Apenas empiezo a comprender la brillantez de la síntesis cultural del lord Legislador. Uno de los beneficios que le permitía ser inmortal y, a todos los efectos relevantes, omnipotente era una influencia directa y efectiva sobre la evolución del Imperio Final.

Consiguió tomar elementos de una docena de culturas diferentes y aplicarlos a su nueva sociedad «perfecta». Por ejemplo, la destreza arquitectónica de los constructores de Khlennium se manifiesta en las fortalezas de los grandes nobles. El sentido de la moda khlenni (trajes para los hombres, vestidos para las damas) es otra cosa que el lord Legislador consideró apropiado.

Sospecho que, a pesar de su odio hacia el pueblo de Khlennium, al que pertenecía Alendi, Rashek también sentía por ellos una profunda envidia. Los terrisanos de la época eran sencillos pastores; los khlenni, cultos cosmopolitas. Por irónico que parezca, es lógico que el nuevo imperio de Rashek imitara la alta cultura del pueblo que odiaba.

26

Fantasma se encontraba en su cubil de una sola habitación, una habitación que, por supuesto, era ilegal. El Ciudadano prohibía ese tipo de lugares donde un hombre podía vivir sin dar explicaciones, sin ser vigilado. Por fortuna, prohibir esos sitios no los eliminaba.

Solo los hacía más caros.

Fantasma tenía suerte. Apenas recordaba haber saltado del edificio en llamas, con seis frascos alománticos en las manos, tosiendo y sangrando. No recordaba haber vuelto a su cubil. Probablemente debería estar muerto. Incluso tras sobrevivir a los incendios, deberían haberlo traicionado: si el propietario de este pequeño alojamiento clandestino hubiera descubierto quién era Fantasma y de qué huía, la promesa de recompensa habría sido irresistible.

Pero Fantasma había sobrevivido. Tal vez los otros ladrones del cubil pensaran que le había salido mal algún robo. O tal vez simplemente les traía sin cuidado. Sea como fuere, podía plantarse delante del espejito del cuarto, sin la camisa, y mirarse asombrado la herida.

Estoy vivo, pensó. Y… me siento bastante bien.

Se desperezó e hizo girar el brazo. La herida dolía bastante menos de lo que debería. A la tenue luz, pudo ver el corte, cubierto por una cicatriz y ya curándose. El peltre le ardía en el estómago, un hermoso complemento a la familiar llama del estaño.

Fantasma era algo que no debería existir. En la alomancia, la gente tenía uno de los ocho poderes básicos, o tenía los catorce. Uno o todos. Nunca dos. Sin embargo, él había intentado quemar sin éxito los otros metales. De algún modo, solo le habían dado el peltre para complementar su estaño. Por sorprendente que eso pudiera resultar, había algo aún más extraño.

Había visto el espíritu de Kelsier. El Superviviente había regresado y se había manifestado ante Fantasma.

Fantasma no tenía ni idea de cómo reaccionar ante ese hecho. No era especialmente religioso, pero…, bueno, un muerto (a quien algunos consideraban un dios) se le había aparecido y le había salvado la vida. Le preocupaba que todo hubiera sido una alucinación. Aunque, si así fuera, ¿cómo había conseguido el poder del peltre?

Sacudió la cabeza, palpando sus vendajes; enseguida se detuvo al ver que algo destellaba en el reflejo del espejo. Se acercó más, confiando, como siempre, en que la luz de las estrellas del exterior proporcionara iluminación. Con sus extremos sentidos de estaño, era fácil ver el trocito de metal que asomaba en la piel de su hombro, aunque solo sobresaliera una fracción de pulgada.

La punta de la espada de ese hombre, advirtió Fantasma, la que me atravesó. Se rompió… La punta debe de haberse quedado clavada en mi piel. Apretó los dientes, y se dispuso a arrancarla.

—¡No! —exclamó Kelsier—. Déjala. Es un signo de tu supervivencia, como la herida que llevas.

Fantasma se sobresaltó. Miró alrededor, pero esta vez no había ninguna aparición. Solo la voz. Sin embargo, estaba seguro de haberla oído.

—¿Kelsier? —preguntó, vacilante.

No hubo respuesta.

¿Me estoy volviendo loco?, se preguntó Fantasma. ¿O… es como enseña la Iglesia del Superviviente? ¿Podía ser que Kelsier se hubiera convertido en algo más grande, algo que cuidaba a sus seguidores? En ese caso, ¿Kelsier lo cuidaba siempre? Eso parecía un poco… inquietante. Sin embargo, si le concedía el poder del peltre, ¿quién era él para quejarse?

