La conciencia de Ruina estaba atrapada en el Pozo de la Ascensión, casi impotente. Esa noche, cuando descubrimos el Pozo por primera vez, encontramos algo que no comprendíamos. Un humo negro cubría una de las salas.
Aunque lo discutimos después, no supimos decir qué era. ¿Cómo íbamos a saberlo?
El cuerpo de un dios… o, más bien, el poder de un dios, puesto que en realidad ambas cosas son lo mismo. Ruina y Conservación habitaban poder y energía del mismo modo que un hombre habita carne y sangre.
14
Fantasma avivó estaño.
Lo dejó arder en su interior, quemando con fuerza, quemando con brillo. Ya nunca lo apagaba. Tan solo lo mantenía encendido, dejándolo crepitar, un fuego dentro de él. El estaño era uno de los metales que se quemaba con más lentitud, y no era difícil obtenerlo en las cantidades necesarias para la alomancia.
Recorrió la silenciosa calle. Incluso con la ahora famosa proclama de Kelsier de que los skaa no tenían que temer a las brumas, pocas personas salían de noche. Pues de noche llegaban las brumas. Densas y misteriosas, oscuras y omnipresentes, eran una de las grandes constantes del Imperio Final. Salían cada noche. Más densas que la simple niebla, giraban en pautas definidas, casi como si los diferentes bancos, corrientes y frentes de bruma fueran seres vivos. Siempre juguetonas, siempre enigmáticas.
Para Fantasma, sin embargo, apenas eran ya un obstáculo. Siempre le habían dicho que no avivara demasiado estaño; le habían advertido que no se volviera dependiente de él. Decían que hacía cosas peligrosas con su cuerpo. Y, la verdad, tenían razón. Llevaba ya un año avivando estaño sin parar, sin ceder nunca, manteniendo su cuerpo en un estado constante de sentidos amplificados, y eso lo había cambiado. También a él le preocupaba que los cambios fueran peligrosos.
Pero los necesitaba, pues la gente de Urteau lo necesitaba a él.
Las estrellas brillaban en el cielo como un millón de soles diminutos. Brillaban a través de las brumas, que durante el último año se habían vuelto diáfanas y débiles. Al principio, Fantasma pensó que el mundo mismo estaba cambiando. Luego se dio cuenta de que era solo su percepción. De algún modo, al avivar estaño durante tanto tiempo, había amplificado de manera permanente sus sentidos hasta un punto muy superior al que otros alománticos podían conseguir.
Había estado a punto de dejarlo. Avivar estaño había empezado como una reacción a la muerte de Clubs. Todavía se sentía fatal por la forma en que había escapado de Luthadel, dejando morir a su tío. Durante aquellas primeras semanas, Fantasma había avivado sus metales casi como penitencia: quería sentirlo todo a su alrededor, abarcarlo todo, aunque fuera doloroso. Tal vez porque precisamente lo era.
Pero entonces empezó a cambiar, y eso lo preocupó. La banda hablaba siempre de lo mucho que se esforzaba Vin. Rara vez dormía, usaba peltre para mantenerse despierta y alerta. Fantasma no sabía cómo funcionaba eso (no era un nacido de la bruma, y solo podía quemar un metal), pero supuso que, si quemar su único metal podía darle una ventaja, más valía aceptarlo. Porque iban a necesitar toda la ventaja que pudieran conseguir.
El cielo estrellado era para él como la luz del día. Durante el día real, tenía que llevar una venda en los ojos para protegerlos, e incluso entonces salir a la calle lo cegaba. Su piel se había vuelto tan sensible que cada guijarro del suelo, cada grieta, cada piedrecilla era como si un cuchillo atravesara las suelas de sus zapatos. El fresco aire de primavera parecía gélido, y llevaba un grueso abrigo.
