Sí, hay dieciséis metales. Me parece muy poco probable que el lord Legislador no los conociera todos. De hecho, que hablara de varios en las placas de los depósitos de almacenaje significa que al menos conocía su existencia.

He de asumir que no se lo dijo a la humanidad por algún motivo. Tal vez lo ocultó para tener una ventaja secreta, igual que guardó la única pepita del cuerpo de Conservación que convertía a los hombres en nacidos de la bruma.

O tal vez simplemente decidió que la humanidad tenía ya bastante poder con los diez metales conocidos. Algunas cosas jamás las sabremos. Una parte de mí aún considera lamentable lo que hizo. Durante los mil años de reinado del lord Legislador, ¿cuántas personas nacieron, se rompieron, vivieron y murieron sin saber que eran brumosos, simplemente porque sus metales eran desconocidos?

Naturalmente, esto nos dio una ligera ventaja al final. Ruina tuvo muchos problemas para dar duralumín a sus inquisidores, ya que necesitaban a un alomántico que pudiera quemarlo antes de poder utilizarlo. Y, como ninguno de los brumosos de duralumín del mundo conocía su poder, no lo quemaron y se revelaron a Ruina. Eso dejó a la mayoría de los inquisidores sin el poder del duralumín, excepto en unos cuantos casos importantes, como Marsh, que lo recibieron de un nacido de la bruma. Esto solía considerarse un desperdicio, pues si se mataba con hemalurgia a un nacido de la bruma, se aprovechaba solamente uno de sus dieciséis poderes y se perdía el resto. Ruina consideró que era mucho mejor intentar subvertirlos y acceder así a todo su poder.

72

Empezó a llover justo antes de que Vin llegara a Luthadel. Una llovizna fría y tranquila que humedeció la noche, pero no expulsó las brumas.

Avivó su bronce. En la distancia, pudo sentir alománticos. Nacidos de la bruma. La perseguían. Había al menos una docena rastreando su posición.

Aterrizó en la muralla de la ciudad, rozando apenas las piedras con sus pies descalzos. Ante ella se extendía Luthadel, orgullosa incluso ahora. Fundada mil años antes por el lord Legislador, estaba construida encima del mismísimo Pozo de la Ascensión. Durante los diez siglos de su reinado, Luthadel había florecido, convirtiéndose en el lugar más importante y más poblado de todo el imperio.

Y estaba agonizando.

Vin se irguió, contemplando la enorme ciudad. Bolsas de fuego ardían donde los edificios se habían incendiado. Las llamas desafiaban a la lluvia, iluminando los diversos suburbios y otros barrios como bengalas en la noche. Con su luz, pudo ver que la ciudad era un caos. Franjas enteras habían sido destruidas, los edificios, demolidos o quemados. Las calles estaban completamente vacías: nadie intentaba sofocar los incendios, nadie transitaba por las callejas.

La capital, antaño hogar de cientos de miles de personas, parecía vacía. El viento acarició el pelo de Vin, mojado por la lluvia, y sintió un escalofrío. Las brumas, como de costumbre, permanecían apartadas de ella, repelidas por su alomancia. Estaba sola en la ciudad más grande del mundo.

No. Sola no. Podía sentir que se acercaban, los sicarios de Ruina. Los había conducido hasta aquí, les había hecho creer que los traía a donde estaba el atium. Habría muchos más de los que podría combatir. Estaba condenada.

Esa era la idea.

Saltó de la muralla, impulsándose a través de la bruma, la ceniza y la lluvia. Llevaba su capa de bruma, más por nostalgia que por utilidad. Era la misma de siempre, la que Kelsier le había dado su primera noche de entrenamiento.

Aterrizó con una salpicadura en lo alto de un edificio, y luego volvió a saltar, recorriendo la ciudad. No estaba segura de que fuera poético u ominoso que estuviera lloviendo esta noche. Había visitado Kredik Shaw otra noche lluviosa. Una parte de ella aún pensaba que tendría que haber muerto entonces.

Aterrizó en la calle, luego se irguió, los borlones de su capa de bruma cayéndose a su alrededor, ocultando sus brazos y su pecho. Contempló en silencio Kedrik Shaw, la Colina de las Mil Torres. El palacio del lord Legislador, el emplazamiento del Pozo de la Ascensión.

El edificio era una mezcla de varias alas bajas rematadas por docenas de torres, agujas y chapiteles. La terrible cuasisimetría de la amalgama se volvía aún más inquietante por la presencia de las brumas y la ceniza. El edificio llevaba abandonado desde la muerte del lord Legislador. Las puertas estaban rotas, y pudo ver ventanas destrozadas en los muros. Kredik Shaw estaba tan muerta como la ciudad que había dominado antaño.