Fantasma se volvió y se puso la camisa, estirando de nuevo el brazo. Necesitaba información. ¿Cuánto tiempo había estado delirando? ¿Qué hacía Quellion? ¿Habían llegado ya los otros miembros de la banda?

Apartó de su mente aquellas extrañas visiones y salió a la oscura calle. Como cubil, no era gran cosa: una habitación tras una puerta oculta en la pared de una callejuela de los suburbios. Con todo, era mejor que vivir en una de las casas abarrotadas que fue dejando atrás mientras caminaba por la oscura ciudad, cubierta de bruma.

Al Ciudadano le gustaba fingir que todo era perfecto en su pequeña utopía, pero a Fantasma no le sorprendió descubrir que tenía suburbios, igual que todas las otras ciudades que había visitado. Había mucha gente en Urteau a la que, por un motivo u otro, no le gustaba vivir en las partes de la ciudad donde el Ciudadano pudiera vigilarlos. Esa gente se había congregado en un sitio conocido como las Gradas, un canal particularmente abarrotado lejos de las zanjas principales.

Las Gradas estaba repleto de una desordenada masa de madera, tela y cuerpos. Las chabolas se apoyaban contra chabolas, los edificios lo hacían de manera precaria contra la tierra y la roca, y todo se amontonaba sobre sí mismo, arrastrándose por las murallas del canal hacia el oscuro cielo. La gente dormía en todos los rincones solo bajo una sábana sucia extendida entre dos trozos de residuos urbanos, su miedo a las brumas de todo un milenio daba paso a la simple necesidad.

Fantasma recorrió el abarrotado canal. Algunas de las pilas de edificios desvencijados se alzaban tanto que el cielo se reducía a una mera rendija en lo alto, con demasiado poco brillo para ser de ninguna utilidad a los ojos de nadie más que de Fantasma.

Tal vez el caos fuera el motivo por el que el Ciudadano prefería no visitar las Gradas. O, tal vez, simplemente esperaba a limpiarlos y tener mejor control sobre su reino. Sea como fuere, su estricta sociedad, mezclada con la pobreza que generaba, daba pie a una cultura de la noche curiosamente abierta. El lord Legislador había patrullado las calles; el Ciudadano, sin embargo, predicaba que las brumas eran de Kelsier… y por eso difícilmente podía prohibir que nadie se internara en ellas. Urteau era el primer lugar en la experiencia de Fantasma donde una persona podía transitar por una calle a medianoche y encontrar una taberna abierta que sirviera bebidas. Entró en una, arrebujado en la capa. No había una barra propiamente dicha, solo un grupo de hombres sucios sentados alrededor de una hoguera excavada en el suelo. Había otros sentados en taburetes o en cajas en los rincones. Fantasma encontró una caja vacía y se sentó.

Entonces cerró los ojos y se puso a escuchar, filtrando las conversaciones. Podía oírlas todas, desde luego, aun con los tapones puestos. Ser un ojo de estaño no era tanto lo que podías oír, sino lo que podías ignorar.

Unos pasos sonaron cerca de él, y abrió los ojos. Un hombre con pantalones cosidos con una docena de hebillas y cadenas distintas se detuvo ante Fantasma y plantó una botella en el suelo.

—Todo el mundo bebe —le dijo—. Tengo que pagar para mantener caliente este sitio. Aquí nadie se sienta gratis.

—¿Qué tienes? —preguntó Fantasma.

El dueño de la taberna le dio una patadita a la botella.

—Cosecha especial de la Casa Venture. Cincuenta años. Valía doscientos cuartos la botella.

Fantasma sonrió y sacó un pek, una moneda acuñada por el Ciudadano que valía una fracción de un clip de cobre. Una combinación de colapso económico y la desaprobación del lujo por parte del Ciudadano significaba que una botella de vino que antes costaba cientos de cuartos ahora prácticamente no valía nada.

—Tres por la botella —dijo el tabernero, extendiendo la mano.

Fantasma sacó dos monedas más. El tabernero dejó la botella en el suelo, y Fantasma la recogió. No le habían ofrecido ni sacacorchos ni copa; probablemente ambas cosas le costarían un extra, aunque esta añada de vino tenía un tapón de corcho que sobresalía unas cuantas pulgadas del borde de la botella. Fantasma la miró.

