Una vez ella le preguntó a Ruina por qué la había escogido. La respuesta principal es sencilla. Tenía poco que ver con su personalidad, sus actitudes, o incluso con su habilidad alomántica.

Simplemente era la única niña que había podido encontrar que estaba en posición de conseguir el clavo hemalúrgico adecuado, un clavo que le concedería poderes ampliados con el bronce, y que entonces le permitirían sentir la localización del Pozo de la Ascensión. Tenía una madre loca, una hermana buscadora, y ella misma era una nacida de la bruma. Exactamente la combinación que Ruina buscaba.

Sin duda, había otros motivos. Aunque ni siquiera Ruina los conocía.

74

El día empezó sin brumas.

Elend contemplaba el amanecer en las alturas rocosas ante Ciudad Fadrex. Se sentía mucho mejor tras una noche de descanso, aunque notaba el cuerpo dolorido por la lucha, y el brazo le dolía por sus heridas, igual que el pecho, el lugar donde por descuido había permitido que un koloss lo golpeara. El enorme moratón habría dejado lisiado a otro hombre.

Los terrenos ante la ciudad estaban cubiertos de cadáveres de koloss, apilados en el pasillo que conducía a Fadrex. Toda la zona olía a muerte y sangre seca. Con mucha más frecuencia de lo que a Elend le hubiera gustado, el campo de cadáveres azules quedaba interrumpido por la piel más clara de un humano. Con todo, Fadrex había sobrevivido, aunque solo fuera por la inclusión de último minuto de varios miles de alománticos y la retirada final de los koloss.

¿Por qué se marcharon?, se preguntó Elend, agradecido pero frustrado. Y, tal vez, aún más importante, ¿adónde van?

Elend se volvió al oír pasos en la roca y vio a Yomen subiendo los empinados escalones para reunirse con él, jadeando un poco, todavía radiante con sus ropas de obligador. Nadie esperaba que luchase. Después de todo, era erudito y no guerrero.

Como yo, pensó Elend, sonriendo amargamente.

—Las brumas se han ido —dijo Yomen.

Elend asintió.

—De día y de noche.

—Los skaa huyeron a refugiarse cuando las brumas desaparecieron. Algunos todavía se niegan a salir de sus casas. Durante siglos, temían salir de noche a causa de ellas. Ahora que las brumas desaparecen, les parece tan innatural que vuelven a esconderse.

Elend se volvió para mirar. Las brumas habían desaparecido, pero la ceniza seguía cayendo. Y con fuerza. Los cadáveres caídos durante las horas de la noche estaban casi enterrados.

—¿El sol siempre ha sido tan caluroso? —preguntó Yomen, enjugándose la frente.

Elend frunció el ceño, advirtiendo por primera vez que en efecto hacía calor. Todavía era por la mañana temprano, pero parecía mediodía.

Algo sigue yendo mal, pensó. Muy mal. Peor. La ceniza ahogaba el aire, volaba en la brisa, lo cubría todo. Y el calor… ¿No debería hacer más frío con más ceniza revoloteando, bloqueando la luz del sol?

—Forma cuadrillas, Yomen —dijo Elend—. Que recojan los cadáveres y busquen heridos entre ese caos de ahí abajo. Luego, reúne a la gente y que empiecen a trasladarse a las cavernas de almacenaje. Diles a los soldados que estén preparados para… para algo. No sé qué.

Yomen frunció el ceño.

—Hablas como si no fueras a estar aquí para ayudarme.

Elend se volvió hacia el este.

—No estaré.

Vin se hallaba allí fuera, en alguna parte. Elend no comprendía por qué había dicho aquello sobre el atium, pero confiaba en ella. Tal vez pretendía distraer a Ruina con mentiras. Elend sospechaba que, en cierto modo, la gente de Fadrex le debía la vida. Había alejado a los koloss porque había descubierto algo, aunque él no pudiera imaginar qué era.

Siempre se queja de que no es una erudita, pensó, sonriendo para sí. Pero es solo porque carece de educación. Es el doble de aguda que la mitad de los «genios» que yo conocí durante mis días en la corte.

No podía dejarla sola. Tenía que encontrarla. Entonces…, bueno, no sabía qué hacer. ¿Encontrar a Sazed, tal vez? Fuera como fuese, Elend no podía hacer nada más en Fadrex. Se dispuso a bajar los escalones, con intención de encontrar a Ham y Cett. Sin embargo, Yomen lo cogió por el hombro.

Elend se volvió.

—Me equivoqué contigo, Venture —dijo Yomen—. Las cosas que dije eran inmerecidas.

—Me permitiste entrar en tu ciudad cuando mis hombres estaban rodeados por sus propios koloss —contestó Elend—. No me importa lo que dijeras de mí. Eres un buen hombre.

—Pero te equivocas con el lord Legislador. Está guiando todo esto.

Elend se limitó a sonreír.

—No me molesta que no creas —dijo Yomen, llevándose la mano a la frente—. He aprendido algo. El lord Legislador usa no creyentes y creyentes por igual. Todos somos parte de su plan. Toma.

Yomen se desprendió de la perla de atium de su frente.

—Mi última perla. Por si la necesitas —añadió.

Elend aceptó el trocito de metal, haciéndolo rodar entre sus dedos. Nunca había quemado atium. Durante años, su familia había supervisado la extracción minera, pero para cuando el propio Elend se convirtió en nacido de la bruma, ya había gastado lo que había podido conseguir, o se lo había dado a Vin para que lo quemara.

—¿Cómo lo hiciste, Yomen? —preguntó—. ¿Cómo conseguiste hacer que parecieras alomántico?

Soy alomántico, Venture.

—Pero no nacido de la bruma.

—No. Soy buscador…, un brumoso del atium.

Elend asintió. Creía que eso era imposible, pero ya resultaba difícil dar por hecho nada.

—¿El lord Legislador conocía tu poder?

Yomen sonrió.

—Se esforzó mucho en proteger algunos secretos.

Brumosos de atium, pensó Elend. Eso significa que también hay otros… brumosos de oro, brumosos de electrum. Aunque, ahora que lo pensaba, sería imposible encontrar (a brumosos de aluminio o duralumín), porque no podían usar sus metales sin poder quemar otros metales.

—El atium era demasiado valioso para usarlo poniendo a prueba a la gente en busca de poderes alománticos, de todas formas —dijo Yomen, volviéndose—. El poder nunca me pareció útil. ¿Cuántas veces tiene uno a la vez atium y el deseo de usarlo en unos pocos segundos? Coge esa perla y ve a buscar a tu esposa.

Elend vaciló un instante, luego guardó la perla de atium y bajó a darle a Ham algunas instrucciones. Unos minutos más tarde, surcaba el paisaje, haciendo todo lo posible para volar con las herraduras tal como Vin le había enseñado.