Originalmente, asumimos que un koloss era una combinación de dos personas en una. Fue un error. Los koloss no eran la fusión de dos personas, sino de cinco, como demuestran los cuatro clavos necesarios para crearlos. No cinco cuerpos, por supuesto, sino cinco almas.

Cada par de clavos proporciona lo que los kandra llamaban la Bendición de la Potencia. Sin embargo, cada clavo distorsiona también un poco más el cuerpo del koloss, volviéndolo cada vez más inhumano. Ese es el precio de la hemalurgia.

40

Nadie sabe exactamente cómo se forman los inquisidores.

Elend se dirigía a un grupito que incluía a Ham, Cett, el escriba Noorden y el casi recuperado Demoux. Vin estaba sentada al fondo de la tienda, todavía intentando dilucidar lo que había descubierto. Humano, todos los koloss… habían sido una vez personas.

—Sin embargo, hay un montón de teorías al respecto —continuó Elend—. Cuando el lord Legislador cayó, Sazed y yo realizamos algunas investigaciones, y descubrimos unos cuantos datos interesantes por parte de los obligadores a quienes interrogamos. Por ejemplo, los inquisidores están hechos a partir de hombres corrientes, hombres que recuerdan quiénes fueron, pero ganan nuevas habilidades alománticas.

—Nuestra experiencia con Marsh lo demuestra —dijo Ham—. Recordaba quién era, incluso después de que le atravesaran el cuerpo con todos esos clavos. Y obtuvo los poderes de un nacido de la bruma cuando se convirtió en inquisidor.

—Disculpadme —intervino Cett—, pero ¿alguien me puede explicar qué demonios tiene esto que ver con el asedio de la ciudad? Aquí no hay inquisidores.

Elend se cruzó de brazos.

—Es importante, Cett, porque estamos en guerra y no solo con Yomen, sino con algo que no comprendemos, algo mucho más grande que esos soldados de Fadrex.

Cett hizo una mueca.

—¿Sigues creyendo toda esa cháchara de destino y dioses y similares?

—Noorden —dijo Elend, mirando al escriba—. Por favor, cuéntale a lord Cett lo que me dijiste antes.

El antiguo obligador asintió:

—Bueno, mi señor, es así: esos números relacionados con el porcentaje de personas que caen enfermas por el mal de las brumas son demasiado regulares para ser naturales. La naturaleza funciona en un caos organizado: aleatoriedad a pequeña escala, con tendencias a escala superior. No puedo creer que nada natural pueda haberse producido con resultados tan exactos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Cett.

—Bueno, mi señor —dijo Noorden—. Imagina que oyes un golpecito fuera de tu tienda. Si se repite de vez en cuando, sin una pauta exacta, puede ser el viento que agita una lona suelta contra un poste. Sin embargo, si se repite con regularidad exacta, sabes que debe de ser una persona que golpea el poste. Podrías hacer la distinción inmediatamente, porque has aprendido que la naturaleza puede ser repetitiva en un caso como ese, pero no exacta. Igual que estos números, mi señor. Son demasiado organizados, demasiado repetitivos, para ser naturales. Tienen que haber sido creados por alguien.

—¿Estás diciendo que una persona hizo enfermar a esos soldados? —preguntó Cett.

—¿Una persona…? No, no una persona, supongo —respondió Noorden—. Pero algo inteligente debe de haberlo hecho. Es la única conclusión que puedo extraer. Algo con un plan, algo que se preocupa por ser exacto.

Todos guardaron silencio.

—¿Y esto se relaciona de algún modo con los inquisidores, mi señor? —preguntó Demoux con cuidado.

—Sí —contestó Elend—. Al menos, así es si piensas como yo…, lo cual he de reconocer que no hace mucha gente.

—Para bien o para mal… —dijo Ham, sonriendo.

—Noorden, ¿qué sabes respecto a cómo se forman los inquisidores? —preguntó Elend.

El escriba se incomodó.

—Como debes de saber, yo pertenecía al Cantón de la Ortodoxia, no al Cantón de la Inquisición.

—Seguramente habría rumores.

—Bueno, por supuesto. De hecho, había más que rumores. Los obligadores superiores siempre intentaban descubrir cómo conseguían su poder los inquisidores. Existía rivalidad entre los Cantones, ya sabes, y… bueno, suponía que eso no te interesaba. De todas formas, sí que corrían rumores.

—¿Y…? —preguntó Elend.

—Decían… —empezó a decir Noorden—. Decían que un inquisidor era una fusión de muchas personas diferentes. Para crear un inquisidor, el Cantón de la Inquisición tenía que conseguir un grupo entero de alománticos, y luego combinar sus poderes en uno.

