El deseo de Conservación de crear vida inteligente fue lo que acabó por romper el empate. Para dar a la humanidad conciencia y pensamiento independiente, Conservación sabía que tendría que renunciar a parte de sí mismo, su propia alma, para habitar dentro de la humanidad. Eso lo dejaría un poco más débil que su oponente, Ruina.
Esa parte diminuta parecía insignificante en comparación con su enorme suma total de poder. Sin embargo, a lo largo de eones, este pequeño fallo permitiría a Ruina superar a Conservación y causar el fin del mundo.
Este fue, entonces, su trato. Conservación se quedó con la humanidad, las únicas creaciones que tenían más Conservación que Ruina en ellas, en vez de un equilibrio. La vida independiente que podía pensar y sentir. A cambio, Ruina obtuvo una promesa, y la prueba, de que podría poner fin a todo lo que habían creado juntos. Fue el pacto.
Y Conservación acabó por romperlo.
54
Cuando Vin despertó, no le sorprendió verse atada. Sí le sorprendió que fuera con grilletes de metal.
Lo primero que hizo, incluso antes de abrir los ojos, fue buscar metales en su interior. Con acero y hierro, tal vez podría usar los grilletes como armas. Con peltre…
Sus metales habían desaparecido.
Mantuvo los ojos cerrados, tratando de no mostrar el pánico que sentía, pensando en lo sucedido. Estaba en la caverna, atrapada con Ruina. El amigo de Elend había llegado, le había ofrecido vino, y ella lo había aceptado. Un reto.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había caído inconsciente?
—Tu respiración ha cambiado —informó una voz—. Estás claramente despierta.
Vin se maldijo en silencio. Había una forma muy fácil de quitar sus poderes a un alomántico; más fácil aún que haciéndolos quemar aluminio. Solo había que mantenerlos drogados el tiempo suficiente para que los metales pasaran a su cuerpo. Y mientras lo pensaba y su mente se sacudía de los efectos del sueño prolongado, advirtió que esto era lo que debía de haberle sucedido.
El silencio continuó. Finalmente, Vin abrió los ojos. Esperaba ver los barrotes de una celda. En cambio, vio una habitación utilitaria, escasamente amueblada. Yacía en un banco, la cabeza apoyada en una dura almohada. Sus grilletes estaban conectados a una cadena de varios palmos de longitud, que a su vez estaba atada a la base del banco. Tiró con cuidado de la cadena, y decidió que estaba bien colocada.
El movimiento atrajo la atención de un par de guardias. Dieron un leve respingo, y la apuntaron con sus varas, alerta. Vin sonrió para sí; una parte de ella se sentía orgullosa de poder evocar esa respuesta incluso cuando estaba encadenada y desprovista de metales.
—Lady Venture, nos supones un problema —dijo la voz.
Vin se apoyó en un brazo, y se volvió a mirar. Al otro lado de la habitación, a unos cinco metros de distancia, había una figura calva ataviada con una túnica. Miraba por una gran ventana, de cara al oeste, y el sol poniente era una violenta llamarada escarlata alrededor de su silueta.
—¿Qué hago? —preguntó Yomen, aún sin volverse hacia ella—. Un simple copo de acero, y matarías a mis guardias con sus propios botones. Un sorbo de peltre, y podrías levantar ese banco y abrirte paso para salir de esta habitación. Lo lógico sería amordazarte, mantenerte drogada en todo momento, o matarte.
Vin abrió la boca para responder, pero lo único que consiguió fue toser. Inmediatamente trató de quemar peltre para reforzar su cuerpo. La falta de metal era como si no tuviera un miembro. Mientras se sentaba, tosiendo y mareada, descubrió que anhelaba el metal más de lo que había imaginado. Se suponía que la alomancia no era adictiva, no como ciertas hierbas o pociones. Sin embargo, en este momento, podría haber jurado que todos los científicos y filósofos estaban completamente equivocados.
Yomen hizo un gesto brusco con un brazo, todavía sin volverse. Un criado se acercó y le ofreció a Vin una copa. Ella la miró, insegura.
—Si quisiera envenenarte, lady Venture —advirtió Yomen, sin mirar—, podría hacerlo sin engaños.
Buen argumento, pensó Vin amargamente, aceptó la copa y bebió el agua que contenía.
—Agua —dijo Yomen—. Recogida de la lluvia, luego hervida y purificada. No encontrarás en ella rastros de metales que quemar. He ordenado especialmente que la guarden solamente en recipientes de madera.
Astuto, pensó Vin. Años antes de ser ella consciente de sus poderes alománticos, quemaba los trocitos de metal que encontraba al azar en el agua o los utensilios de cocina.
