Cuando el lord Legislador ofreció su plan a sus amigos feruquimistas (el plan para convertirlos en espectros de la bruma), les hizo hablar en nombre de todos los feruquimistas de la Tierra. Aunque convirtió a sus amigos en kandra para restaurar sus mentes y recuerdos, dejó al resto como espectros de la bruma sin sentido del yo. Esos crearon más de su especie, que vivieron, murieron y se convirtieron en una raza en sí mismos. De estos hijos de los espectros originales, creó la siguiente generación de kandra.
Sin embargo, incluso los dioses pueden cometer errores, como yo mismo he descubierto. Rashek, el lord Legislador, pensó en transformar a todos los feruquimistas vivos en espectros de la bruma. Pero no pensó en la herencia genética de la otra gente de Terris, a quienes dejó vivos. Por eso los feruquimistas continuaron naciendo, aunque solo rara vez.
Este error le costó caro, pero el mundo salió ganando.
68
Sazed caminaba asombrado, guiado por sus guardias. Vio un kandra tras otro, cada uno con un cuerpo más interesante que el anterior. Algunos eran altos y flexibles, con huesos hechos de madera blanca. Otros eran gruesos, con huesos más densos que los de cualquier humano. Sin embargo, todos tenían más o menos forma humana.
Antes eran humanos, se recordó. O, al menos, sus antepasados lo fueron.
Las cavernas le parecían extrañas. Los caminos estaban lisos y gastados, y aunque no había «edificios» reales, pasó ante muchas cavernas más pequeñas de cuyas aberturas colgaban cortinajes diversos. Había en todo aquello una sensación de artesanía exquisita, desde los postes tallados que sostenían los hongos de luz, hasta los mismos huesos de la gente que lo rodeaba. No era la detallada ornamentación de la fortaleza de un noble, pues no había pautas, hojas ni nudos tallados en la piedra o los huesos; en cambio, las cosas parecían pulidas, talladas con lados redondeados, o tejidas en amplias líneas y formas.
Los kandra parecían temerosos de su presencia. Para Sazed fue una experiencia extraña. Había sido muchas cosas en su vida: rebelde, sirviente, amigo, erudito. Sin embargo, nunca antes había sido objeto de temor. Los kandra se asomaban a los rincones para observarlo. Otros se quedaban asombrados al verlo pasar. Obviamente, la noticia de su llegada se había extendido con rapidez, pues de otro modo habrían supuesto sin más que era un kandra que llevara huesos humanos.
Sus guardias lo condujeron a una puerta de acero en la gran pared de la caverna. Uno de ellos entró, mientras que el otro se quedó vigilando a Sazed, quien advirtió que en los hombros del kandra brillaban fragmentos de metal. Parecían clavos, uno en cada hombro.
Más pequeños que los clavos de los inquisidores, pensó. Pero siguen siendo muy efectivos. Interesante.
—¿Qué harías si echo a correr? —preguntó Sazed.
El kandra se sobresaltó.
—¡Humm…!
—¿Puedo suponer por tu vacilación que seguís teniendo prohibido dañar, o al menos matar, a un humano?
—Seguimos el Primer Contrato.
—¡Ah! —exclamó Sazed—. Muy interesante. ¿Y con quién hicisteis el Primer Contrato?
—Con el Padre.
—¿El lord Legislador?
El kandra asintió.
—Por desgracia, está muerto. ¿Vuestro Contrato sigue siendo válido?
—No lo sé —respondió el kandra, desviando la mirada.
Así que no todos ellos tienen una personalidad tan fuerte como TenSoon, pensó Sazed. Incluso cuando hacía el papel de un simple sabueso, me parecía intenso.
El otro soldado regresó.
—Acompáñame —dijo.
Condujeron a Sazed a través de las puertas de metal abiertas. Al otro lado de la sala había un gran pedestal de metal de varios palmos de altura. Los guardias no se subieron a él, sino que condujeron a Sazed a un lugar ante un grupo de atriles de piedra. Muchos de los atriles estaban vacíos, aunque tras dos de ellos había otros tantos kandra con huesos chispeantes. Estas criaturas eran altas (o, al menos, usaban huesos altos), y tenían rasgos muy delicados.
Aristócratas, pensó Sazed. Le resultaba muy fácil identificar esa clase, no importaba a qué cultura ni a qué especie pertenecieran.
Los guardias le indicaron que se detuviera ante los atriles. Sazed ignoró los gestos, y caminó en círculo por la sala. Según esperaba, los guardias no supieron qué hacer: lo siguieron, pero se abstuvieron de ponerle la mano encima.