De nuevo, silencio en la sala. Vin encogió las piernas y se abrazó las rodillas. No le gustaba hablar de los inquisidores.

—¡Por el lord Legislador! —susurró Ham—. ¡Eso es! ¡Por eso los inquisidores se esforzaban tanto en encontrar brumosos skaa! ¿No lo veis? No es solo porque el lord Legislador ordenara matar a los mestizos… ¡Era para que los inquisidores pudieran perpetuarse! ¡Necesitaban matar alománticos para poder crear nuevos inquisidores!

Elend asintió.

—De algún modo, esos clavos que los inquisidores llevan en el cuerpo transfieren la habilidad alomántica. Matas a ocho brumosos, y confieres todos sus poderes a un solo hombre, como Marsh. Sazed me dijo una vez que Marsh se mostraba siempre reacio a hablar del día en que lo hicieron inquisidor, pero dijo que resultó algo… «desagradable».

Ham asintió.

—Y cuando Kelsier y Vin encontraron su cuarto el día en que lo cogieron y lo convirtieron en inquisidor, encontraron allí un cadáver. ¡Un cadáver que al principio pensaron que pertenecía a Marsh!

—Más tarde, Marsh dijo que allí habían matado a más de una persona —recordó Vin en voz baja—. Que no había quedado lo bastante de ellas para contarlo.

—Una vez más —insistió Cett—, ¿todo esto tiene sentido?

—Bueno, parece que hace un buen trabajo molestándote —dijo Ham animosamente—. ¿Necesitamos más sentido?

Elend dirigió a ambos una mirada de reproche.

—El tema, Cett, es que Vin descubrió algo esta semana.

El grupo se volvió hacia ella.

—Los koloss están hechos a partir de humanos —informó Vin.

—¿Qué? —preguntó Cett, frunciendo el ceño—. Eso es absurdo.

—No —respondió Vin, negando con la cabeza—. Estoy segura. He comprobado los koloss vivos. Ocultos entre esos pliegues y bolsas de piel de sus cuerpos, están perforados por clavos. Más pequeños que los clavos de los inquisidores, y hechos de metales diferentes, pero todos los koloss los tienen.

—Nadie ha descubierto de dónde salen los koloss nuevos —dijo Elend—. El lord Legislador guardó el secreto, y se ha convertido en uno de los grandes misterios de nuestro tiempo. Los koloss parecen matarse unos a otros con regularidad cuando alguien no los controla de forma activa. Sin embargo, siempre parece que hayan más criaturas. ¿Cómo?

—Porque están nutriendo constantemente su número —dijo Han, asintiendo muy despacio—. En las aldeas que saquean.

—¿Os preguntasteis alguna vez por qué, durante el asedio de Luthadel, el ejército koloss de Jastes atacó una aldea al azar antes de marchar contra nosotros? —preguntó Elend—. Las criaturas necesitaban nutrir su número.

—Siempre caminan, visten ropas, hablan de que son humanos —dijo Vin—. Sin embargo, no recuerdan cómo eran antes. Alguien ha roto sus mentes.

Elend asintió.

—El otro día, Vin finalmente consiguió que uno de ellos le mostrara cómo hacer nuevos koloss. Por lo que hizo, por lo que ha dicho desde entonces, creemos que intentaba combinar a dos hombres en uno. Eso crearía una criatura con la fuerza de dos hombres y la mente de ninguno.

—Un tercer arte —dijo Ham, alzando la cabeza—. Una tercera forma de usar los metales. Está la alomancia, que extrae poder de los metales mismos. Está la feruquimia, que usa metales para extraer poder de tu propio cuerpo, y está…

—Marsh la llamó hemalurgia —dijo Vin en voz baja.

—Hemalurgia… —musitó Ham—. Usa los metales para extraer el poder del cuerpo de otro.

—¡Magnífico! —exclamó Cett—. ¿Finalidad?

—El lord Legislador creó sirvientes para que lo ayudaran —respondió Elend—. Por medio de este arte, esta hemalurgia, hacía soldados que nosotros llamamos koloss. Creó espías que llamamos kandra. Y creó sacerdotes que llamamos inquisidores. Los construyó todos con debilidades, para así poder controlarlos.

—Al principio, aprendí a controlar a los koloss gracias a TenSoon —dijo Vin—. Me mostró inadvertidamente el secreto. Mencionó que los kandra y los koloss eran primos, y me di cuenta de que podía controlar tanto a los unos como a los otros.

—Yo… sigo sin ver adónde queréis llegar —dijo Demoux, mirando a Vin y a Elend.