Sin embargo, había llegado a la conclusión de que estas molestias eran el precio que debía pagar por la oportunidad de convertirse… en lo que quiera que se hubiera convertido. Mientras recorría la calle, podía oír a la gente moverse y agitarse en sus camas, incluso a través de las paredes. Podía sentir un paso a metros de distancia. Podía ver en una noche oscura como ningún otro humano había visto jamás.
Tal vez encontraría un modo de ser útil a los demás. Siempre antes había sido el miembro menos importante de la banda. El chico que hacía recados o montaba guardia mientras los demás planeaban. No estaba resentido por ello: habían hecho bien al encargarle aquellos deberes sencillos. A causa de su dialecto callejero, era difícil entenderlo, y mientras que todos los demás miembros de la banda habían sido escogidos por Kelsier, Fantasma se había unido al grupo por defecto, pues era sobrino de Clubs.
Fantasma suspiró y se metió las manos en los bolsillos mientras caminaba por la calle demasiado brillante. Podía sentir todos y cada uno de los hilos del tejido.
Sabía que estaban ocurriendo cosas peligrosas: la manera en que las brumas permanecían durante el día, la forma en que el suelo se estremecía como si fuera un hombre dormido y sufriera periódicamente una terrible pesadilla. A Fantasma le preocupaba no poder ser de mucha ayuda en los días críticos que estaban por venir. Poco más de un año antes, su tío había muerto después de que él abandonara la ciudad. Fantasma había huido por miedo, pero también porque conocía su propia impotencia. No habría podido ayudar durante el asedio.
No quería volver a verse en esa situación. Quería poder ayudar, de algún modo. No huiría a los bosques, a ocultarse mientras el mundo acababa a su alrededor. Elend y Vin lo habían enviado a Urteau para reunir toda la información que pudiera sobre el Ciudadano y su gobierno, y por eso Fantasma pretendía cumplir lo mejor posible con su misión. Si eso significaba forzar su cuerpo más allá de lo seguro, que así fuera.
Se acercó a un gran cruce. Miró a ambos lados, la visión clara como el día. Puede que no sea un nacido de la bruma, y puede que no sea emperador, pensó. Pero soy algo. Algo nuevo. Algo de lo que Kelsier estaría orgulloso.
Quizás esta vez pueda ayudar.
No vio movimiento en ninguna dirección, así que se internó en la calle y se dirigió hacia el norte. En ocasiones, le parecía extraño caminar subrepticiamente por una calle que veía bien iluminada. Sin embargo, sabía que para los demás estaría oscura, con solo la claridad de las estrellas para ver, la bruma tan bloqueadora y oscurecedora como siempre. El estaño ayudaba a los alománticos a penetrar las brumas, y los ojos cada vez más sensibles de Fantasma eran aún mejores en esto. Atravesó las brumas, sin apenas advertirlas.
Oyó la patrulla mucho antes de verla. ¿Cómo podía alguien no oír el claqueteo de las armaduras, ni sentir el golpeteo de los pies sobre el empedrado? Se detuvo, de espaldas al muro que bordeaba la calle, esperando a la patrulla.
Llevaban una antorcha: para los ojos amplificados de Fantasma, parecía una ardiente bengala de brillo casi cegador. La antorcha indicaba que eran unos necios. Su luz no ayudaría, todo lo contrario. La luz se reflejaba en las brumas, envolviendo a los guardias en una pequeña burbuja que estropeaba su visión nocturna.
Fantasma se quedó donde estaba, inmóvil. La patrulla avanzó calle abajo. Pasaron a unos pocos palmos de él, pero no repararon en su presencia. Había algo… cautivador en poder ver, sintiéndote a la vez completamente expuesto y perfectamente invisible. Eso le hizo preguntarse por qué el nuevo gobierno de Urteau se molestaba en organizar patrullas. Naturalmente, los funcionarios skaa del gobierno debían de tener muy poca experiencia con las brumas.
