Cabría preguntarse por qué Ruina no pudo utilizar a los inquisidores para que lo liberaran de su prisión. La respuesta es sencilla si se entiende cómo funciona el poder.
Antes de su muerte, el lord Legislador mantuvo un control demasiado firme sobre ellos para que Ruina pudiera controlarlos directamente. Sin embargo, aun después de la muerte del lord Legislador, ningún servidor de Ruina podría haberlo rescatado. El poder del Pozo era de Conservación, y un inquisidor solo podría haberlo tomado quitándose primero sus clavos hemalúrgicos. Eso, naturalmente, lo habría matado.
Por tanto, Ruina necesitó una forma mucho más indirecta de conseguir su propósito. Necesitaba alguien a quien no hubiera contaminado demasiado, pero a quien pudiera llevar de las riendas, manipulándolo con cuidado.
49
Sazed hizo una pequeña anotación en su diagrama, comparando medidas del curso de agua. Por lo que decía, el lord Legislador no había tenido que esforzarse mucho para crear el lago subterráneo. El agua fluía ya hacia la caverna. Los ingenieros del lord Legislador simplemente habían ensanchado los pasadizos, causando un flujo más firme y seguro que superó el desagüe natural.
El resultado fue un acuífero de buen tamaño. Unas máquinas en una caverna lateral resultaron ser un mecanismo para cubrir los desagües del fondo, posiblemente para impedir que la reserva de agua escapara, si algo sucedía al flujo que llegaba. Por desgracia, no había forma de bloquear la entrada.
Antes de que el lord Legislador creara la reserva, solo una pequeña cantidad de agua llegaba a la caverna. El resto fluía hacia lo que ahora eran las calles, llenando los canales. Así, Sazed supuso que, si podía impedir que el agua entrara en la caverna, podría volver a llenar los canales.
Necesito saber más sobre la presión del agua, pensó, para así poder proporcionar el peso suficiente para taponar la entrada. Le había parecido ver un libro sobre el tema en su mente de metal.
Se acomodó en su asiento y la decantó. El recuerdo floreció dentro de su cabeza mientras recuperaba una sección del texto: un índice que había creado con los títulos de los libros que tenía guardados. En cuanto recuperó el texto, las palabras fueron tan claras como si acabara de memorizarlas. Repasó la lista rápidamente, buscando el título que necesitaba. Cuando lo encontró, lo anotó en un papel. Entonces, volvió a guardar la lista en su mente de metal.
La experiencia era extraña. Después de guardar la lista, recordaba haber sacado el material… pero no lo que contenía el índice. Había un hueco en su mente. Solo las palabras escritas en el papel explicaban cosas que había sabido unos pocos segundos antes. Con ese título, podía recuperar el libro adecuado en su totalidad. Seleccionó los capítulos que quería, y luego volvió a guardar el resto en su mentecobre, para que no se estropeara.
Y, con esos capítulos, su conocimiento de la ingeniería era tan fresco como si acabara de leer y estudiar el libro. Calculó fácilmente los pesos y equilibrios adecuados que necesitaba para crear barreras que, según esperaba, devolverían el agua a las calles de arriba.
Trabajó solo, sentado ante un hermoso escritorio robado, con un farol que iluminaba la caverna a su alrededor. Incluso con el conocimiento proporcionado por las mentecobres, era un trabajo difícil, con muchos cálculos, no exactamente el tipo de investigación al que estaba acostumbrado. Por fortuna, las mentecobres de un guardador no se limitaban a sus propios intereses. Cada guardador mantenía todo el conocimiento. Sazed recordaba vagamente los años que había pasado escuchando y memorizando. Solo necesitaba conocer la información lo bastante bien para recordarla a muy corto plazo, y así poder verterla en una mentecobre. De esa forma, era a la vez uno de los hombres más sabios y más ignorantes que habían vivido jamás: había memorizado mucho, pero intencionadamente lo había olvidado todo.
De todas formas, tenía acceso a textos sobre ingeniería además de religión. Saber sobre esas cosas no lo convertía en un arquitecto o un matemático brillante, pero le daba suficiente competencia para llegar a ser mucho mejor que un profano.
