El pacto entre Conservación y Ruina es asunto de dioses, y resulta difícil de explicar en términos humanos. De hecho, al principio, hubo un empate entre ambos. Por un lado, cada uno sabía que solo trabajando juntos podían crear. Por otro, ambos sabían que nunca tendrían completa satisfacción en lo que crearan. Conservación no podía mantener las cosas perfectas y sin cambios, y Ruina no podía destruir por completo.

Como es lógico, Ruina acabó por adquirir la habilidad de poner fin al mundo y obtener la satisfacción que buscaba. Pero, claro, eso no formaba parte del trato inicial.

53

Fantasma la encontró sentada en la orilla rocosa del lago, contemplando las aguas negras, tan quietas en el aire sin viento de la caverna. No muy lejos, Fantasma podía oír a Sazed, con un gran contingente de hombres de Goradel, trabajando en su proyecto de desviar el flujo de agua que llegaba a la cueva.

Fantasma se acercó a Beldre en silencio, con un tazón de té caliente. Casi parecía quemarle la piel, lo que significaba que debía de ser adecuado para la gente normal. Fantasma dejaba que sus comidas y bebidas reposaran hasta que quedaban a temperatura ambiente.

No llevaba la venda en los ojos. Con peltre, había descubierto que podía soportar un poco de luz de los faroles. Ella no se volvió mientras se acercaba, así que Fantasma se aclaró la garganta. Beldre dio un leve respingo. No era extraño que Quellion se esforzara tanto en proteger a la muchacha: el nivel de inocencia de Beldre no podía falsearse. No sobreviviría ni tres segundos en los bajos fondos. Incluso Allrianne, que hacía todo lo posible por parecer tonta, tenía una garra que indicaba su capacidad para ser tan dura como fuera necesario con tal de sobrevivir. Beldre, sin embargo…

Es normal, pensó Fantasma. Así sería la gente si no tuviera que tratar con inquisidores, ejércitos y asesinos. La envidiaba por eso. Era una sensación extraña, después de haber pasado tantos años deseando ser alguien más importante.

Ella se volvió hacia las aguas, y él se acercó y se sentó a su vera.

—Toma —dijo, ofreciéndole el tazón—. Sé que hace un poco de frío aquí abajo, con el lago y el agua.

Ella vaciló, pero aceptó el tazón.

—Gracias —susurró.

Fantasma la dejaba deambular libremente por la cueva: había poco que pudiera sabotear, aunque había advertido a los hombres de Goradel que no le quitaran ojo de encima. Sea como fuere, no podía escapar. Fantasma tenía a dos docenas de guardias protegiendo la salida, y había ordenado retirar la escalera que conducía a la trampilla superior, la cual solo volvería a colocarse en su sitio con la debida autorización.

—Cuesta creer que este lugar haya estado siempre bajo la ciudad, ¿eh? —observó Fantasma, tratando de iniciar una conversación. Curiosamente, le había parecido mucho más fácil hablar con ella en los jardines, rodeado de peligros.

Beldre asintió.

—A mi hermano le habría encantado encontrar este lugar. Le preocupan los suministros de comida. Cada vez se pescan menos peces en los lagos del norte. Y las cosechas…, bueno, no van muy bien, según tengo entendido.

—Las brumas —dijo Fantasma—. No dejan que pase suficiente luz para la mayoría de las plantas.

Beldre asintió y miró su tazón. Todavía no había dado un sorbo.

—Beldre —dijo Fantasma—. Lo siento. Pensé secuestrarte en los jardines, pero luego decidí no hacerlo. Sin embargo, cuando apareciste aquí, sola…

—Fue una oportunidad demasiado buena —dijo ella amargamente—. Comprendo. Es culpa mía. Mi hermano siempre dice que soy demasiado confiada.

—Hay momentos en que eso es una ventaja.

Beldre hizo un gesto de indefensión.

—No he conocido esos momentos. Parece que toda mi vida he confiado y he resultado herida. Esto no es diferente.

Fantasma guardó silencio, sintiéndose frustrado consigo mismo. ¡Kelsier, dime qué debo decir!, pensó. Sin embargo, Dios permaneció callado. El Superviviente no parecía tener muchos consejos que dar en cosas que no tenían que ver con asegurar la ciudad.

Cuando dio orden de capturarla, todo parecía sencillo. ¿Por qué ahora estaba allí sentado con ese vacío en el estómago?

—Yo creía en él, ¿sabes? —dijo Beldre.

—¿En tu hermano?