Cuando la patrulla de guardia dobló la esquina, llevándose consigo la cegadora antorcha, Fantasma volvió a su tarea. El Ciudadano se reuniría esta noche con sus ayudantes, si mantenía lo planeado. Fantasma pretendía escuchar esa conversación. Recorrió la calle con sigilo.
Ninguna ciudad podía comparar su tamaño con Luthadel, aunque Urteau hacía un esfuerzo respetable. Como hogar hereditario del linaje Venture, había sido en tiempos una ciudad mucho más importante y mejor cuidada que ahora. Ese declive había comenzado incluso antes de la muerte del lord Legislador. El signo más obvio era la calle que Fantasma transitaba ahora. Antaño, la ciudad estaba cruzada por canales que funcionaban como calles de agua. Esos canales se habían secado hacía tiempo, y habían dejado la ciudad surcada por profundos pozos polvorientos que se llenaban de barro cuando llovía. En vez de cubrirlos, la gente había empezado a usar los fondos vacíos como calles.
La calle que Fantasma recorría ahora fue en su momento una amplia vía de agua capaz de alojar incluso grandes barcazas. Paredes de tres metros se alzaban a cada lado de la calle hundida, y los edificios acechaban en lo alto, construidos contra el borde del canal. Nadie había podido darle a Fantasma una respuesta definitiva, ni consistente, al hecho de que los canales se hubieran vaciado: unos echaban la culpa a los terremotos, otros a las sequías. Sin embargo, seguía quedando el hecho de que, en los cien años transcurridos desde que los canales perdieron su agua, nadie había encontrado un modo económico de volver a llenarlos.
Así, Fantasma continuó bajando la «calle», sintiendo que caminaba por una profunda zanja. Numerosas escalas, y la rampa ocasional o el tramo de escaleras, conducían a las aceras y los edificios de arriba, pero poca gente caminaba por allí. Los surcos, como los llamaban los residentes de la ciudad, simplemente se habían vuelto normales.
Fantasma captó olor a humo mientras caminaba. Alzó la cabeza y advirtió una abertura en el horizonte de edificios. Recientemente, un edificio de esta calle había ardido hasta los cimientos. La casa de un noble. Su sentido del olfato, como los otros sentidos, era increíblemente agudo. Así que podía ser que estuviera oliendo humo de hacía mucho tiempo, cuando los edificios fueron incendiados durante las primeras revueltas iniciales tras la muerte de Straff Venture. Y, sin embargo, el olor parecía demasiado fuerte para eso. Demasiado reciente.
Fantasma se apresuró. Urteau moría lentamente, en pleno declive, y gran parte de la culpa podía achacársele a su gobernante, el Ciudadano. Tiempo atrás, Elend había dado un discurso al pueblo de Luthadel. Fue la noche en que murió el lord Legislador, la noche de la rebelión de Kelsier. Fantasma recordaba bien las palabras de Elend, pues había hablado de odio, rebelión, y los peligros asociados con ellos. Había advertido que, si el pueblo fundaba su nuevo gobierno sobre el odio y el derramamiento de sangre, se consumiría con miedo, envidia y caos.
Fantasma se hallaba entre aquel público, escuchando. Ahora veía que Elend tenía razón. Los skaa de Urteau habían derrocado a sus gobernantes nobles y, en cierto modo, Fantasma estaba orgulloso de ellos por eso. Sentía un creciente aprecio por la ciudad, en parte por la devoción con que intentaban seguir lo que había enseñado el Superviviente. Sin embargo, su rebelión no había cesado con la expulsión de la nobleza. Como Elend había predicho, la ciudad se había convertido en un lugar de odio y muerte.
La cuestión no era por qué había sucedido, sino cómo detenerlo.