Y, mientras trabajaba, le resultaba cada vez más difícil negar que la erudición era algo en lo que destacaba. No era un líder. No era un embajador. Aunque servía como embajador jefe de Elend, se había pasado gran parte del tiempo repasando las religiones. Ahora, cuando debería estar dirigiendo el equipo de Urteau, dejaba que Fantasma asumiera cada vez más liderazgo.
Sazed era un hombre de investigación y de letras. Era feliz con sus estudios. Aunque la ingeniería no fuera una materia con la que disfrutara especialmente, la verdad era que prefería estudiar, fuera cual fuese el tema, a hacer otra cosa. ¿Es vergonzoso ser el hombre al que gusta proporcionar información para los demás, en vez de ser el que tiene que usar esa información?
El golpe de un bastón en el suelo anunció la llegada de Brisa. El aplacador no necesitaba bastón para caminar, pero le gustaba llevar uno para parecer más caballeresco. De todos los ladrones skaa que Sazed había conocido, Brisa era con diferencia quien mejor imitaba a los nobles.
Sazed tomó rápidamente unas cuantas notas más, y luego devolvió los capítulos sobre la presión del agua a su mentecobre. No hacía falta que se deterioraran mientras hablaba con Brisa. Porque, por supuesto, Brisa querría hablar. Y, en efecto, en cuanto se sentó a la mesa de Sazed, echó un vistazo a los diagramas y arqueó una ceja.
—Eso está quedando muy bien, mi querido amigo. Tal vez hayas perdido tu vocación.
Sazed sonrió.
—Eres muy amable, lord Brisa, aunque me temo que un ingeniero consideraría que este plan es horrible. Con todo, creo que será suficiente.
—Entonces, ¿crees que podrás hacerlo? ¿Conseguir que las aguas fluyan como pidió el muchacho? ¿Es posible?
—¡Oh!, es bastante posible —dijo Sazed—. La dificultad es mi experiencia, no la plausibilidad de la tarea. Las aguas llenaron una vez esos canales, y pueden volver a hacerlo. De hecho, creo que su regreso será mucho más espectacular que la corriente original. Antes, gran parte del agua se desviaba ya por estas cavernas. Yo debería poder bloquearla en su mayoría y devolverla a la superficie con bastante potencia. Naturalmente, si lord Fantasma desea que los canales sigan fluyendo, tendremos que dejar que parte del agua vuelva a escapar hacia aquí. Los canales en general no tienen mucha corriente, sobre todo en una zona donde hay muchas compuertas.
Brisa arqueó una ceja.
—De hecho —continuó Sazed—, los canales son mucho más fascinantes de lo que cabría esperar. Pongamos, por ejemplo, los métodos para transformar un río natural en un canal, creando lo que se llama una navegación, o quizá los métodos de drenaje usados para quitar la ceniza y los sedimentos de las profundidades. Tengo un libro concreto del tristemente célebre lord Fedre, quien, a pesar de su reputación, era un genio absoluto en lo referente a arquitectura de canales. Hasta he tenido que… —Sazed guardó silencio, y luego sonrió débilmente—. Pido disculpas. No te interesa esto, ¿verdad?
—No —dijo Brisa—, pero me basta con que a ti sí, Sazed. Es bueno verte entusiasmado de nuevo con tus estudios. No sé en qué estabas trabajando antes, pero siempre me molestó que no lo compartieras con nadie. Parecía que casi te avergonzabas de lo que estabas haciendo. Ahora, sin embargo… ¡este es el Sazed que yo recuerdo!
Sazed miró sus notas y diagramas garabateados. Era cierto. La última vez que le había entusiasmado tanto una línea de estudio fue…
Cuando estaba con ella. Trabajando en su recopilación de mitos y referencias sobre el Héroe de las Eras.
—Lo cierto, lord Brisa, es que me siento un poco culpable.
Brisa miró al techo.
—Sazed. ¿Siempre tienes que sentirte culpable por algo? En la banda original, considerabas que no hacías lo suficiente para ayudarnos a derrocar al lord Legislador. Luego, cuando lo matamos, estabas inquieto porque no hacías lo que los otros guardadores te decían. ¿Quieres explicarme exactamente por qué te sientes culpable nada menos que por estudiar?
