Los koloss tenían pocas posibilidades de liberarse. Cuatro clavos, y su capacidad mental disminuida, los hacían muy fáciles de dominar. Solo en medio de un frenesí de sangre tenían un poco de autonomía.
Cuatro clavos también hacían que a los alománticos les resultara más fácil controlarlos. En nuestro tiempo, hacía falta un empujón de duralumín para tomar el control de un kandra. Los koloss, sin embargo, podían ser dominados por un empujón concreto, sobre todo cuando se dejaban llevar por el frenesí.
67
Elend y Vin se encontraban en lo alto de las fortificaciones de Ciudad Fadrex. El saliente de roca había alojado antes las hogueras que atisbaban en el cielo nocturno: podía verse la negra cicatriz de una de ellas a la izquierda.
Era agradable sentirse abrazada de nuevo por Elend. Su calor era un consuelo, sobre todo cuando, desde la ciudad, contemplaban el terreno que antes ocupaba su ejército. Los koloss crecían en número. Permanecían inmóviles en la tormenta de ceniza, miles de ellos. Más y más criaturas llegaban cada día, hasta montar una fuerza abrumadora.
—¿Por qué no atacan? —preguntó Yomen, molesto. Era el único que se encontraba en la atalaya; Ham y Cett estaban abajo, encargándose de los preparativos del ejército. Tenían que estar preparados para defenderse en el momento en que los koloss atacaran la ciudad.
—Quiere que sepamos que su victoria será aplastante —dijo Vin. Además, está esperando, añadió mentalmente. Esperando la información que necesita.
¿Dónde está el atium?
Había engañado a Ruina. Se había demostrado a sí misma que podía hacerlo. Sin embargo, aún se sentía frustrada. Le parecía como si hubiera pasado los últimos años de su vida reaccionando a cada chasquido de los dedos de Ruina. Cada vez que se consideraba lista, sabia, o dispuesta al sacrificio, descubría que simplemente se limitaba a cumplir su voluntad. Eso la enfurecía.
Pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Tengo que hacer que Ruina juegue su baza, pensó. Hacerle actuar, exponerse.
Durante un breve instante, en el salón del trono de Yomen, había sentido algo sorprendente. Con el extraño poder obtenido de las brumas, había tocado la mente de Ruina a través de Marsh, y había visto algo dentro.
Miedo. Lo recordó, claro y puro. En ese momento, Ruina tuvo miedo de ella. Por eso había huido Marsh.
De algún modo, había tomado para sí el poder de las brumas, y luego lo había utilizado para realizar una alomancia de poder supremo. Lo había hecho antes, cuando luchó contra el lord Legislador en su palacio. ¿Por qué solo podía recurrir a ese poder en momentos impredecibles, al azar? Había querido utilizarlo contra Zane, pero fracasó. Lo había intentado una docena de veces en los últimos días, igual que durante los días posteriores a la muerte del lord Legislador. Nunca había podido acceder a un atisbo de ese poder.
Golpeó como un trueno.
Un enorme y abrumador terremoto sacudió la Tierra. Los salientes de roca alrededor de Fadrex se rompieron y algunos se desplomaron. Vin permaneció en pie, pero solo con la ayuda del peltre, y apenas pudo sujetar a Yomen por la túnica de obligador antes de que cayera. Elend la agarró por el brazo, reforzándola mientras el súbito terremoto sacudía la tierra. Dentro de la ciudad cayeron varios edificios.
Después, todo quedó en silencio. Vin respiró entrecortadamente, la frente cubierta de sudor. Todavía sujetaba con fuerza la túnica de Yomen. Miró a Elend.
—Este ha sido mucho peor que los anteriores —dijo él, maldiciendo para sus adentros.
—Estamos condenados —dijo Yomen en voz baja, obligándose a ponerse en pie—. Si las cosas que dices son ciertas, no solo el lord Legislador está muerto, sino que el ser contra el que se pasó la vida combatiendo ha venido a destruir el mundo.
—Hasta ahora, hemos sobrevivido —dijo Elend con firmeza—. Lo conseguiremos. Los terremotos pueden hacernos daño, pero también afectan a los koloss: mira, y verás que algunos han quedado aplastados por la caída de las rocas. Si las cosas se ponen mal aquí arriba, podemos retirarnos al interior de la caverna.
—¿Sobrevivirá a terremotos como este? —preguntó Yomen.
—Mejor que los edificios de la superficie. Ninguno fue construido para resistir terremotos… pero conozco al lord Legislador, previó los terremotos, y sé que escogió cavernas sólidas y capaces de aguantarlos.