—Hay placas de metal alrededor de toda la cámara —advirtió Sazed—. ¿Es un adorno o tiene alguna función?
—¡Aquí haremos nosotros las preguntas, terrisano! —protestó uno de los aristócratas kandra.
Sazed se detuvo y se dio media vuelta.
—¡No! —repuso—. No, señor. Soy Sazed, cuidador de Terris. Pero, en vuestro pueblo, tengo otro nombre: Sagrado Anunciador.
El otro líder kandra bufó.
—¿Qué sabe un extranjero de estas cosas?
—¿Un extranjero? Deberías aprenderte mejor tu propia doctrina. —Echó a caminar hacia delante—. Soy de Terris, como vosotros. Sí, conozco vuestros orígenes. Sé cómo fuisteis creados… y conozco la herencia que traéis.
Se detuvo ante los atriles.
—Os anuncio que he descubierto al Héroe. He vivido con ella, trabajado con ella, y la he cuidado. Le entregué la misma lanza que empleó para matar al lord Legislador. La he visto ordenar a reyes, vencer a ejércitos de hombres y koloss. He venido a anunciaros esto, para que os preparéis.
Hizo una pausa, mirándolos.
—Ha llegado el final —añadió.
Los dos kandra guardaron silencio unos instantes.
—Llama a los demás —dijo uno por fin, con voz temblorosa.
Sazed sonrió. Cuando uno de los guardias echó a correr, se volvió hacia el segundo soldado.
—Necesitaré una mesa y una silla, por favor. Y algo para poder escribir.
Unos minutos más tarde, todo quedó preparado. Los kandra habían pasado de cuatro a más de veinte; doce de ellos eran los aristócratas de huesos chispeantes. Unos ayudantes habían traído una mesita para Sazed, y el terrisano se sentó mientras los nobles kandra hablaban entre sí con ansiosos susurros.
Con cuidado, Sazed colocó su mochila sobre la mesa y empezó a sacar sus mentes de metal. Anillos pequeños, pendientes y aretes más pequeños, y grandes brazaletes pronto cubrieron la mesa. Se remangó y se colocó las mentecobres, dos en brazos y otras dos en los antebrazos. Finalmente, sacó el tomo de la mochila y lo dejó sobre la mesa. Unos kandra se acercaron con finas placas de metal. Sazed vio con curiosidad cómo las preparaban para él, junto con lo que parecía ser una pluma de acero, capaz de hacer marcas en el suave metal para escribir. Los sirvientes kandra hicieron una reverencia y se retiraron.
Excelente, pensó Sazed, cogiendo la pluma de metal y aclarándose la voz. Los líderes kandra se volvieron hacia él:
—¿Supongo que sois la Primera Generación?
—Somos la Segunda Generación, terrisano —respondió uno de los kandra.
—Bueno, entonces os pido disculpas por ocupar vuestro tiempo. ¿Dónde puedo encontrar a vuestros superiores?
El jefe kandra hizo una mueca.
—No creas que nos has embaucado porque hayas podido reunirnos. No veo ningún motivo para que hables con la Primera Generación, aunque sepas blasfemar adecuadamente.
Sazed arqueó una ceja.
—¿Blasfemar?
—No eres el Anunciador —dijo el kandra—. Y esto no es el fin.
—¿Habéis visto la ceniza allá arriba? —repuso Sazed—. ¿O ha cubierto tanto las entradas de este complejo que nadie puede salir para ver que el mundo se hace pedazos?
—Hemos vivido mucho tiempo, terrisano —dijo uno de los otros kandra—. Hemos visto períodos en que la ceniza caía más copiosamente que otros.
—¿Ah, sí? —preguntó Sazed—. ¿Y tal vez habéis visto también morir al lord Legislador?
Algunos de los kandra parecieron incomodarse, aunque el líder sacudió la cabeza.
—¿Te envía TenSoon?
—Así es —admitió Sazed.
—No puedes dar más argumentos que los que él ya dio en su día —dijo el kandra—. ¿Por qué iba a pensar que tú, un extranjero, podrías convencernos, cuando él no pudo?
—Quizá porque él descubrió algo sobre mí —respondió Sazed, golpeando su libro con la pluma—. ¿Eres consciente de las costumbres de los guardadores, kandra?
—Me llamo KanPaar —contestó el kandra—. Y, sí, sé lo que hacen los guardadores… o, al menos, lo que hacían antes de que el Padre fuera asesinado.
—Entonces tal vez sepas que cada guardador tiene una especialidad. La intención era que cuando el lord Legislador cayera, estuviéramos ya divididos en especialistas que pudieran transmitir nuestro conocimiento al pueblo.