—Lo disfruto.
—Eso es maravilloso, mi querido amigo —dijo Brisa—. ¿Por qué avergonzarte de ese disfrute? No es que te guste matar cachorritos o algo por el estilo. Cierto, creo que estás un poco loco, pero si quieres disfrutar de algo tan particularmente esotérico, entonces, adelante. Eso deja más espacio a quienes preferimos placeres más corrientes… como emborracharnos con los mejores vinos de Straff Venture.
Sazed sonrió. Sabía que Brisa estaba empujando sus emociones, haciendo que se sintiera mejor, pero no se rebeló contra las emociones. La verdad era que sí se sentía bien. Mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo.
Aunque…
—No es tan sencillo, lord Brisa —dijo Sazed, soltando su pluma—. Me siento feliz de poder estar aquí sentado y leer, sin tener ninguna responsabilidad. Por eso me siento culpable.
—No todo el mundo está hecho para ser líder, Sazed.
—No, pero lord Elend me encargó proteger esta ciudad. Debería estar planeando derrocar al Ciudadano, y no dejar que lord Fantasma lo haga.
—¡Mi querido amigo! —exclamó Brisa, inclinándose hacia delante—. ¿Es que no te he enseñado nada? ¡Estar al mando no consiste en no hacer nada: es asegurarte de que los demás hagan lo que se supone que tienen que hacer! Hay que delegar, amigo mío. ¡Sin eso, tendríamos que cocer nuestro propio pan y cavar nuestras propias letrinas! Y, confía en mí: no querrás probar nada que yo haya tenido que tocar para cocer. Jamás. Y menos aún después de haber limpiado una letrina.
Sazed sacudió la cabeza.
—No es esto lo que Tindwyl habría querido de mí. Respetaba a los líderes y los políticos.
—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no se enamoró de ti, y no de un rey o príncipe?
—Bueno, decir que fue amor tal vez…
—Venga, Sazed. Estabais tonteando igual que un adolescente con su nueva novia. Y, aunque ella era un poco más reservada, te amaba. No hacía falta ser aplacador para darse cuenta de eso.
Sazed suspiró y bajó la cabeza.
—¿Es esto lo que ella habría querido de ti, Sazed? —preguntó Brisa—. ¿Que niegues lo que eres? ¿Que te conviertas en otro ocioso político?
—No lo sé, lord Brisa —contestó Sazed en voz baja—. Yo… la he perdido. Tal vez por eso puedo recordarla implicándome en lo que ella amaba.
—Sazed —dijo Brisa con franqueza—, ¿cómo es que puedes ser tan sabio en muchas áreas y a la vez tan completamente estúpido en esto?
—Yo…
—Un hombre es aquello por lo que siente pasión. He descubierto que, si renuncias a lo que más quieres por lo que piensas que deberías querer más, acabarás sintiéndote inútil.
—¿Y si lo que yo quiero no es lo que necesita la sociedad? A veces, tenemos que hacer lo que no nos gusta. Es un simple hecho de la vida, creo.
Brisa se encogió de hombros:
—Yo no me preocupo por eso. Simplemente hago aquello en lo que soy bueno. En mi caso, eso es hacer que otra gente haga las cosas que yo no quiero hacer. En el fondo, todo encaja.
Sazed sacudió la cabeza. No era tan sencillo, y su depresión no estaba relacionada solamente con Tindwyl y su muerte. Había pospuesto su estudio de las religiones, pero sabía que regresaría a ellas. El trabajo en los canales era una distracción que agradecía, pero ni así. Sazed sentía que sus conclusiones y su trabajo anterior acechaban.
No quería descubrir que las últimas religiones del grupo carecían de respuestas. En parte, por eso le resultaba tan relajante estudiar otra cosa, pues la ingeniería no amenazaba su visión del mundo. Sin embargo, no podía distraerse eternamente. Tarde o temprano, encontraría las respuestas, o la falta de respuestas. Su cartapacio estaba bajo la mesa, apoyado contra el saco de mentes de metal.