—No —respondió ella, sacudiendo levemente la cabeza—. En el lord Legislador. Era una buena noble. Siempre hacía mis pagos a los obligadores… incluso pagaba de más, y les pedía que fueran testigos de las cosas más nimias. También les pagaba para que me instruyeran en la historia del imperio. Creía que todo era perfecto. Tan ordenado, tan pacífico. Y entonces, trataron de matarme. Resulta que soy medio skaa. Mi padre quería un hijo desesperadamente, y mi madre era estéril. Tuvo dos hijos con una de las criadas… mi madre incluso lo aprobó.

Sacudió la cabeza.

—¿Por qué hacer algo así? —continuó—. Quiero decir, ¿por qué no elegir a una noble? No. Mi padre eligió a la criada. Supongo que se encaprichó o algo… —Agachó la cabeza.

—Para mí, fue mi abuelo —dijo Fantasma—. Yo no llegué a conocerlo. Crecí en las calles.

—A veces desearía haberlo hecho yo también —contestó Beldre—. Entonces tal vez todo esto tendría sentido. ¿Qué haces cuando los sacerdotes a quienes has estado pagando para que te instruyan desde que eres una niña, hombres en quienes confiabas más que en tus propios padres, vienen a llevarte para ejecutarte? Yo también me habría muerto. Fui con ellos. Entonces…

—Entonces, ¿qué? —preguntó Fantasma.

—Me salvasteis —susurró ella—. La banda del Superviviente. Derrocasteis al lord Legislador y, en el caos, todo el mundo se olvidó de la gente como yo. Los obligadores estaban demasiado ocupados tratando de complacer a Straff.

—Y, entonces, tu hermano tomó el mando.

Ella asintió en silencio.

—Creí que sería un buen gobernante. ¡Es un buen hombre! Solo quiere que todo sea estable y seguro. Paz para todos. Sin embargo, a veces, las cosas que le hace a la gente…, las cosas que pide a la gente…

—Lo siento —se compadeció Fantasma.

Ella sacudió la cabeza.

—Y entonces llegaste tú. Salvaste a esa niña, justo delante de Quellion y de mí. Viniste a mis jardines, y ni siquiera me amenazaste. Pensé… tal vez sea como cuentan las historias. Tal vez nos ayude. Y, como la idiota que siempre soy, vine aquí.

—Ojalá las cosas fueran tan sencillas, Beldre —dijo Fantasma—. Ojalá pudiera dejarte marchar. Pero esto es por el bien mayor.

—Es lo que Quellion dice siempre, ¿sabes?

Fantasma vaciló.

—Sois muy parecidos, vosotros dos —añadió ella—. Enérgicos. Autoritarios.

Fantasma se echó a reír.

—No me conoces muy bien, ¿verdad?

Ella se ruborizó.

—Eres el Superviviente de las Llamas —dijo—. No creas que no he oído los rumores: mi hermano no puede mantenerme al margen de todas sus reuniones.

—Los rumores pocas veces son creíbles.

—Formas parte de la banda del Superviviente.

Fantasma se encogió de hombros.

—Eso es cierto. Pero por accidente.

Ella lo miró, frunciendo el ceño.

—Kelsier escogió a los demás —dijo Fantasma—. Ham, Brisa, Sazed… incluso Vin. Escogió también a mi tío. Y, al hacerlo, me tuvo a mí de regalo. Yo… nunca formé realmente parte de todo aquello, Beldre. Era una especie de observador. Me encargaban vigilar y ese tipo de cosas. Me sentaba en las sesiones de planificación, y todo el mundo me trataba como al chico de los recados. ¡Debí de llenar la copa de Brisa un centenar de veces durante aquel primer año!

Un atisbo de diversión asomó en el rostro de Beldre.

—Haces que parezca que eras un criado.

—Más o menos —dijo Fantasma, sonriendo—. No hablaba muy bien: me había acostumbrado a hablar en el argot callejero del este, y todo lo que decía era un galimatías. Dicen que todavía conservo el acento. Así que me quedaba callado casi todo el tiempo, cohibido. La banda era amable conmigo, pero yo sabía que me ignoraban.

—Y ahora estás al mando de todos.

Fantasma se rio.

—No. En realidad, es Sazed quien está al mando. Brisa también es mi superior, pero me deja dar órdenes porque es demasiado perezoso para hacerlo él. Le gusta obligar a la gente a hacer cosas sin saberlo. La mitad de las veces, estoy seguro de que las cosas que digo son ideas que él me ha metido en la cabeza de algún modo.

Beldre sacudió la cabeza.

