hombros.

—Solía ser corriente adorar a dioses que no se pueden ver.

—Tal vez —dijo Yomen—. He… leído sobre esas cosas, aunque me cuesta trabajo comprenderlo. Fe en un dios invisible… ¿qué sentido tiene? ¿Por qué rechazar al dios con el que vivieron tanto tiempo, al que podían ver y palpar, en favor de alguien muerto? ¿Alguien a quien el propio lord Legislador mató?

—Tú lo haces —dijo Vin—. Sigues adorando al lord Legislador.

—Él no ha muerto —replicó Yomen.

Vin vaciló.

—No —dijo Yomen, advirtiendo al parecer su confusión—. No lo he visto ni he sabido de él desde su desaparición. Sin embargo, tampoco doy ninguna credibilidad a los informes sobre su muerte.

—Estaba bastante muerto —dijo Vin—. Créeme.

—Me temo que no me fío de ti. Háblame de esa noche. Cuéntame exactamente lo que pasó.

Vin así lo hizo. Le habló sobre su encarcelamiento, y su huida con Sazed. Le habló sobre su decisión de combatir al lord Legislador, y su utilización del Undécimo Metal. No mencionó su extraña habilidad para recurrir al poder de las brumas, pero explicó todo lo demás, incluyendo la teoría de Sazed de que el lord Legislador era inmortal debido a la astuta manipulación combinada de la feruquimia y la alomancia.

Y Yomen la escuchó. Su respeto hacia el hombre fue en aumento a medida que ella hablaba, sin interrumpirla. Quería escuchar la historia, aunque no se la creyera. Era un hombre que aceptaba la información por lo que era: otra herramienta de uso, en la que no había que confiar más que en cualquier otra herramienta.

—Y por eso está muerto —dijo Vin—. Yo misma lo apuñalé en el corazón. Tu fe en él es admirable, pero no puede cambiar lo que sucedió.

Yomen guardó silencio. Los otros obligadores, todavía sentados en el banco, habían palidecido. Vin sabía que su testimonio podía haberla condenado, pero por algún motivo sentía que la sinceridad, brusca y llana, le serviría más que la culpa. Era lo que solía sentir.

Una extraña convicción, para tratarse de alguien que creció entre bandas de ladrones, pensó. Al parecer, Ruina se había aburrido durante el relato y se había asomado a la ventana.

—Lo que necesito averiguar —dijo por fin Yomen— es por qué el lord Legislador consideró necesario que tú creyeras que lo habías matado.

—¿Has escuchado lo que acabo de decirte? —preguntó Vin.

—Sí —respondió Yomen, con calma—. Y no olvido que aquí eres una prisionera… una prisionera que está muy cerca de la muerte.

Vin se obligó a guardar silencio.

—¿Encuentras ridículas mis palabras? —dijo Yomen—. ¿Más ridículas que las tuyas? Piensa en cómo te veo yo, diciendo que has matado a un hombre que sé que es Dios. ¿No es plausible que él quisiera que pasase esto? ¿Que esté ahí fuera, todavía, observándonos, esperando…?

Entonces se trata de esto, comprendió Vin. Por qué me capturó, por qué está tan ansioso por hablar conmigo. Está convencido de que el lord Legislador sigue vivo. Solo quiere descubrir cómo encajo yo en todo esto. Quiere que le dé la prueba que desea tan desesperadamente.

—¿Por qué no crees que deberías formar parte de la religión skaa, Vin? —susurró Ruina.

Ella se volvió, tratando de no mirarlo directamente, para que Yomen no la viera mirando al vacío.

—¿Por qué? —preguntó Ruina—. ¿Por qué no quieres que te adoren? ¿Todos esos felices skaa? ¿Buscando en ti su esperanza?

—El lord Legislador tiene que estar detrás de todo esto —musitó Yomen en voz alta—. Eso significa que quería que el mundo te viera como su asesina. Quería que los skaa te adorasen.

—¿Por qué? —repitió Ruina—. ¿Por qué tan incómoda? ¿Es porque sabes que no puedes ofrecerles esperanza? ¿Cómo llamaban a quien se supone que has sustituido? ¿El Superviviente? Una palabra de Conservación, creo…

—Quizá pretende regresar de modo dramático —sugirió Yomen—. Para deponerte y derribarte, para demostrar que la fe en él es la única fe verdadera.

¿Por qué no encajas?, susurró Ruina en su cabeza.

—¿Por qué, si no querría que te adorasen? —preguntó Yomen.

¡Están equivocados!, replicó Vin, llevándose las manos a la cabeza, tratando de detener los pensamientos. Tratando de detener la culpa.

Yomen vaciló.

—Se equivocan conmigo —dijo Vin—. No me adoran a mí, adoran lo que creen que debería ser. Pero yo no soy la Heredera del Superviviente. No hice lo que Kelsier quería. Los liberé.

Los conquistaste, susurró Ruina.

—Sí —dijo Vin, alzando la cabeza—. Miras en la dirección equivocada, Yomen. El lord Legislador no regresará.

—Te he dicho que…

—¡No! —exclamó Vin, poniéndose en pie—. No, no va a volver. No tiene que hacerlo. Yo ocupé su lugar.

A Elend le preocupaba convertirse en otro lord Legislador, pero su preocupación siempre le había parecido absurda a Vin. No había sido él quien había conquistado y reforjado un imperio, sino ella. Ella había hecho renunciar a los demás reyes.

Había hecho exactamente lo mismo que el lord Legislador. Había surgido un Héroe y el lord Legislador lo había matado, y luego este había tomado el poder del Pozo de la Ascensión. Vin había matado al lord Legislador, y luego había tomado ese mismo poder. Había renunciado a él, cierto, pero había cumplido la misma función.

