Rashek no resolvió todos los problemas del mundo. De hecho, con cada cosa que arreglaba, creaba problemas nuevos. Sin embargo, fue lo bastante listo para que cada problema subsiguiente fuera menor que los anteriores. Así, en vez de plantas que morían por el sol distorsionado y el suelo ceniciento, tuvimos plantas que no ofrecían nutrición suficiente.
Salvó el mundo. Cierto, que el mundo estuviera al borde de la destrucción fue por su causa en primera instancia… pero teniéndolo todo en cuenta, hizo un trabajo admirable. Al menos, no liberó a Ruina como hicimos nosotros.
18
Sazed dio una palmada a su caballo en los cuartos traseros y lo lanzó al galope en solitario. Los cascos del caballo levantaron parches de tierra cenicienta mientras corría. Su pelaje, una vez blanco, se volvió gris. Se le empezaban a notar las costillas, malnutrido hasta el punto de que ya no era razonable esperar que transportara a un jinete y tampoco podían permitirse reservar comida para él.
—Triste visión —comentó Brisa, de pie junto a Sazed en el camino cubierto de ceniza. Su guardia de doscientos soldados esperaba en silencio, viendo alejarse al animal. Sazed no pudo dejar de pensar que la liberación del último caballo era un símbolo.
—¿Crees que podrá sobrevivir? —preguntó Brisa.
—Sospecho que podrá mordisquear bajo la ceniza y encontrar alimento durante un tiempo —contestó Sazed—. Pero será difícil.
Brisa gruñó.
—Vivir es difícil para todos nosotros hoy en día. Bueno, le deseo la mejor de las suertes a la criatura. ¿Te reunirás con Allrianne y conmigo en el carruaje?
Sazed miró por encima del hombro hacia el vehículo, que había sido aligerado y adaptado para que los soldados pudieran tirar de él. Habían eliminado las puertas y colgado cortinas, y también habían eliminado secciones de la parte trasera. Con la disminución de peso y doscientos hombres para turnarse, el vehículo no sería una gran carga. Con todo, Sazed sabía que se sentiría culpable siendo transportado por otros. Sus viejos instintos de sirviente eran demasiado fuertes.
—No —respondió—. Caminaré un rato. Gracias.
Brisa asintió, y se dirigió al carruaje para sentarse con Allrianne; un soldado sostuvo en alto un parasol sobre su cabeza hasta que terminó de entrar. Expuesto ahora a la ceniza, Sazed se subió la capucha de su túnica de viaje, sujetó su cartapacio bajo el brazo y echó a caminar hacia la parte delantera de la fila.
—Capitán Goradel —dijo—. Puede reanudar la marcha.
Así lo hicieron. Fue una caminata difícil: la ceniza se volvía más gruesa y resbaladiza, y caminar sobre ella resultaba agotador. Se movía y agitaba bajo los pies, lo cual resultaba casi tan difícil como caminar sobre arena. Sin embargo, por dura que fuese la marcha, no bastó para distraer a Sazed de sus preocupaciones. Esperaba que visitar al ejército, y reunirse con Elend y Vin, le diera un respiro. Los dos eran buenos amigos, y el afecto que ambos se profesaban tendía a animarlo. Después de todo, él había oficiado su matrimonio.
Pero este encuentro lo había dejado aún más preocupado. Vin dejó morir a Elend, pensó. Y lo hizo por las cosas que yo le enseñé.
Llevaba la imagen de una flor en el bolsillo de la manga. Trató de encontrar sentido a su conversación con Vin. ¿Cómo se había convertido Sazed en la persona a la que todo el mundo acudía con sus problemas? ¿No notaban que tan solo era un hipócrita, capaz de formular respuestas que parecían válidas, pero incapaz de seguir sus propios consejos? Se sentía perdido. Notaba que un peso lo oprimía y le decía que se rindiera sin más.
Con cuánta facilidad hablaba Elend de esperanza y humor, como si ser feliz fuera simplemente una decisión que uno tomara. Algunos así lo creían. Antaño, Sazed se habría mostrado de acuerdo con ellos. Pero ahora su estómago se retorcía ante la idea de tomar esa decisión. Sus pensamientos se veían constantemente asaltados por las dudas.
Para eso está la religión, pensó Sazed mientras pisoteaba la ceniza a la cabeza de la columna, la mochila sobre los hombros. Para ayudar a la gente en momentos como estos.
