El declive hemalúrgico era menos obvio en los inquisidores creados a partir de nacidos de la bruma. Como ya tenían poderes alománticos, la suma de otras habilidades los volvía asombrosamente fuertes.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los inquisidores eran creados a partir de brumosos. Parece que los buscadores como Marsh eran los reclutas favoritos. Porque, cuando no había un nacido de la bruma disponible, un inquisidor con habilidades amplificadas de bronce constituía una poderosa herramienta para buscar a otros brumosos skaa.

37

Se oían gritos en la distancia. Vin se irguió en su camarote. No estaba durmiendo, aunque poco le faltaba. Otra noche explorando Ciudad Fadrex la había dejado cansada.

Sin embargo, toda fatiga quedó olvidada cuando los sonidos de la batalla retumbaron en el norte. ¡Por fin!, pensó, apartando las mantas y saliendo del camarote. Tenía puestos sus pantalones habituales y su camisa y, como siempre, llevaba varios frascos de metales. Se bebió uno mientras cruzaba la cubierta del barco.

—¡Lady Vin! —llamó uno de los marineros a través de las brumas del día—. ¡Han atacado el campamento!

—Ya era hora —susurró Vin mientras se impulsaba en las cornamusas del barco y saltaba al aire. Atravesó las brumas de la mañana, cuyos rizos y jirones de blanco la hicieron sentirse como un pájaro que vuela a través de una nube.

Con ayuda del estaño, pronto encontró la batalla. Varios grupos de hombres a caballo habían irrumpido en la sección norte del campamento, y al parecer intentaban abrirse paso hacia las gabarras de suministros, que flotaban en un recodo bien protegido del canal. Un grupo de alománticos de Elend había establecido un perímetro a un lado, los violentos delante, mientras los lanzamonedas abatían a los jinetes desde atrás. Los soldados regulares contenían la línea media, luchaban bien, y las barricadas y fortificaciones del campamento retenían a los jinetes.

Elend tenía razón, pensó con orgullo, descendiendo a través del aire. Si no hubiéramos expuesto nuestros hombres a las brumas, ahora mismo tendríamos problemas.

La previsión del rey había salvado sus suministros y servido como cebo para hacer salir a las fuerzas de acoso de Yomen. Los jinetes probablemente esperaban arrasar fácilmente el campamento, pillando a los soldados desprevenidos y atrapados por la bruma, y luego prender fuego a las barcazas de suministros. En cambio, las patrullas y los exploradores de Elend habían proporcionado suficientes advertencias, y la caballería enemiga se vio atrapada en un combate frontal.

Los soldados de Yomen trataban de internarse en el campamento por el lado sur. Aunque los soldados de Elend luchaban bien, sus enemigos iban a caballo. Vin recorrió el cielo, avivando peltre y reforzando su cuerpo. Lanzó una moneda, la empujó para refrenarse, y golpeó el oscuro suelo, levantando una gran nube de ceniza. El ala sur de los jinetes había penetrado hasta la tercera línea de tiendas. Vin decidió aterrizar entre ellos.

Los caballos no están herrados, pensó mientras los soldados se volvían hacia ella. Y las lanzas… con puntas de piedra, en vez de espadas. Yomen tiene cuidado.

Casi parecía un desafío. Vin sonrió, agradeciendo la adrenalina después de tantos días de espera. Los capitanes de Yomen empezaron a dar voces, dirigiendo su ataque hacia Vin. En cuestión de segundos, una fuerza de treinta jinetes se volvió contra ella.

Vin los miró. Y saltó. No necesitó acero para llegar muy alto: le bastó con sus músculos amplificados por el peltre. Remontó la lanza del soldado en cabeza, sintiéndola pasar en el aire bajo ella. La ceniza se revolvió en las brumas de la mañana cuando el pie de Vin alcanzó al soldado en la cara, derribándolo de su silla. Aterrizó junto al cuerpo que aún rodaba, luego lanzó una moneda y se empujó a un lado, apartándose de los caballos al galope. El desafortunado jinete que había desmontado gritó cuando sus amigos lo arrollaron sin querer.

El empujón de Vin la llevó a través de la puerta abierta de una gran tienda. Rodó hasta ponerse en pie, y entonces, sin dejar de moverse, empujó contra las picas de metal de la tienda, arrancándolas del suelo.