Una figura apareció junto a ella.

—¿Aquí? —dijo Ruina—. ¿Aquí es donde me traes? Hemos registrado este lugar.

Vin permaneció en silencio, contemplando las torres. Dedos negros de metal hurgando en un cielo aún más negro.

—Vienen mis inquisidores —susurró Ruina.

—No deberías haberte revelado —dijo Vin, sin mirarlo—. Tendrías que haber esperado a que recuperara el atium. Ahora jamás lo conseguiré.

—¡Ah!, pero ya no creo que lo tengas —dijo Ruina con su voz paternal—. Niña… niña. Te creí al principio. De veras. Hice acopio de mis poderes, dispuesto a enfrentarme a ti. Sin embargo, cuando viniste aquí, supe que me habías despistado.

—No lo sabes seguro —repuso Vin suavemente, la voz complementada por la silenciosa lluvia.

Silencio.

—No —dijo Ruina por fin.

—Entonces tendrás que intentar hacerme hablar —susurró ella.

¿Intentar? ¿Te das cuenta de las fuerzas que puedo usar contra ti, niña? ¿Te das cuenta del poder que tengo, de la destrucción que represento? Soy montañas que aplastan. Soy olas que rompen. Soy tormentas que quiebran. Soy el final.

Vin continuó contemplando la lluvia. No cuestionaba su plan: no lo tenía por costumbre. Había decidido qué hacer. Era hora de poner en marcha la trampa.

Estaba cansada de ser manipulada.

—¡Nunca lo conseguirás! —exclamó—. No, mientras yo viva.

Ruina gritó, un sonido de ira primigenia, de algo que tenía que destruir. Luego, se desvaneció. Restalló un relámpago, y su luz fue una oleada de poder que atravesó la bruma. Iluminó figuras ataviadas con túnicas en la lluvia ennegrecida que caminaban hacia ella, rodeándola.

Vin se volvió hacia un edificio derruido cercano, viendo cómo una figura se encaramaba sobre los cascotes. Iluminada ahora solo por la luz de las estrellas, la figura tenía el pecho desnudo, la caja torácica marcada y los músculos tensos. La lluvia le corría por la piel, goteando desde los clavos que le sobresalían en el pecho. Uno entre cada grupo de costillas. Tenía clavos en los ojos, uno de los cuales le había aplastado la cuenca de un ojo al ser clavado en su cráneo.

Los inquisidores normales tenían nueve clavos; el que ella había matado con Elend, diez. Marsh parecía tener más de veinte. Gruñó en voz baja.

Y la lucha empezó.

Vin se echó atrás la capa chorreando agua por los borlones, y se empujó hacia delante. Trece inquisidores volaron hacia ella a través del cielo nocturno. Vin esquivó una andanada de hachazos, luego envió un empujón hacia un par de inquisidores, quemando duralumín. Las criaturas fueron impelidas hacia atrás por sus clavos, y Vin aceleró en un súbito salto a un lado.

Golpeó a otro inquisidor, los pies contra el pecho. Salpicó agua, mezclada con ceniza, cuando Vin agarró uno de los clavos de los ojos del inquisidor. Entonces se impelió hacia atrás y avivó peltre.

Tiró, y el clavo se soltó. El inquisidor gritó, pero no cayó muerto. La miró, un lado de la cabeza convertido en un agujero abierto, y siseó. Quitarle un clavo del ojo, al parecer, no bastaba para matarlo.

Ruina se rio en su cabeza.

El inquisidor intentó agarrarla, y Vin se impulsó al cielo, tirando de una de las torres de metal de Kedrik Shaw. Apuró el contenido de un frasquito de metales mientras volaban, restaurando su acero.

Una docena de figuras con túnicas oscuras saltó a través de la lluvia para seguirla. Marsh se quedó abajo, observando.

Vin apretó los dientes, y entonces sacó un par de dagas y se empujó hacia abajo, directamente hacia los inquisidores. Pasó entre ellos, sorprendiendo a varios, quienes probablemente esperaban que se apartara de un salto. Golpeó directamente a la criatura a la que le había quitado el clavo, haciéndolo girar en el aire, clavándole las dagas en el pecho. Él rechinó los dientes, riendo, y luego la obligó a abrir los brazos y la envió al suelo de una patada.

Vin cayó con la lluvia.

Golpeó el suelo con fuerza, pero consiguió aterrizar de pie. El inquisidor golpeó el empedrado de espaldas, las dagas todavía en el pecho. Pero se incorporó con facilidad, apartando las dagas, rompiéndolas contra el suelo de piedra.