—¿El terrisano está al mando? ¡Pero si te consulta a ti!

—Solo me deja hacer lo que él no quiere hacer —repuso Fantasma—. Sazed es un gran hombre, uno de los mejores que he conocido. Se encuentra más a gusto estudiando un proyecto y tomando notas que dando órdenes. Así que solo quedo yo. Hago el trabajo que todos los demás no hacen porque están demasiado ocupados.

Beldre guardó silencio unos instantes, y luego por fin tomó un sorbo de té.

—¡Ah! —exclamó—. ¡Está bueno!

—Por lo que sabemos, es el que bebía el lord Legislador —dijo Fantasma—. Lo encontramos aquí, con el resto de las cosas.

—Por eso habéis venido, ¿verdad? —preguntó Beldre, indicando la caverna—. Me preguntaba por qué a vuestro emperador le interesaba Urteau. En realidad, no hemos sido una fuerza importante en el mundo desde que el linaje Venture trasladó su centro de poder a Luthadel.

Fantasma asintió.

—En parte por eso, aunque a Elend también le preocupa la rebelión. Es peligroso tener un enemigo que mata a nobles controlando una de las principales ciudades tan cerca de Luthadel. Es todo lo que puedo decirte. La mayor parte del tiempo, me parece que sigo estando al margen en todo esto. Vin y Elend son quienes realmente saben lo que pasa. Para ellos, soy el tipo que pueden permitirse que pase meses espiando en Urteau mientras ellos hacen el trabajo importante en el sur.

—Se equivocan al tratarte así.

—No, no pasa nada. Me gusta estar aquí. Me parece que por fin he podido hacer algo.

Ella asintió. Poco después, soltó la taza y se abrazó las rodillas.

—¿Cómo son? —preguntó—. He oído muchas historias. ¡Dicen que el emperador Venture siempre viste de blanco, y que la ceniza se niega a ensuciarlo! Puede derrotar a un ejército con solo mirarlo. Y su esposa, la heredera del Superviviente. Nacida de la bruma…

Fantasma sonrió.

—Elend es un estudioso olvidadizo… aún peor que Sazed. Se pierde en sus libros y se olvida de las reuniones que él mismo ha convocado. Solo se viste más o menos a la moda porque una mujer terrisana le compró un guardarropa nuevo. La guerra lo ha cambiado algo, aunque por dentro creo que sigue siendo un soñador atrapado en un mundo con demasiada violencia.

»Y Vin… bueno, ella sí que es distinta. Nunca he estado seguro de cómo interpretarla. A veces, parece frágil como una niña. Y luego, va y mata a un inquisidor. Puede ser fascinante y aterradora al mismo tiempo. Intenté cortejarla una vez.

—¿De verdad? —dijo Beldre, alzando la cabeza.

Fantasma sonrió.

—Le regalé un pañuelo. Había oído decir que es lo que se hace en la sociedad noble.

—Solo si eres un romántico —precisó Beldre, sonriendo con tristeza.

—Bueno, pues le regalé uno —continuó Fantasma—. Pero creo que ella no sabía lo que significaba. Y, claro, cuando lo supo, me lo devolvió. No estoy seguro de en qué estaba pensando, tratando de hacerle la corte. Quiero decir, solo soy Fantasma. El silencioso, incomprensible y poco memorable Fantasma.

Cerró los ojos. ¿Qué estoy diciendo? Las mujeres no querían oír hablar a los hombres de lo insignificantes que eran. Eso había oído decir. No tendría que haber venido a hablar con ella. Tendría que haberme puesto a dar órdenes. Para hacer ver que estoy al mando.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Ella conocía la verdad sobre Fantasma. Él suspiró y abrió los ojos.

—No creo que seas poco memorable —dijo Beldre—. Naturalmente, es más probable que te tuviera en mayor estima si me dejaras ir.

Fantasma sonrió.

—Con el tiempo. Te lo prometo.

—¿Vais a usarme contra él? —preguntó Beldre—. ¿Vais a amenazar con matarme si no cede?

—Ese tipo de amenazas son huecas si sabes que no vas a hacer nunca lo que dices. Sinceramente, Beldre, no voy a hacerte daño. De hecho, tengo la sensación de que aquí estarás más segura que en el palacio de tu hermano.

—Por favor, no lo mates, Fantasma —suplicó Beldre—. Tal vez… tal vez puedas ayudarlo de algún modo, hacerle ver que está siendo demasiado radical.

Fantasma asintió.

—Lo intentaré.

—¿Lo prometes?

