Incluso ahora, apenas puedo comprender la magnitud de todo esto. Los acontecimientos que rodean el fin del mundo parecen aún más grandes que el Imperio Final y sus habitantes. Siento fragmentos de algo muy lejano, una presencia rota, algo que abarca el vacío.
He rebuscado e investigado, y solo he podido encontrar un nombre: Adonasium. Quién, o qué era, eso aún no lo sé.
39
TenSoon estaba sentado sobre sus cuartos traseros. Horrorizado.
La ceniza caía como añicos de cristal de un cielo roto, flotando, haciendo que el aire mismo pareciera enfermo y lleno de pústulas. Incluso donde él se hallaba, en lo alto de una colina barrida por el viento, había una capa de ceniza que ahogaba las plantas. Algunos árboles presentaban las ramas rotas por el peso del amontonamiento repetido de ceniza.
¿Cómo no pudieron no haberlo visto?, pensó. ¿Cómo pueden ocultarse en su agujero de la Tierra Natal, dejando que el mundo de la superficie muera?
Sin embargo, TenSoon había vivido durante cientos de años, y una parte de él comprendía la cansada complacencia de la Primera y Segunda Generaciones. En ocasiones, había sentido lo mismo. El deseo de esperar sin más. De pasar los años ociosamente, contento en la Tierra Natal. Había visto el mundo exterior, más de lo que ningún humano o koloss conocería jamás. ¿Qué necesidad tenía de experimentar más?
Los Segundos lo habían considerado más ortodoxo y obediente que sus hermanos, porque continuamente quería abandonar la Tierra Natal y cumplir Contratos. La Segunda Generación siempre lo había malinterpretado. TenSoon no servía por ningún deseo de ser obediente. Lo había hecho por temor: miedo a volverse ocioso y apático como los Segundos, a empezar a pensar que el mundo exterior no importaba a los kandra.
Sacudió la cabeza, luego se incorporó y bajó a cuatro patas la colina, esparciendo ceniza al aire con cada salto. Por aterradoras que se hubieran vuelto las cosas, se sentía feliz por una razón: el cuerpo del sabueso le sentaba bien. Tenía tal poder, tal capacidad de movimiento, que ninguna forma humana podía igualarlo. Era casi como si esta fuera la forma que debería haber tenido siempre. ¿Qué mejor cuerpo para un kandra con un ansia insaciable de vagabundeo? ¿Un kandra que había dejado la Tierra Natal con más frecuencia que ningún otro, sirviendo bajo las odiadas manos de amos humanos, todo por su miedo a la complacencia?
Se abrió paso a través de la fina cobertura del bosque, a través de colinas, esperando que la capa de ceniza no le dificultara demasiado el avance. La ceniza afectaba a los kandra, los afectaba enormemente. Tenían leyendas sobre el hecho exacto. ¿De qué servía el Primer Contrato, de qué servían la espera, la protección de la Confianza? Para la mayoría de los kandra, al parecer, estas cosas se habían convertido en un argumento en sí mismas.
Sin embargo, eso significaba algo. Tenía un origen. TenSoon ni siquiera existía entonces. Sin embargo, había conocido a la Primera Generación y fue criado por la Segunda. Creció durante los días en que el Primer Contrato (la Confianza, la Resolución) era algo más que palabras. El Primer Contrato era un conjunto de instrucciones. Acciones que emprender cuando el mundo empezara a caer. No solo una ceremonia, no solo una metáfora. Sabía que sus contenidos asustaban a algunos kandra. Para ellos, era mejor que el Primer Contrato fuera algo abstracto y filosófico, pues si aún fuera concreto, aún relevante, requeriría grandes sacrificios por su parte.
TenSoon dejó de correr; estaba hundido hasta las rodillas en la densa ceniza negra. Aquel lugar le parecía extrañamente familiar. Se volvió hacia el sur, moviéndose a través de una pequeña cuenca rocosa donde las piedras eran ahora solo bultos oscuros, buscando un sitio donde había estado poco más de un año atrás. Un lugar que había visitado tras haberse vuelto contra Zane, su amo, y tras haber abandonado Luthadel para regresar a la Tierra Natal.
