Hay un último aspecto de la manipulación cultural del lord Legislador que resulta interesante: el uso de la tecnología.

Ya he mencionado que Rashek decidió emplear la arquitectura khlenni, que le permitía construir grandes estructuras y le proporcionaba la ingeniería necesaria para edificar una ciudad tan grande como Luthadel. En otras áreas, sin embargo, suprimió los avances tecnológicos. La pólvora, por ejemplo, fue tan despreciada por Rashek que el conocimiento de su uso desapareció casi con tanta rapidez como el conocimiento de la religión de Terris.

Al parecer, Rashek consideraba alarmante que empleando armas de fuego incluso los hombres más corrientes fueran casi tan efectivos como los arqueros con años de entrenamiento. Por eso favoreció a los arqueros. Cuanto más se basara la tecnología militar en la instrucción, menos probable era que la población de campesinos pudiera rebelarse y resistirse. De hecho, en parte las revueltas skaa fracasaban siempre por este mismo motivo.

28

¿Estás segura de que se trataba del espíritu de la bruma? —preguntó Elend, frunciendo el ceño, con una carta a medio terminar (escrita en una placa de acero flexible) en la mesa que tenía delante. Había decidido dormir en su camarote a bordo del barco, en vez de en una tienda. No solo se sentía más cómodo; también se sentía más seguro con paredes a su alrededor, y no con tela.

Vin suspiró, se sentó en la otra cama, encogió las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas.

—No lo sé. Me asusté un poco, así que hui.

—¡Bien hecho! —exclamó Elend, tiritando al recordar lo que le había hecho el espíritu de la bruma.

—Sazed estaba convencido de que el espíritu de la bruma no era maligno —comentó Vin.

—Yo también. ¿Recuerdas que yo fui quien se le acercó directamente, diciéndole que creía que era amigo? Ese fue el momento en que me apuñaló.

Vin negó con la cabeza.

—Intentaba impedir que liberara a Ruina. Pensó que, si tú morías, yo tomaría el poder para mí en vez de entregarlo y te curaría.

—No sabes bien cuáles fueron sus intenciones, Vin. Podrías estar asociando coincidencias.

—Tal vez. Sin embargo, ayudó a Sazed a descubrir que Ruina alteraba los textos.

Eso, al menos, era cierto… si lo que contaba Sazed era de fiar. El terrisano se había mostrado un poco… inconsistente desde que Tindwyl había muerto. No, se dijo Elend, sintiendo al instante una puñalada de culpa. No, Sazed es digno de confianza. Puede estar debatiéndose con su fe, pero sigue siendo dos veces más de fiar que el resto de nosotros.

—¡Oh, Elend! ¡Hay tantas cosas que no sabemos! Últimamente, siento que mi vida es un libro escrito en un idioma que no sé leer. El espíritu de la bruma está relacionado con todo esto, pero no soy capaz de dilucidar cómo.

—Probablemente esté de nuestro lado —aventuró Elend, aunque era difícil no volver a los recuerdos de lo que había sentido al ser apuñalado y sentir que la vida se le escapaba. Morir, sabiendo lo que eso causaría en Vin.

Se obligó a volver a la conversación en curso:

—Crees que el espíritu de la bruma trató de impedirte liberar a Ruina, y Sazed dice que le dio información importante. Eso lo convierte en el enemigo de nuestro enemigo.

—Por el momento —repuso Vin—. Pero el espíritu de la bruma es mucho más débil que Ruina. Los he sentido a ambos. Ruina era… enorme. Poderoso. Puede oír todo lo que decimos, puede ver todos los sitios a la vez. En cambio, el espíritu de la bruma es mucho más débil. Más bien un recuerdo que una verdadera fuerza o poder.

—¿Sigues creyendo que te odia?

Vin se encogió de hombros.

—Hace más de un año que no lo veo. Sin embargo, estoy segura de que no es el tipo de ser que cambie, y siempre he sentido odio y animosidad en él. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Eso fue el principio. La noche en que vi por primera vez el espíritu de la bruma fue cuando empecé a sentir que las brumas ya no eran mi hogar.