Las paredes se estremecieron, y se oyó un chasquido de lonas cuando la tienda salió disparada por los aires, tensa, porque todas las picas salieron en distintas direcciones. La ceniza revoloteó por el estallido del aire, y los soldados de ambas partes del conflicto se volvieron hacia Vin. Ella permitió que la tienda cayera a sus pies, y luego empujó. La lona se hinchó en el aire, y las picas se soltaron, disparadas hacia los jinetes y los caballos.

Hombres y bestias cayeron. La lona aleteó hasta posarse en el suelo ante ella. Vin sonrió, saltó sobre la maraña cuando los soldados intentaban organizar otro ataque. No les dio tiempo. Los soldados de Elend en la zona se habían replegado, cubriendo el centro de la línea defensiva, dejando libre a Vin para atacar sin temor a herir a sus propios hombres.

Se lanzó entre los jinetes, cuyas enormes monturas los entorpecían mientras trataban de seguirla. Hombres y caballos giraron, y Vin tiró, arrancando tiendas del suelo y usando sus picas de metal como flechas. Docenas cayeron ante ella.

Oyó galopar a su espalda, y se volvió para ver que uno de los oficiales enemigos había conseguido organizar otra carga. Diez hombres se abalanzaban sobre ella, algunos con las lanzas preparadas, otros con arcos.

A Vin no le gustaba matar. Pero amaba la alomancia, amaba el desafío de usar sus habilidades, la fuerza y la pasión de los empujones y tirones, el sentido eléctrico de poder que solo producía un cuerpo avivado con peltre. Cuando hombres como estos le daban una excusa para luchar, no se contenía.

Las flechas no tenían ninguna posibilidad contra ella. El peltre le proporcionó velocidad y equilibrio cuando se apartó girando, tirando de una fuente de metal tras ella. Saltó al aire mientras una tienda le pasaba por debajo, impelida por su tirón de un momento antes. Aterrizó, y entonces empujó varias de las picas, un par de ellas en cada uno de los rincones de la tienda. La tienda se dobló sobre sí misma, como una servilleta cuando alguien tira con fuerza de esquinas opuestas.

Y golpeó las patas de los caballos como una trampa. Vin quemó duralumín, y luego empujó. Los caballos de delante relincharon, el arma improvisada los derribó al suelo. La lona chasqueó y las picas se soltaron, pero el daño estaba hecho: los que iban delante obstruyeron a los que venían detrás, y los hombres se derrumbaron junto con sus bestias.

Vin apuró otro frasco para reavivar su acero. Entonces tiró, arrastrando hacia sí otra tienda. Cuando se acercaba, saltó, y luego se volvió y empujó la tienda hacia otro grupo de hombres montados que tenía detrás. Las picas de las tiendas golpearon a uno de los soldados en el pecho, lanzándolo de espaldas. Chocó contra los otros soldados y desató el caos.

El hombre golpeó el suelo, desplomándose sin vida entre la ceniza. Todavía atada hacia él por las picas que llevaba clavadas en el pecho, la tienda de lona se agitó, cubriéndolo como una mortaja funeraria. Vin se giró, buscando más enemigos. Los jinetes, sin embargo, empezaban a retirarse. Avanzó, intentando perseguirlos, pero se detuvo. Alguien la observaba: podía ver su sombra en la bruma. Quemó bronce.

La figura resonaba con el poder de los metales. Alomántico. Nacido de la bruma. Era demasiado bajo para ser Elend, pero no podía ver mucho más que eso a través de la sombra de bruma y ceniza. Vin no se paró a pensar. Lanzó una moneda y se arrojó contra el desconocido.

Él saltó hacia atrás, impulsándose también en el aire. Vin lo siguió y dejó el campamento atrás rápidamente, saltando tras el alomántico. El desconocido se dirigió veloz hacia la ciudad, y ella lo siguió, moviéndose a grandes saltos sobre el paisaje ceniciento. Su objetivo remontó las formaciones rocosas situadas delante de la ciudad, y Vin lo siguió, aterrizando a unos pocos palmos de una sorprendida patrulla de guardia, antes de lanzarse hacia Fadrex por encima de las rocas y parapetos barridos por el viento.

El otro alomántico iba delante. No había juego alguno en sus movimientos, como había sucedido con Zane. El hombre intentaba escapar de verdad. Vin lo siguió, saltando ahora sobre calles y tejados. Apretó los dientes, frustrada por su incapacidad de alcanzarlo. Medía cada salto a la perfección, sin detenerse apenas mientras escogía nuevos anclajes y se impulsaba de arco en arco.