Entonces se movió. Demasiado rápido. Vin no tuvo tiempo de pensar mientras se abría paso a través de la lluvia brumosa y la agarraba por la garganta.

He visto antes esa velocidad, pensó mientras se debatía. No solo en los inquisidores. En Sazed. Es un poder feruquímico. Igual que la fuerza que Marsh empleó.

Ese era el motivo de los nuevos clavos. Estos inquisidores no tenían tantos como Marsh, pero obviamente tenían algunos poderes nuevos. Fuerza. Velocidad. Cada una de estas criaturas era, esencialmente, otro lord Legislador.

¿Lo ves?, preguntó Ruina.

Vin gritó, empujando con duralumín contra el inquisidor, liberándose de su garra. El movimiento le marcó el cuello con sus uñas, y tuvo que apurar otro frasco de metales (el último) para restaurar su acero mientras resbalaba por el suelo mojado.

Los depósitos feruquimistas se agotan, se dijo. Incluso los alománticos cometen errores. Puedo vencer.

Sin embargo, se tambaleó, respirando entrecortadamente mientras hacía una pausa, una mano en el suelo, hundida hasta la muñeca en la fría agua de lluvia. Kelsier había tenido que esforzarse para luchar contra un inquisidor. ¿Qué hacía ella luchando contra trece?

Las figuras empapadas aterrizaron a su alrededor. Vin pataleó, clavando un pie en el pecho de un inquisidor, y luego se impulsó para apartarse de otro. Rodó por los resbaladizos adoquines, y un hacha de obsidiana casi le cortó la cabeza cuando se alzó y lanzó dos pies amplificados por el peltre contra las rodillas de un oponente.

Los huesos crujieron. El inquisidor gritó y cayó. Vin se puso en pie apoyándose en una mano, y luego tiró de las torres, lanzándose al aire tres metros para esquivar la multitud de golpes que caían en su búsqueda.

Se posó en el suelo, agarró el mango del hacha del inquisidor caído. Blandió el arma, chorreando agua, la piel manchada con ceniza húmeda mientras bloqueaba un golpe.

No puedes luchar, dijo Ruina. Cada golpe no hace sino ayudarme. Soy Ruina.

Vin gritó, lanzándose a por todas al ataque, apartando con el hombro a un inquisidor y luego clavando el hacha en el costado de otro. Las criaturas gruñeron y atacaron, pero ella se mantuvo siempre un paso por delante, esquivando por los pelos sus mandobles. Aquel al que había derribado se volvió a incorporar, sanadas las rodillas. Sonreía.

Un golpe que no vio la alcanzó en el hombro, empujándola hacia delante. Sintió que la sangre caliente le corría por la espalda, pero el peltre mató el dolor. Se lanzó a un lado, recuperando el equilibrio, hacha en mano.

Los inquisidores avanzaron. Marsh observaba en silencio, la lluvia le corría por la cara, los clavos sobresalían de su cuerpo como las agujas de Kedrik Shaw. No se unió a la lucha.

Vin gimió, luego volvió a lanzarse al cielo. Voló por delante de sus enemigos, y rebotó de torre en torre, usando su metal como anclaje. Los doce inquisidores la siguieron como una bandada de cuervos, saltando entre agujas, las túnicas ondeando, siguiendo rumbos distintos a ella. Vin se abalanzó entre las brumas, que continuaban girando a su alrededor, desafiando a la lluvia.

Un inquisidor aterrizó en la torre a la que se dirigía. Vin gritó, blandiendo el hacha con un revés mientras se posaba, pero él se empujó para repeler el golpe y luego tiró de sí mismo. Vin le dio una patada en los pies, lanzándose al aire junto a su oponente. Entonces le agarró la túnica mientras caían.

El inquisidor, con los dientes apretados en una sonrisa, le arrancó el hacha con una mano inhumanamente fuerte. Su cuerpo empezó a hincharse, ganando la masa innatural de un feruquimista al decantar fuerza. Se rio de Vin, y la agarró por el cuello. Ni siquiera se dio cuenta de que Vin tiró levemente de ambos mientras caían por el aire.

Golpearon una de las agujas de abajo, y el metal penetró el pecho del sorprendido inquisidor. Vin se lanzó a un lado, apartándose, pero se agarró a su cabeza, y su peso hizo que se clavara aún más en la aguja. No vio cómo el metal desgarraba el cuerpo de la criatura, pero cuando golpeó el suelo, solo tenía la cabeza en las manos. Un clavo sin cuerpo salpicó en un charco ceniciento junto a ella, y Vin soltó junto a él la cabeza de la criatura muerta.

