La hemalurgia puede utilizarse para robar poderes alománticos o feruquímicos y dárselos a otra persona. Sin embargo, un clavo hemalúrgico puede crearse matando a una persona normal, que no sea alomántica ni feruquímica. En ese caso, el clavo roba el poder mismo de Conservación que existe dentro del alma de la persona (el poder que, de hecho, da consciencia de sí mismo a todas las personas).

Un clavo hemalúrgico puede extraer este poder, y luego transferirlo a otro, concediendo así habilidades residuales similares a las alománticas. Después de todo, el cuerpo de Conservación (todo ser humano lleva una diminuta huella) es la misma esencia que impulsa la alomancia.

Y así, un kandra con la Bendición de la Potencia adquiere un poco de fuerza innata similar a quemar peltre. La Bendición de la Presencia concede capacidad mental del mismo modo, mientras que la Bendición de la Consciencia es la habilidad de sentir con mayor agudeza y la Bendición de la Estabilidad, tan raramente usada, proporciona fortaleza emocional.

38

A veces, Fantasma olvidaba que las brumas estaban allí. Para él se habían convertido en algo pálido y transparente. Casi invisible. Las estrellas del cielo ardían como un millón de candilejas que lo iluminaran. Era una belleza que solo él podía ver.

Se dio la vuelta y contempló los restos calcinados del edificio. Los obreros skaa removían cuidadosamente el caos. A Fantasma le resultaba difícil recordar que no podían ver bien en la oscuridad de la noche. Tenía que mantenerlos cerca unos de otros, trabajando tanto por el tacto como por la vista.

El olor, naturalmente, era terrible. Sin embargo, quemar peltre parecía ayudarle a mitigarlo. Tal vez la fuerza que le concedía ampliaba su habilidad de evitar reacciones no intencionadas, como sentir arcadas o toser. Durante su juventud, le había intrigado el emparejamiento del estaño y el peltre. Otras parejas alománticas eran opuestas: el acero empujaba los metales, el hierro tiraba de ellos. El cobre ocultaba a los alománticos, el bronce los descubría. El cinc inflamaba las emociones, el latón las contenía. Sin embargo, el estaño y el peltre no parecían opuestos: uno amplificaba el cuerpo, el otro los sentidos.

No obstante, eran opuestos. El estaño hacía que su sentido del tacto fuera tan agudo que cada paso que daba llegó a resultarle incómodo. El peltre amplificaba su cuerpo, haciéndolo resistente al dolor… y por eso, cuando caminaba entre las ruinas ennegrecidas, los pies no le dolían tanto. Del mismo modo, donde la luz antes lo cegaba, el peltre le permitía soportarla mucho más tiempo antes de necesitar su venda.

Ambos opuestos, y a la vez complementarios… como las otras parejas de metales alománticos. Se sentía bien teniéndolos uno al lado del otro. ¿Cómo habría sobrevivido sin el peltre? Había sido un hombre con solo media habilidad. Ahora estaba completo.

Y, sin embargo, se preguntaba cómo sería tener también los otros poderes. Kelsier le había concedido el peltre. ¿Podría, tal vez, bendecir también a Fantasma con hierro y acero?

Un hombre se dirigía a la hilera de trabajadores. Se llamaba Franson; era el que había pedido a Fantasma que rescatara a su hermana. Solo faltaba un día para la ejecución. La niña pronto sería arrojada a un edificio en llamas, pero Fantasma estaba ideando formas de impedirlo. No había mucho que pudiera hacer en estos momentos. Así que, mientras tanto, Franson y sus hombres cavaban.

Había pasado ya algún tiempo desde que Fantasma había ido a espiar al Ciudadano y sus consejeros. Había compartido con Sazed y Brisa la información conseguida, y ellos parecieron agradecidos. Sin embargo, con la seguridad reforzada en torno al hogar del Ciudadano, le sugirieron que era una locura arriesgarse a seguir espiando hasta que hubieran trazado sus planes para la ciudad. Fantasma había aceptado su guía, aunque se notaba cada vez más ansioso. Echaba de menos ver a Beldre, la muchacha silenciosa de ojos solitarios.

No la conocía. No podía engañarse de lo contrario. Sin embargo, cuando se encontraron y hablaron aquella única vez, ella no gritó ni lo traicionó. Parecía intrigada por él. Eso era una buena señal, ¿no?