Me pregunto…

El peltre ardía lentamente, no avivaba como el estaño. Lo suficiente para ayudarle a combatir la fatiga y el dolor. De hecho, daba tan buen resultado que casi había olvidado su herida durante el paseo hasta el bar. Removió un poco el peltre, y el resto del dolor de la herida desapareció. Entonces agarró el corcho y lo sacó de un rápido tirón. El corcho se soltó de la botella con apenas un atisbo de resistencia.

Fantasma hizo a un lado el tapón. Creo que me va a gustar esto, pensó con una sonrisa.

Tomó un sorbo de vino directamente de la botella, mientras trataba de oír alguna conversación interesante. Lo habían enviado a Urteau a recopilar información, y no serviría de mucha ayuda a Elend y los demás si permanecía tumbado en la cama. Docenas de conversaciones apagadas resonaban en el recinto, la mayoría de ellas broncas. Este no era el tipo de lugar donde se encontraban hombres leales al gobierno local… y precisamente por eso Fantasma se había dirigido a las Gradas en primer lugar.

—Dicen que va a deshacerse de las monedas —susurraba un hombre junto a la hoguera principal—. Está haciendo planes para recaudarlas todas y guardarlas en su tesoro.

—¡Menudo disparate! —replicó otra voz—. Ha mandado acuñar sus propias monedas… ¿Por qué retirarlas ahora?

—Es cierto —confirmó la primera voz—. Yo mismo le he visto decir esas cosas. Que los hombres no tendrían que recurrir al dinero…, que podríamos poseerlo todo sin tener que comprar y vender.

—El lord Legislador nunca dejó que los skaa tuvieran monedas —gruñó otra voz—. Parece que, cuanto más tiempo lleva en el poder el viejo Quellion, más se parece a esa rata que el Superviviente mató.

Fantasma arqueó una ceja y echó otro trago de vino. Vin, y no Kelsier, había matado al lord Legislador. Sin embargo, Urteau estaba lejos de Luthadel. Probablemente, ni siquiera se enteraron de la caída del lord Legislador hasta semanas después de consumado el hecho. Fantasma pasó a otra conversación, buscando a quienes hablaban en furtivos susurros. Encontró exactamente lo que buscaba en un par de hombres que compartían una botella de buen vino sentados en un rincón en el suelo.

—Ya ha catalogado a casi todo el mundo —susurró uno de ellos—. Pero no ha terminado todavía. Tiene a esos escribas suyos, los genealogistas. Hacen preguntas, interrogan a vecinos y amigos, tratando de remontarse a cinco generaciones en busca de sangre noble.

—Pero solo mata a quienes tienen nobles hasta en dos generaciones atrás.

—Va a producirse una división —susurró la otra voz—. Todo hombre que sea puro cinco generaciones atrás podrá servir en el gobierno. Los demás lo tendrán prohibido. En esta época, cualquier hombre podría ganar un montón de dinero si pudiera ayudar a la gente a ocultar ciertos hechos de su pasado.

¡Humm!, pensó Fantasma, tomando un sorbo de vino. Extrañamente, el alcohol no parecía afectarle mucho. El peltre, advirtió. Refuerza el cuerpo, lo hace más resistente a dolores y heridas. ¿Evitará también la embriaguez?

Sonrió. La capacidad de beber y no emborracharse: una ventaja del peltre de la que nadie le había hablado. Tenía que haber un modo de usar esa habilidad.

Volvió su atención a otros clientes del bar, buscando información útil. Otra conversación trataba del trabajo en las minas. Fantasma sintió un escalofrío y un retortijón al recordar. Los hombres hablaban de una mina de carbón, no de oro, pero los gruñidos eran los mismos. Derrumbamientos. Gases peligrosos. Aire sofocante y capataces despiadados.

Esa habría sido mi vida, pensó Fantasma. Si Clubs no hubiera venido a por mí.

Hasta el día de hoy, seguía sin comprender. ¿Por qué había viajado Clubs hasta tan lejos, hasta los remotos confines orientales del Imperio Final, para rescatar a un sobrino al que no conocía? Sin duda, en Luthadel habría jóvenes alománticos que también merecían su protección.

Clubs había gastado una fortuna, recorrido una gran distancia en un imperio donde los skaa tenían prohibido salir de sus ciudades natales, y se había arriesgado a ser traicionado por el padre de Fantasma. Por eso se había ganado la lealtad de un chico salvaje de la calle que, hasta entonces, había vivido sin una figura autoritaria que tratara de controlarlo.