Marsh gritó de furia. Cuatro inquisidores más aterrizaron alrededor de Vin, que dio una patada a uno, pero este se movió con velocidad feruquimista y le agarró el pie. Otro la agarró por un brazo y tiró de ella hacia un lado. Vin gritó, liberándose de una patada, pero un tercer inquisidor la sujetó, su tenaza amplificada por fuerzas alománticas y feruquimistas. Los otros tres lo imitaron, sujetándola con dedos como garras.

Tras inspirar profundamente, Vin apagó su estaño y quemó duralumín, acero, y peltre. Empujó hacia fuera con una súbita oleada de poder; los inquisidores fueron repelidos por sus clavos. Cayeron desparramados al suelo, maldiciendo.

Vin golpeó los adoquines. De repente, el dolor en su espalda y su cuello parecieron imposiblemente fuertes. Avivó estaño para despejar su mente, pero siguió tambaleándose, mareada, mientras se ponía en pie. Había agotado todo su peltre en aquel estallido.

Se dispuso a echar a correr, y encontró a una figura de pie ante ella. Marsh guardaba silencio, aunque otra andanada de relámpagos iluminó las brumas.

Vin se había quedado sin peltre. Sangraba por una herida que probablemente habría matado a cualquier otra persona. Estaba desesperada.

Muy bien. ¡Ahora!, pensó mientras Marsh la abofeteaba. El golpe la arrojó al suelo.

No sucedió nada.

¡Vamos!, pensó Vin, tratando de recurrir a las brumas. El terror se retorció en su interior mientras Marsh acechaba, una figura negra en la noche. ¡Por favor!

Cada vez que las brumas la habían ayudado, lo habían hecho en su momento de mayor desesperación. Ese era su plan, por débil que pareciera: meterse en más problemas que nunca, y luego contar con que las brumas la ayudaran. Como ya habían hecho anteriormente en dos ocasiones.

Marsh se arrodilló sobre ella. Las imágenes destellaban como estallidos de rayos a través de su mente cansada.

Camon alzaba una mano carnosa para golpearla. La lluvia caía sobre ella mientras se acurrucaba en un rincón oscuro, con el costado dolorido por un profundo tajo. Zane se volvía hacia ella en lo alto de la Fortaleza Hasting, una de las manos goteando un lento chorro de sangre.

Vin trató de moverse por los resbaladizos y fríos adoquines, pero su cuerpo no funcionaba bien. Apenas podía arrastrarse. Marsh le descargó un puñetazo en la pierna que le rompió el hueso, y ella gritó llena de un dolor helado y sorprendido. Ningún peltre templó el golpe. Trató de incorporarse para extraer uno de los clavos de Marsh, pero él le agarró la pierna, la rota, y su propio esfuerzo la hizo gritar de agonía.

Ahora, dijo Ruina con su amable voz, empezamos. ¿Dónde está el atium, Vin? ¿Qué sabes de él?

—Por favor… —susurró Vin, volviéndose hacia las brumas—. Por favor, por favor, por favor…

Sin embargo, las brumas permanecieron distantes. Una vez, habían revoloteado juguetonas alrededor de su cuerpo, pero ahora se alejaban. Igual que habían hecho durante todo el año pasado. Ella gemía, buscándolas, pero se apartaban. La aislaban como a una afectada de la peste.

Era la misma forma en que las brumas trataban a los inquisidores.

Las criaturas se levantaron, rodeándola, siluetas en la noche oscura. Marsh la atrajo de un tirón, luego le buscó el brazo. Vin oyó el hueso romperse antes de sentir el dolor. No obstante, el dolor vino, y ella gritó.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sido torturada. Las calles no la habían tratado bien, pero en los últimos años Vin había conseguido evitar la mayoría de esas experiencias. Se había convertido en una nacida de la bruma. Poderosa. Protegida.

Esta vez no, advirtió a través de una neblina de agonía. Sazed no vendrá a por mí esta vez. Kelsier no me salvará. Incluso las brumas me han abandonado. Estoy sola.

Los dientes empezaron a castañearle, y Marsh alzó su otro brazo. La miró con sus ojos claveteados de expresión ilegible. Luego rompió el hueso.

Vin gritó, más de terror que de dolor.

Marsh observó su grito, mientras escuchaba el dulce sonido que emitía. Sonrió, y se dirigió a la pierna intacta. Si Ruina no lo estuviera conteniendo… Tal vez llegaría a matarla. Forcejeaba con sus ataduras, ansiando causarle más daño.

No… pensó una parte diminuta de su ser.