—¿Estás segura de que el espíritu no es lo que mata a la gente y las hace enfermar?

Vin asintió.

—Sí, estoy segura.

En esto se mostraba inflexible, aunque Elend consideraba que se precipitaba un poco al juzgar. ¿Algo espectral, moviéndose en las brumas? Parecía el tipo de cosa que se podía relacionar con las personas muertas súbitamente en esas mismas brumas.

Naturalmente, esas personas no morían apuñaladas, sino entre estertores. Elend suspiró y se frotó los ojos. Su carta inacabada a lord Yomen permanecía sobre la mesa: tendría que volver a ella por la mañana.

—Elend —dijo Vin—. Esta noche, le dije a alguien que detendría la caída de ceniza y volvería el sol amarillo.

Elend arqueó una ceja.

—¿A ese informador con el que hablaste?

Vin asintió. Los dos guardaron silencio.

—No esperaba que fueras a admitir algo así —comentó él por fin.

—Soy el Héroe de las Eras, ¿no? Incluso Sazed lo dijo, antes de que empezara a volverse raro. Es mi destino.

—¿El mismo «destino» que dijo que tomarías el poder del Pozo de la Ascensión y luego lo liberarías por el bien de la humanidad?

Vin asintió.

—Vin —dijo Elend con una sonrisa—. En realidad, no creo que el «destino» sea algo de lo que tengamos que preocuparnos ahora mismo. Quiero decir, tenemos pruebas de que Ruina retorció las profecías para engañar a la gente y así ser liberado.

—Alguien tiene que preocuparse por la ceniza —repuso Vin.

No había mucho que él pudiera decir a eso. Su parte lógica quería discutir, argumentar que deberían concentrarse en las cosas que podían hacer: crear un gobierno estable, descubrir los secretos que había dejado el lord Legislador, asegurar los suministros de los depósitos. Sin embargo, la constante caída de ceniza parecía volverse aún más densa. Si eso continuaba, no pasaría mucho tiempo antes de que el cielo fuera solo una sólida tormenta negra de ceniza.

Le resultaba difícil pensar que Vin, su esposa, pudiera hacer algo respecto al color del cielo o la ceniza. Demoux tiene razón, pensó, pasando los dedos por la carta metálica a lord Yomen. No soy un buen miembro de la Iglesia del Superviviente.

La contempló, sentada en la cama al otro lado del camarote, la expresión distante mientras pensaba en cosas que no deberían ser responsabilidad suya. Aun después de haber pasado toda la noche saltando por la ciudad, aun después de los largos días de viaje, aun con el rostro manchado de ceniza, era hermosa.

En ese momento, Elend advirtió algo. Vin no necesitaba que otra persona la adorara. No necesitaba otro fiel creyente como Demoux, y mucho menos que él fuera creyente. Él no tenía que ser un buen miembro de la Iglesia del Superviviente. Tenía que ser un buen marido.

—Bueno, está bien —dijo—. Hagámoslo.

—¿El qué? —preguntó Vin.

—Salvar el mundo. Detener la ceniza.

Vin bufó en voz baja.

—Haces que parezca un chiste.

—No, lo digo en serio —contestó él, poniéndose en pie—. Si esto es lo que consideras que tienes que hacer, lo que consideras que eres, hagámoslo. Ayudaré como pueda.

—¿Y tu discurso de antes? —recordó Vin—. En la última cueva de almacenaje hablaste de la división del trabajo. Yo con las bromas, tú uniendo al imperio.

—Me equivoqué.

Vin sonrió, y de repente Elend sintió como si el mundo se hubiera enmendado un poquito.

—Bien —dijo él, sentándose en la cama junto a ella—. ¿Tienes alguna idea?

Vin hizo una pausa.

—Sí —contestó—. Pero no puedo decírtela.

Elend frunció el ceño.

—No es que no me fíe de ti —aclaró Vin—. Es Ruina. En la última caverna de almacenaje encontré una segunda inscripción en la placa, casi al pie. Me advertía que todo lo que hablara, o escribiera, sería conocido por nuestro enemigo. Así que, si hablamos demasiado, sabrá nuestros planes.