Contempló el cartapacio. Entonces lo abrió y hojeó las páginas mientras caminaba. Cientos de religiones terminadas y ni una sola de ellas había proporcionado las respuestas que buscaba. Quizá simplemente las conocía demasiado bien. La mayoría de los miembros de la banda tenían problemas para adorar a Kelsier como hacían los otros skaa, pues conocían sus defectos y sus manías. Lo conocían primero como hombre, y luego como dios. Tal vez las religiones eran lo mismo para Sazed. Las conocía tan bien que podía ver con demasiada facilidad sus defectos.
No despreciaba a la gente que había seguido las religiones, pero hasta ahora Sazed solo había encontrado contradicciones e hipocresías en todas las religiones que había estudiado. Se suponía que la divinidad tenía que ser perfecta. La divinidad no permitía que sus seguidores fueran masacrados, ni que el mundo fuera destruido por hombres buenos que intentaran salvarlo.
Una de las religiones restantes proporcionaría una respuesta. Tenía que existir una verdad que él pudiera descubrir. Mientras sus sentimientos de oscura asfixia amenazaban con abrumarlo, se dedicó a sus estudios, sacó la siguiente hoja de la lista y la sujetó a la parte delantera del cartapacio. La estudiaría mientras caminaba, dándole la vuelta al cartapacio cuando no leyera para protegerla de la ceniza.
No encontraba las respuestas. No se atrevía a pensar qué haría si no hubiera ninguna.
Por fin entraron en el Dominio Central, en tierras donde los hombres aún podían luchar por la comida y la vida. Brisa y Allrianne no salieron del carruaje; en cambio Sazed se alegró de caminar, aunque eso le dificultara el estudio de sus religiones.
No estaba seguro de cómo interpretar los campos cultivados. Pasaron ante docenas de ellos: Elend había reunido al máximo número de gente posible en el Dominio Central, y luego les había ordenado a todos que plantaran alimentos para el inminente invierno. Incluso los skaa que habían vivido en las ciudades estaban acostumbrados al trabajo duro, e hicieron rápidamente lo que Elend les ordenó. Sazed no sabía muy bien si la gente comprendía lo grave que era la situación, o si simplemente se contentaba con tener a alguien que le dijera lo que hacer.
A los lados del camino se amontonaban altas pilas de ceniza. Cada día, los obreros skaa tenían que despejar la ceniza caída durante la noche. Esta interminable tarea, junto con la necesidad de llevar agua a la mayoría de los campos nuevos sin regar, creaba un sistema de agricultura de trabajo muy intensivo.
Sin embargo, las plantas crecían. La tropa de Sazed pasó un campo tras otro, cada uno con sus propias plantas en flor. Aquella visión podría haberlo llenado de esperanza. No obstante, costaba contemplar aquellos finos tallos y no sentir una desesperación aún mayor. Parecían tan débiles y pequeños junto a los enormes montones de ceniza… Aun olvidando las brumas, ¿cómo iba Elend a alimentar un imperio en estas condiciones? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que hubiera demasiada ceniza que mover? Los skaa trabajaban los campos, en posturas muy parecidas a las adoptadas en tiempos del lord Legislador. ¿Qué había cambiado para ellos?
—Míralos —dijo una voz. Sazed se volvió para ver que el capitán Goradel se le acercaba. Alto e hirsuto, el hombre era de natural simpático, una tendencia común entre los soldados que Ham había ascendido.
—Lo sé —respondió Sazed en voz baja.
—Incluso con la ceniza y la bruma, verlos me da esperanza.
Sazed lo miró con acritud:
—¿De verdad?
—Claro —dijo Goradel—. En mi familia éramos granjeros, maese terrisano. Vivíamos en Luthadel, pero trabajábamos en los campos exteriores.
—¿No eras soldado? —repuso Sazed—. ¿No fuiste tú quien guio a lady Vin la noche en que mató al lord Legislador?
Goradel asintió.
—De hecho, conduje a lord Elend al palacio para rescatar a lady Vin, aunque resultó que ella no necesitaba mucha ayuda nuestra. Tienes razón, yo era soldado en el palacio del lord Legislador… Mis padres me repudiaron cuando me enrolé. Pero no podía enfrentar la idea de tener que trabajar el campo toda la vida.
—Es un trabajo arduo.