Sin embargo, por ahora, se permitió un respiro. Pero incluso con su preocupación por las religiones aplacada por el momento, había otros asuntos que debía atender. Asintió en dirección al lago. Fantasma, apenas visible, estaba en la orilla, hablando con Goradel y algunos de los soldados.
—¿Y qué hay de él, lord Brisa? —preguntó Sazed en un susurro, tan bajo que ni siquiera Fantasma podría oírlo—. Como decía, el emperador Venture me puso al mando de este asunto. ¿Y si dejo que Fantasma tome el control y luego fracasa? Temo que el joven no esté… lo bastante maduro para esta tarea.
Brisa se encogió de hombros.
—Hasta ahora parece estar haciéndolo bien. Recuerda lo joven que era Vin cuando mató al lord Legislador.
—Sí —susurró Sazed—, pero esta situación es diferente. Fantasma parece… raro, últimamente. Nos oculta cosas. ¿Por qué está tan decidido a tomar esta ciudad?
—Creo que es bueno que el muchacho muestre un poco de determinación —dijo Brisa, sentándose de nuevo—. El chico ha sido demasiado pasivo casi toda su vida.
—¿No te preocupa su plan? Podría derrumbarse a nuestro alrededor.
—Sazed, ¿recuerdas nuestra reunión de hace unas semanas? Fantasma me preguntó por qué no podíamos derribar a Quellion como hicimos con el lord Legislador.
—Lo recuerdo —contestó Sazed—. Le dijiste que el motivo era que ya no teníamos a Kelsier.
Brisa asintió.
—Bien —dijo en voz baja, señalando a Fantasma con su bastón—, he cambiado de opinión. No tenemos a Kelsier, pero cada vez me da más la impresión de que tenemos algo similar.
Sazed frunció el ceño.
—No estoy diciendo que el muchacho tenga la fuerza de personalidad de Kelsier. Su… presencia. Sin embargo, ya has oído la reputación que se está ganando entre la gente. Kelsier tuvo éxito no por ser quien era, sino por lo que la gente pensaba que era. Eso es algo que yo nunca creí que pudiéramos repetir. Empiezo a pensar que me equivocaba.
Sazed no estaba tan convencido. Sin embargo, se guardó sus reservas mientras volvía a la investigación. Fantasma debía de haberlos advertido mirándolo, pues unos minutos después se acercó a la mesa. El muchacho pestañeó contra la luz del farol, por suave que esta fuera, y acercó una silla. En comparación con las filas de estantes utilitarios y polvorientos, a Sazed los hermosos muebles le parecían extraños.
Fantasma parecía fatigado. ¿Cuánto tiempo ha pasado sin dormir?, pensó Sazed. Sigue estando despierto cada vez que me acuesto, y en pie cuando me levanto.
—Parece que algo no va bien —dijo Fantasma.
—¿Ah, no? —preguntó Brisa—. ¿Aparte del hecho de que estamos hablando junto a un lago subterráneo en un almacén construido por el lord Legislador bajo una fortaleza de los inquisidores?
Fantasma dirigió al aplacador una dura mirada, y luego se volvió hacia Sazed.
—Me parece que ya tendrían que habernos atacado.
—¿Qué te hace decir eso?
—Conozco a Quellion, Sazed. Es el típico matón. Consiguió el poder por la fuerza, y conserva el control dando al pueblo alcohol en cantidad y pequeñas libertades, como dejarlos ir a los bares de noche. Sin embargo, al mismo tiempo, mantiene a todo el mundo al filo del miedo.
—Por cierto, ¿cómo se hizo con el control? —preguntó Brisa—. ¿Cómo consiguió hacerse con el poder antes de que lo hiciera algún noble con un buen puñado de guardias?
—Las brumas —contestó Fantasma—. Se internó en ellas, y declaró que todo el que fuera fiel al Superviviente estaría a salvo en ellas. Entonces las brumas empezaron a matar, y confirmaron lo que había dicho. Insistió mucho en que las brumas mataban a quienes tenían maldad en el corazón. Todos estaban tan preocupados por lo que sucedía, que lo acabaron creyendo. Consiguió dictar una ley que exigía que todo el mundo se internara en las brumas, para así comprobar quién moría y quién no. Declaró que los que sobrevivían eran puros. Les dijo que podrían establecer una bonita utopía. Después de eso, empezó a matar a los nobles.