Pero él era bueno. Rodeó la ciudad, obligándola a esforzarse para no perderlo. ¡Bien!, pensó ella, y preparó su duralumín. Se había acercado tanto que la figura ya no se escudaba en la bruma, y pudo ver que era real y corpórea, no una especie de espíritu fantasmal. Cada vez estaba más segura de que este era el hombre que había sentido que la observaba la primera vez que entró en Fadrex. Yomen tenía un nacido de la bruma.

Sin embargo, para combatir al hombre, primero tenía que alcanzarlo. Esperó el momento adecuado, justo cuando él empezaba a culminar uno de sus saltos, y entonces extinguió sus metales y quemó duralumín. Luego empujó.

Un estrépito sonó tras ella cuando su innatural empujón quebró la puerta que había utilizado como anclaje. Fue impelida hacia delante con un terrible arrebato de velocidad, como una flecha lanzada por un arco. Se acercó a su oponente con asombrosa velocidad.

Y no encontró nada. Vin maldijo, volviendo a encender su estaño. No podía dejarlo encendido mientras quemaba duralumín: de lo contrario, su estaño se consumiría en un destello que la cegaría. Pero había hecho lo mismo al apagarlo. Se recuperó de su impulso de duralumín para aterrizar con torpeza en lo alto de un tejado cercano. Se agazapó mientras escrutaba el aire brumoso.

¿Dónde has ido?, pensó mientras quemaba bronce, confiando en su innata, aunque inexplicable, habilidad para penetrar nubes de cobre y descubrir a su oponente. Ningún alomántico podía esconderse de Vin, a menos que apagara por completo sus metales.

Cosa que, al parecer, había hecho este hombre. Otra vez. Era la segunda vez que la eludía.

Eso implicaba una inquietante posibilidad. Vin se había esforzado por mantener en secreto su capacidad para penetrar nubes de cobre, pero habían pasado ya cuatro años desde que la descubrió. Zane la conocía, y ella ignoraba quién más la había descubierto, basándose en las cosas que era capaz de hacer. Su secreto bien podía haberse destapado.

Vin permaneció en el tejado unos instantes, pero sabía que no iba a encontrar nada. Un hombre lo bastante listo para escapar de ella en el momento exacto en que su estaño estaba apagado era también lo bastante astuto para permanecer oculto hasta que ella se marchara. De hecho, eso hizo que se preguntara por qué, para empezar, se había dejado ver…

Vin se irguió, entonces apuró un frasquito de metales y se impulsó lejos del tejado, saltando con furiosa ansiedad hacia el campamento.

Encontró a los soldados limpiando el caos y retirando cuerpos del perímetro del campamento. Entre ellos, Elend daba órdenes, felicitándolos y en general dejándose ver. De hecho, divisar su figura vestida de blanco enseguida transmitió a Vin una sensación de alivio.

Aterrizó junto a él.

—Elend, ¿te han atacado?

Él la miró.

—¿A quién? ¿A mí? No, yo estoy bien.

Entonces no enviaron al alomántico para distraerme mientras atacaban a Elend, pensó ella, frunciendo el ceño. Había parecido tan obvio que…

Elend la hizo a un lado, preocupado.

—Yo estoy bien, Vin, pero hay algo más…, ha sucedido algo.

—¿Qué?

Elend sacudió la cabeza.

—Creo que todo esto era solo una distracción… todo el ataque al campamento.

—Pero, si no iban a por ti —dijo Vin—, y no iban a por nuestros suministros, ¿de qué querían distraernos?

Elend la miró a los ojos.

—De los koloss.

—¿Cómo se nos ha pasado esto? —preguntó Vin, frustrada.

En la llanura, junto a un grupo de soldados, Elend esperaba mientras Vin y Ham inspeccionaban el equipo de asedio quemado. Más allá podía ver Ciudad Fadrex y a su propio ejército acampado delante. Las brumas se habían retirado hacía poco. Era preocupante que desde esta distancia ni siquiera pudiera distinguir el canal: la ceniza caída había oscurecido sus aguas y cubierto el paisaje hasta hacer que todo pareciera negro.