—No, no era eso. No era el trabajo, era… la desesperanza. No soportaba trabajar todo el día cultivando algo que sabía que pertenecía a otro. Por eso dejé el campo para hacerme soldado, y por eso ver estas granjas me da esperanza.
Goradel señaló uno de los campos ante los que pasaban. Algunos de los skaa alzaron la cabeza, y saludaron al ver el estandarte de Elend.
—Esa gente trabaja porque quiere —dijo Goradel.
—Trabajan porque, si no lo hacen, morirán de hambre.
—Claro. Supongo que tienes razón. Pero no trabajan porque alguien les dará una paliza si no lo hacen: trabajan para que sus familias y sus amigos no mueran. Para un granjero, eso marca una diferencia. Se nota en su pose.
Sazed frunció el ceño, pero no dijo nada más.
—De todas formas, maese terrisano —comentó Goradel—, venía a sugerirte que hiciéramos una parada en Luthadel para avituallarnos.
Sazed asintió.
—Sospechaba que haríamos eso. Sin embargo, yo tendré que dejaros unos días mientras vais a Luthadel. Lord Brisa puede tomar el mando. Me reuniré con vosotros en la carretera norte.
Goradel asintió, y regresó para encargarse de todo. No preguntó por qué Sazed quería dejar el grupo, ni cuál era su destino.
Varios días después, Sazed llegó solo a los Pozos de Hathsin. Había poco que distinguiera la zona, ahora que la ceniza lo cubría todo. Los pies de Sazed levantaron terrones de ceniza mientras ascendía a lo alto de una colina. Contempló el valle que contenía los Pozos, el lugar donde la esposa de Kelsier había sido asesinada. El lugar donde había nacido el Superviviente.
Ahora era el hogar de la gente de Terris.
Quedaban muy pocos. Nunca había sido una población muy grande, y la llegada de las brumas y el peligroso viaje al Dominio Central se habían cobrado muchas vidas. Tal vez quedaban unos cuarenta mil. Y muchos de ellos eran eunucos, como Sazed.
Sazed bajó la pendiente hacia el valle. Era un lugar natural donde asentarse. En tiempos del lord Legislador, cientos de esclavos habían trabajado aquí, vigilados por cientos de soldados. Eso se terminó cuando Kelsier regresó a los Pozos y destruyó su capacidad para producir atium. Sin embargo, los Pozos aún tenían los edificios y la infraestructura que los había mantenido durante sus días de trabajo activo. Había agua fresca en abundancia, y refugio. La gente de Terris había mejorado todo esto al construir otras estructuras por todo el valle y convertir lo que antes era el más aterrador de los campos de prisioneros en un bucólico grupo de aldeas.
Incluso cuando bajaba de la colina, Sazed vio a la gente apartar la ceniza del suelo, dejando que la vida natural de las plantas asomara para proporcionar pasto a los animales. La maleza que formaba el follaje predominante en el Dominio Central era un grupo de plantas tenaces y resistentes adaptadas a la ceniza que no necesitaban tanta agua como las cosechas de las granjas. Eso significaba que la gente de Terris podía vivir más cómodamente que la mayoría. Eran pastores, como lo habían sido durante siglos antes de la Ascensión del lord Legislador. Una fuerte raza de ovejas de patas cortas deambulaba por las colinas, mordisqueando los tallos de maleza descubiertos.
La gente de Terris, llevando vidas más cómodas que la mayoría, pensó Sazed. ¡Qué extraño se ha vuelto el mundo!
Su llegada llamó la atención. Los niños salieron corriendo, y en las chozas asomaron algunas cabezas. Las ovejas empezaron a reunirse mientras Sazed caminaba, como si esperaran que les trajera algún tipo de golosina.
Varios ancianos subieron la colina, moviéndose todo lo rápido que les permitieron sus piernas retorcidas. Al igual que Sazed, aún llevaban túnicas de mayordomo. Y también las mantenían limpias de ceniza, dejando al descubierto los pintorescos estampados en forma de V en la parte delantera. Esos estampados indicaban en su tiempo la casa noble a la que servía el mayordomo.
—¡Lord Sazed! —exclamó ansioso uno de los hombres.
—¡Majestad! —dijo otro.
Majestad.
—Por favor —repuso Sazed, levantando la mano—. No me llaméis así.
Los dos ancianos mayordomos se miraron entre sí.
—Por favor, maestro guardador. Deja que traigamos algo de comida caliente.