—¡Ah! —exclamó Brisa—. ¡Muy astuto!
—Sí —contestó Fantasma—. Pasó completamente por alto el hecho de que los nobles no fueran afectados por las brumas.
—Espera —dijo Sazed—. ¿Qué?
Fantasma se encogió de hombros.
—Cuesta confirmarlo ahora, pero eso es lo que cuentan los rumores. La nobleza parecía inmune a la enfermedad de las brumas. No los skaa que tuvieran sangre noble, sino los nobles de verdad.
—¡Qué raro! —observó Brisa.
Más que raro, pensó Sazed. Extrañísimo. ¿Conoce Elend esta conexión? Mientras reflexionaba sobre esto, le pareció improbable que Elend lo supiera. Su ejército y sus aliados estaban todos compuestos por skaa. Los únicos nobles a los que conocían estaban en Luthadel, y todos habían decidido quedarse en casa por la noche, en vez de arriesgarse a salir a las brumas.
—Sea como quiera —dijo Fantasma—, Quellion es un matón. Y a los matones no les gusta tener cerca a nadie que pueda desafiarlos. Ya tendría que haber intentado atentar contra nuestras vidas.
—El chico tiene razón —comentó Brisa—. Quellion no es de los que matan solo con ejecuciones llamativas. Apuesto a que por cada persona que arroja a uno de esos edificios, hay tres muertos en los callejones, enterrados lentamente en ceniza.
—He dicho a Goradel y a sus hombres que tengan muchísimo cuidado —dijo Fantasma—, y he sondeado nuestro perímetro. Sin embargo, no he localizado a ningún asesino espiando. Las tropas de Quellion están ahí fuera, vigilándonos, pero sin hacer nada.
Brisa se frotó la barbilla:
—Tal vez Quellion nos tenga más miedo de lo que piensas.
—Tal vez —suspiró Fantasma. Se frotó la frente.
—Lord Fantasma —dijo Sazed con cuidado—, deberías dormir un poco.
—Estoy bien.
Si no entendiera de esto, diría que quema peltre para permanecer despierto, pensó Sazed. ¿O solo estoy buscando signos para confirmar lo que antes me preocupaba?
Nunca cuestionamos que Vin y Kelsier manifestaran poderes superiores a los que tenían los alománticos normales. ¿Por qué debería recelar de Fantasma? ¿Simplemente porque lo conozco demasiado bien? ¿Me centro en mis recuerdos del muchacho cuando obviamente ya es todo un hombre?
—Por cierto —dijo Fantasma—, ¿cómo va la investigación?
—Bastante bien —contestó Sazed, dándole la vuelta a varios de los diagramas para que Fantasma pudiera verlos—. Estoy a punto de empezar a trabajar en la construcción en sí.
—¿Cuánto crees que tardarás?
—Tal vez unas cuantas semanas. Muy poco tiempo, teniéndolo todo en cuenta. Por fortuna, la gente que secó los canales dejó una enorme cantidad de restos que podré usar. Además, el lord Legislador aprovisionó muy bien este almacén. Hay madera, aparte de utensilios de carpintería básicos, e incluso algunos sistemas de poleas.
—¿Para qué se estaba preparando ese tipo? —preguntó Brisa—. Comida y agua, eso lo comprendo. Pero ¿mantas? ¿Madera? ¿Poleas?
—Para el desastre, lord Brisa —contestó Sazed—. Incluyó todo lo necesario en caso de que la ciudad fuera destruida. Hasta incluyó petates para dormir y suministros médicos. Tal vez temía que los koloss atacaran.
—No —repuso Fantasma—. Se preparó exactamente para lo que ha sucedido. ¿Construirás algo para taponar el agua? Creí que simplemente derribarías los túneles.
—¡Oh, cielos, no! —contestó Sazed—. No tenemos ni los hombres ni el equipo para causar un desplome. Además, no quiero hacer nada que pueda provocar el derrumbe de la caverna. Mis planes son construir un mecanismo bloqueador de madera que pueda ser introducido en la corriente. El peso suficiente y el entramado adecuado deberían bastar para detenerla. No es muy diferente a los mecanismos empleados en las compuertas de los canales.