¿Cómo sería?, pensó Fantasma. Si Clubs no hubiera venido a por mí, yo jamás habría formado parte de la banda de Kelsier. Podría haber ocultado mi alomancia y haberme negado a emplearla. Podría haber ido simplemente a las minas, y vivido como cualquier otro skaa.

Los hombres se apiadaron de las muertes de varios que habían caído en un derrumbe. Parecía que, para ellos, poco habían cambiado las cosas desde los días del lord Legislador. La vida de Fantasma habría sido como la de ellos. Estaría en aquellos páramos del este, viviendo entre el polvo cuando estuviera al aire libre, trabajando en confines abarrotados el resto del tiempo.

Parecía que la mayor parte de su vida Fantasma había sido un copo de ceniza, empujado por cualquier viento fuerte que encontraba en su camino. Había ido adonde le decían que fuera, hecho lo que querían que hiciera. Incluso como alomántico, Fantasma había vivido su vida como un don nadie. Los otros habían sido grandes hombres. Kelsier había organizado una revolución imposible. Vin había abatido al mismísimo lord Legislador. Clubs había dirigido los ejércitos de la revolución, y se había convertido en el principal general de Elend. Sazed era guardador, había conservado el conocimiento de siglos. Brisa había movido a oleadas de gente con su astuta lengua y su poder aplacador, y Ham era un poderoso soldado. Pero Fantasma simplemente había sido testigo y no había hecho realmente nada.

Hasta el día en que huyó, dejando que Clubs muriera.

Fantasma suspiró y alzó la cabeza.

—Solo quiero ayudar —susurró.

—Puedes hacerlo —dijo la voz de Kelsier—. Puedes ser grande. Como yo lo fui.

Sobresaltado, Fantasma miró alrededor. Pero nadie más parecía haber oído aquella voz. Se echó hacia atrás en su asiento, incómodo. Sin embargo, las palabras tenían sentido. ¿Por qué siempre se menospreciaba tanto? Cierto, Kelsier no lo había escogido para que fuera miembro de la banda, pero ahora el mismísimo Superviviente se le había aparecido y le había concedido el poder del peltre.

Podría ayudar a la gente de esta ciudad, pensó. Como Kelsier ayudó a la de Luthadel. Podría hacer algo importante: llevar Urteau al imperio de Elend, entregarle el depósito de suministros además de la lealtad del pueblo.

Hui una vez. No tengo por qué volver a hacerlo. ¡No lo volveré a hacer!

Olores a vino, cuerpos, ceniza y moho flotaban en el aire. Fantasma podía sentir el mismo grano del taburete en el que estaba sentado a través de sus ropas, los movimientos de la gente en el edificio que hacían vibrar y sacudir el terreno bajo sus pies. Y, con todo esto, el peltre ardía en su interior. Lo avivó, lo hizo fuerte junto con su estaño. La botella crujió en su mano, pues sus dedos presionaban con demasiada fuerza, aunque la soltó lo suficientemente rápido para que no se quebrara. Cayó al suelo, y la agarró en el aire con la otra mano, moviendo el brazo con cegadora velocidad.

Fantasma parpadeó, asombrado por la celeridad de sus propios movimientos. Entonces sonrió. Voy a necesitar más peltre, pensó.

—Es él.

Fantasma se quedó inmóvil. Varias de las conversaciones en la sala habían cesado, y para sus oídos, acostumbrados a la cacofonía, el creciente silencio fue extraño. Miró a un lado. Los hombres que hablaban de las minas miraban a Fantasma, hablando en voz baja porque probablemente asumían que no podía oírlos.

—Os digo que vi cómo lo reducían los guardias. Todo el mundo pensaba que estaba ya muerto antes de que lo quemaran.

Mala cosa, pensó Fantasma. No se consideraba lo suficientemente memorable para que la gente se fijara en él. Pero… claro, había atacado a un grupo de soldados en el mercado más poblado de la ciudad.

—Durn ha estado hablando de él —continuó la voz—. Dijo que era miembro de la banda del Superviviente…

Durn, pensó Fantasma. Así que sabe quién soy en realidad. ¿Por qué ha estado contando a la gente mis secretos? Creía que era más cuidadoso.

Fantasma se levantó con toda la naturalidad que pudo, y huyó en la noche.