Yomen no pareció encontrar mucho consuelo en sus palabras, pero Vin sonrió. No por lo que había dicho Elend, sino por la forma en que lo había dicho. Algo en él había cambiado. Parecía confiado como no lo había estado nunca. Tenía parte del aire idealista que expresaba en la corte cuando era joven, pero también la dureza del hombre que ha dirigido a su pueblo en la guerra.
Finalmente había encontrado el equilibrio. Por extraño que pareciese, al decidir la retirada.
—Tiene razón, Vin —dijo Elend en tono más suave—. Tenemos que decidir nuestro próximo paso. Es evidente que Ruina pretende derrotarnos aquí, pero al menos el ataque ha sido contenido durante un tiempo. ¿Qué hacemos ahora?
Tenemos que engañarlo, pensó ella. Tal vez… ¿emplear la misma estrategia que Yomen usó conmigo?
Vin consideró la idea. Extendió una mano y se acarició su pendiente. Se le había abollado después de atravesar la cabeza de Marsh, naturalmente, pero había sido tan sencillo como devolverle la forma con un golpe de herrero.
Cuando conoció a Yomen por primera vez, él le devolvió el pendiente. Parecía un gesto extraño, darle metal a una alomántica. Sin embargo, en un entorno controlado, fue algo muy astuto. Él había podido ponerla a prueba y ver si tenía algún metal oculto, reservándose mientras tanto el hecho de que podía quemar atium y protegerse.
Más tarde, pudo hacer que ella revelara su jugada, lo atacara y le mostrara lo que estaba planeando, para poder neutralizarla en una situación que él tenía bajo control. ¿Podría hacer ella lo mismo con Ruina?
Ese pensamiento se mezcló con otro. Las dos veces que la habían ayudado las brumas, había sido en un momento de pura desesperación. Era como si reaccionaran a su necesidad. Así pues, ¿había algún modo de colocarse en una situación donde su necesidad fuera aún más grande que antes? Era una tenue esperanza; pero, mezclada con su deseo de forzar la mano de Ruina, formó un plan en su cabeza.
Ponerse en peligro. Hacer que Ruina trajera a sus inquisidores, colocando a Vin en una situación donde las brumas tuvieran que ayudarla. Si eso no funcionaba, tal vez podría conseguir que Ruina actuara o lanzara los planes ocultos que tenía para ella.
Era increíblemente arriesgado, pero sentía que no tenía mucho tiempo. Ruina vencería pronto, muy pronto, a menos que ella hiciera algo. Y esto era lo único que se le ocurría. Pero ¿cómo actuar sin explicárselo a Elend? No podía hablar del plan, para no revelarle a Ruina lo que estaba haciendo.
Miró a Elend, un hombre a quien parecía conocer mejor que a sí misma. No había necesitado que le dijera que había reconciliado las dos mitades de su persona, simplemente había podido decírselo con solo mirarlo. Con alguien así, ¿en verdad necesitaba revelarle sus planes? Tal vez…
—Elend —dijo—. Creo que solo hay una forma de salvar esta ciudad.
—¿Y cuál es? —dijo él lentamente.
—Tengo que conseguirlo.
Elend frunció el ceño y luego abrió la boca. Ella lo miró a los ojos, esperanzada. Él vaciló.
—¿El… atium? —aventuró.
Vin sonrió.
—Sí. Ruina sabe que lo tenemos. Lo encontrará, aunque no lo usemos. Pero, si lo traemos aquí, al menos podremos luchar.
—De todas formas, aquí estaría más seguro —dijo Elend lentamente, los ojos confusos, pero confiando en ella—. Prefiero tener un ejército entre esas riquezas y nuestros enemigos. Tal vez podamos usarlo para sobornar a algunos caudillos locales para que nos ayuden.
A Vin le parecía una treta endeble. Y, sin embargo, sabía que era porque podía ver la confusión de Elend, podía leer sus mentiras en sus ojos. Lo comprendía, igual que él la comprendía a ella. Era una comprensión que requería amor.
Y sospechaba que eso era algo que Ruina jamás podría conseguir.
—Entonces debo marcharme ya —dijo ella, abrazándolo con fuerza, los ojos cerrados.
—Lo sé.
Ella continuó abrazándolo unos instantes más, sintiendo cómo la ceniza caía a su alrededor, le rozaba la piel y las mejillas. Sintió latir el corazón de Elend. Se empinó y lo besó. Finalmente, se retiró, y comprobó sus metales. Lo miró a los ojos y Elend asintió, así que saltó a la ciudad para recoger algunas herraduras.
Unos momentos más tarde, se lanzó al aire ceniciento hacia Luthadel, rodeada por un remolino de metal. Elend permaneció en silencio en el saliente rocoso, viéndola partir.
Ahora, pensó dirigiéndose a Ruina, que sabía que la estaba observando con atención, aunque no se había revelado desde que ella recurrió a las brumas. Ahora vamos a tener una persecución, tú y yo.