¡Idiota!, pensó. ¡Es la hermana del Ciudadano! Hablar con ella casi hizo que te mataran. Céntrate en lo que debes.

Fantasma observó el trabajo durante un rato más. Por fin, Franson, sucio y agotado, se le acercó.

—Mi señor, hemos revisado esta sección cuatro veces ya. Los hombres del sótano han retirado toda la basura y la ceniza, y han rebuscado dos veces. Lo que hubiera que encontrar, ya lo hemos encontrado.

Fantasma asintió. Franson probablemente tenía razón. Fantasma sacó una bolsita, y se la tendió a Franson. La bolsa tintineó, y el hombretón skaa arqueó una ceja.

—La paga para los otros hombres —dijo Fantasma—. Han trabajado aquí durante tres noches.

—Son amigos, mi señor. Solo quieren rescatar a mi hermana.

—Págales de todas formas —repuso Fantasma—. Y diles que se gasten las monedas en comida y suministros sin pérdida de tiempo… antes de que Quellion prohíba el dinero en la ciudad.

—Sí, mi señor —acató Franson. Luego miró hacia un lado, donde un pasamanos casi carbonizado seguía en pie. Ahí era donde los trabajadores habían colocado los objetos que habían localizado entre los escombros: nueve cráneos humanos. A la luz de las estrellas, proyectaban sombras extrañas. Sonreían, quemados y ennegrecidos.

—Mi señor —dijo Franson—. ¿Puedo preguntar el sentido de todo esto?

—Vi arder este edificio —contestó Fantasma—. Estuve aquí cuando condujeron a esa pobre gente a la mansión y los encerraron. No pude hacer nada.

—Yo… lo siento, mi señor.

Fantasma sacudió la cabeza.

—Ya pasó. Sin embargo, hay algo que sus muertes pueden enseñarnos.

—¿Mi señor?

Fantasma contempló los cráneos. El día en que había visto arder este edificio, la primera vez que fue testigo de las ejecuciones del Ciudadano, Durn le había dicho algo. Fantasma quería información sobre las debilidades del Ciudadano, algo que le ayudara a derrotarlo. Durn solo había dicho una cosa en respuesta a esto.

Cuenta los cráneos.

Fantasma nunca había tenido ninguna oportunidad de estudiar esa pista. Sabía que Durn posiblemente se explicaría si lo presionaba, pero ambos parecían comprender algo importante. Fantasma necesitaba verlo por sí mismo. Necesitaba saber qué estaba haciendo el Ciudadano.

Y ahora lo sabía.

—Metieron aquí a diez personas para que murieran, Franson —explicó Fantasma—. Diez personas. Nueve cráneos.

El hombre frunció el ceño.

—¿Qué nos dice eso?

—Nos dice que hay un modo de liberar a tu hermana.

—No estoy seguro de cómo interpretar esto, lord Brisa —dijo Sazed. Estaban sentados a la mesa en uno de los bares skaa de Urteau. El alcohol fluía libremente, y los obreros skaa abarrotaban el lugar, a pesar de la oscuridad y las brumas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Brisa. Estaban sentados a una mesa, solos; aunque Goradel y tres de sus hombres ocupaban la mesa de al lado, vestidos de paisano.

—Esto me parece muy extraño —dijo Sazed—. Que los skaa tengan sus propios bares ya es de por sí bastante raro. Pero ¿que salgan de noche?

Brisa se encogió de hombros.

—Tal vez su miedo a la noche fuera más producto de la influencia del lord Legislador que de las brumas. Con sus tropas en las calles en busca de ladrones, había otros motivos aparte de la bruma para quedarse en casa de noche.

Sazed negó con la cabeza.

—He investigado estas cosas, lord Brisa. El temor de los skaa a las brumas era una superstición muy arraigada: formaba parte de sus vidas. Y Quellion la ha roto en poco más de un año.

—¡Oh!, pienso que pudo haber sido cosa del vino y la cerveza —advirtió Brisa—. Te sorprendería lo que es capaz de hacer la gente por embriagarse a base de bien.

