No sé por qué Conservación decidió usar su última chispa de vida apareciéndosele a Elend durante su viaje de regreso a Fadrex. Por lo que tengo entendido, Elend tampoco descubrió gran cosa con el encuentro. Pero claro, Conservación no era más que una sombra de sí mismo, y esa sombra estaba bajo la inmensa presión destructora de Ruina.
Tal vez Conservación, o los restos de lo que había sido, quisiera encontrarse con Elend a solas. O tal vez vio a Elend arrodillado en aquel campo, y supo que el emperador de hombres estaba a punto de tumbarse en la ceniza, para no volver a levantarse. Sea como fuere, Conservación se apareció, y al hacerlo se rebeló a los ataques de Ruina. Atrás quedaron los días en que Conservación podía repeler a un inquisidor con un simple gesto, incluso los días en que podía golpear a un hombre para que muriera desangrado.
Para cuando Elend vio al «espíritu de la bruma», Conservación apenas debía de ser ya coherente. Me pregunto qué habría hecho Elend de haber sabido que estaba en presencia de un dios moribundo, que aquella noche había sido testigo de la muerte de Conservación. Si Elend hubiera esperado unos minutos más en aquel campo de ceniza, habría visto un cuerpo bajo de estatura, pelo negro y nariz prominente caer de las brumas y desplomarse muerto en las cenizas.
Por así decirlo, el cadáver quedó solo para que esas mismas cenizas lo enterraran. El mundo estaba muriendo. Sus dioses tenían que morir con él.
56
En la oscura caverna, Fantasma contemplaba su tablero y papel. Los había colocado como si fueran el lienzo de un artista, aunque en él no esbozaba imágenes, sino ideas. Kelsier siempre había explicado sus planes a la banda en una pizarra. Parecía una buena idea, aunque Fantasma no explicaba sus planes a una banda, sino que más bien intentaba elaborarlos para sí mismo.
El truco estaba en hacer que Quellion se descubriera como alomántico ante el pueblo. Durn les había dicho lo que tenían que buscar, y las multitudes estaban preparadas, esperando la confirmación de lo que habían oído. Sin embargo, para que el plan de Fantasma funcionara, tendrían que sorprender al Ciudadano en un lugar público, y luego conseguir que el hombre usara sus poderes de manera que resultara obvio a quienes estuvieran mirando.
Entonces no puedo permitirle que empuje un metal lejano, pensó, garabateando una nota para sí en la pizarra. Necesitaré que dispare al aire, o tal vez lance alguna moneda. Algo visible, algo que pueda indicarle a todo el mundo qué debe mirar.
Costaría, pero Fantasma no perdía la esperanza. Tenía varias ideas esbozadas en la pizarra, desde atacar a Quellion durante una reunión hasta engañarlo para que usara sus poderes cuando creyera que nadie lo veía. Lentamente, las ideas formaban un plan coherente.
Puedo hacerlo, pensó Fantasma, sonriendo. Siempre me asombró la capacidad de liderazgo de Kelsier. Pero no es tan difícil como creía.
O, al menos, eso era lo que se decía a sí mismo. Trató de no pensar en las consecuencias de un fracaso. Trató de no pensar en el hecho de que todavía tenía a Beldre como rehén. Trató de no preocuparse por el hecho de que, cuando despertaba algunas mañanas, con su estaño consumido durante la noche, sentía el cuerpo completamente embotado, incapaz de sentir nada hasta que conseguía más metal para impulsarlo. Trató de no concentrarse en los tumultos e incidentes que causaban sus apariciones, discursos y trabajo entre la gente.
Kelsier seguía diciéndole que no se preocupase. Debería bastar con eso. ¿No?
Unos minutos después, oyó a alguien acercarse, los pasos silenciosos (pero no demasiado para él) sobre la piedra. El rumor de un vestido, pero sin perfume, le permitió saber exactamente quién era.
—¿Fantasma?
Él bajó la pizarra y se volvió. Beldre se encontraba al otro lado de su «habitación». Se había hecho un hueco entre varios estantes, dividido con sábanas: su propio despacho personal. La hermana del Ciudadano llevaba un hermoso vestido noble verde y blanco.
Fantasma sonrió.
—¿Te gustaron los vestidos?
Ella bajó la cabeza, ruborizándose un poco.
—Yo… hace años que no llevaba nada así.
—Nadie en esta ciudad lo ha hecho —dijo Fantasma, soltando la pizarra y limpiándose los dedos en un trapo—. Pero, claro, eso hace que sea fácil conseguirlos, si sabes qué edificios saquear. Parece que calculé bien tu talla, ¿eh?