—Cosa que estará encantado de explicarte —añadió Brisa—. Detenidamente.
Sazed sonrió.
—Creo que…
Entonces, fue interrumpido por la llegada del capitán Goradel, que parecía un poco más solemne que de costumbre.
—Lord Fantasma —dijo Goradel—. Arriba hay alguien que pregunta por ti.
—¿Quién? ¿Durn?
—No, mi señor. Dice que es la hermana del Ciudadano.
—No he venido aquí a unirme a vosotros —dijo la mujer, Beldre.
Se hallaban en una austera sala de audiencias en el edificio de la Inquisición, sobre la caverna. Las sillas de la habitación carecían de cojines y, como decoración, de las paredes de madera colgaban placas de acero; para Sazed, eran incómodos recordatorios de lo que había visto al visitar el Convento de Seran.
Beldre era una joven de pelo castaño. Vestía un sencillo traje aprobado por el Ciudadano, teñido de rojo. Estaba sentada con las manos sobre el regazo, y aunque los miraba a los ojos, había en ella una nerviosa aprensión que debilitaba considerablemente su pose.
—Entonces, ¿por qué has venido, querida? —preguntó Brisa con cuidado. Estaba sentado frente a Beldre. Allrianne estaba a su lado, observando a la muchacha con aire de desaprobación. Fantasma caminaba al fondo, mirando de vez en cuando por la ventana.
Piensa que es una artimaña, advirtió Sazed. Que la chica es una distracción para cogernos desprevenidos antes de atacar. El muchacho llevaba sus bastones de duelo, sujetos como espadas a su cintura. ¿Cómo ha aprendido Fantasma a luchar tan bien?
—He venido… —contestó Beldre, agachando la cabeza—. He venido porque vais a matar a mi hermano.
—¿De dónde has sacado esa idea? —exclamó Brisa—. ¡Estamos en la ciudad para forjar un tratado con tu hermano, no para asesinarlo! ¿Parecemos capaces de semejante cosa?
Beldre dirigió una mirada a Fantasma.
—Él no cuenta —dijo Brisa—. Fantasma es inofensivo, de verdad. No deberías…
—Brisa —interrumpió Fantasma, mirando con sus extraños ojos vendados, los anteojos ocultos debajo sobresaliéndole del rostro bajo la tela—. Ya basta. Nos estás haciendo parecer idiotas. Beldre sabe por qué estamos aquí: todo el mundo en la ciudad lo sabe.
La sala quedó en silencio.
Parece… un poco un inquisidor, con esos anteojos bajo las vendas, pensó Sazed, estremeciéndose.
—Beldre —repuso Fantasma—. ¿De verdad esperas que creamos que has venido aquí simplemente a suplicar por la vida de tu hermano?
Ella miró desafiante a los ojos de Fantasma… o más bien a su carencia.
—Puedes hacerte el duro, pero sé que no me haréis daño. Sois de la banda del Superviviente.
Fantasma se cruzó de brazos.
—Por favor —dijo Beldre—. Quellion es un buen hombre, como vosotros. Tenéis que darle más tiempo. No lo matéis.
—¿Qué te hace pensar que queremos matarlo, niña? —preguntó Sazed—. Acabas de decir que sabes que no te vamos a hacer daño. ¿Por qué a tu hermano sí?
Beldre bajó la mirada.
—Vosotros matasteis al lord Legislador. Derrocasteis el imperio. Mi hermano no opina lo mismo: piensa que os aprovechasteis de la popularidad del Superviviente, diciendo ser sus amigos después de que se sacrificara.
Fantasma hizo una mueca.
—Me pregunto de dónde habrá sacado tu hermano una idea así. Tal vez conozca a alguien que diga contar con la bendición del Superviviente, y mate a gente en su nombre…
Beldre se ruborizó.
—Tu hermano no confía en nosotros —observó Sazed—. ¿Por qué tú sí?
Beldre se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo en voz baja—. Supongo que… los hombres que mienten no salvan a niñas de edificios en llamas.