—Los inquisidores deben de tener las mismas debilidades, Demoux —respondió Elend—. Esta hemalurgia deja la mente… herida. Permite que un alomántico se introduzca y tome el control. Los nobles siempre se preguntaron qué volvía a los inquisidores tan fanáticamente devotos del lord Legislador. No eran como los obligadores normales… eran mucho más obedientes. Completamente devotos.

—Eso le sucedió a Marsh —susurró Vin—. La primera vez que lo vi después de que lo hicieran inquisidor, parecía diferente. Pero solo se volvió más extraño durante el año siguiente al Colapso. Hasta que, finalmente, se rebeló contra Sazed e intentó matarlo.

—Lo que intentamos sugerir —dijo Elend—, es que algo está controlando a los inquisidores y a los koloss. Algo está explotando las debilidades que el lord Legislador insertó en esas criaturas y los está utilizando como peones. Los problemas que hemos estado sufriendo, el caos tras el Colapso… no es simplemente caos. Como tampoco son caóticas las pautas de gente que cae enferma. Sé que parece obvio, pero lo importante es que ahora conocemos el método. Comprendemos por qué pueden ser controlados y cómo están siendo controlados.

Elend continuó caminando de un lado a otro, marcando con los pies el sucio suelo de la tienda:

—Cuanto más pienso en el descubrimiento de Vin, más creo que todo esto está conectado. Los koloss, los kandra y los inquisidores no son tres rarezas separadas, sino parte de un único fenómeno cohesivo. Ahora, en la superficie, el conocimiento de este tercer arte, esta hemalurgia, no parece gran cosa. Nosotros no pretendemos usarlo para crear más koloss, así que ¿de qué nos sirve el conocimiento?

Cett asintió, como si Elend hubiera expresado sus propios pensamientos. Sin embargo, Elend estaba ausente, mirando a través de la puerta abierta de la tienda. Era algo que antes hacía con frecuencia, cuando dedicaba más tiempo a los estudios. No respondía a las preguntas de Cett. Expresaba sus propias preocupaciones, siguiendo su propio camino lógico.

—Esta guerra que estamos librando —continuó Elend—, no es solo cuestión de soldados. No es solo cuestión de koloss, ni de tomar Ciudad Fadrex. Tiene que ver con acontecimientos que inadvertidamente pusimos en marcha desde el momento en que derribamos al lord Legislador. La hemalurgia, los orígenes de los koloss, forma parte de una pauta. Los porcentajes de los que caen enfermos son también parte de la pauta. Cuanto menos veamos el caos y más veamos la pauta, mejor podremos comprender contra qué luchamos… y cómo derrotarlo.

Elend se volvió hacia el grupo.

—Noorden, quiero que cambies el objetivo de tu investigación. Hasta ahora, hemos asumido que los movimientos de los koloss eran aleatorios. Ya no estoy convencido de que eso sea cierto. Investiga los antiguos informes de nuestros exploradores. Traza listas y movimientos. Presta especial atención a los cuerpos de los koloss que sabemos que no estaban bajo el control de un inquisidor. Quiero ver si podemos descubrir por qué fueron a donde fueron.

—Sí, mi señor —respondió Noorden.

—Los demás, permaneced atentos —ordenó Elend—. No quiero otro error como el de la semana pasada. No podemos permitirnos perder más soldados, ni siquiera koloss.

Ellos asintieron, y la postura de Elend indicó el final de la reunión. Se llevaron a Cett a su tienda, Noorden corrió a iniciar su nueva investigación y Ham salió en busca de algo para comer. Demoux, en cambio, se quedó. Vin se levantó y se acercó a Elend, y lo agarró del brazo cuando él se volvía hacia Demoux.

—Mi señor… —dijo Demoux, un poco cohibido—. Supongo que el general Ham ha hablado contigo.

¿Qué es esto?, pensó Vin, alzando la cabeza.

—Sí, Demoux —respondió Elend con un suspiro—. Pero, en realidad, no creo que sea algo de lo que preocuparse.

—¿Qué? —preguntó Vin.

—Hay cierto grado de… ostracismo en el campamento, mi señora —comentó Demoux—. A los que estuvimos enfermos durante dos semanas, en vez de unos pocos días, se nos trata con cierto recelo.

—Recelo con el que ya no estás de acuerdo, ¿no, Demoux? —recalcó Elend con una severa mirada regia.

Demoux asintió.

—Confío en tu interpretación, mi señor. Pero es que…, bueno, cuesta dirigir a hombres que no confían en ti. Y cuesta mucho más a quienes se encuentran en mi situación. Comen juntos, apartados de los demás durante su tiempo libre. Eso refuerza la división.