En la base de los acantilados de la meseta yacían los restos del ejército koloss. Veinte mil criaturas habían quedado reducidas a diez mil en unos breves instantes, cuando la bien planeada trampa causó la destrucción de las bestias mientras las tropas de Elend luchaban en otra parte. Las brumas diurnas habían impedido ver lo que pasaba hasta que ya fue demasiado tarde. El propio Elend había sentido las muertes, pero las había malinterpretado, creyendo que los koloss también sentían la batalla.

—Cuevas al fondo de esos acantilados —dijo Ham, señalando unas maderas quemadas—. Yomen probablemente tenía las catapultas ahí guardadas a la espera de nuestra llegada, aunque supongo que en un principio las construyó para atacar Luthadel. Sea como fuere, esta llanura era un lugar perfecto para una descarga. Yo diría que Yomen las emplazó aquí con la intención de atacar a nuestro ejército, pero cuando acampamos los koloss justo bajo la meseta…

Elend todavía podía oír los gritos en su cabeza: los koloss, llenos de ansia de sangre e hirviendo por combatir, pero incapaces de atacar a sus enemigos, que estaban situados en lo alto de la meseta. El desprendimiento de rocas causó un montón de daño. Y entonces las criaturas huyeron despavoridas. Su frustración fue demasiado poderosa, y por un momento Elend no pudo impedir que se volvieran unos contra otros. La mayoría de las muertes se habían producido cuando los koloss se atacaron entre sí. Uno de cada dos había muerto al enfrentarse y matarse mutuamente.

Perdí el control sobre ellos, pensó Elend. Todo había sucedido en un instante, y solamente porque no habían podido ver a sus enemigos. Sin embargo, establecía un precedente peligroso.

Vin, frustrada, le dio una patada a un trozo de madera quemada.

—Ha sido un ataque muy bien planeado, El —comentó Ham, en voz baja—. Yomen debió de vernos enviar patrullas extra por las mañanas, y dedujo correctamente que esperábamos un ataque en esas horas. Así que nos ofreció un ataque… y nos golpeó donde deberíamos haber sido más fuertes.

—Pero le costó lo suyo —contestó Elend—. Tuvo que quemar su propio equipo de asedio para impedir que cayera en nuestras manos, y seguramente en el ataque al campamento ha perdido a cientos de soldados, más sus monturas.

—Cierto —asintió Ham—. Pero ¿cambiarías un par de docenas de máquinas de asalto y quinientos hombres por diez mil koloss? Además, Yomen tiene que preocuparse por mantener esa caballería móvil: solo el Superviviente sabe de dónde sacó suficiente forraje para alimentar a esos caballos durante tanto tiempo. Mejor para él golpear ahora y perderlos en batalla que dejarlos morir de hambre.

Elend asintió lentamente. Esto pone las cosas más difíciles. Con diez mil koloss menos… De repente, las fuerzas estaban mucho más parejas. Elend podía mantener su asedio, pero tomar la ciudad al asalto sería mucho más arriesgado.

Suspiró:

—No deberíamos haber dejado a los koloss tan lejos del campamento principal. Tendremos que acercarlos.

A Ham no le hizo ninguna gracia.

—No son peligrosos —lo tranquilizó Elend—. Vin y yo podemos controlarlos.

En su mayoría.

Ham se encogió de hombros. Regresó al desastre humeante, preparándose para enviar mensajeros. Elend se acercó a Vin, que se encontraba en el borde mismo del acantilado. Estar tan alto le hacía sentirse un poco incómodo. Sin embargo, ella apenas advertía la caída en picado que tenía por delante.

—Tendría que haber podido ayudarte a recuperar el control de los koloss —dijo ella en voz baja, con la mirada fija en el horizonte—. Yomen me distrajo.

—Nos distrajo a todos. Yo sentí a los koloss en mi cabeza, y aun así fui incapaz de comprender qué pasaba. Cuando regresaste ya había recuperado el control, pero ya habían muerto muchísimos.

—Yomen tiene un nacido de la bruma.

—¿Estás segura?

Vin asintió.

Una cosa más, pensó él. Sin embargo, contuvo su frustración. Sus hombres tenían que ver que no perdía la confianza.

—Voy a darte mil koloss —dijo—. Tendríamos que haberlos dividido antes.

—Tú eres más fuerte —repuso Vin.

—Al parecer, no lo suficiente.

Vin suspiró, y luego asintió.

—Déjame bajar.

Habían descubierto que la proximidad los ayudaba a tomar control de los koloss.

