Ostentar el poder le hizo cosas extrañas a mi mente. En solo unos instantes, me familiaricé con el poder en sí, con su historia y con las formas en que podía ser utilizado.

Sin embargo, este conocimiento era diferente de la experiencia, o incluso de la habilidad de usar el poder. Por ejemplo, sabía mover un planeta en el cielo, pero no sabía dónde colocarlo para que no estuviera demasiado cerca ni demasiado lejos del Sol.

2

Como siempre, el día de TenSoon comenzó en la oscuridad. Sin duda, en parte se debía al hecho de que no tenía ojos. Podría haberlos creado: pertenecía a la Tercera Generación, lo cual significaba que era viejo incluso para un kandra. Había digerido suficientes cadáveres para saber ya cómo crear órganos sensoriales de manera intuitiva, sin un modelo que copiar.

Por desgracia, los ojos le habrían servido de poco. No tenía cráneo, y había descubierto que la mayoría de los órganos no funcionaban bien sin un cuerpo completo y un esqueleto que los sostuviera. Su propia masa aplastaría los ojos si se movía de forma equivocada, y resultaría muy difícil volverlos para ver.

No es que hubiera nada que mirar. TenSoon movió ligeramente su masa, agitándose dentro de su prisión. Su cuerpo era poco más que un grupo de músculos transparentes, como una masa de grandes caracoles o babosas, todos conectados entre sí, algo más maleables que el cuerpo de un molusco. Con concentración, podía disolver uno de los músculos y mezclarlo con otro, o hacer algo nuevo. No obstante, sin un esqueleto que utilizar, estaba impotente.

Volvió a agitarse en su celda. Su piel tenía sentido propio, una especie de gusto. Ahora mismo, notaba el hedor de su propio excremento en los lados de la cámara, pero no se atrevía a desconectar este sentido. Era una de sus escasas conexiones con el mundo que lo rodeaba.

En realidad, la «celda» no era más que un pozo cubierto con una reja. Apenas lo bastante grande para contener su masa. Sus captores le arrojaban comida desde arriba, y periódicamente vertían agua para hidratarlo y hacer que sus excrementos se vaciaran por un pequeño agujero de drenaje al fondo. Tanto este agujero como los de la reja cerrada de arriba eran demasiado pequeños para que pudiera deslizarse a través de ellos: el cuerpo de un kandra era flexible, pero incluso una pila de músculos podía contraerse hasta cierto punto.

La mayoría de la gente se habría vuelto loca por la tensión de estar confinada durante… ni siquiera sabía cuánto tiempo había sido. ¿Meses? Pero TenSoon tenía la Bendición de la Presencia. Su mente no cedería fácilmente.

A veces maldecía a la Bendición por impedirle el bendito alivio de la locura.

Concéntrate, se dijo. No tenía cerebro, no como los humanos, pero podía pensar. No lo comprendía. No estaba seguro de que ningún kandra lo hiciera. Tal vez los pertenecientes a la Primera Generación supieran más, pero si así fuera, no informaban a nadie.

No pueden mantenerte aquí eternamente, se dijo. El Primer Contrato dice…

Empezaba a dudar del Primer Contrato… o más bien que prestaran ninguna atención al Primer Contrato. Pero ¿podía echarles la culpa? TenSoon había roto el Contrato. Él mismo reconocía que había contravenido la voluntad de su amo y ayudado a otro en su lugar. Esta traición había terminado con la muerte de su amo.

Sin embargo, incluso ese acto vergonzoso era el menor de sus delitos. El castigo por romper un contrato era la muerte, y si los delitos cometidos por TenSoon se hubieran quedado ahí, los otros lo habrían matado y habrían acabado con todo. Por desgracia, había mucho más en juego. El testimonio de TenSoon (dado ante la Segunda Generación a puerta cerrada) había revelado un desliz mucho más peligroso, mucho más importante.

TenSoon había traicionado el secreto de su pueblo.

No pueden ejecutarme, pensó, usando la idea para mantenerse concentrado. No mientras no descubran a quién se lo confié.

El secreto. El valiosísimo secreto.

Nos he condenado a todos. A mi pueblo entero. Volveremos a ser esclavos. No, ya somos esclavos. Nos convertiremos en otra cosa: autómatas, nuestras mentes controladas por otros. Capturados y utilizados, nuestros cuerpos dejarán de pertenecernos.

Eso era lo que él había hecho, lo que había puesto potencialmente en movimiento. El motivo por el que merecía el encarcelamiento y la muerte. Y, sin embargo, deseaba vivir. Debería despreciarse a sí mismo. Pero, por algún motivo, seguía considerando que había hecho lo adecuado.