—¿Qué piensas tú? —preguntó Elend—. ¿Deberíamos intentar forzar la integración?

—Eso depende, mi señor.

—¿De qué?

—De varios factores —dijo Demoux—. Si planeas atacar pronto, entonces la reintegración sería una mala idea: no quiero luchando a mi lado a hombres en quienes no pueda confiar. Sin embargo, si vamos a continuar el asedio durante algún tiempo, obligarlos a permanecer juntos podría tener sentido. La porción mayor del ejército tendría tiempo de aprender a confiar en los caídos por la bruma.

Caídos por la bruma, pensó Vin. Interesante nombre.

Elend la miró, y ella supo en qué estaba pensando. El baile en el Cantón de Recursos se celebraría solo dentro de unos días. Si el plan de Elend salía bien, tal vez no tendrían que atacar Fadrex.

Vin no tenía puestas grandes esperanzas en esa opción. Además, sin suministros de Luthadel, no podían lograr gran cosa. Podrían continuar el asedio tal como habían planeado durante meses, o podrían acabar teniendo que atacar en cuestión de semanas.

—Organiza una nueva compañía —ordenó Elend, volviéndose hacia Demoux—. Fórmala con esos caídos por la bruma. Nos encargaremos de la superstición después de tomar Fadrex.

—Sí, mi señor. Pienso que…

Continuaron hablando, pero Vin dejó de prestar atención en cuanto oyó voces que se acercaban a la tienda de mando. Probablemente no era nada. Aun así, se colocó para quedar situada entre quien se acercaba y Elend, y comprobó sus reservas de metal. Dentro de unos instantes, podría determinar de quién se trataba. Uno era Ham. Se relajó cuando la puerta de la tienda se abrió, revelando a Ham con su chaleco y sus pantalones de rigor, seguido por un cansado soldado pelirrojo. El hombre tenía las ropas manchadas de ceniza y llevaba el uniforme de cuero de los exploradores.

—¿Conrad? —preguntó Demoux, sorprendido.

—¿Conoces a este hombre? —quiso saber Elend.

—Sí, mi señor. Es uno de los tenientes que dejé en Luthadel, con el rey Penrod.

Conrad saludó, aunque parecía agotado.

—Mi señor, traigo noticias de la capital.

—¡Por fin! —exclamó Elend—. ¿Qué se cuenta Penrod? ¿Dónde están esas barcazas de suministros que mandé traer?

—¿Barcazas de suministros, mi señor? —preguntó Conrad—. El rey Penrod me envía para pedirte que le envíes suministros tú. Hay disturbios en la ciudad, y algunas de las tiendas de alimentos han sido saqueadas. El rey Penrod quiere que te pida un contingente de tropas para ayudarle a restaurar el orden.

—¿Tropas? ¿Qué hay de la guarnición que le dejé? ¡Debería tener hombres de sobra!

—No son suficientes, mi señor. No sé por qué. Solo puedo transmitirte el mensaje que me han encomendado.

Elend maldijo y dio un puñetazo sobre la mesa.

—¿Es que Penrod no puede hacer lo único que le he pedido? ¡Todo lo que tenía que hacer era conservar las tierras que ya hemos asegurado!

El soldado dio un respingo ante el arrebato de ira, y Vin observó con preocupación. Elend, sin embargo, consiguió controlar su temperamento. Inspiró profundamente y le hizo un gesto al soldado.

—Descansa, teniente Conrad, y come algo. Hablaremos de esto más tarde.

Esa noche, Vin encontró a Elend en el perímetro del campamento, contemplando las hogueras de vigilancia de Fadrex en los acantilados. Le puso una mano en el hombro, y el hecho de que él no diera un respingo indicó que la había oído llegar. Todavía le resultaba un poco extraño que Elend, que siempre había parecido un poco ajeno al mundo que lo rodeaba, fuera ahora un nacido de la bruma capaz, con estaño, de amplificar sus oídos y poder así escuchar los pasos más sigilosos que se le acercaran.

—¿Hablaste con el mensajero? —preguntó Vin mientras él la rodeaba con un brazo, todavía mirando el cielo nocturno.

Caía ceniza alrededor. Un par de soldados ojos de estaño pasaron de patrulla, sin luces, recorriendo en silencio el perímetro del campamento. La propia Vin acababa de volver de una patrulla similar, aunque la suya había sido en torno al perímetro de Fadrex. Hacía un par de rondas cada noche, vigilando cualquier actividad anormal en la ciudad.

