Hay algo especial en el número dieciséis. Para empezar, fue la señal de Conservación para la humanidad.

Incluso antes de aprisionar a Ruina, Conservación sabía que no podría comunicarse con la humanidad cuando redujera su poder. Por eso dejó pistas, pistas que no pudieran ser alteradas por Ruina. Pistas que se remontaban a las leyes fundamentales del universo. El número sería la prueba de que sucedía algo innatural, y que se podía encontrar ayuda.

Puede que tardáramos mucho en darnos cuenta, pero cuando acabamos por comprender la pista, sin importar lo tarde que fuera, nos dio un impulso muy necesitado.

En cuanto a los otros aspectos del número…, bueno, incluso yo sigo investigando eso. Basta decir que tiene grandes ramificaciones referidas a cómo funciona el mundo, y el universo.

71

Sazed golpeó el papel metálico con la pluma y frunció el ceño.

—Muy poco de este último fragmento difiere de lo que sabía antes —dijo—. Ruina cambió pequeños detalles… quizá para impedir que advirtiera las alteraciones. Es obvio que quería que me diera cuenta de que Vin era el Héroe de las Eras.

—Quería que ella lo liberara —dijo Haddek, el líder de la Primera Generación. Sus compañeros asintieron.

—Tal vez ella nunca fue el Héroe —sugirió uno de los otros.

Sazed negó con la cabeza:

—Yo creo que sí lo es. Estas profecías siguen refiriéndose a ella: incluso las partes no alteradas que me habéis contado. Hablan de alguien separado del pueblo de Terris, un rey de hombres, un rebelde capturado entre dos mundos. Ruina recalcó que era ella, ya que quería que fuera a liberarlo.

—Nosotros siempre dimos por hecho que el Héroe sería un hombre —dijo Haddek con voz sibilante.

—Como todos —repuso Sazed—. Pero tú mismo dijiste que todas las profecías utilizan pronombres neutros. Eso tuvo que ser intencionado: ese lenguaje no se usa por accidente en la vieja Terris. El neutro se eligió para que no supiéramos si el Héroe era masculino o femenino.

Varios de los ancianos terrisanos asintieron. Trabajaban junto a la silenciosa luz azul de las piedras brillantes, aún sentados en la cámara de las paredes metálicas. Por lo que Sazed había podido comprender, se trataba de una especie de lugar sagrado para los kandra.

Cogió la pluma, frunciendo el ceño. ¿Qué le molestaba? Dicen que tendré el futuro del mundo entero en mis manos… Las palabras de Alendi, escritas en su libro hacía tanto tiempo. Las palabras de la Primera Generación confirmaban que era cierto.

Vin aún tenía algo que hacer. Sin embargo, el poder del Pozo de la Ascensión se había agotado. ¿Cómo podía combatir sin él? Sazed miró a su público de ancianos kandra.

—Por cierto, ¿qué era el poder del Pozo de la Ascensión?

—Ni siquiera nosotros estamos seguros, joven —dijo Haddek—. Cuando vivíamos como hombres, nuestros dioses ya se habían retirado de este mundo, dejando a Terris solo con la esperanza del Héroe.

—Habladme de eso —dijo Sazed, inclinándose un poco hacia delante—. ¿Cómo se retiraron vuestros dioses de este mundo?

—Ruina y Conservación —dijo uno de los otros—. Ellos crearon nuestro mundo, y nuestro pueblo.

—Ninguno podía crear solo —dijo Haddek—. No, no podían. Pues conservar algo no es crearlo… ni se puede crear solo a través de la destrucción.

Era un tema común en la mitología; Sazed lo había leído en docenas de las religiones que había estudiado. El mundo creado a partir del choque entre dos fuerzas, a veces identificadas como caos y orden, a veces llamadas destrucción y protección. Eso le molestó un poco. Esperaba descubrir algo nuevo en las cosas que le contaban estos hombres.

Y sin embargo… solo porque algo fuera común, ¿lo convertía en falso? ¿O podían todas esas mitologías tener una raíz compartida y verdadera?

—Ellos crearon el mundo —dijo Sazed—. ¿Y luego se marcharon?