Volvió a agitarse, las masas de resbaladizos músculos rotaron unas sobre otras. Sin embargo, a medio movimiento se detuvo. Vibraciones. Alguien venía.

Se organizó, poniendo los músculos a los lados del pozo, formando una depresión en el centro de su cuerpo. Necesitaba capturar toda la comida que pudiera: lo alimentaban con muy poca. Sin embargo, ninguna papilla cayó por la reja. Esperó, expectante, hasta que la reja se abrió. Aunque no tenía oídos, pudo sentir las roncas vibraciones de la reja al ser retirada, el áspero hierro que finalmente se golpeaba contra el suelo de arriba.

¿Qué?

Lanzaron garfios. Se engancharon alrededor de sus músculos, agarrándolo y desgarrándole la carne mientras tiraban para sacarlo del pozo. Dolió. No solo los garfios, sino la súbita libertad cuando su cuerpo se desparramaba por el suelo de la prisión. Saboreó sin querer la tierra y la papilla seca. Sus músculos se estremecieron, el movimiento desencadenado de estar fuera de la celda parecía extraño, y él se esforzó, moviendo su masa de formas que casi había olvidado.

Entonces llegó. Pudo saborearlo en el aire. Ácido, denso y punzante, presumiblemente dentro de un cubo recubierto de oro que traían los vigilantes de la prisión. Después de todo, iban a matarlo.

¡Pero no pueden!, pensó. El Primer Contrato, la ley de nuestro pueblo, es…

Algo cayó sobre él. No ácido, sino algo duro. Lo tocó ansiosamente, los músculos se movieron unos contra otros saboreándolo, probándolo, sintiéndolo. Era redondo, con agujeros y varios bordes afilados…, un cráneo.

El hedor ácido se hizo más fuerte. ¿Lo estaban agitando? TenSoon se movió con rapidez, formándose alrededor del cráneo, llenándolo. Ya tenía algo de carne disuelta almacenada dentro de una bolsa parecida a un órgano. La sacó, y se filtró alrededor del cráneo para crear rápidamente piel. Dejó los ojos, trabajó en los pulmones, formó una lengua, ignoró los labios por el momento. Trabajó con desesperación mientras el sabor del ácido se hacía más potente, y entonces…

Aquello lo golpeó. Le quemó los músculos de un lado de su cuerpo, arrasó su masa, la disolvió. Al parecer, la Segunda Generación había renunciado a arrancarle sus secretos. Sin embargo, antes de matarlo, sabían que tenían que darle una oportunidad para hablar. El Primer Contrato lo requería, de ahí el cráneo. No obstante, era obvio que los guardias tenían órdenes de matarlo antes de que pudiera decir nada en su defensa. Seguían la forma de la ley, aunque al mismo tiempo ignoraban su intención.

Sin embargo, no advertían lo rápidamente que TenSoon podía trabajar. Pocos kandra habían pasado tanto tiempo con los contratos como él: todos los de la Segunda Generación, y la mayoría de los de la Tercera, hacía tiempo que se habían retirado del servicio. Vivían vidas fáciles aquí en la Tierra Natal.

Una vida fácil enseñaba muy poco.

La mayoría de los kandra tardaban horas en formar un cuerpo; los más jóvenes necesitaban días. Sin embargo, en cuestión de segundos, TenSoon tuvo una lengua rudimentaria. Mientras el ácido se movía por su cuerpo, produjo una tráquea, infló un pulmón y croó una sola palabra:

—¡Juicio!

El vertido cesó. Su cuerpo siguió ardiendo. Trabajó en medio del dolor, formando primitivos órganos auditivos dentro de la cavidad de su cráneo.

Una voz susurró cerca:

—Necio.

—¡Juicio! —repitió TenSoon.

—Acepta la muerte —susurró la voz—. No te pongas en situación de causar más daño a nuestro pueblo. ¡La Primera Generación te ha concedido esta oportunidad de morir por tus años de servicio extra!

TenSoon vaciló. Un juicio sería público. Hasta ahora, solo unos pocos escogidos conocían el alcance de su traición. Podía morir, maldito por haber roto el contrato, pero conservando cierto grado de respeto por su carrera anterior. En algún lugar, probablemente en un pozo de esta misma sala, los había que sufrían un cautiverio interminable, una tortura que acabaría rompiendo incluso las mentes de quienes habían sido dotados con la Bendición de la Presencia.

¿Acaso quería convertirse en uno de ellos? Al revelar sus acciones en un foro abierto, se ganaría el dolor eterno. Forzar un juicio sería una locura, pues no había ninguna esperanza de ser vindicado. Sus confesiones ya lo habían condenado.

Si hablaba, no sería para defenderse. Sería por otras razones.

—Juicio —repitió, apenas susurrándolo esta vez.