—Sí —contestó Elend—. Cuando hubo descansado un poco, hablé con él en profundidad.

—¿Malas noticias?

—Lo que dijo antes. Al parecer, Penrod nunca recibió mis órdenes de enviar comida y tropas. Conrad era uno de los cuatro mensajeros que él nos envió. No sabemos qué les ha pasado a los otros tres. Un grupo de koloss persiguió al propio Conrad, y este solo escapó despistándolos al enviar su caballo en una dirección y esconderse mientras lo abatían y lo masacraban. Escapó mientras lo devoraban.

—Un hombre valiente.

—Y afortunado. En cualquier caso, parece improbable que Penrod pueda enviarnos apoyo. Hay comida almacenada en Luthadel; pero, si la noticia de los disturbios es cierta, Penrod no podrá desviar soldados necesarios para proteger los suministros.

—Entonces… ¿dónde nos deja eso? —preguntó Vin.

Elend la miró, y a ella le sorprendió ver en sus ojos determinación, no frustración.

—Nos da conocimiento.

—¿Qué?

—Nuestro enemigo se ha revelado, Vin. ¿Atacar directamente a nuestros mensajeros con grupúsculos de koloss? ¿Tratar de minar nuestra base de suministros en Luthadel? —Elend sacudió la cabeza—. Nuestro enemigo quiere que esto parezca aleatorio, pero yo veo la pauta. Es demasiado concentrada, demasiado inteligente para ser casualidad. Intenta alejarnos de Fadrex.

Vin sintió un escalofrío. Elend intentó seguir hablando, pero ella extendió una mano y se la colocó sobre sus labios, silenciándolo. Él pareció confuso, pero entonces comprendió, pues asintió. Digamos lo que digamos, Ruina puede escucharlo, pensó Vin. No debemos revelar lo que sabemos.

Sin embargo, algo se transmitió entre ellos. El conocimiento de que tenían que quedarse en Fadrex, de que tenían que averiguar qué había en aquella caverna de almacenaje. Pues su enemigo se esforzaba en impedírselo. ¿Acaso estaba Ruina detrás del caos en Luthadel? ¿Era un plan para que Elend y sus fuerzas volvieran para restaurar el orden, y abandonaran Fadrex?

Se trataba solo de especulación, pero era todo lo que tenían. Vin asintió, indicándole a Elend que estaba de acuerdo con su decisión de quedarse. Con todo, estaba preocupada. Luthadel era su puntal en todo esto, su posición segura. Si perdían eso, ¿qué les quedaba?

Cada vez comprendía más y más que no habría vuelta atrás. No habría ninguna retirada para desarrollar planes alternativos. El mundo se desplomaba a su alrededor, y Elend se había dedicado a Fadrex.

Si fracasaban aquí, no tendrían ningún otro sitio adonde ir.

Al cabo de un rato, Elend le dio un apretón en el hombro, y se internó en las brumas para comprobar algunos de los puestos de guardia. Vin se quedó sola, contemplando las hogueras de vigilancia, experimentando una preocupante sensación de amenaza. Sus pensamientos de antes, en la cuarta caverna de almacenaje, regresaron. Librar guerras, asediar ciudades, jugar a la política… no era suficiente. Estas cosas no los salvarían si la tierra misma moría.

Pero ¿qué más podían hacer? La única opción que tenían era tomar Fadrex y esperar que el lord Legislador les hubiera dejado alguna pista que pudiera ayudarlos. Seguía sintiendo un inexplicable deseo de encontrar el atium. ¿Por qué estaba tan segura de que los ayudaría?

Cerró los ojos, sin querer enfrentarse a las brumas que, como siempre, se apartaban de ella, dejando media pulgada de aire a su alrededor. Había recurrido a ellas una vez, cuando combatía al lord Legislador. ¿Por qué había sido capaz de impulsar entonces su alomancia con su poder?

Se volvió hacia ellas, intentándolo de nuevo, como había hecho tantas otras veces. Las llamó, les suplicó mentalmente, trató de acceder a su poder. Y sintió que debería poder hacerlo. Había fuerza en las brumas. Atrapada en su interior. Pero no cedía. Era como si algo las contuviera, una especie de bloqueo, tal vez. O tal vez un simple capricho por su parte.

—¿Por qué? —susurró, los ojos todavía cerrados—. ¿Por qué me ayudasteis una vez y no más? ¿Estoy loca, o realmente me disteis poder cuando os lo pedí?

La noche no le proporcionó ninguna respuesta. Finalmente, Vin suspiró y dio media vuelta, para buscar refugio dentro de la tienda.