—No de inmediato —contestó Haddek—. Pero ahí está el truco, joven. Hicieron un trato, esos dos. Conservación quiso crear hombres: crear vida capaz de emoción. Llegó a un compromiso con Ruina para que le ayudara a crear hombres.

—Pero a un precio —susurró uno de los otros.

—¿Qué precio? —preguntó Sazed.

—Que se permitiría que Ruina destruyera el mundo un día —replicó Haddek.

La cámara circular guardó silencio.

—De ahí la traición —dijo Haddek—. Conservación dio su vida para aprisionar a Ruina, para impedir que destruyera el mundo.

Otro tema mitológico común: el dios mártir. El propio Sazed había sido testigo de ello con el nacimiento de la Iglesia del Superviviente.

Sin embargo… esta vez es mi propia religión, pensó. Frunció el ceño, echándose hacia atrás, mientras trataba de decidir cómo se sentía. Por algún motivo, había asumido que la verdad sería diferente. Su parte erudita discutía con su deseo de tener fe. ¿Cómo podía creer en algo tan lleno de tópicos mitológicos?

Había llegado hasta aquí creyendo que había encontrado una última oportunidad para descubrir la verdad. Sin embargo, ahora que la estudiaba, le parecía sorprendentemente similar a las religiones que había rechazado como falsas.

—Pareces preocupado, hijo —dijo Haddek—. ¿Es por las cosas que decimos?

—Pido disculpas. Es un problema personal, no relacionado con el destino del Héroe de las Eras.

—Por favor, habla —dijo uno de los otros.

—Es complicado. Desde hace ya algún tiempo, he estado investigando las religiones de la humanidad, tratando de decidir cuáles de sus enseñanzas eran verdad. Había empezado a desesperar, y creía que jamás encontraría una religión que ofreciera las respuestas que buscaba. Entonces, me enteré de que aún existía mi propia religión, protegida por los kandra. Vine aquí, esperando encontrar la verdad.

—Esta es la verdad —dijo uno de los kandra.

—Eso es lo que enseñan todas las religiones —dijo Sazed, sintiendo que su frustración iba en aumento—. Sin embargo, en cada una de ellas encuentro inconsistencias, saltos lógicos y exigencias de fe que me resultan imposibles de aceptar.

—Me parece, joven, que buscas algo que no existe —dijo Haddek.

—¿La verdad? —preguntó Sazed.

—No. Una religión que no exija fe por parte de sus creyentes.

Otro de los ancianos kandra asintió:

—Nosotros seguimos al Padre y al Primer Contrato, pero nuestra fe no está en él. Está en… algo superior. Confiamos en lo que Conservación planeó para este día, y en que su deseo de proteger demuestre ser más poderoso que el deseo de Ruina por destruir.

—Pero no lo sabéis —dijo Sazed—. Se os ofrecen pruebas solo si creéis; pero, si creéis, podéis encontrar pruebas en cualquier cosa. Es un acertijo lógico.

—La fe no tiene en cuenta la lógica, hijo —dijo Haddek—. Tal vez ese sea tu problema. No puedes «desaprobar» las cosas que estudias, como nosotros tampoco podemos demostrarte que el Héroe nos salvará. Simplemente debemos creerlo, y aceptar las cosas que nos enseñó Conservación.

A Sazed no le bastaba con eso. Sin embargo, por el momento, decidió seguir adelante. No tenía aún todos los hechos sobre la religión de Terris. Tal vez cuando los tuviera, podría resolver esto.

—Habláis de la prisión de Ruina —dijo—. Contadme cómo se relaciona esto con el poder que usó lady Vin.

—Los dioses no tienen cuerpos como los de los hombres —dijo Haddek—. Son… fuerzas. Poderes. La mente de Conservación murió, pero dejó su poder.

—¿En forma de una charca de líquido? —dijo Sazed.

Los miembros de la Primera Generación asintieron.

—¿Y el humo negro de fuera? —preguntó Sazed.

—Ruina —contestó Haddek—. Esperando, observando durante su aprisionamiento.

Sazed frunció el ceño.