—Sí —dijo KanPaar.
—Bien. —Sazed pasó los dedos por su libro—. Mi especialidad era la religión. ¿Sabes cuántas religiones había antes de la Ascensión del lord Legislador?
—No lo sé. Cientos.
—Tenemos registradas quinientas sesenta y tres —precisó Sazed—. Aunque eso incluye sectas de las mismas religiones. En un cómputo más estricto, había unas trescientas.
—¿Y?
—¿Sabes cuántas han sobrevivido hasta hoy?
—¿Ninguna?
—Una —contestó Sazed, alzando un dedo—. La vuestra. La religión de Terris. ¿Crees que es una coincidencia que la religión que seguís no solo siga existiendo, sino que además prediga este día exacto?
KanPaar bufó.
—No estás diciendo nada nuevo. Mi religión es real, mientras que las demás eran mentira. ¿Qué explica eso?
—Que tal vez deberías escuchar a miembros de tu fe que te traen información. —Sazed empezó a hojear su libro—. Como mínimo, pensaba que os interesaría este libro, ya que contiene la información recopilada que pude encontrar sobre el Héroe de las Eras. Como sabía poco de la verdadera religión de Terris, tuve que conseguir la información de fuentes secundarias… de historias y relatos, y de textos escritos mientras tanto.
»Por desgracia —prosiguió Sazed—, gran parte de este texto fue cambiado por Ruina cuando intentó persuadir al Héroe para que visitara el Pozo de la Ascensión y lo liberara. Por tanto, está corrompido y manchado por su contacto.
—¿Y por qué debería interesarme? —preguntó KanPaar—. Acabas de decirme que tu información es corrupta e inútil.
—¿Inútil? No, para nada. Corrupta, sí. Cambiada por Ruina. Amigo mío, tengo aquí un libro lleno de las mentiras de Ruina. Y vosotros tenéis una mente llena de las verdades originales. Aparte de eso, muy poco se sabe. Sin embargo, si comparáramos lo uno con lo otro, descubriendo exactamente qué partes cambió Ruina, ¿eso no nos dirá exactamente cuál es su plan? Al menos, seguro que nos dice en qué no quiere que nos centremos.
La sala quedó en silencio.
—Bueno —dijo KanPaar por fin—. Yo…
—Con eso bastará, KanPaar —dijo una voz.
Sazed vaciló, ladeando la cabeza. La voz no había surgido de ninguno de los presentes junto a los pedestales. Miró en derredor, tratando de descubrir quién había hablado.
—Ya podéis marcharos, Segundos —dijo otra voz.
Uno de los segundos protestó:
—¿Marcharnos? ¿Y dejaros con este, un extraño?
—Un descendiente —precisó una de las voces—. Un forjador de mundos. Lo escucharemos.
—Dejadnos —dijo otra voz.
Sazed arqueó una ceja, y permaneció sentado mientras los miembros de la Segunda Generación, con aspecto molesto, abandonaban sus atriles y salían en silencio de la sala. Un par de guardias cerró las puertas, bloqueando la visión a los kandra que esperaban fuera. Sazed quedó a solas en la sala con los fantasmas que habían hablado.
Sazed oyó un roce. Resonó en la cámara forrada de acero, y entonces una puerta se abrió al fondo de la sala. De allí salió lo que supuso que era la Primera Generación. Parecían… viejos. Su piel kandra colgaba literalmente de sus cuerpos, fofa, como musgo de árbol transparente que colgara de ramas de hueso. Caminaban encorvados, parecían más viejos que los otros kandra que había visto y caminaban arrastrando los pies.
Llevaban túnicas sencillas, sin mangas, pero los atuendos seguían pareciendo extraños. Además, bajo la piel transparente, Sazed vio que tenían esqueletos blancos, normales.
—¿Huesos humanos? —preguntó mientras las ancianas criaturas avanzaban, apoyadas en bastones.
—Nuestros propios huesos —dijo uno de ellos, hablando con una voz cansada que era casi un susurro—. No teníamos la habilidad ni el conocimiento de formar Cuerpos Verdaderos cuando todo esto empezó, así que recuperamos nuestros cuerpos originales cuando el lord Legislador nos los dio.
La Primera Generación parecía constar de solo diez miembros. Se sentaron en los bancos. Y, por respeto, Sazed acercó su mesa para sentarse ante ellos, como un presentador ante un público.
—Ahora —dijo, alzando su pluma para rascar el metal—. Empecemos: nos queda mucho trabajo por delante.