La hemalurgia es un poder del que me gustaría saber mucho menos. Para Ruina, el poder debía tener un coste altísimo, usarlo debía resultar atractivo y, sin embargo, debía sembrar caos y destrucción a su paso.
Como concepto, es un arte muy simple. Parasitario. Sin otras personas a quienes robar, la hemalurgia sería inútil.
35
—¿Estarás bien aquí? —preguntó Fantasma.
Brisa se volvió, arqueando una ceja. Fantasma lo había traído, junto con varios soldados de Goradel vestidos de paisano, a una de las tabernas más grandes y famosas. Dentro sonaban voces.
—Sí, esto debería servir —contestó Brisa, mirando la taberna—. Skaa que salen de noche. Nunca creí que llegaría a ver algo así. Tal vez sea verdad que el mundo está llegando a su fin…
—Voy a uno de los barrios más pobres de la ciudad —dijo Fantasma en voz baja—. Quiero comprobar algunas cosas.
—Barrios más pobres —murmuró Brisa—. Tal vez debería acompañarte. He descubierto que, cuanto más pobre es la gente, más dispuesta está a soltar la lengua.
Fantasma arqueó una ceja.
—No te ofendas, Brisa, pero me parece que deberías mantenerte al margen.
—¿Qué? —preguntó Brisa, señalando su atuendo marrón de obrero, todo un cambio respecto a los habituales trajes y chalecos—. Llevo esta horrible ropa, ¿no?
—La ropa no lo es todo, Brisa. Es tu… porte. Además, no tienes mucha ceniza encima.
—Yo me infiltraba en las clases inferiores mucho antes de que tú nacieras, muchacho —protestó airadamente Brisa, agitando un dedo ante él.
—Muy bien —repuso Fantasma. Se agachó y recogió del suelo un puñado de ceniza—. Vamos a frotarte la ropa y la cara…
Brisa se quedó inmóvil.
—Te veré de vuelta en el cubil —dijo por fin.
Fantasma sonrió, dejó caer la ceniza y desapareció entre las brumas.
—Nunca me gustó —susurró Kelsier.
Fantasma dejó la zona más rica de la ciudad, moviéndose a paso ligero. Cuando llegó a la zanja, no se detuvo, sino que se lanzó y saltó seis metros.
Su capa aleteó tras él mientras caía. Aterrizó con facilidad y continuó a paso vivo. Sin peltre, se habría roto indudablemente varios huesos. Ahora se movía con la misma destreza que antes envidiaba en Vin y Kelsier. Se sentía jubiloso. Con el peltre avivado en su interior, nunca se sentía cansado, ni siquiera fatigado. Incluso acciones sencillas como caminar por la calle hacían que se sintiera lleno de gracia y poder.
Se dirigió rápidamente a las Gradas, dejando atrás las calles más adineradas e internándose en el abigarrado surco repleto de casas, sabiendo exactamente dónde encontrar a su presa. Durn era una de las figuras destacadas de los bajos fondos de Urteau. En parte informador, en parte señor de ladrones, el músico que no fue se había convertido en una especie de alcalde de las Gradas. Hombres así tenían que estar donde la gente pudiera encontrarlos… y pagarlos.
Fantasma aún recordaba aquella primera noche tras despertar de sus fiebres unas semanas antes, la noche en que visitó una taberna y escuchó a unos tipos hablar de él. A lo largo de los días siguientes, había visitado unas cuantas tabernas más, y había oído a otros mencionar rumores que hablaban de Fantasma. La llegada de Sazed y Brisa había impedido que abordara a Durn, la aparente fuente de los rumores, respecto a lo que le había estado contando a la gente. Era hora de corregir aquel error.
Fantasma aligeró el paso, dejando atrás montones de tablones descartados y sorteando montones de ceniza, hasta llegar al agujero que Durn llamaba su hogar. Era una sección en la pared del canal que había sido excavada para formar una especie de cueva. Aunque el marco de madera alrededor de la puerta parecía tan podrido y cascado como todo lo demás en las Gradas, Fantasma sabía que por detrás estaba reforzado por una gruesa barra de roble.
Dos brutos montaban guardia fuera. Miraron a Fantasma cuando este se detuvo ante la puerta, la capa agitándose a su alrededor. Era la misma que llevaba puesta cuando lo arrojaron al fuego, y todavía estaba salpicada de agujeros y marcas de quemaduras.
