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El culo idiotizante como arma del poder, el ultraculo en tanto humillación del ciudadano común, la mentira de los ciber-culos, de los tevé-culos, de los culos espectá(culo)
Aquí estamos. El entretenimiento le es fundamental al poder. Foucault hace rato que avisó: no crean que la represión es castigo. La represión es entretenimiento, placer controlado. También hace mucho que nos hemos concentrado en este tema. Rescatamos una frase de León Rozitchner que dice todo. León postula en unas pocas líneas lo que a nosotros nos lleva cientos de páginas. Y sin embargo, todavía sentimos que es insuficiente. Que los que piensan mal van a seguir así. Ni hablar de los que piensan al servicio del poder mediático. Ya no piensan, mienten. ¿Qué es mentir? Es arrojar verdades apodícticas sin apoyatura en ninguna facticidad. Ni siquiera necesitan hechos, los inventan. Sin hechos, no hay nada que interpretar. Sólo resta mentir. Cuando Nietzsche dice esa frase que comparto hasta lo más hondo, cuando dice: «No hay hechos, hay interpretaciones», está diciendo: «Hay hechos, pero las interpretaciones los llevan a entrar en colisión». El que genera más poder impondrá su verdad. Pero hay hechos. Sobre eso no se miente. El hecho no se inventa. Siempre está ahí. La mentira es «interpretar» hechos que no han acontecido. Que se han inventado. Cuando no se trabaja sobre ninguna facticidad. Cuando la facticidad se crea, ahí surge la mentira. El texto de León —que se basa en la capacidad del poder para manipular las conciencias— dice así: «Nunca hubo un poder tan bien organizado, voraz y despótico como el que está apareciendo ahora (…). Nunca hubo tantos instrumentos de destrucción, tanto control, tanta sujeción de la subjetividad. Te divide la cabeza, no podés imaginar siquiera, porque el imaginario viene de afuera y se mete en vos. Y el movimiento interno de imaginación y pensamiento te lo interrumpen a cada rato, pasándote. Todo está, en alguna medida, organizado de una manera siniestra. Todos los niveles de la relación del poder con la realidad están organizados técnica y tecnológicamente. Este sistema está hecho para destruir la subjetividad de la gente, impedir el pensamiento, impedir el afecto. Y por eso la superficialidad»[118].
La hegemonía del culo (acentuada ad nauseam durante los tiempos de la invasión informática) fue visualizada en tiempos pasados. En el N.º 221, de la revista HumoR, de junio de 1988, se encuentran unos expresivos chistes de Langer-Rulloni, que se definían, algo pudorosamente, como «creativos chanchos». El primer chiste es así: En una agencia de publicidad un creativo se acerca al escritorio del director creativo y dice:
—Aquí está la lista de los nuevos comerciales. El primero es una sopa instantánea.
El Director Creativo, del otro lado del gran escritorio, ordena:
—Pongan un buen culo.
El creativo sigue con sus propuestas:
—Este es para una ortopedia.
—Pongan un buen culo.
—¿Para una pick-up diésel?
—Pongan un buen culo.
—¿Vino de mesa?
—Pongan un buen culo.
—Y el último es para ropa interior femenina. ¿También le ponemos un buen culo?
El Director Creativo se enfurece.
—¡No, querido! Somos creativos. No podemos ser tan obvios.
Otro chiste:
Un hermoso auto con la parte trasera diseñada como un ultraculo. El dueño de la fábrica le explica a un vendedor:
—Y con este modelo nos ahorramos a la chica del comercial televisivo.
Otro chiste:
Un tipo habla por teléfono. Es el creativo de la agencia publicitaria. Más allá se ven dos señoritas desnudas. El tipo le dice al cliente:
—Hola, hablo de Makanan Publicidad. Ya seleccionamos a las modelos para su aviso. ¿Podría recordarme cuál era el producto[119]?