Sazed miró a Fantasma, pero no pudo leer nada en la dura expresión del joven. Finalmente, Fantasma habló:
—Brisa, Sazed, Allrianne, salid conmigo. Goradel, vigila a la mujer.
Fantasma se dirigió al pasillo, y Sazed y los demás lo siguieron. Una vez cerrada la puerta, Fantasma se volvió para mirarlos.
—¿Bien?
—No me gusta —dijo Allrianne, cruzándose de brazos.
—Pues claro que no, querida —dijo Brisa—. A ti nunca te gusta la competencia.
—¿Qué piensas tú, Brisa? —preguntó Fantasma.
—¿De la chica, o de que me insultes ahí dentro?
—De lo primero —contestó Fantasma—. Tu orgullo no importa ahora.
—Querido amigo, mi orgullo siempre es importante. En cuanto a la chica, voy a decirte algo: está aterrada. A pesar de lo que dice, está muy muy asustada, lo que significa que no ha hecho este tipo de cosas muy a menudo. Deduzco que es noble.
Allrianne asintió.
—Definitivamente. Solo hay que mirarle las manos: cuando no tiemblan de miedo, se nota que son limpias y blandas. Creció mimada.
—Obviamente, es un poco ingenua —observó Sazed—. De lo contrario no habría venido aquí, esperando que la escuchemos y luego la dejemos marchar.
Fantasma asintió. Ladeó la cabeza, como si escuchara algo. Entonces, echó a andar y abrió la puerta de la sala.
—¿Y bien? —preguntó Beldre, manteniendo su falso aire de contundencia—. ¿Habéis decidido escucharme?
—Algo así. Voy a darte más tiempo para que te expliques. Tiempo de sobra.
—Yo… no dispongo de tanto —replicó Beldre—. Debo regresar con mi hermano. No le dije que salía… —Se calló, aparentemente al ver algo en la expresión de Fantasma—. Vais a hacerme prisionera, ¿verdad?
—Brisa —dijo Fantasma, volviéndose—. ¿Cómo crees que respondería la gente si empezara a hacer correr el rumor de que la propia hermana del Ciudadano se ha vuelto contra él y ha huido a nuestra embajada en busca de protección?
Brisa sonrió.
—¡Qué astuto! Casi compensa cómo me has tratado. ¿Te he mencionado ya lo grosero que fue?
—¡No podéis hacer eso! —exclamó Beldre, incorporándose y encarándose a Fantasma—. ¡Nadie creerá que he desertado!
—¿No? —preguntó Fantasma—. ¿Hablaste con los soldados de fuera antes de entrar aquí?
—Por supuesto que no. Habrían intentado detenerme. Subí corriendo las escaleras antes de que pudieran hacerlo.
—Así que pueden confirmar que entraste en el edificio por propia voluntad —dijo Fantasma—. Eludiendo la guardia.
—Esto no pinta bien —coincidió Brisa.
Beldre se vino abajo y se sentó en su silla. Por los Dioses Olvidados, sí que es ingenua, pensó Sazed. El Ciudadano debe de haberse esforzado mucho para protegerla tanto.
Naturalmente, por lo que Sazed había oído, Quellion rara vez perdía a la muchacha de vista. Siempre estaba con él, vigilada. ¿Cómo reaccionará?, pensó Sazed con un escalofrío. ¿Qué hará cuando se entere de que la tenemos? ¿Atacará?
Tal vez ese era el plan. Si Fantasma pudiera forzar un ataque directo por parte del Ciudadano, las cosas se pondrían feas. Sobre todo, cuando se viera repelido por unos pocos soldados: no tendría manera de saber lo bien fortificada que era aquella posición.
¿Desde cuándo Fantasma es tan listo?
Beldre alzó la cabeza, unas cuantas lágrimas de frustración brillaban en sus ojos.
—No podéis hacer esto. ¡Es engañoso! ¿Qué diría el Superviviente si supiera lo que estáis planeando?
—¿El Superviviente? —rio Fantasma—. Tengo la impresión de que lo aprobaría. Si estuviera aquí, creo que sugeriría que hiciéramos esto mismo…