El agua sació su sed y calmó su tos.
—Pues —dijo por fin—, si tanto te preocupa que ingiera metales, ¿por qué no me amordazas?
Yomen permaneció en silencio un momento. Luego por fin se volvió, y ella pudo ver los tatuajes en sus ojos y su cara, la piel que reflejaba los profundos colores del sol que se ponía en el exterior. En la frente, llevaba su única perla de atium.
—Por diversos motivos —contestó el rey obligador.
Vin lo estudió, y luego cogió la copa para dar otro sorbo. El movimiento sacudió sus grilletes, que miró molesta cuando restringieron de nuevo su movimiento.
—Están hechos de plata —señaló Yomen—. Un metal particularmente molesto para los nacidos de la bruma, según me han dicho.
Plata. Inútil plata, imposible de quemar. Como el plomo, era uno de los metales que no proporcionaba ningún poder alomántico.
—Un metal verdaderamente impopular… —observó Yomen, e hizo un gesto con la cabeza a un lado. Un criado se acercó a Vin, portando algo en una bandejita. El pendiente de su madre. Era una tontería, desde un punto de vista alomántico, hecho de bronce con un poco de chapado en plata. Gran parte del chapado se había gastado con los años, y el bronce marrón asomaba, haciendo que el pendiente pareciera la baratija que era.
—Por eso siento la curiosidad de saber por qué te molestas con un adorno como ese —continuó Yomen—. He mandado que lo comprobaran. Plata por fuera, bronce por dentro. ¿Por qué esos metales? Uno inútil para los alománticos, y otro que concede el que se considera el más débil de los poderes de la alomancia. ¿No tendría más sentido llevar un pendiente de peltre?
Vin miró el pendiente. Sus dedos ansiaban cogerlo, aunque solo fuera para sentir el metal entre sus dedos. Si hubiera tenido acero, podría haber empujado el pendiente para usarlo como arma. Kelsier le había dicho una vez que siguiera llevándolo por ese simple motivo. Sin embargo, se lo había dado su madre. Una mujer a la que Vin nunca había conocido. Una mujer que había intentado matarla.
Vin agarró el pendiente. Yomen observó con curiosidad mientras se lo prendía en la oreja. Parecía… alerta. Como si esperara algo.
Si en verdad tuviera algún truco planeado, pensó, estaría muerto en un instante. ¿Cómo puede estar ahí tan tranquilo? ¿Por qué me da el pendiente? Aunque no esté hecho de metales útiles, podría encontrar un modo de usarlo contra él.
Sus instintos le decían que estaba intentando un viejo truco callejero, como cuando le lanzas una daga a tu enemigo para obligarlo a atacar. Yomen quería accionar cualquier trampa que ella estuviera planeando. Parecía un movimiento tonto. ¿Cómo podía esperar superar a una nacida de la bruma?
A menos que él también lo sea, pensó Vin. Cree que puede vencerme. Tiene atium, y está dispuesto a quemarlo si intento algo.
Vin no hizo nada, no atacó. No estaba segura de que sus instintos fueran acertados, pero tampoco importaba. No podía atacar, pues el pendiente no tenía ningún secreto oculto. La verdad era que simplemente quería recuperarlo porque se sentía cómoda con él en la oreja. Estaba acostumbrada a llevarlo.
—¡Interesante! —exclamó Yomen—. De todas formas, estás a punto de descubrir por qué no te he amordazado.
Dicho esto, alzó una mano hacia la puerta. Se cruzó las manos a la espalda mientras un criado abría la puerta para mostrarle un soldado desarmado con la librea blanca y negra de Elend.
Deberías matarlo, le susurró Ruina al oído. A todos ellos.
—Lady Venture —dijo Yomen sin mirarla—. He de pedirte que no le hables a este hombre excepto cuando yo lo indique, y respondas solo cuando yo lo diga. De lo contrario, lo mandaré ejecutar, y tu ejército tendrá que enviar un mensajero nuevo.
El soldado palideció. Vin tan solo frunció el ceño, mirando al rey obligador. Yomen era obviamente un hombre tranquilo, y quería parecer duro. ¿Cuánto era fingido?
—Puedes ver que está viva, como prometí —le dijo Yomen al soldado.
—¿Cómo sabemos que no es un kandra disfrazado? —preguntó el soldado.
—Puedes hacer tu pregunta —dijo Yomen.
—Lady Venture, ¿qué cenaste la noche antes de ir a la fiesta en la ciudad? —preguntó el soldado.