Siempre se supo la importancia del traserazo. Hay un libro encantador del 21 de junio de 1974. A un año de la tragedia de Ezeiza, a diez días de la muerte de Perón. Todos nos sentíamos como el culo, todos sentíamos que la historia era más compleja que nuestros sueños y nos había destrozado nuestra intacta retaguardia; intacta a fuerza de ser jóvenes. Sale, entonces, este libro. Se llama Lo corrieron de atrás. Antología humorística de la cultura anal. Lo editó Editorial Minerva. El título era excepcional. Ignoro si hoy todos saben qué significa Lo corrieron de atrás. Se trata de una Obertura de Franz von Suppé para su opereta Caballería ligera (Leichte Kavallerie), estrenada en Viena en 1866. Años después probablemente le haya agradado a Hitler, ya que contiene pasajes con trompetas wagnerianas y se dignó a dirigirla Herbert von Karajan, el joven genio sucesor de Wilhelm Furtwängler al frente de la Sinfónica del Reich. Hay un pasaje (justamente el que trata de indicar la carga de la caballería) que podría tararearse así: tararán tararán tararán tararán tararararararararaaaaaaaaaaaará. En, fin: más o menos. Es tan cantabile el tema, tan ridículo en su intento musical-realista por reproducir el galope de los caballos que ha sido utilizado en numerosos dibujos animados y films de bajo presupuesto. (Tal vez eso no disminuya su jerarquía, sino que la aumente. Pues me encuentro muy lejos de desvalorizar los dibujos animados y las películas de bajo presupuesto. Pero la obertura, sinceramente creo, no vale nada. Es un mal chiste alemán. Suponiendo que haya alguno bueno). El caso es que mereció ilustrar un cántico muy divertido sobre la suerte de un señor que busca proteger la integridad de su retaguardia. Dice así:
Lo corrieron de atrás.
Lo corrieron de atrás.
Le metieron un palo.
En el cuuuuuuuulo.
Pobre señor. Pobre señor.
No se lo pudo sacar.
Precisamente por eso tal vez esa edición de Editorial Minerva tenga un título y una tapa tan ingeniosos. El título: Lo corrieron de atrás. Con un subtítulo algo más serio: Antología humorística de la cultura anal. Y el dibujo es adorable. En el estilo de Kalondi (un dibujante de esos años), un pequeño y muy atemorizado hombre corre como loco mirando hacia atrás, de donde lo corren. Trae textos varios. Entre otros, de Rabelais, La Fontaine, Voltaire, Las mil y una noches, Swift, Trillo y Dolina. Como vemos, la cultura anal convoca buenas plumas a lo largo de los años. El más valioso para nuestro tema es el que abordaron Mario Mactas y Carlos Ulanovsky, que disfrutaban por esos años el éxito de la revista Satiricón, de la que formaban parte inescindible. Se llama El auge de la cultura anal. Pero no tiene nada que ver con el que mencionamos nosotros. En esos años ni se imaginaba el futuro realizado que vivimos hoy. La modernidad informática habría sido interpretada como una película de ciencia ficción. El texto empezaba así: «Más o menos a partir de 1970, los publicitarios descubrieron otra devoción de los argentinos: el c…»[120]. Continúan: «Los impulsaba —paradójicamente— la necesidad de vender blue-jeans. Cortos comerciales, atractivos avisos en revistas, afiches, comenzaron a levantar las acciones de las redondeces, hasta entonces bellas durmientes en el lecho de la imaginación nacional»[121]. En suma, los que ponen de moda lo anal son los vendedores de eso que hoy, más llanamente, llamamos jeans. La publicidad marca rumbos irrefrenables en las costumbres dinamitadas por su afán de lucro. «Tenemos blue-jeans. Hay que venderlos». Como dice el Director Creativo de Langer: «Pónganle un culo». Se lo pusieron. Así, la cultura anal se pone de moda en los setenta para vender mercancías. Es que ése es precisamente uno de los sentidos primordiales de los ultraculos: una mercancía para vender mercancías. Al ultraculo se lo compra. La señorita que lo vende lo hace según su valor de cambio, que surge del trabajo que le ha llevado construirlo. Y de la calidad del producto. El que lo compra le dará un valor de uso para vender una mercancía a un tercero en tanto valor de cambio.
Pero, en los setenta, la cultura anal, incipiente, se vio inesperadamente alimentada por un film de un director italiano: Bernardo Bertolucci. Escriben Mactas y Ulanovsky: «Y si, como se dijo, a partir del 70 las calles se poblaron de las más variadas, notables y apetecibles gamas de colas femeninas —y masculinas—, a las que se pasó a mirar no ya de reojo sino a ojito entero, un fenómeno cultural de estos días catalizó el proceso: el estreno de Último tango en París»[122]. Este film merece un espacio propio.