Por ahora, ese no era el trabajo de Fantasma. Tan solo se suponía que debía recopilar información. Solo la familiaridad (obtenida durante semanas de investigación en la ciudad) le permitía saber adónde se acercaba, pues era frustrantemente difícil seguir la pista de dónde te hallabas en los surcos. Al principio, había intentado mantenerse apartado de ellos, deslizándose por las callejas inferiores de arriba. Por desgracia, los surcos cruzaban toda la ciudad, y había perdido tanto tiempo subiendo y bajando que acabó por advertir que los surcos eran la única forma viable de moverse.
A menos que fueras un nacido de la bruma, claro. Por desgracia, Fantasma no podía saltar de edificio en edificio siguiendo líneas de poder alomántico. Tenía que contentarse con los surcos. Y hacerlo lo mejor posible.
Escogió una escala y la subió. Aunque llevaba guantes de cuero, podía sentir el granulado de la madera. En lo alto había una pequeña acera que corría a lo largo del surco. Un callejón se extendía ante él y conducía a un puñado de casas. Un edificio situado al final de la callejuela era su objetivo, pero no se dirigió hacia él. En cambio, esperó en silencio, buscando los signos que sabía que estaban allí. Y, en efecto, captó movimiento en una ventana unos cuantos edificios más abajo. Sus oídos captaron el sonido de pasos en otro edificio. La calle ante él estaba sometida a vigilancia.
Fantasma se volvió. Aunque los centinelas vigilaban con mucha atención las callejas, dejaban sin querer otra avenida abierta: sus propios edificios. Fantasma se arrastró a la derecha, sintiendo cada guijarro bajo sus pies, escuchando con oídos que podían oír la respiración aumentada de un hombre al divisar algo inusual. Rodeó el exterior de un edificio, procurando que no lo viera nadie, y entró en un callejón sin salida al otro lado. Allí, apoyó una mano contra la pared del edificio.
Había vibraciones dentro de la habitación: estaba ocupada, así que siguió adelante. La siguiente habitación lo alertó de inmediato, pues oyó voces entre susurros dentro. La tercera habitación, sin embargo, no le dio nada. Ninguna vibración de movimiento. Ningún susurro. Ni siquiera los golpeteos apagados de un latido, algo que a veces podía oír si el aire estaba lo bastante tranquilo. Tras inspirar profundamente, Fantasma trabajó con cuidado el cierre de la ventana y se deslizó dentro.
Era un dormitorio, vacío, tal como había previsto. Nunca antes había estado en esta habitación. El corazón le latió con fuerza cuando cerró los postigos y luego atravesó la habitación. A pesar de la oscuridad casi total, no tenía ningún problema para ver. La estancia apenas le parecía en penumbra.
Fuera de la habitación encontró un pasillo más familiar. Dejó fácilmente atrás dos salas de guardia, desde donde los hombres vigilaban la calle. Era excitante hacer estas infiltraciones. Fantasma estaba en una de las casas de guardia del Ciudadano, a escasos metros de distancia de gran número de soldados armados. Tendrían que saber vigilar mejor su propio edificio.
Subió las escaleras hasta llegar a una habitación pequeña y pocas veces usada del segundo piso. Comprobó si había vibraciones, y luego entró. La austera cámara estaba llena de petates y polvorientos montones de uniformes. Fantasma sonrió mientras cruzaba la habitación, pisando con cuidado y en silencio, con pies sensibilísimos capaces de sentir tablones sueltos, chirriantes o torcidos. Se sentó en el alféizar de la ventana, confiado en que nadie de fuera podría ver lo bastante bien para divisarlo.
La casa del Ciudadano se hallaba a pocos metros de distancia. Quellion despreciaba la ostentación, y había elegido como sede una estructura de tamaño modesto. Probablemente antes fuera la casa de un noble menor, y solo tenía un pequeño patio, que Fantasma podía ver con facilidad desde su puesto de observación. El edificio en sí brillaba, y la luz brotaba de cada grieta y cada ventana. Era como si todo el edificio estuviera lleno de un extraño poder, y estuviera a punto de estallar.
Pero, claro, era solo la manera en que el estaño superavivado de Fantasma le hacía ver cualquier edificio que tuviera las luces encendidas dentro.