—La caverna de humo era mucho más grande que el Pozo de la Ascensión. ¿Por qué esa disparidad? ¿Acaso Ruina era mucho más poderoso?

Haddek hizo una leve mueca.

—Eran igualmente poderosos, joven. Eran fuerzas, no hombres. Dos aspectos de un solo poder. ¿Es una cara de la moneda más «poderosa» que la otra? Empujaban por igual al mundo que los rodeaba.

—Aunque —añadió uno de los otros—, se cuenta la historia de que Conservación dio demasiado de sí mismo para crear la humanidad, para crear algo que tuviera dentro más de Conservación que de Ruina. Aunque, sería solo una pequeña cantidad en cada individuo. Diminuta… fácil de pasar por alto, excepto a lo largo de mucho, mucho tiempo…

—Entonces, ¿por qué la diferencia de tamaño? —preguntó Sazed.

—No lo comprendes, joven —dijo Haddek—. El poder de esa charca no era Conservación.

—Pero acabas de decir…

—Era parte de Conservación, cierto —continuó Haddek—. Pero era una fuerza: su influencia está en todas partes. Una parte, quizá, se concentró en esa charca. El resto está… en otra parte, en todas partes.

—Pero la mente de Ruina estaba concentrada allí —dijo otro kandra—. Por eso su poder tendió a agruparse en ese lugar. Mucho más que el de Conservación.

—Pero no todo —dijo otro, riendo.

Sazed ladeó la cabeza.

—¿No todo? ¿También se extendió por el mundo?

—En cierto modo —dijo Haddek.

—Hablamos ahora de cosas del Primer Contrato —advirtió uno de los otros kandra.

Haddek vaciló, luego se volvió para estudiar los ojos de Sazed.

—Si lo que este hombre dice es cierto, entonces Ruina ha escapado. Eso significa que vendrá a por su cuerpo. Su… poder.

Sazed sintió un escalofrío.

—¿Está aquí? —preguntó en voz baja.

Haddek asintió.

—Nosotros lo recuperamos. El Primer Contrato, lo llamó el lord Legislador…, nuestra ocupación en este mundo.

—Los otros Hijos tenían un propósito —añadió otro kandra—. Los koloss fueron creados para luchar. Los inquisidores, para ser sacerdotes. Nuestra tarea era diferente.

—Reunir el poder —dijo Haddek—. Y protegerlo. Ocultarlo. Guardarlo. Pues el Padre sabía que algún día Ruina escaparía. Y ese día empezaría a buscar su cuerpo.

El grupo de ancianos kandra miró más allá de Sazed, quien se volvió para seguir su mirada. Contemplaban el estrado de metal.

Lentamente, Sazed se levantó y cruzó el suelo de piedra. El estrado era grande, de unos seis metros de diámetro, pero no muy alto. Subió, haciendo que uno de los kandra jadeara. Sin embargo, ninguno de ellos le dijo que se detuviera.

Había una línea en mitad de la plataforma circular, y un agujero, tal vez del tamaño de una moneda grande, en el centro. Sazed miró por el agujero, pero estaba demasiado oscuro para ver nada.

Dio un paso atrás.

Debería quedarme un poco, pensó, mirando a su mesa, donde estaban sus mentes de metal. Rellené ese anillo para unos meses antes de renunciar a mis mentes de metal.

Se acercó rápidamente a seleccionar un pequeño anillo de peltre de la mesa. Se lo puso, y luego miró a los miembros de la Primera Generación, que no sostuvieron su mirada inquisitiva.

—Haz lo que debas, hijo —dijo Haddek, y su voz anciana resonó en la sala—. No podríamos detenerte, aunque quisiéramos.

Sazed regresó al estrado, y luego decantó su mentepeltre para recabar la fuerza que había almacenado allí hacía más de un año. Su cuerpo enseguida se hizo varias veces más fuerte de lo normal, y de pronto la ropa le quedó estrecha. Con brazos ahora repletos de músculos, apoyándose contra el duro suelo, empujó un lado del disco.

Rechinó contra la piedra al moverse, hasta descubrir un gran pozo. Algo brillaba debajo.

