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¿De qué sirvieron las masacres colonizadoras de la modernidad capitalista?

Pero la oligarquía terrateniente era una clase ociosa, y hacer un país industrial requiere laboriosidad y coraje. «El sistema proteccionista (decía Marx) es el medio para crear en un pueblo la gran industria (…). Por eso vemos que en aquellos países en que la burguesía empieza a imponerse como clase, en Alemania, por ejemplo, hace grandes esfuerzos por implantar aranceles protectores»[112]. Pero ese proyecto es el de la unidad alemana y se corona con Bismarck a su frente. Aquí sólo estaba nuestra dispendiosa oligarquía agraria. La misma que —según la buena maestra de ese señor de la Sociedad Rural, Roulet creemos— había hecho el país. (Con el invalorable respaldo de la Cruz y de la Espada). No le dijo cómo. Porque tal como lo hizo, ni con Dios se hacía bien. No tuvimos a Bismarck, tuvimos a Mitre. No tuvimos un Canciller de Acero que hizo una gran potencia en base al proteccionismo de Estado, base de toda industria pesada en cualquier país. Mitre decidió construir el país con la ayuda del capital inglés. Al que admiraba —entre otras cosas— por esa loable confianza que tenía en el porvenir de los pueblos nuevos. Un día fue a inaugurar el Ferrocarril del Sur de Buenos Aires y dijo: «A esta confianza nacional en el porvenir de los pueblos nacientes es que debe el comercio inglés ser poseedor del más generoso capital que haya tenido jamás el mundo, reproductivamente colocado en todo el mundo, cuyos intereses y provechos hacen afluir oro a su gran mercado monetario, siendo sus tributarios todos los que le deben. Tal es el secreto de la abundancia del dinero en Londres, y tal es la base de la prosperidad del comercio británico, cuyo capital, a la manera de un gran personaje, vive de sus rentas, sin dejar por esto de trabajar por acrecentarlo». Eleva, entonces, su copa el futuro exterminador del Paraguay (junto a Brasil, agente británico, y Uruguay, creado por la diplomacia británica) y dice: (Brindo) «por el fecundo consorcio del capital inglés y del esfuerzo argentino». Fecha del discurso: marzo 7 de 1861. Mitre sólo tiene que completar la obra civilizadora con el exterminio del gauchaje. Lo hace después de la batalla de Pavón, que Urquiza le cede. Le escribe a Sarmiento: «Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía». Lamentamos desilusionar a todos aquellos que estudiaron historia con la maestra del agrarista Roulet. Así fue cómo se hizo el país: con el capital inglés y la guerra de policía en las provincias. Complementación y exterminio. No estamos haciendo «revisionismo histórico». No se enoje con nosotros, señor Bartolomé De Vedia, que nosotros lo apreciamos y sabemos que usted es un caballero. Esto ya no es «revisionismo». Si uno va a la «elemental». Wikipedia —que, lo juramos, no está escrita por gente del Instituto Juan Manuel de Rosas fundado en la prehistoria de 1931— lee lo que sigue: «El 20 de mayo de 1863, las tropas del Chacho se enfrentarán en Lomas Blancas [en Los Llanos] con un contingente de 600 hombres de infantería y caballería de las fuerzas de Paunero, comandadas por Ambrosio Sandes, Pablo Irrazábal, Ignacio Segovia y Julio Campos. Peñaloza tuvo una corta victoria, cuando el 10 de junio se produce en Córdoba una revolución encabezada por el partido federal [apodado “ruso”] y los liberales moderados que deponen al gobernador Justiniano Posse, impuesto el año anterior por la fuerza de las armas del ejército nacional mandado por Paunero. Convocado por los revolucionarios, el Chacho entra a la ciudad de Córdoba el 14 de junio. Mientras tanto, Paunero reúne un ejército de 3000 hombres y se dirige a la ciudad. Peñaloza quiso evitar sufrimientos a los civiles y salió al campo a enfrentar a Paunero. Éste lo derrotó el 28 de junio en Las Playas, sufriendo los montoneros 300 muertos, un número no precisado de heridos y 720 prisioneros. Casi todos los oficiales prisioneros fueron fusilados. El caudillo huyó a Los Llanos, de allí al norte, a la cordillera, y por el oeste de la provincia, nuevamente a Los Llanos. De esa forma destruyó los caballos de los enemigos y los desorientó por completo. Luego invadió la provincia de San Juan, y estuvo a punto de tomar la capital. Pero el coronel Irrazábal lo derrotó en Los Gigantes. El vencedor lo persiguió hasta Los Llanos, y Peñaloza se rindió al comandante Vera, entregándole su puñal, la última arma que le quedaba. Una hora más tarde llegó Irrazábal y lo asesinó con su lanza, e hizo que sus soldados lo acribillaran a balazos. Era el 12 de noviembre de 1863. Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por mucho las reuniones de la clase “civilizada” de San Juan. Su esposa, Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la ciudad de San Juan, atada con cadenas. Al conocer la noticia, Sarmiento exclamó: “No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”. Muy poco tiempo más tarde, sin embargo, ya tenía un defensor: el poeta José Hernández publicó una Vida del Chacho. Poco después, el poeta Olegario Víctor Andrade escribía en su homenaje uno de sus poemas más bellos. Dos o tres décadas más tarde, la propia provincia de La Rioja lo convertía oficialmente en un héroe. En su facón, que se exhibe en el Museo de Historia de La Rioja, puede leerse la inscripción que definía su carácter: Naides, más que naides, y menos que naides [Wikipedia]». El mismo enfoque tiene José Luis Busaniche en su Historia argentina. Y (hoy) no existe una sola corriente filosófica seria que apruebe las «masacres civilizatorias» de la modernidad capitalista. Heidegger se horrorizaría si alguien le hubiese contado que los campos argentinos y sus hombres (sus campesinos) fueron masacrados por ejércitos de línea con armamento provisto por los países colonialistas. La idea de progreso histórico murió. La idea de una necesariedad en la historia también. La idea de un sentido de la historia es casi risible ante el mundo de hoy hundido en el fango dilatado que hizo con todos los valores que lo sostenían. La idea del «colonialismo progresista» es insultante para los pueblos que lo padecieron. ¿Dónde está, cuál fue nuestra modernidad occidental y capitalista? ¿Adónde nos llevó la unión del capital británico y el esfuerzo argentino en cuyo nombre nuestros mariscales Bugeaud (que aconsejó a Sarmiento, en Argelia, «combatir a la barbarie con la barbarie») aniquilaron el federalismo del interior, Sandes, Paunero, Irrazábal, «paranoicos asesinos», como los llama Busaniche incluyendo a Sarmiento? Pero Sarmiento es otra historia. No sólo él mismo tenía el coraje de calificarse de asesino, sino que escribió el libro más bello dedicado a los hombres de la campaña cuyo exterminio ideologizó: Facundo.

Filosofía política del poder mediático
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