—Está bien. Prometo que al menos intentaré salvar a tu hermano. Si puedo.

—Y la ciudad también.

—Y la ciudad. Confía en mí. Hemos hecho esto antes: la transición será suave.

Beldre asintió, y pareció que en verdad lo creía. ¿Qué clase de mujer sigue siendo capaz de confiar en la gente después de todas las cosas por las que ha pasado? Si hubiera sido Vin, lo habría apuñalado por la espalda a la primera oportunidad, y probablemente eso habría sido lo correcto. Sin embargo, esta muchacha seguía confiando. Era como encontrar una hermosa planta que crecía sola en un campo de ceniza calcinada.

—Cuando terminemos, tal vez podrías presentarme a los emperadores —sugirió Beldre—. Parece gente interesante.

—Nunca discutiré con esa apreciación —dijo Fantasma—. Elend y Vin… bueno, sí que son interesantes. Gente interesante con pesadas responsabilidades. A veces, desearía ser lo bastante poderoso para hacer cosas importantes como ellos.

Beldre le puso una mano en el brazo, y él la miró, un poco sorprendido. ¿Qué?

—El poder puede ser algo terrible, Fantasma —susurró en voz baja—. Yo… no me gusta lo que ha hecho con mi hermano. No lo desees tanto.

Fantasma la miró a los ojos, luego asintió y se levantó.

—Si necesitas algo, pídeselo a Sazed. Él se encargará de todo.

Ella alzó la cabeza.

—¿Adónde vas?

—A que me vean.

—Quiero contratos comerciales exclusivos en todos los canales —dijo Durn—. Y que el emperador me conceda un título.

—¿A ti? —preguntó Fantasma—. ¿Un título? ¿Crees que la palabra «lord» delante de tu nombre va a hacer que esa cara sea menos fea?

Durn arqueó una ceja.

Fantasma se echó a reír.

—Cuenta con ambas cosas. Lo hablé con Sazed y Brisa: incluso te redactarán un contrato, si quieres.

Durn asintió, apreciativo.

—Lo quiero. Los lores prestan atención a ese tipo de cosas.

Se hallaban en una de las muchas cámaras traseras, no en su hogar privado, sino en un lugar anexo a una taberna. Un viejo conjunto de tambores colgaba de la pared.

Fantasma había tenido pocos problemas para eludir a los soldados de Quellion que vigilaban el edificio del Ministerio. Incluso antes de ganar habilidades amplificadas con estaño, y mucho antes de que pudiera quemar peltre, había aprendido a escabullirse en la noche y espiar. Un grupo de soldados difícilmente suponía un obstáculo para él. No podía permanecer enclaustrado en la cueva como los demás. Tenía demasiado trabajo que hacer.

—Quiero despejadas las Gradas —dijo Fantasma—. Inundaremos los canales durante la noche, cuando los mercados estén vacíos. Nadie vive en los surcos excepto los que estáis aquí en los suburbios. Si quieres que este lugar no se inunde, necesitarás levantar una buena barrera a prueba de agua.

—Eso está hecho —repuso Durn—. Cuando las Gradas eran nuevas, les birlamos el sistema de compuertas, pero sé dónde está. Volverá a ser colocado en su sitio para mantener el agua a raya, suponiendo que podamos instalarlo correctamente.

—Más os vale. No quiero sobre mi conciencia la muerte de la mitad de los mendigos de la ciudad. Te avisaré del día que vayamos a hacerlo. Mira a ver si puedes conseguir algunos de los artículos en el mercado, y mantener a la gente fuera de los surcos. Eso, además de lo que estás haciendo por mi reputación, te garantizará el título que quieres.

Durn asintió y se puso en pie.

—¡Bien!, entonces vamos a trabajar en esa reputación.

Se dirigió a la salida de la habitación trasera, conduciendo a Fantasma al bar. Como siempre, Fantasma llevaba su túnica quemada: se había convertido en una especie de símbolo para él. Nunca había llevado una capa de bruma; pero, en cierto modo, esto era aún mejor.

La gente se puso en pie al verlo entrar. Fantasma sonrió, indicando a los hombres de Durn que sacaran odres de vino, robados de la caverna de almacenaje y traídos por Fantasma a lo largo de varias noches seguidas.

—¡Esta noche no tendréis que pagar el licor robado a Quellion! —pregonó—. Esta es su forma de manteneros felices y contentos.