—Eso dificulta un poco que trabajemos juntos en el problema.

Vin le agarró las manos.

—Elend, ¿sabes por qué al final accedí a casarme contigo?

Elend negó con la cabeza.

—Porque me di cuenta de que confiabas en mí —dijo Vin—. Confiabas en mí como nadie lo ha hecho antes. Esa noche, cuando luché contra Zane, decidí que tenía que darte mi confianza. Esta fuerza que está destruyendo el mundo… tenemos algo que no puede comprender. No necesito forzosamente tu ayuda, sino tu confianza. Tu esperanza. Nunca la he tenido en mí misma, y confío en la tuya.

Elend asintió despacio.

—Cuenta con ella.

—Gracias.

—¿Sabes? —añadió Elend—. Aquellos días en que te negabas a casarte conmigo, yo no paraba de pensar en lo extraña que eras.

Ella arqueó una ceja.

—¡Vaya, qué romántico!

Elend sonrió.

—¡Oh, venga ya! Tienes que admitir que no eres corriente, Vin. Eres una extraña mezcla de noble, pícara callejera y gata. Además, en nuestros tres breves años juntos, has conseguido matar no solo a mi dios, sino a mi padre, mi hermano y mi prometida. Es como una especie de saña homicida. Una extraña base para nuestra relación, ¿no?

Vin se limitó a poner los ojos en blanco.

—Me alegro de no tener más parientes cercanos —dijo Elend. Entonces la miró—: Excepto tú, claro.

—No voy a ahogarme, si es a lo que quieres llegar.

—No —dijo Elend—. Lo siento. Es que… bueno, ya sabes. Da igual: te estaba explicando algo. Al final, dejé de preocuparme por lo extraña que parecías. Me di cuenta de que no importaba si te comprendía, porque confiaba en ti. ¿Tiene sentido? Sea como sea, supongo que estoy diciendo que te apoyo. No sé qué estás haciendo, y no tengo ninguna pista de cómo vas a conseguirlo. Pero, bueno, confío en que lo harás.

Vin se acercó más a él.

—Ojalá pudiera hacer algo para ayudarte —dijo Elend.

—Entonces resuelve lo de los números —dijo Vin, frunciendo el ceño. Aunque había sido a ella a quien le había parecido extraño lo de los porcentajes de quienes caían víctimas de las brumas, Elend sabía que le preocupaban las cifras. No tenía la formación, ni la práctica, para lidiar con ellas.

—¿Estás segura de que guardarán relación con todo esto? —preguntó Elend.

—Fuiste tú quien consideró que los porcentajes eran tan extraños.

—Buen argumento. Muy bien, trabajaré en ello.

—Pero no me digas qué has descubierto —dijo Vin.

—Entonces ¿cómo va a servirte de ayuda?

—Confía en mí —dijo Vin—. Puedes decirme lo que tengo que hacer, pero no me digas por qué. Tal vez podamos adelantarnos a esta cosa.

¿Adelantarnos?, pensó Elend. Tiene poder para enterrar todo el imperio en ceniza, y al parecer puede oír todo lo que decimos. ¿Cómo nos «adelantamos» a algo así? Pero había prometido confiar en Vin, y así lo hizo.

Vin señaló la mesa.

—¿Esa es tu carta a Yomen?

Elend asintió.

—Espero que acceda a hablar conmigo, ahora que estoy aquí.

—Lentoveloz parece pensar que Yomen es buen hombre. Tal vez te escuche.

—Lo dudo —repuso Elend. Guardó silencio un momento, y luego cerró el puño, apretando los dientes con frustración—. Dije a los demás que quería probar con la diplomacia, pero sé que Yomen va a rechazar mi mensaje. Por eso traje al ejército: podría haberte enviado para que te infiltrases, como hiciste en Urteau. Sin embargo, infiltrarnos no nos sirvió de mucho allí; todavía tenemos que asegurarnos la ciudad si queremos los suministros.