Fantasma se acomodó, las piernas sobre el alféizar y la espalda contra el marco. La ventana no tenía cristal ni postigos, pero sí agujeros de clavos en la madera: señal de que allí hubo antes algo. El motivo por el que habían arrancado los postigos no le importaba a Fantasma; su carencia significaba que era improbable que entraran en esta habitación de noche. Las brumas ya habían reclamado la habitación, aunque eran tan débiles para los ojos de Fantasma que le costaba verlas.
Durante un rato, no sucedió nada. El edificio y el jardín de abajo permanecieron silenciosos y tranquilos en medio de la noche. Sin embargo, al cabo de un rato, ella apareció.
Fantasma se irguió para contemplar a la joven que salía de la casa y entraba en el jardín. Tenía puesto un vestido skaa marrón claro, un atuendo que de algún modo llevaba con sorprendente elegancia. Su pelo era más oscuro que el vestido, pero no mucho más. Fantasma había visto a muy pocas personas con su cabello castaño oscuro; al menos, a pocas personas que pudieran mantenerlo limpio de ceniza y hollín.
Todos en la ciudad conocían a Beldre, la hermana del Ciudadano, aunque pocos la habían visto. Se decía que era muy hermosa, y en este caso los rumores eran ciertos. Sin embargo, nadie había mencionado su tristeza. Con el estaño tan avivado, Fantasma sentía como si estuviera a su lado. Podía ver sus ojos profundos y pesarosos, que reflejaban la luz del brillante edificio de detrás.
Había un banco en el patio, ante un arbolito. Era la única planta que quedaba en el jardín; el resto lo habían arrancado y excavado, hasta dejar solo tierra negra y marrón. Por lo que Fantasma había oído, el Ciudadano había declarado que los jardines ornamentales eran cosa de la nobleza. Sostenía que esos lugares solo habían sido posibles a través del sudor de los esclavos skaa, otra forma de la nobleza para conseguir altos niveles de lujo creando niveles igualmente altos de trabajo para sus sirvientes.
Cuando los habitantes de Urteau habían encalado las murallas de la ciudad y roto las vidrieras de sus ventanas, también habían destruido todos los jardines ornamentales.
Beldre se sentó en el banco a contemplar el triste arbolito, las manos inmóviles sobre el regazo. Fantasma trató de convencerse a sí mismo de que ella no era el motivo por el que se aseguraba de colarse a escuchar las reuniones nocturnas del Ciudadano, y casi lo logró. Estas eran algunas de las mejores oportunidades que tenía para espiar. Poder ver a Beldre era simplemente un añadido. No es que le importara mucho, por supuesto. Ni siquiera la conocía.
Eso pensó mientras permanecía allí sentado, mirándola, deseando tener algún modo de hablar con ella.
Pero no era momento para eso. El exilio de Beldre al jardín significaba que la reunión de su hermano estaba a punto de empezar. Siempre la mantenía cerca, pero al parecer no quería que oyera sus secretos de estado. Por desgracia para él, su ventana daba al puesto de observación de Fantasma. Ningún hombre normal (ni siquiera un ojo de estaño o un nacido de la bruma corriente) podría oír lo que se decía dentro. Pero Fantasma, por mucho que se estirara el significado de la palabra, no cuadraba dentro de lo normal.
No volveré a ser inútil, pensó con decisión mientras escuchaba las palabras pronunciadas con confianza. Atravesaron las paredes, cruzaron el corto espacio, y llegaron a sus oídos.
—Muy bien, Olid —dijo una voz—. ¿Qué noticias hay?
La voz era ya familiar para Fantasma: Quellion, el Ciudadano de Urteau.
—Elend Venture ha conquistado otra ciudad —dijo una segunda voz: Olid, el ministro de exteriores.
—¿Dónde? —exigió Quellion—. ¿Qué ciudad?