—Sí —respondió ella, mientras avanzaba. El vestido le sentaba realmente bien, y a Fantasma le resultó un poco difícil concentrarse cuando se acercó. Miró la pizarra, y luego frunció el ceño—. ¿Esto… se supone que tiene algún sentido?
—Está escrito principalmente en argot callejero del este —reveló Fantasma.
—¿El lenguaje con el que creciste? —preguntó ella, pasando los dedos por el borde de la pizarra, cuidando de no tocar lo escrito para no borrarlo.
Fantasma asintió.
—Incluso las palabras son diferentes —observó ella—. ¿Enhaciendo?
—Significa «estaba haciendo» —explicó Fantasma—. Las frases empiezan así: «Enhaciendo la carrerilla hacia enallá» significaría «corría hacia aquel lugar».
—Enhaciendo el dónde de cómo los encuentros —dijo Beldre, sonriendo para sí, mientras leía la pizarra—. ¡Menudo galimatías!
—Enhaciendo el cómo del enquerer el hecho —repuso Fantasma, sonriendo, adoptando el acento total. Luego se ruborizó y se dio la vuelta.
—¿Qué? —preguntó ella.
¿Por qué siempre me comporto como un tonto cuando estoy con ella?, pensó. Los demás siempre se burlaban de mi argot… incluso Kelsier pensaba que era una tontería. ¡Y ahora empiezo a hablarlo delante de ella!
Se había sentido confiado y seguro mientras estudiaba sus planes antes de que ella llegara. ¿Por qué la muchacha podía sacarlo de su papel de líder y hacer que volviera a ser el antiguo Fantasma? El Fantasma que jamás habría sido importante.
—No deberías avergonzarte de tu acento —dijo Beldre—. Creo que es como bonito.
—Acabas de decir que es un galimatías —replicó Fantasma, volviéndose hacia ella.
—¡Pero eso es lo mejor! Es un galimatías a propósito, ¿no?
Fantasma recordó con afecto cómo sus padres habían respondido a su adopción del argot. Era una especie de poder, poder decir cosas que solo sus amigos comprendían. Naturalmente, había empezado a hablarlo tanto que le costó trabajo dar marcha atrás.
—A ver —dijo Beldre, mirando la pizarra—. ¿Qué dice ahí?
Fantasma vaciló.
—Solo pensamientos dispersos —contestó. Ella era su enemiga: debía recordarlo.
—¡Oh! —exclamó ella. Algo ilegible asomó a su rostro, y luego se dio la vuelta.
Su hermano siempre la apartaba de sus reuniones, pensó Fantasma. Nunca le dijo nada importante. La hacía sentirse inútil…
—Necesito que tu hermano utilice su alomancia ante la gente —dijo Fantasma—. Para que vean que es un hipócrita.
Beldre se volvió.
—La pizarra está repleta de ideas mías. Aunque la mayoría no son muy buenas. Estoy intentando atacarlo, para obligarlo a defenderse.
—Eso no funcionará —repuso Beldre.
—¿Por qué no?
—No usará su alomancia contra ti. No se expondrá de esa forma.
—Si mi amenaza es fuerte, lo hará.
Beldre negó con la cabeza:
—Prometiste no hacerle daño. ¿Recuerdas?
—No —dijo Fantasma, alzando un dedo—. Prometí intentar encontrar otra manera. Y no pretendo matarlo. Solo necesito que crea que voy a hacerlo.
Beldre volvió a guardar silencio.
—No lo haré, Beldre —dijo Fantasma, con el corazón encogido—. No lo mataré.
—¿Lo prometes?
Fantasma asintió.
Ella lo miró, y sonrió.
—Quiero escribirle una carta. Tal vez pueda convencerlo para que te escuche. Podríamos evitar todo esto.
—Muy bien… —accedió Fantasma—. Pero te advierto que tendré que leer la carta para asegurarme de que no revelas nada que pudiera dañar mi posición.
Beldre asintió.
Naturalmente, Fantasma haría algo más que leerla. La reescribiría en otra hoja de papel, cambiando el orden de las líneas, y luego añadiría unas cuantas palabras sin importancia. Había trabajado en demasiadas bandas de ladrones para saber que existían los cifrados. Por otra parte, asumiendo que Beldre estuviera siendo sincera con él, que le escribiera una carta a Quellion era buena idea. Eso no haría sino reforzar la posición de Fantasma.