»Necesitamos esta ciudad. Aunque no hubiera sido tan importante descubrir qué hay en el depósito, habría venido aquí. La amenaza que Yomen supone para nuestro reino es demasiado fuerte, y la posibilidad de que el lord Legislador dejara información importante en ese depósito no puede ser ignorada. Yomen tiene grano en ese depósito, pero aquí la tierra no recibirá suficiente luz del sol para cultivarlo. Así que probablemente lo dará al pueblo como alimento; un desperdicio, cuando no tenemos suficiente para plantar y llenar el Dominio Central. Hay que tomar esta ciudad, o al menos convertirla en nuestra aliada.

»Pero ¿qué hago si Yomen no quiere hablar? ¿Enviar ejércitos a atacar las aldeas cercanas? ¿Envenenar los suministros de la ciudad? Si estás en lo cierto, ha encontrado el depósito, lo cual significa que tendrá más alimentos de lo que esperábamos. A menos que lo destruyamos, podría resistir nuestro asedio. Pero si lo destruimos, su pueblo morirá de hambre… —Elend sacudió la cabeza—. ¿Recuerdas cuando ejecuté a Jastes?

—Estabas en tu derecho —dijo Vin rápidamente.

—Eso creo. Pero lo maté porque dirigió a un grupo de koloss contra mi ciudad, y dejó que saquearan mi pueblo. Casi he hecho lo mismo aquí. Hay veinte mil bestias ahí fuera.

—Puedes controlarlas.

—Jastes también pensaba que podía controlarlas —repuso Elend—. No quiero soltar a esas criaturas, Vin. Pero ¿y si el asedio fracasa, y tengo que intentar quebrar las fortificaciones de Yomen? No podré hacerlo sin los koloss. —Sacudió la cabeza—. Si pudiera hablar con Yomen… Tal vez podría hacerle entrar en razón, o al menos convencerlo de que tiene que caer.

Vin vaciló.

—Puede… que haya una manera.

Elend la miró a los ojos.

—Siguen dando bailes en la ciudad —reveló Vin—. Y el rey Yomen asiste a todos.

Elend parpadeó. Al principio supuso que la había entendido mal. Sin embargo, la expresión de sus ojos, aquella salvaje determinación, lo persuadió de lo contrario. A veces, veía en ella un toque del Superviviente; o al menos, del hombre que las historias decían que había sido Kelsier. Atrevida hasta el punto de la intrepidez. Valiente y arrojada. A veces, tenía menos en cuenta a Vin de lo que le gustaba admitir.

—Vin, ¿estás sugiriendo que asistamos a un baile que se celebra en medio de la ciudad que estamos asediando?

Vin se encogió de hombros.

—Claro. ¿Por qué no? Ambos somos nacidos de la bruma: podemos entrar en esa ciudad sin muchos problemas.

—Sí, pero…

Elend se calló.

Tendría una sala llena con los mismos nobles que espero intimidar, por no mencionar que tendría acceso al hombre que se niega a reunirse conmigo, en una situación en que no le resultaría fácil huir sin parecer un cobarde.

—Piensas que es una buena idea —señaló Vin, sonriendo con picardía.

—Es una idea loca —contestó Elend—. Soy el emperador… No debería colarme en una ciudad enemiga para poder ir de fiesta.

Vin entornó los ojos y lo miró.

—He de admitir, sin embargo —dijo Elend—, que el concepto tiene un encanto considerable.

—Yomen no nos recibirá, así que entraremos y le aguaremos la fiesta.

—Hace tiempo que no voy a ningún baile —comentó Elend, especulando—. Tendré que desenterrar buen material de lectura en honor a los viejos tiempos.

De repente, Vin se puso pálida. Elend vaciló al verla, sintiendo que algo iba mal. No con lo que él había dicho, sino con algo más. ¿Qué es? ¿Asesinos? ¿Espíritus de la bruma? ¿Koloss?

—Acabo de darme cuenta de una cosa —soltó Vin, mirándolo con aquellos intensos ojos suyos—. No puedo ir al baile… ¡No he traído ningún vestido!