Fue lo único que dijo. No era Kelsier, capaz de impresionar a la gente con sus palabras. En cambio, a sugerencia de Brisa, permaneció casi en silencio. Visitó las mesas, tratando de no parecer distante, pero sin hablar mucho. Parecía pensativo, y preguntaba a la gente por sus problemas. Escuchó historias de pérdidas y estragos, y bebió con ellos a la salud de aquellos a quienes Quellion había asesinado. Con su peltre, nunca se emborrachaba. Ya tenía fama de eso: la gente lo consideraba algo místico, como su habilidad para sobrevivir al fuego.

Después de ese bar, visitaron otro, y después otro. Durn procuró llevarlo a los sitios más seguros, y sin embargo más concurridos. Algunos estaban en las Gradas, otros en la ciudad. En todos ellos Fantasma notó algo sorprendente: su confianza crecía. Era un poco como Kelsier. Puede que Vin fuera la que había sido entrenada por el Superviviente, pero Fantasma era quien hacía lo que él había hecho: animar al pueblo, guiarlos para que se levantaran por su propio bien.

A medida que fue pasando la noche, los diversos bares se convirtieron en un borrón. Fantasma susurró maldiciones contra Quellion, hablando de los asesinatos y de los alománticos que el Ciudadano conservaba. No esparció los rumores de que el propio Quellion era alomántico: dejó que Brisa lo hiciera con más cuidado. Así, no parecería que Fantasma estaba demasiado ansioso por acabar con él.

—¡Por el Superviviente!

Fantasma alzó la cabeza, sosteniendo su jarra de vino, sonriendo mientras los clientes del bar vitoreaban.

—¡Por el Superviviente! —dijo otro, señalándolo—. ¡Por el Superviviente de las Llamas!

—¡Por la muerte del Ciudadano! —gritó Durn, alzando su copa, aunque rara vez bebía—. ¡Abajo con el hombre que dijo que nos dejaría gobernar, y luego se lo quedó todo para él!

Fantasma sonrió, y dio un sorbo. No había advertido lo agotador que podía ser estar allí sentado hablando con la gente. Su peltre avivado mantenía a raya el cansancio de su cuerpo, pero no podía hacer nada con la fatiga mental.

Me pregunto qué pensaría Beldre si viera esto, pensó. Los hombres vitoreándome. Se quedaría impresionada, ¿no? Olvidaría lo que rezongué sobre lo inútil que era.

Tal vez las visitas a los bares habían sido agotadoras porque había otra cosa que prefería estar haciendo. Era una tontería: ella era su cautiva. Y había traicionado su confianza. Obviamente, Beldre intentaba camelárselo para que la dejara marchar. Sin embargo, Fantasma no podía dejar de recordar su conversación, revisándola una y otra vez en su mente. Pese a las estupideces que había dicho, ella le había puesto una mano en el brazo. Eso significaba algo, ¿no?

—¿Estás bien? —preguntó Durn, inclinándose hacia delante—. Es tu décima jarra esta noche.

—Estoy bien.

—Parecías un poco distante.

—Tengo muchas cosas en la cabeza.

Durn se echó atrás, frunciendo el ceño, pero no dijo nada más.

Algunas cosas de su conversación con Beldre molestaban a Fantasma, incluso más que sus propios comentarios estúpidos. Ella parecía realmente preocupada por las cosas que su hermano había hecho. Cuando Fantasma estuviera en el poder, ¿lo vería como veía a Quellion? ¿Sería algo malo, o algo bueno? Ella ya había dicho que eran parecidos.

El poder puede ser algo terrible…

Alzó la cabeza y miró a los hombres del bar que volvían a vitorearlo, como habían hecho los hombres de los otros bares. Kelsier había podido manejar este tipo de adulaciones. Si Fantasma quería ser como él, tendría que tratar también con esto, ¿no?

¿No era bueno ser apreciado? ¿Que la gente estuviera dispuesta a seguirlo? Por fin podría librarse del antiguo Fantasma. Podría dejar de ser aquel chiquillo tan insignificante, tan fácilmente olvidado. Podría dejar atrás a aquel niño y convertirse en un hombre respetado. ¿Y por qué no debería ser respetado? Ya no era aquel niño. Llevaba vendas en los ojos, que ampliaban su reputación mística de alguien que no necesitaba luz para ver. Algunos decían que dondequiera que ardiese el fuego, Fantasma podía verlo.

—Te adoran —susurró Kelsier—. Y te lo mereces.

Fantasma sonrió. Esa era toda la confirmación que necesitaba. Se levantó, alzando los brazos ante la multitud. Ellos vitorearon en respuesta.

Aquello había tardado mucho tiempo en producirse. Y parecía mucho más dulce por la espera.