Abrió la boca para preguntarle si su dormitorio era o no aceptable, pero se interrumpió al oír acercarse a alguien. Pisadas más fuertes esta vez. El capitán Goradel, supuso.
En efecto, poco después el soldado apareció rodeando la esquina de la «habitación» de Fantasma.
—Mi señor —dijo—, deberías ver esto.
Los soldados se habían marchado.
Sazed y los demás miraban a través de la ventana, inspeccionando el solar vacío donde las tropas de Quellion habían estado acampadas las últimas semanas, vigilando el edificio del Ministerio.
—¿Cuándo se han marchado? —preguntó Brisa, frotándose reflexivamente la barbilla.
—Ahora mismo —explicó Goradel.
A Sazed, el movimiento le parecía ominoso por algún motivo. Se hallaba junto a Fantasma, Brisa y Goradel, aunque los demás parecían interpretar la retirada de los soldados como una buena señal.
—Bueno, ahora creo que podremos salir más fácilmente —comentó Goradel.
—Más que eso —dijo Fantasma—. Significa que puedo incorporar a nuestros propios soldados al plan contra Quellion. Nunca los podríamos haber sacado en secreto del edificio con medio ejército a las puertas, pero ahora…
—Sí —asintió Goradel—. Pero ¿adónde han ido? ¿Creéis que Quellion sospecha de nosotros?
Brisa bufó:
—Eso, mi querido amigo, parece una buena pregunta para tus exploradores. ¿Por qué no los envías a investigar adónde ha ido ese ejército?
Goradel asintió. Pero, para leve sorpresa de Sazed, el soldado se volvió hacia Fantasma en busca de confirmación. Fantasma asintió a su vez, y el capitán se marchó a transmitir las órdenes.
Se vuelve hacia el muchacho antes que hacia Brisa y hacia mí, pensó Sazed. No debería sorprenderle. Él mismo había accedido a dejarle el liderazgo, y para Goradel, los tres eran probablemente iguales. Todos pertenecían al círculo interno de Elend; y de los tres, Fantasma era el mejor guerrero. Tenía sentido que lo considerara la principal fuente de autoridad.
Pero parecía raro ver a Fantasma dando órdenes a los soldados. Fantasma siempre había sido muy callado durante los días de la banda original. Y, sin embargo, Sazed empezaba a respetar también al muchacho. Fantasma sabía dar las órdenes como Sazed no sabía, y había mostrado una previsión notable en sus preparativos en Urteau, así como en sus planes para derrocar a Quellion. Tenía un gusto por lo dramático que Brisa no paraba de alabar.
No obstante, estaban aquella venda que llevaba en los ojos y otras cosas que no había explicado. Sazed sabía que tendría que haber insistido más en busca de respuestas, pero la verdad era que confiaba en Fantasma. Sazed lo conocía desde que era un adolescente, cuando apenas era capaz de comunicarse con los demás.
Mientras Goradel se iba, Fantasma se volvió hacia Sazed y Brisa al preguntar.
—¿Y bien?
—Quellion planea algo —soltó Brisa—. Pero parece demasiado pronto para aventurar conclusiones.
—Estoy de acuerdo —coincidió Sazed—. Por ahora, sigamos con el plan.
Dicho esto, se separaron. Sazed se dirigió al fondo de la caverna, donde un gran grupo de soldados trabajaba en una zona bien iluminada con faroles. En los brazos llevaba el peso familiar de las mentecobres. En las cuatro se alojaba el conocimiento de ingeniería necesario para completar la tarea que Fantasma le había asignado.
Últimamente, Sazed no sabía qué pensar. Cada vez que subía las escaleras y se asomaba a la ciudad, veía peores signos. Las caídas de ceniza eran más copiosas. Los terremotos se volvían más y más frecuentes, y más y más violentos. Las brumas duraban cada vez más durante el día. El cielo oscurecía, el sol rojo era más una enorme cicatriz sangrante que una fuente de luz y vida. Los montes de ceniza volvían rojo el horizonte incluso durante la noche.
Le parecía que el fin del mundo debería ser una época donde los hombres encontraran la fe, no la perdieran. Sin embargo, el poco tiempo que había dedicado a estudiar las religiones de su cartapacio no había sido esperanzador. Veinte religiones más eliminadas, lo cual dejaba solo treinta candidatas potenciales.