Sazed se detuvo, su fuerza y su cuerpo se desinflaron mientras liberaba su mentepeltre. La ropa empezó a aflojarse de nuevo. La sala estaba en silencio. Sazed miró el pozo medio cubierto, y la enorme pila de pepitas ocultas en el suelo.

—La Confianza, lo llamamos —susurró Haddek en voz baja—. Entregada a nuestro cuidado por el Padre.

Atium. Miles y miles de perlas de atium. Sazed se quedó boquiabierto.

—El depósito de atium del lord Legislador… Estuvo aquí todo el tiempo.

—La mayor parte de ese atium nunca dejó los Pozos de Hathsin —dijo Haddek—. Había obligadores de guardia en todo momento… pero nunca inquisidores, pues el Padre sabía que podían ser corrompidos. Los obligadores rompían las geodas en secreto, dentro de una sala metálica construida para ese propósito, y luego sacaban el atium. La familia noble transportaba luego las geodas vacías a Luthadel, sin saber que no tenían ningún atium en su posesión. El atium que el lord Legislador recibía y distribuía a la nobleza lo llevaban los obligadores. Disfrazaban el atium de fondos del Ministerio y ocultaban las perlas en pilas de monedas para que Ruina no pudiera verlas mientras las transportaban a Luthadel en convoyes llenos de nuevos acólitos.

Sazed se quedó anonadado. Aquí… todo el tiempo. Tan cerca de las mismas cuevas donde Kelsier preparó a su ejército. A un tiro de piedra de Luthadel, completamente desprotegido durante todos estos años.

Y, sin embargo, tan bien oculto.

—Trabajabais por el atium —dijo Sazed, alzando la cabeza—. Los Contratos kandra se pagaban en atium.

Haddek asintió.

—Teníamos que juntar todo el que pudiéramos. Lo que no acababa en nuestras manos lo quemaban los nacidos de la bruma. Algunas de las casas guardaban pequeños alijos, pero los impuestos y tributos del Padre hacían que la mayor parte del atium le fuera devuelta como pago. Y, con el tiempo, casi todo acabó aquí…

Sazed contempló el depósito. Tanta fortuna, pensó. Tanto… poder. El atium nunca había encajado con los demás metales. Todos ellos, incluso el aluminio y el duralumín, podían extraerse o crearse por medios naturales. El atium, sin embargo, solo procedía de un sitio, y su aspecto era misterioso y extraño. Su poder permitía hacer algo muy distinto a la alomancia o la feruquimia.

Permitía ver el futuro. Algo que ya no era cosa de hombres… sino de dioses.

Era más que un simple metal. Era poder condensado y concentrado.

Poder que Ruina quería. Con todas sus fuerzas.

TenSoon llegó a la cima de la colina, a través de una capa de ceniza tan alta que se alegró haber cambiado al cuerpo del caballo, pues un perro jamás podría haberse movido por montículos tan elevados.

La ceniza caía con fuerza, limitando su visibilidad. Nunca llegaré a Fadrex a este ritmo, pensó con furia. Aun esforzándose, moviéndose con el cuerpo del enorme caballo, avanzaba demasiado despacio para llegar lejos de la Tierra Natal.

Por fin rebasó la cima, jadeando. Allí se detuvo, sorprendido. El paisaje que tenía ante él ardía.

Tyrian, el monte de ceniza más cercano a Luthadel, se alzaba no demasiado lejos, con la cima reventada por una violenta explosión. El aire mismo parecía arder con lenguas de fuego, y la amplia llanura estaba cubierta de lava. Era de un rojo profundo y poderoso. Incluso desde lejos, podía sentir el calor.

Vaciló un largo instante, cubierto de ceniza, mientras contemplaba un paisaje que antaño había albergado aldeas, bosques y caminos. Ahora todo había desaparecido, calcinado. La tierra se había abierto en la distancia, y de ella parecía surgir más lava.

Por el Primer Contrato, pensó con desesperación. Podía desviarse al sur, continuar hasta Fadrex como si hubiera llegado en línea recta desde Luthadel; pero, por algún motivo, le resultó difícil encontrar motivación para continuar.

Era demasiado tarde.