Sazed miró la copa de Brisa, que se había aficionado bastante a los bares skaa, a pesar de verse obligado a llevar ropas muy mundanas. Naturalmente, las ropas quizá ya no fueran una necesidad. Si la ciudad tenía un sistema de transmisión de rumores medio decente, la gente habría conectado a Brisa con los visitantes que se habían reunido con Quellion unos días atrás. Y, ahora que Sazed había venido al bar, las sospechas se habrían confirmado. Era imposible ocultar la identidad de Sazed. Su nacionalidad era obvia. Era demasiado alto, demasiado calvo, y tenía la típica cara alargada de Terris con los hombros caídos y los lóbulos de las orejas estirados por la aplicación de numerosos pendientes.

El momento del anonimato había pasado, aunque Brisa lo había aprovechado bien. Durante los pocos días en que la gente no sabía quién era, había conseguido establecer contactos y buenas relaciones con los bajos fondos de la zona. Ahora, Sazed y él podían sentarse y disfrutar de una copa tranquila sin llamar demasiado la atención. Brisa, por supuesto, podía estar aplacando a la gente para conseguirlo, pero aun así Sazed estaba impresionado. Para ser tan aficionado como lo era a la alta sociedad, Brisa hacía un magnífico trabajo relacionándose con los obreros skaa corrientes.

Un grupo de hombres se rio en la mesa de al lado, y Brisa sonrió, luego se levantó y se acercó a ellos. Sazed se quedó donde estaba, con una jarra de vino intacta en la mesa. En su opinión, había un motivo obvio por el que los skaa ya no temían internarse en las brumas. Sus supersticiones habían sido superadas por algo más fuerte: Kelsier, a quien ahora llamaban Señor de las Brumas.

La Iglesia del Superviviente se había extendido mucho más de lo que Sazed esperaba. No estaba organizada del mismo modo en Urteau que en Luthadel, y su objetivo parecía ser diferente, pero seguía quedando el hecho de que los hombres adoraban a Kelsier. De hecho, las diferencias eran parte de lo que hacía que todo el fenómeno resultara fascinante.

¿Qué me estoy perdiendo?, pensó Sazed. ¿Cuál es la conexión?

Las brumas mataban. Sin embargo, esta gente se internaba en ellas. ¿Por qué no sentían pavor?

Eso no es problema mío, se dijo Sazed. Tengo que seguir concentrado. He descuidado los estudios de las religiones de mi cartapacio. Estaba a punto de terminar, y eso le preocupaba. Hasta ahora, todas las religiones habían demostrado estar llenas de inconsistencias, contradicciones y defectos lógicos. Le preocupaba cada vez más que, a pesar de los cientos de religiones que tenía en sus mentes de metal, nunca pudiera encontrar la verdad.

Un gesto de Brisa lo distrajo. Sazed se levantó, obligándose a no mostrar la desesperación que sentía, y se acercó a la mesa. Los hombres le hicieron sitio.

—Gracias —dijo Sazed, sentándose.

—Olvidaste tu copa, amigo terrisano —señaló uno de los hombres.

—Mis disculpas —contestó Sazed—. Nunca he sido aficionado a la bebida. Por favor, no os ofendáis. Vuestra considerada invitación ha sido debidamente apreciada.

—¿Siempre habla así? —preguntó uno de los hombres, mirando a Brisa.

—Nunca habías visto a un terrisano, ¿verdad? —preguntó otro.

Sazed se ruborizó, y Brisa se echó a reír y le apoyó una mano en el hombro.

—Muy bien, caballeros. Os he traído al terrisano, como pedisteis. Adelante, haced vuestras preguntas.

Había seis hombres a la mesa, todos trabajadores de las minas, por lo que Sazed podía ver. Uno de los hombres se inclinó hacia delante, las manos cruzadas, los nudillos despellejados por la roca.

—Brisa nos ha dicho un montón de cosas —observó el hombre en voz baja—. Pero la gente como él siempre hace promesas. Quellion decía lo mismo hace un año, cuando se hizo con el control tras la marcha de Straff Venture.

—Sí —respondió Sazed—. Comprendo vuestro escepticismo.

—Por eso queríamos hablar contigo —dijo otro de los hombres—. Tal vez tú seas distinto, o tal vez nos mientas. Pero es mejor escuchar a un terrisano que a un aplacador.

Brisa parpadeó y reveló un atisbo de sorpresa. Al parecer, no se había dado cuenta de que ellos eran conscientes de sus habilidades.

—Haced vuestras preguntas —dijo Sazed.