Caía la lluvia, que marcaba con sus gotas una noche preciosa. La ciudad de Luthadel yacía envuelta en su paño funerario, humeante, algunas zonas aún ardiendo a pesar de la noche húmeda. Cuánto deseaba Marsh haber llegado a tiempo para ver los tumultos y la muerte. Sonrió, el apasionado amor de una matanza fresca bullendo en su interior.

No, pensó.

De algún modo, sabía que el final estaba muy cerca. El suelo temblaba bajo sus pies, y tuvo que apoyarse en una mano antes de continuar su trabajo y romperle a Vin la otra pierna. El día final había llegado. El mundo no sobreviviría a esta noche. Se rio alegremente, sumergido en un frenesí de sangre, apenas controlado mientras rompía el cuerpo de Vin.

¡NO!

Marsh despertó. Aunque sus manos aún se movían según lo ordenado, su mente se rebeló. Captó la ceniza, y la lluvia, la sangre y el hollín, y eso le disgustó. Vin yacía medio muerta.

Kelsier la trataba como a una hija, pensó mientras le rompía los dedos, uno a uno. Ella gritaba. La hija que nunca tuvo con Mare.

Me he rendido. Igual que hice con la rebelión.

Era la gran vergüenza de su vida. Años atrás, antes del Colapso, había dirigido la rebelión skaa. Pero había renunciado. Se había retirado, había abandonado el liderazgo del grupo. Y eso fue tan solo un año antes de que la rebelión, con ayuda de Kelsier, derrocara al Imperio Final. Marsh había sido su líder, pero renunció. Justo antes de la victoria.

No, pensó mientras le rompía a Vin los dedos de la otra mano. Otra vez no. ¡Ya basta de rendirse!

Su mano se dirigió a la clavícula de Vin. Y entonces lo vio. Un único trocito de metal, que brillaba en la oreja de la muchacha. Su pendiente. Se lo había explicado una vez.

No lo recuerdo, le susurró desde el pasado la voz de Vin. Un recuerdo de cuando el propio Marsh se sentaba con ella en el porche de la mansión Renoux, viendo a Kelsier organizar una caravana en el patio, justo antes de que Marsh se marchara para infiltrarse en las filas del Sacerdocio del Acero.

Vin le habló de su madre loca. Reen me contó que volvió un día a casa y encontró a mi madre cubierta de sangre, había dicho Vin. Había matado a mi hermana pequeña. A mí, sin embargo, no me había tocado, salvo para darme un pendiente…

No confíes en nadie perforado por metal. La carta de Fantasma. Incluso el trozo más pequeño puede manchar a un hombre.

El trozo más pequeño.

Al mirarlo con atención, el pendiente, aunque retorcido y abollado, parecía casi un diminuto clavo.

No pensó. No le dio a Ruina tiempo a reaccionar. En la excitación por la muerte del Héroe de las Eras, el control de Ruina era más débil que nunca. Acumulando toda la voluntad que le quedaba, Marsh extendió la mano.

Y arrancó el pendiente de la oreja de Vin.

Vin abrió los ojos.

Agua y ceniza caían sobre ella. El cuerpo le ardía de dolor, y los gritos resonantes de las preguntas de Ruina aún reverberaban en su cabeza.

Pero la voz no siguió hablando. Se había apagado a media frase.

¿Qué?

Las brumas regresaron a ella de golpe. Fluyeron a su alrededor, sintiendo la alomancia de su estaño, que aún quemaba levemente. Se arremolinaron en torno a ella como habían hecho una vez, juguetonas, amistosas.

Estaba agonizando. Lo sabía. Marsh había acabado con sus huesos, y obviamente se impacientaba. Gritó, sujetándose la cabeza con las manos. Entonces cogió su hacha del charco donde la había dejado. Vin no podría haber echado a correr aunque hubiese querido.

Por fortuna, el dolor remitía. Todo remitía. Era negro.

Por favor, pensó, recurriendo a las brumas con una última súplica. De pronto parecían tan familiares. ¿Dónde había sentido aquello antes? ¿De qué las conocía?

Del Pozo de la Ascensión, por supuesto, susurró una voz en su cabeza. Después de todo, es el mismo poder. Sólido en el metal que le diste a Elend. Líquido en la charca que quemaste. Y vapor en el aire confinado a la noche. Ocultándote. Protegiéndote.

¡Dándote poder!

Vin jadeó, tomando aliento…, aliento que absorbió la bruma. De repente, se sintió cálida: las brumas surcaban su interior, prestándole sus fuerzas. Todo su cuerpo ardía como metal, y el dolor desapareció en un destello.

Marsh blandía el hacha contra su cabeza, chorreando agua.

Y ella le sujetó el brazo.