—Seleccionaré a unos mil, después los soltaré. Prepárate para agarrarlos en cuanto lo haga.

Vin asintió, y luego se lanzó acantilado abajo.

Tendría que haberme dado cuenta de que me dejaba llevar por la exaltación de la lucha, pensó Vin mientras atravesaba el aire. Ahora le resultaba obvio. Y, por desgracia, los resultados del ataque la hacían sentirse más agotada y ansiosa que antes.

Lanzó una moneda y aterrizó. Ni siquiera la preocupaba ya una caída de varias decenas de metros. Resultaba extraño pensar eso. Recordó tímidamente haber estado en lo alto de la muralla de Luthadel, temerosa de usar su alomancia para saltar, pese a la insistencia de Kelsier. Ahora podía lanzarse por un acantilado y meditar mientras caía.

Caminó por el terreno polvoriento. La ceniza le llegaba hasta las pantorrillas y le habría costado caminar si el peltre no le hubiera dado fuerzas. La lluvia de ceniza era cada vez más densa.

Humano se le acercó casi de inmediato. Vin no supo decir si el koloss reaccionaba simplemente a su relación, o si era consciente y le interesaba abordarla. Tenía una nueva herida en el brazo, resultado de la pelea. La siguió mientras ella se internaba entre los otros koloss; obviamente, su enorme forma no tenía ningún problema para moverse entre la ceniza.

Como de costumbre, había poca emoción en el campamento koloss. Apenas un rato antes, gritaban sedientos de sangre, y se atacaban unos a otros mientras las piedras de las catapultas los aplastaban desde arriba. Ahora simplemente estaban sentados en la ceniza, en pequeños grupos, ignorando sus heridas. Habrían encendido hogueras de haber tenido madera a mano. Algunos excavaban, sacando manojos de tierra que mordisquear.

—¿A tu gente no le importa, Humano? —preguntó Vin.

El enorme koloss la miró, el rostro desgarrado sangrándole levemente.

—¿Importar?

—Que mueran tantos de vosotros —contestó Vin. Había cadáveres por todas partes, olvidados en la ceniza a excepción del despellejamiento ritual que era la forma koloss de enterramiento. Varios koloss se movían aún entre los cadáveres, arrancándoles la piel.

—Nosotros cuidamos de ellos —dijo Humano.

—Sí. Les arrancáis la piel. ¿Por qué hacéis eso, por cierto?

—Están muertos —dijo Humano, como si eso fuera suficiente explicación.

A un lado, un gran grupo de koloss esperaba, contenidos por la orden silenciosa de Elend. Se separaron del campamento principal, pisoteando la ceniza. Poco después, empezaron a mirar alrededor: habían dejado de moverse como uno solo.

Vin reaccionó con rapidez. Apagó sus metales, quemó duralumín, y luego avivó cinc en un enorme tirón, encendiendo las emociones de los koloss. Como era de esperar, se opusieron a su control, igual que Humano. Controlar a tantos era más difícil, pero estaba dentro de sus capacidades. Vin les ordenó que se calmaran, y que no mataran, y luego que regresaran al campamento. A partir de ahora, quedarían en el fondo de su mente, sin necesitar ya la alomancia para ser manipulados. Eran fáciles de ignorar, a menos que sus pasiones se volvieran más fuertes.

Humano los observó.

—Somos… menos —dijo por fin.

Vin vaciló.

—Sí. ¿Lo notas?

—Yo… —Humano guardó silencio, observando el campamento con sus ojillos—. Luchamos. Morimos. Necesitamos más. Tenemos demasiadas espadas.

Señaló a lo lejos, a una gran pila de metal. Las espadas koloss que ya no tenían dueño.

Puedes controlar una población de koloss a través de las espadas, le había dicho Elend una vez. Luchan por conseguir espadas más grandes a medida que crecen. Las espadas de sobra van a los koloss más pequeños y más jóvenes.

Pero nadie sabe de dónde salen.

—Necesitáis koloss para usar esas espadas, Humano —dijo Vin.

Humano asintió.

—Bien. Entonces debéis tener más niños.

—¿Niños?

—Más —insistió Vin—. Más koloss.

—Tú tienes que darnos más —dijo Humano, mirándola.

—¿Yo?

—Tú luchaste —dijo él, señalando su falda. Había sangre en ella.

—Sí, lo hice.