Subió unas cuantas rocas y rodeó un macizo de piedra, arrancando terrones de ceniza a su paso. Se rompían al caer, lo cual lanzaba más copos al aire.
Y allí estaba. El hueco en la roca, el lugar donde se había detenido un año antes. Lo recordaba, a pesar de lo mucho que la ceniza había transformado el paisaje. La Bendición de la Presencia, que lo servía de nuevo. ¿Cómo iba a continuar sin ella?
No tendría consciencia de mí mismo sin ella, pensó, sonriendo torvamente. Era la adjudicación de una Bendición a un espectro de la bruma lo que daba a la criatura consciencia plena y auténtica vida. Cada kandra tenía una de las cuatro: Presencia, Potencia, Estabilidad o Consciencia. No importaba cuál se obtuviera: cualquiera de las cuatro daba consciencia de uno mismo, convertía al espectro de la bruma en un kandra plenamente consciente.
Además, cada Bendición proporcionaba algo más. Un poder. Pero había historias de kandra que habían ganado más de uno al robárselos a otros.
TenSoon hurgó con una pata en la depresión, cavando en la ceniza, trabajando para descubrir las cosas que había escondido un año atrás. Las encontró con rapidez, y las colocó en el saliente de roca. Dos pequeños y pulidos clavos de hierro. Hacían falta dos clavos para formar una sola Bendición. TenSoon no sabía por qué. Así eran simplemente las cosas.
TenSoon se tumbó, ordenó que se le abriera la piel del hombro, y absorbió los clavos en su cuerpo. Los movió a través de músculos y ligamentos, disolvió varios órganos y luego los reformó con los clavos que los penetraban.
Inmediatamente, sintió una especie de poder que lo recorría completamente. Su cuerpo se hizo más fuerte. Era más que la simple suma de músculos: eso podía hacerlo reformando su cuerpo. No, esto daba a cada músculo una fuerza innata extra, los hacía trabajar mucho mejor, con mucha más potencia.
La Bendición de la Potencia. Había robado los dos clavos del cuerpo de OreSeur. Sin esta Bendición, TenSoon jamás habría podido seguir a Vin como lo había hecho durante el año que pasaron juntos. Duplicaba el poder y la resistencia de cada músculo. No podía regular o cambiar el nivel de esa fuerza añadida: no era feruquimia ni alomancia, sino algo diferente. Hemalurgia.
Una persona había muerto para crear cada clavo. TenSoon trataba de no pensar mucho en eso, como tampoco trataba de pensar en que solo tenía esta Bendición porque había matado a uno de su propia generación. El lord Legislador proporcionaba los clavos cada siglo, dando el número solicitado, para que los kandra pudieran engendrar a una nueva generación.
Ahora tenía cuatro clavos, dos Bendiciones, y era uno de los kandra vivos más poderosos. Reforzados sus músculos, TenSoon saltó confiadamente desde lo alto de la formación rocosa, precipitándose sin problemas seis metros hasta el terreno cubierto de ceniza de más abajo. Echó a correr más velozmente ahora. La Bendición de la Potencia se parecía al poder de un alomántico que quemaba peltre, pero no era lo mismo. No mantendría a TenSoon en marcha indefinidamente, ni podía avivarlo en busca de un estallido extra de poder. Por otro lado, no necesitaba metales para impulsarse.
Se dirigió al este. El Primer Contrato era explícito. Cuando regresara Ruina, los kandra tenían que buscar al Padre para servirlo. Por desgracia, el Padre estaba muerto. El Primer Contrato no había tenido en cuenta esa posibilidad. Así que, incapaz de acudir al Padre, TenSoon hizo lo más parecido. Fue en busca de Vin.