Sacudió la cabeza para sí, mientras caminaba entre los esforzados soldados. Varios grupos trabajaban en maquinarias de madera llenas de rocas, sistemas de pesos que caerían para bloquear el agua que entraba en la cueva. Otros trabajaban en el sistema de poleas que harían bajar el mecanismo. Al cabo de media hora, Sazed determinó que estaban haciendo bien su trabajo, y regresó a sus cálculos. Sin embargo, cuando se dirigía a su mesa, vio que Fantasma se le acercaba.
—Tumultos —le soltó Fantasma, caminando a su lado.
—¿Cómo dices, lord Fantasma?
—Ahí es adonde han ido los soldados. Alguien ha provocado un incendio, y los soldados que nos vigilaban hacían falta para apagarlo antes de que toda la ciudad ardiera en llamas. Aquí hay mucha más madera que en las ciudades del Dominio Central.
Sazed frunció el ceño.
—Me temo que nuestras acciones se están volviendo peligrosas.
Fantasma se encogió de hombros.
—Eso parece. Esta ciudad está al borde de la ruptura, Sazed. Igual que Luthadel cuando nos hicimos con el control.
—La sola presencia de Elend Venture impidió que esa ciudad se destruyera a sí misma —recordó Sazed en voz baja—. La revolución de Kelsier podría haber acabado fácilmente en desastre.
—No pasará nada.
Sazed miró al joven mientras los dos recorrían la caverna. Fantasma parecía esforzarse en adoptar un aire de confianza. Tal vez Sazed se estaba volviendo cínico, pero le costaba trabajo ser tan optimista.
—No me crees —dijo Fantasma.
—Lo siento, lord Fantasma. No es eso… Es que parece que tengo problemas para tener fe en nada últimamente.
—¡Oh!
Caminaron un rato en silencio, hasta que llegaron al borde del cristalino lago subterráneo. Sazed se detuvo junto a las aguas, reconcomido por sus preocupaciones. Permaneció allí un rato, frustrado, sin encontrar la salida.
—¿Tú no te preocupas nunca, Fantasma? —preguntó por fin—. ¿No temes que fracasemos?
—No lo sé —respondió Fantasma, arrastrando los pies.
—Y es mucho más que esto —repuso Sazed, indicando las cuadrillas de trabajo—. El mismo cielo parece nuestro enemigo. La tierra se muere. ¿No te preguntas de qué sirve todo esto? ¿Por qué nos esforzamos siquiera? ¡Estamos condenados de todas formas!
Fantasma se ruborizó. Luego, finalmente, agachó la cabeza.
—No lo sé —repitió—. Yo… comprendo lo que estás haciendo, Sazed. Intentas averiguar si dudo de mí mismo. Supongo que puedes calarme.
Sazed frunció el ceño, pero Fantasma no lo estaba mirando.
—Tienes razón —dijo el joven, frotándose la frente—. Sí que me pregunto si fracasaré. Supongo que Tindwyl se habría molestado conmigo, ¿no? Creía que los líderes no deberían dudar de sí mismos.
Eso hizo vacilar a Sazed. ¿Qué estoy haciendo?, pensó, horrorizado ante su estallido. ¿En esto me he convertido? Durante la mayor parte de mi vida, me resistí al Sínodo, me rebelé contra mi propio pueblo. Sin embargo, estaba en paz, confiado en que hacía lo adecuado.
Ahora vengo aquí, donde la gente más me necesita, ¿y me siento y reprendo a mis amigos, diciéndoles que vamos a morir todos?
—Aunque dudo de mí mismo —dijo Fantasma, alzando la cabeza—, sigo creyendo que saldrá bien.
Sazed se sorprendió ante la esperanza que veía en los ojos del muchacho. Eso es lo que yo he perdido.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Sazed.
—En realidad, no lo sé. Es solo… Bueno, ¿recuerdas aquella pregunta que me hiciste al llegar? Estábamos junto al lago, aquí mismo. Me preguntaste por la fe. Me preguntaste de qué servía, si solo hacía que la gente se lastimara una a otra, como ha hecho la fe de Quellion en el Superviviente.
Sazed contempló el lago.
—Sí —confirmó en voz baja—. Lo recuerdo.
—He estado pensando en eso desde entonces. Y… creo que tengo una respuesta.
—Por favor.
—La fe significa que no importa lo que pase. Puedes confiar en que hay alguien vigilando. Confiar en que alguien hará que todo salga bien.
Sazed frunció el ceño.
—Significa que siempre habrá una manera —susurró Fantasma, mirando al frente, los ojos brillantes, como si viera algo que Sazed no podía.
Sí, pensó Sazed. Esto es lo que he perdido. Y lo que necesito recuperar.