—Danos más.

—No comprendo. Por favor, muéstramelo.

—No puedo —dijo Humano, sacudiendo la cabeza mientras hablaba con su tono pausado—. No está bien.

—Espera. ¿No está bien?

Era la primera declaración de valores que obtenía de un koloss.

Humano la miró, y ella pudo ver consternación en su rostro. Vin le dio un empujoncito alomántico. No sabía exactamente qué pedirle que hiciera, y eso hizo que su control se debilitase. Sin embargo, lo empujó para que hiciera lo que estaba pensando, confiando, por algún motivo, en que su mente luchaba contra sus instintos.

Humano gritó.

Vin retrocedió, sorprendida, pero Humano no la atacó. Corrió hacia el campamento koloss, un enorme monstruo azul de dos patas levantando ceniza. Otros se apartaron de él: no por miedo, pues conservaban sus expresiones impasibles. Simplemente parecieron tener suficiente sentido para apartarse del camino de un koloss enfurecido del tamaño de Humano.

Vin lo siguió con cuidado mientras se acercaba al cadáver de un koloss que aún tenía piel. Sin embargo, Humano no le arrancó la piel, sino que se cargó el cadáver al hombro y echó a correr hacia el campamento de Elend.

¡Oh, oh!, pensó Vin, lanzando una moneda y saltando al aire. Siguió a Humano, cuidando de no adelantarlo. Pensó en ordenarle que regresara, pero no lo hizo. Actuaba de forma extraña, cierto, pero eso era buena cosa. Los koloss generalmente no hacían nada fuera de lo común. Eran completamente predecibles.

Aterrizó en el puesto de guardia del campamento e indicó a los soldados que se apartaran. Humano entró en tromba en el campamento, asustando a los soldados. Vin se quedó con él, manteniendo a los soldados a raya.

Humano se detuvo en mitad del campamento, agotada un poco su pasión. Vin le volvió a dar un empujoncito. Después de mirar alrededor, Humano se lanzó hacia la sección del campamento que habían atacado los soldados de Yomen.

Vin lo siguió, sintiendo cada vez más curiosidad. Humano no había sacado su espada. De hecho, no parecía furioso, sino… concentrado. Llegó a la sección donde habían caído las tiendas y muerto los hombres. Habían pasado solo unas horas desde la batalla, y los soldados estaban limpiando los restos. Habían levantado tiendas para atender a los heridos junto al campo de batalla. Humano se encaminó hacia ellas.

Vin se adelantó y le cortó el paso justo cuando llegaba a la tienda de los heridos.

—Humano —dijo con cautela—. ¿Qué estás haciendo?

Él la ignoró y dejó caer al suelo el cadáver del koloss. Por fin, le arrancó la piel a la criatura muerta. Se desprendió con facilidad: era uno de los koloss más pequeños y la piel le colgaba en pliegues, demasiado grande para su cuerpecito.

Humano liberó la piel, haciendo que varios guardias gimieran de asco. Vin observó con atención a pesar del repugnante espectáculo. Sentía que estaba a punto de comprender algo importante.

Humano extendió la mano y sacó algo del cadáver del koloss.

—¡Espera! —ordenó Vin, avanzando—. ¿Qué era eso?

Humano la ignoró. Sacó algo más, y esta vez Vin captó un destello de metal ensangrentado. Siguió el movimiento de los dedos y vio lo que era antes de que lo ocultara en la palma de la mano.

Un clavo. Un pequeño clavo de metal clavado en el costado del koloss muerto. Había un trozo de piel azul junto a la cabeza del clavo, como si…

Como si los clavos sujetaran la piel en su sitio, pensó Vin. Como los clavos que sujetan una tela en una pared.

Clavos. Clavos como…

Humano recuperó un cuarto clavo, y luego entró en la tienda. Cirujanos y soldados retrocedieron asustados, gritándole a Vin que hiciera algo mientras Humano se acercaba al lecho de un soldado herido. Humano miró de un hombre inconsciente a otro, y luego se decidió por uno de ellos.

¡Alto!, ordenó Vin en su mente.

Humano se detuvo. Solo entonces comprendió ella el horror total de lo sucedido.

—Lord Legislador —susurró—. Ibas a convertirlos en koloss, ¿no? De ahí es de donde venís. Por eso no hay niños koloss.

—Soy Humano —dijo la gran bestia en voz baja.