—Una sin importancia —respondió Olid—. Al sur. De apenas cinco mil habitantes.
—No tiene sentido —dijo una tercera voz—. Abandonó la ciudad de inmediato, llevándose al populacho consigo.
—Pero, de algún modo, consiguió otro ejército de koloss —añadió Olid.
Bien, pensó Fantasma. La cuarta caverna de almacenaje era suya. Luthadel no pasaría hambre durante algún tiempo. Eso dejaba solamente dos por asegurar: la que había aquí en Urteau, y la última, dondequiera que estuviese.
—Un tirano no necesita ningún motivo para hacer lo que hace —dijo Quellion. Era un hombre joven, pero no estúpido. En ocasiones, hablaba como otros hombres a los que Fantasma había conocido. Hombres sabios. La diferencia, entonces, era de extremos.
¿O tal vez de tiempo?
—Un tirano simplemente conquista por la emoción del control —continuó Quellion—. Venture no está satisfecho con las tierras que ha tomado: nunca lo estará. Seguirá conquistando. Hasta que venga a por nosotros.
La habitación quedó en silencio.
—Informan de que envía un embajador a Urteau —dijo la tercera voz—. Un miembro de la banda del mismísimo Superviviente.
Fantasma se irguió.
Quellion bufó:
—¿Uno de los mentirosos? ¿Viene hacia aquí?
—Los rumores dicen que a ofrecernos un trato —informó Olid.
—¿Y? ¿Por qué mencionas esto, Olid? ¿Crees que deberíamos hacer un pacto con el tirano?
—No podemos luchar contra él, Quellion.
—El Superviviente no podía luchar contra el lord Legislador —dijo Quellion—. Pero lo hizo de todas formas. Murió, pero acabó venciendo, al dar a los skaa valor para rebelarse y derrocar a la nobleza.
—Hasta que ese hijo de puta de Venture tomó el control —repuso la tercera voz.
La habitación volvió a guardar silencio.
—No podemos ceder ante Venture —protestó Quellion por fin—. No entregaré esta ciudad a un noble, no después de lo que el Superviviente hizo por nosotros. De todo el Imperio Final, solo Urteau consiguió el objetivo de Kelsier de una nación gobernada por los skaa. Solo nosotros quemamos las casas de los nobles. Solo nosotros limpiamos nuestra ciudad de ellos y su sociedad. Solo nosotros obedecimos. El Superviviente nos cuidará.
Fantasma se estremeció. Le parecía extraño oír hablar de Kelsier en ese tono a hombres que no conocía. Fantasma había paseado con Kelsier, había aprendido con él. ¿Qué derecho tenían estos hombres de hablar como si hubieran conocido al hombre que se había convertido en su Superviviente?
La conversación pasó a temas más mundanos. Discutieron nuevas leyes que prohibirían cierto tipo de ropas antaño usadas por los nobles, y luego tomaron la decisión de dar más dinero al comité de investigación genealógica. Necesitaban expulsar de la ciudad a todos los que ocultaran un parentesco noble. Fantasma tomó notas para poder pasarlas a los demás. Sin embargo, tenía problemas para impedir que sus ojos volvieran a la joven del jardín.
¿Qué le causa tanta tristeza?, se preguntó. Una parte de él quería preguntárselo, quería ser arrojado, como lo fuera el Superviviente, y bajar de un salto para preguntarle a aquella muchacha solitaria y solemne por qué miraba aquella planta con tanta melancolía. De hecho, cuando se dio cuenta, ya estaba tratando de incorporarse.
Podía ser único, podía ser poderoso, pero, como tuvo que recordarse de nuevo, no era un nacido de la bruma. Lo suyo eran el silencio y el sigilo.
Así que se detuvo. Contento, por el momento, con mirarla desde lejos, sintiendo que de algún modo (a pesar de su distancia, a pesar de su ignorancia) comprendía aquel sentimiento en sus ojos.