Era una buena pregunta. Un kandra la habría interrogado sobre momentos importantes, como su primer encuentro con Elend. Preguntar por una comida, sin embargo, era tan aleatorio que a ningún kandra se le habría ocurrido preguntárselo. Ahora, si Vin pudiera recordarlo…
Miró a Yomen. Este asintió: podía contestar.
—Huevos —respondió—. Huevos frescos que compré en la ciudad, durante una de mis rondas de espionaje.
El hombre asintió.
—Ya tienes tu respuesta, soldado —dijo Yomen—. Informa a tu rey de que su esposa sigue viva.
El soldado se retiró y el criado cerró la puerta. Vin permaneció sentada en el banco, esperando a que la amordazaran.
Yomen se quedó donde estaba, mirándola.
Vin le sostuvo la mirada. Finalmente, habló:
—¿Cuánto tiempo crees que podrás contener a Elend? Si sabes algo de él, comprenderás que primero es rey, y luego, hombre. Hará lo que tenga que hacer, aunque eso signifique mi muerte.
—Tarde o temprano, tal vez —contestó Yomen—. Sin embargo, por ahora, el empate es efectivo. Dicen que eres una mujer tosca, y agradezco la brevedad. Por tanto, seré sincero contigo. Mi propósito al capturarte no era usarte como elemento de presión contra tu esposo.
—Si es así, ¿por qué me capturaste entonces?
—Muy sencillo, lady Vin —dijo Yomen—. Te capturé para poder ejecutarte.
Si esperaba sorpresa por su parte, Vin no dio ninguna muestra de estar sorprendida. Tan solo se encogió de hombros.
—Parece un término innecesariamente formal. ¿Por qué no me cortaste el cuello cuando estaba drogada?
—Esta ciudad es un lugar de ley —contestó Yomen—. No matamos de manera indiscriminada.
—Es la guerra —repuso Vin—. Si esperas a «discriminar» antes de matar, tendrás a un montón de soldados infelices.
—Tu crimen no es de guerra, lady Venture.
—¿Ah, no? ¿Y puedo saber cuál es, entonces?
—El más sencillo de todos los crímenes. Asesinato.
Vin arqueó una ceja. ¿Había matado a algún pariente de este hombre? ¿Tal vez a uno de los nobles soldados del séquito de Cett, un año atrás, cuando atacó la Fortaleza Hasting?
Yomen la miró a los ojos, y Vin vio algo en ellos. Una repulsa que mantenía oculta tras una calma aparente. No, no había matado a ninguno de sus amigos ni parientes. Había matado a alguien mucho más importante para él.
—El lord Legislador —dijo.
Yomen se volvió.
—No puedes intentar juzgarme por eso —protestó Vin—. Es ridículo.
—No habrá ningún juicio. Yo soy la máxima autoridad en esta ciudad, y no necesito ninguna ceremonia que me dé direcciones ni permisos.
Vin hizo una mueca.
—Creí que habías dicho que este es un lugar de ley.
—Y yo soy esa ley —dijo Yomen tranquilamente—. Creo en dejar hablar a una persona antes de tomar mi decisión. Te daré tiempo para ordenar tus pensamientos…, sin embargo, los hombres que te vigilan tienen orden de matarte si les parece que te metes en la boca algo inadecuado.
Yomen se volvió para mirarla.
—Yo que tú, tendría mucho cuidado al comer o beber. Tus guardias pueden equivocarse por el bien de la seguridad, y saben que no los castigaré si te matan accidentalmente.
Vin vaciló, la copa de agua todavía entre los dedos.
Mátalo, susurró la voz de Ruina. Podrías hacerlo. Coge un arma de uno de los soldados y úsala contra Yomen.
Vin frunció el ceño. Ruina seguía empleando la voz de Reen; era familiar, algo que siempre había parecido parte de ella. Descubrir que pertenecía a esa cosa… era como descubrir que su reflejo pertenecía a otra persona, y que nunca se había visto de verdad a sí misma.
Ignoró la voz. No estaba segura de por qué Ruina quería intentar matar a Yomen. Después de todo, Yomen la había capturado: el rey obligador trabajaba del lado de Ruina. Además, Vin dudaba de su habilidad para causarle ningún daño. Encadenada, sin metales ofensivos… sería una necia si atacara.
Tampoco se fiaba de los comentarios de Yomen sobre mantenerla con vida para que pudiera «hablar» en su defensa. Preparaba algo. Sin embargo, no podía imaginar de qué se trataba. ¿Por qué dejarla con vida? Era un hombre demasiado astuto para no tener un motivo.
Sin ofrecer ningún atisbo de sus motivaciones, Yomen se dio la vuelta de nuevo y miró por la ventana.
—¡Lleváosla!