—El jefe no quiere ver a nadie ahora mismo, chico —dijo uno de los hombretones, sin levantarse de su asiento—. Vuelve más tarde.
Fantasma le dio una patada a la puerta. Se soltó con los goznes rotos, la barra quebró sus engarces y cayó.
Fantasma vaciló un momento, sorprendido. Tenía muy poca experiencia con el peltre para calibrar adecuadamente su uso. Si él se sorprendió, los dos brutos se quedaron de una pieza. Permanecieron sentados, mirando la puerta rota.
—Tal vez tengas que matarlos —susurró Kelsier.
No, pensó Fantasma. Solo tengo que moverme con rapidez. Se precipitó al portal abierto, sin necesidad de linterna ni antorcha para poder ver. Sacó unos anteojos y un pañuelo del bolsillo cuando se acercaba a la puerta al fondo del pasillo, y se los colocó mientras los guardias daban la alarma.
Cargó con el hombro contra la puerta con un poco más de cuidado, abriéndola, pero sin romperla. Entró en una habitación bien iluminada donde cuatro hombres jugaban a las cartas en una mesa. Durn iba ganando.
Fantasma señaló a los tres hombres mientras se detenía:
—¡Vosotros tres! ¡Fuera! Durn y yo tenemos que hablar.
Durn continuó sentado, verdaderamente sorprendido. Los brutos llegaron corriendo tras Fantasma, y este se volvió, se agazapó y buscó tras su capa su bastón de duelo.
—No pasa nada —dijo Durn, poniéndose en pie—. Dejadnos.
Los guardias vacilaron, claramente furiosos por haber sido burlados con tanta facilidad. No obstante, acabaron retirándose, acompañados por los compañeros de partida de Durn. La puerta se cerró.
—Ha sido toda una entrada —advirtió Durn, sentándose de nuevo.
—Has estado hablando de mí, Durn —dijo Fantasma, volviéndose—. He oído a gente hablar de mí en las tabernas, y mencionar tu nombre. Has estado esparciendo rumores sobre mi muerte, diciéndole a la gente que yo formaba parte de la banda del Superviviente. ¿Cómo sabías quién era yo, y por qué has estado utilizando mi nombre?
—¡Oh, vamos! —exclamó Durn, frunciendo el ceño—. ¿Crees que eras un tipo anónimo? Eras amigo del Superviviente y has pasado mucho tiempo viviendo en el palacio del emperador.
—Luthadel está muy lejos de aquí.
—No tanto para que no viajen las noticias —replicó Durn—. ¿Un ojo de estaño que viene a espiar a la ciudad y no escatima en gastar dinero? No costó mucho deducir quién eras. Además, están tus ojos.
—¿Qué les pasa a mis ojos?
El hombre se encogió de hombros.
—Todo el mundo sabe que pasan cosas extrañas en la banda del Superviviente.
Fantasma no supo cómo interpretar esas palabras. Avanzó y miró las cartas que había sobe la mesa. Cogió una, sintiendo su papel. Sus sentidos amplificados le permitieron sentir la rugosidad del anverso.
—¿Cartas marcadas? —preguntó.
—Por supuesto. Un juego de práctica, para ver si mis hombres saben leer bien las pistas.
Fantasma arrojó la carta sobre la mesa.
—Aún no me has dicho por qué has estado difundiendo rumores sobre mí —insistió.
—No te ofendas, chico. Pero…, bueno, se supone que estás muerto.
—Si eso crees, ¿por qué te molestas en hablar de mí?
—¿A ti qué te parece? —dijo Durn—. La gente adora al Superviviente… y todo lo relacionado con él. Por eso Quellion usa su nombre tan a menudo. Pero, si pudiera demostrar que Quellion mató a uno de los miembros del grupo de Kelsier…, bueno, hay mucha gente en la ciudad a la que eso no le gustaría.
—Así que solo intentas ayudar —dijo Fantasma cansinamente—. Por pura bondad de corazón.
—No eres el único que piensa que Quellion está arruinando esta ciudad. Si realmente perteneces a la banda del Superviviente, sabrás que a veces la gente lucha.
—Me parece difícil considerarte un altruista, Durn. Eres un ladrón.
—Tú también.
—No sabíamos dónde nos metíamos —repuso Fantasma—. Kelsier nos prometió riquezas. ¿Qué sacas tú de todo esto?