—¿Por qué habéis venido a esta ciudad? —preguntó uno de los hombres.

—Para tomar el control.

—¿Por qué os interesa? —preguntó otro—. ¿Por qué el hijo de Venture quiere Urteau?

—Por dos motivos —contestó Sazed—. Primero, por los recursos que ofrece. No puedo entrar en detalles, pero basta decir que vuestra ciudad es muy deseable por motivos económicos. El segundo motivo, no obstante, es igualmente importante. Lord Elend Venture es uno de los mejores hombres que he conocido jamás. Cree que puede hacerlo mejor para este pueblo que el gobierno actual.

—Eso no sería difícil —gruñó uno de los hombres.

Otro sacudió la cabeza:

—¿Qué? ¿Quieres devolver la ciudad a los Venture? ¿Un año, y ya has olvidado las cosas que Straff solía hacer en esta ciudad?

—Elend Venture no es su padre —dijo Sazed—. Es un hombre digno de ser seguido.

—¿Y la gente de Terris? —preguntó uno de los skaa—. ¿Lo siguen?

—En cierto modo —respondió Sazed—. En su momento, mi pueblo intentó autogobernarse, como vosotros ahora. Sin embargo, comprendieron las ventajas de una alianza. Mi pueblo se ha trasladado al Dominio Central, y aceptan la protección de Elend Venture.

Naturalmente, pensó Sazed, preferirían seguirme a mí. Si yo quisiera ser su rey.

En la mesa todos guardaron silencio.

—No sé —vaciló uno de los hombres—. ¿De qué nos sirve estar aquí hablando de esto? Quiero decir, Quellion está al mando, y estos desconocidos no tienen un ejército para arrebatarle el trono. ¿Qué sentido tiene?

—El lord Legislador cayó ante nosotros cuando no teníamos ningún ejército —recordó Brisa—, y el propio Quellion arrebató el gobierno a un noble. Los cambios pueden producirse.

—No estamos intentando formar un ejército ni una rebelión —añadió rápidamente Sazed—. Solo queremos que empecéis… a pensar. A hablar con vuestros amigos. Está claro que sois hombres influyentes. Tal vez si Quellion se entera del descontento de su pueblo, empezará a cambiar sus costumbres.

—Tal vez —soltó uno de los hombres.

—No necesitamos a estos forasteros —repitió el otro hombre—. El Superviviente de las Llamas ha venido a encargarse de Quellion.

Sazed parpadeó. ¿El Superviviente de las Llamas? Captó una sonrisa astuta en los labios de Brisa; al parecer, el aplacador había escuchado antes el término, y ahora miraba a Sazed en busca de una reacción.

—El Superviviente no entra en esto —dijo uno de los hombres—. No puedo creer que estemos pensando siquiera en una rebelión. ¡La mayor parte del mundo es un caos, si hacemos caso de los informes! ¿No deberíamos contentarnos con lo que tenemos?

¿El Superviviente?, pensó Sazed. ¿Kelsier? Pero parecen haberle dado un nuevo título. ¿El Superviviente de las Llamas?

—Estás empezando a retorcerte, Sazed —susurró Brisa—. Bien puedes preguntar. Preguntar no hace daño, ¿no?

—¿El… Superviviente de las Llamas? —preguntó entonces Sazed—. ¿Por qué llamáis así a Kelsier?

—A Kelsier no —respondió uno de los hombres—. Al otro Superviviente. El nuevo.

—El Superviviente de Hathsin vino a derrocar al lord Legislador. ¿No podemos asumir que el Superviviente de las Llamas ha venido a derrocar a Quellion? —dijo otro—. Tal vez deberíamos escuchar a estos hombres.

—Si el Superviviente ha venido a derrocar a Quellion, no necesitará la ayuda de estos tipos. Ellos solo quieren quedarse con la ciudad.

—Disculpadme —dijo Sazed—. Pero… ¿podríamos conocer a este nuevo Superviviente?

Los hombres compartieron una mirada.

—Por favor —insistió Sazed—. Fui amigo del Superviviente de Hathsin. Me gustaría mucho conocer a un hombre a quien consideráis digno de la estatura de Kelsier.

—Mañana —dijo uno de los hombres—. Quellion intenta mantener la fecha en secreto, pero lo sabemos. Habrá ejecuciones cerca del mercado. Estad allí.