Todo encajó. El motivo por el que los skaa la adoraban, llamándola salvadora, parecía un error. De repente, su verdadera función en todo aquello pareció encajar en su sitio.

—Yo no soy la Heredera del Superviviente, Yomen —dijo, de manera empalagosa—. Sino del lord Legislador.

Él sacudió la cabeza, en actitud despectiva.

—Cuando me capturaste —recordó ella—, me pregunté por qué me mantenías con vida. ¿Una nacida de la bruma enemiga? ¿Por qué no me mataste sin más para acabar de una vez? Dijiste que querías ofrecerme un juicio, pero entendí que tenías otro motivo. Y ahora sé cuál es. —Lo miró a los ojos—: Antes dijiste que planeabas ejecutarme por el asesinato del lord Legislador, pero acabas de admitir que crees que sigue vivo. Dices que regresará para derribarme, así que no puedes matarme, no vaya a ser que interfieras con los planes de tu dios.

Yomen se dio media vuelta.

—No puedes matarme —dijo ella—. No hasta que estés seguro de cuál es mi lugar en tu teología. Por eso me mantienes con vida, y por eso te arriesgas a traerme aquí para hablar. Necesitas información que solo yo te puedo dar: tienes que recibir testimonio por mi parte en ese supuesto juicio porque estás interesado en saber qué sucedió aquella noche. Y así podrás tratar de convencerte de que tu dios vive todavía.

Yomen no respondió.

—Admítelo. No corro ningún peligro aquí —añadió Vin, y avanzó un paso.

Entonces Yomen se movió. De pronto, sus pasos se hicieron más fluidos: no tenía la gracia del peltre ni el conocimiento del guerrero, pero se movió bien. Ella lo esquivó instintivamente, pero el atium le permitió al rey obligador prever sus movimientos, y antes de que pudiera pensar siquiera, la derribó al suelo, sujetándola con una rodilla contra la espalda.

—Puede que no vaya a matarte todavía —dijo él, con calma—, pero eso difícilmente significa que no «corras peligro», lady Venture.

Vin gimió.

—Quiero algo de ti. Algo más que lo que hemos discutido. Quiero que le digas a tu marido que retire su ejército.

—¿Y por qué iba yo a hacer eso? —preguntó Vin, el rostro apretado contra la fría piedra del suelo.

—Porque dices que queréis mi depósito de almacenaje, pero también dices que sois buena gente. Ahora sabes que usaré sabiamente esos alimentos, para dar de comer a mi pueblo. Si en verdad tu Elend es tan altruista como dices, no caerá en el egoísmo de desperdiciar vidas en la guerra solo para poder robar nuestra comida y usarla para alimentar a los suyos.

—Podemos cultivar cosechas —dijo Vin—. A diferencia de vosotros, en el Dominio Central disponemos de luz suficiente. ¡Las semillas que tenéis de nada os servirán!

—Entonces comerciad conmigo.

—¡No quieres hablar con nosotros!

Yomen se retiró, liberando la presión sobre su espalda. Vin se frotó el cuello y se sentó, sintiéndose frustrada.

—No es solo la comida de ese depósito, Yomen —dijo—. Controlamos los otros cuatro. El lord Legislador dejó pistas en ellos. Hay algo en el grupo entero que puede salvarnos.

Yomen hizo una mueca.

—¿Estuviste allá abajo todo este tiempo, y no leíste la placa que dejó el lord Legislador?

—Pues claro que lo hice.

—Entonces sabrás que no hay nada más en esos depósitos —repuso Yomen—. Son parte de su plan, cierto. Y por algún motivo ese plan requiere que los hombres crean que está muerto. De cualquier forma, ahora sabes lo que dijo, ¿por qué quitarme la ciudad?

¿Por qué quitarme la ciudad? El verdadero motivo ardía dentro de Vin. Elend siempre le había parecido poco importante, pero para ella tenía un poderoso atractivo.

—Sabes muy bien por qué tenemos que tomar la ciudad. Mientras eso esté en tu poder, tenemos motivos para conquistarla.

—¿Eso? —preguntó Yomen.

Ruina dio un paso adelante, curioso.

—Sabes a qué me refiero. El atium. El suministro del lord Legislador.

—¿Eso? —preguntó Yomen, riendo—. ¿Todo esto es por el atium? ¡El atium no vale nada!

Vin frunció el ceño.

—¿Nada? ¡Es la herramienta más útil del Imperio Final!

—¿Ah, sí? —preguntó Yomen—. ¿Y cuánta gente hay por aquí capaz de quemarlo? ¿Cuántas casas nobles quedan para jugar a la política y tratar de conseguir el poder mostrando cuánto atium pueden sacar del lord Legislador? El valor del atium se basaba en la economía del imperio, lady Venture. Sin los recursos de un sistema de reserva y una clase superior para dar valor implícito al metal, el atium no tiene valor alguno. —Yomen sacudió la cabeza—. Para un hombre hambriento, ¿qué es más importante: una hogaza de pan o una jarra entera de atium que no puede usar, comer ni vender?

Indicó a los guardias que se la llevaran. La levantaron, y ella se debatió, sin dejar de mirar a Yomen a los ojos.

Yomen volvió a darle la espalda.

—Esos pedazos de metal no me sirven para nada, excepto, tal vez, para controlarte. No, la comida era el verdadero recurso. El lord Legislador me dejó las riquezas necesarias para volver a establecer su poder. Solo tengo que descubrir qué quiere que haga a continuación.

Finalmente, los soldados consiguieron llevarse a Vin.