Durn hizo una mueca.
—Al Ciudadano no se le dan nada bien los negocios. ¿Vino tinto de Venture vendiéndose a una fracción de clip? Nuestro contrabando se ha reducido a un hilillo porque todo el mundo teme comprar nuestros artículos. Las cosas nunca fueron tan mal con el lord Legislador. —Se inclinó hacia delante—. Si tus amigos que se alojan en el viejo edificio del Ministerio creen que pueden hacer algo con ese lunático que gobierna esta ciudad, diles que cuentan conmigo. No quedan muchos bajos fondos en esta ciudad, pero a Quellion le sorprenderá el daño que pueden causar si se manipulan de manera adecuada.
Fantasma guardó silencio un momento.
—Hay un hombre sonsacando información en la taberna de la calle del arroyo oeste —dijo al fin—. Envía a alguien para que hable con él. Es un aplacador, el mejor que conocerás en tu vida, pero destaca un poco. Hazle tu oferta.
Durn asintió.
Fantasma se dio la vuelta para marcharse, pero luego miró a Durn.
—No le menciones mi nombre, ni lo que me ha pasado.
Dicho esto, recorrió el pasillo, dejando atrás a los guardias y los hampones que había expulsado de la partida de cartas. Fantasma se quitó la venda mientras salía al brillo casi diurno de la noche estrellada.
Recorrió las Gradas tratando de decidir qué pensaba del encuentro. Durn no le había revelado nada importante. Sin embargo, Fantasma sentía como si realmente estuviera pasando algo a su alrededor, algo que no había planeado, algo que no podía descifrar del todo. Cada vez se sentía más cómodo con la voz de Kelsier, y con su peltre, pero aún le preocupaba no poder estar a la altura del puesto que ocupaba.
—Si no eliminas pronto a Quellion —le advirtió Kelsier—, encontrará a tus amigos. Ya está preparando asesinos.
—No los enviará —dijo Fantasma en voz baja—. Sobre todo, si ha oído los rumores de Durn sobre mí. Todo el mundo sabe que Sazed y Brisa pertenecían a tu banda. Quellion no actuará a menos que resulten ser una amenaza tan grande que no le quede más remedio.
—Quellion es un tipo inestable. No esperes demasiado. No quieras averiguar lo irracional que puede llegar a ser.
Fantasma guardó silencio. Entonces oyó pasos que se acercaban velozmente. Notó las vibraciones en el suelo. Se dio la vuelta y se aflojó la capa, buscando su arma.
—No corres peligro —dijo Kelsier tranquilamente.
Fantasma se relajó cuando alguien dobló la esquina. Era uno de los hombres de la partida de cartas de Durn. El hombre resoplaba, la cara enrojecida de cansancio.
—¡Mi señor!
—No soy ningún señor —replicó Fantasma—. ¿Qué ha pasado? ¿Durn corre peligro?
—No, señor. Es que… yo…
Fantasma arqueó una ceja.
—Necesito tu ayuda —dijo el hombre, entre jadeos—. Cuando nos dimos cuenta de quién eras, ya te habías marchado. Es que…
—¿Ayuda con qué? —dijo Fantasma.
—Mi hermana, señor —respondió el hombre—. Se la llevó el Ciudadano. Nuestro… padre era noble. Durn me escondió, pero Mailey fue vendida por la mujer que tenía que cuidarla. Señor, solo tiene siete años. ¡Va a quemarla dentro de unos pocos días!
Fantasma frunció el ceño. ¿Qué espera que haga? Abrió la boca para hacer la pregunta, pero se detuvo. Ya no era el mismo hombre. No estaba limitado como lo habría estado el antiguo Fantasma. Podía hacer algo más.
Lo que habría hecho Kelsier.
—¿Puedes reunir a diez hombres? —preguntó—. ¿Amigos tuyos, dispuestos a formar parte de un trabajo nocturno?
—¡Claro! Creo que sí. ¿Tiene que ver con salvar a Mailey?
—¡No! —respondió Fantasma—. Tiene que ver con tu pago por salvar a Mailey. Tráeme a esos obreros y haré lo que pueda para ayudar a tu hermana.
El hombre asintió ansiosamente.
—¡Hazlo ya! —añadió Fantasma, señalando—. Empezamos esta noche.