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Eisenhower, su olvidado discurso del 17 de enero de 1961
Nos preparábamos para la difícil tarea de presentar de modo sucinto al célebre general Eisenhower cuando reparamos en que la gente de diario El Peso ya lo había hecho.
Del siguiente modo:
El permanente bombardeo mediático de información irrelevante, no estructurado, el continuo, cambiante requerimiento y la captación de la atención del ciudadano por los más variados problemas (reales o banales e inducidos), conlleva entre otros efectos perversos, un vértigo de presente y la pérdida de orientación histórica. A tal punto, que hasta el empleo del vocablo «ciudadano» en los medios de comunicación ha caído insensiblemente en desuso, opacado por la preeminencia de voces tales como «consumidor», por las sentencias del «mercado» o las profecías autorealizadoras de las «agencias de notación». ¿Curiosidades semánticas?
Por nuestra parte adoptamos un enfoque diferente. Lejanos destinatarios de un mensaje dirigido a ciudadanos exactamente hace cincuenta y un años (mensaje pavorosamente actual), elegimos publicarlo íntegramente en español para su análisis por nuestros lectores. Un general de cinco estrellas se apresta a cerrar una página de la historia y a abrir otra nueva en la cual estamos hoy todos inmersos y quizás (queremos equivocarnos) en los preliminares de una nueva confrontación mundial en gran escala.
Supremo Comandante de las Fuerzas Aliadas en el teatro europeo, el General Dwight Eisenhower, protagonista directo del (hasta ahora) mayor conflicto de la historia mundial, ángel exterminador del nacionalsocialismo y fascismo europeos, asumió el 20 de enero de 1953 como trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos. Reelecto una vez, concluyó su segundo mandato en 1961. Conocedor de la guerra y de las armas, Eisenhower sabía de qué hablaba (edición global El Peso, www.diarioelpeso.com).
Eisenhower:
—Esta noche vengo a transmitirles un mensaje de despedida y adiós y a compartir algunas reflexiones finales con ustedes, mis compatriotas. (…)
Vivimos ahora diez años después de una mitad de siglo que fue testigo de cuatro grandes guerras entre grandes naciones. En tres de éstas participó nuestro propio país[4].
A pesar de estos holocaustos, Estados Unidos es hoy la más fuerte, la más influyente y la más productiva nación del mundo. Comprensiblemente orgullosos de esta preeminencia, nos damos cuenta sin embargo de que el liderazgo y prestigio de los Estados Unidos no dependen meramente de nuestro progreso material sin precedentes, de nuestras riquezas y poderío militar, sino de cómo hagamos uso de nuestro poderío en aras de la paz mundial y el mejoramiento humano. (…)
Las crisis continuarán existiendo. Para enfrentarlas, sean extranjeras o nacionales, grandes o pequeñas, existe la recurrente tentación de creer que alguna acción espectacular y costosa podría llegar a ser la solución milagrosa de todas las dificultades actuales (…). Hasta el último conflicto mundial, los Estados Unidos no tenían una industria armamentista. Fabricantes americanos de arados podían, en el momento y caso necesarios, fabricar también espadas. Pero ya no podemos más asumir el riesgo de improvisaciones de emergencia en materia de defensa nacional. Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentista permanente de vastas proporciones. (…) Ahora bien, esta conjunción entre un inmenso sector militar y una gran industria de armamentos es nueva en la experiencia americana. Su influencia total: económica, política, incluso espiritual, se siente en cada ciudad, en cada Estado, en cada oficina del gobierno federal. (…) En los consejos de gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada, deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial de un desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá. No debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No debemos tomar nada por sentado. Sólo una ciudadanía alerta y bien informada puede compeler la combinación adecuada de la gigantesca maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo tal que seguridad y libertad puedan prosperar juntas.
Sin embargo, con todo el respeto que merece y debe tener la investigación científica, también debemos estar alertas frente al peligro igual y opuesto de que la política pública pueda caer cautiva de una elite científico-tecnológica.
Durante el largo camino de la historia que aún queda por escribir, América sabe que este mundo nuestro, cada vez más pequeño, no debe convertirse en una comunidad de terror y odio, sino llegar a ser una orgullosa confederación de respeto y confianza mutuos. Debe ser una confederación de iguales. Los más débiles deben poder sentarse a la mesa de discusiones con la misma confianza que nosotros, protegidos como lo estamos por nuestra moral y nuestro poderío económico y militar. (…) Juntos tenemos que aprender a solucionar las diferencias, no con las armas, sino con inteligencia y propósito decente. Debido a que esta necesidad es tan aguda y evidente, debo confesar en este aspecto que abandono mis responsabilidades oficiales con un neto sentimiento de decepción. En tanto que alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza persistente de la guerra, como alguien que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización, lenta y dolorosamente construida durante miles de años, anhelaría poder decir esta noche que una paz duradera está a la vista.
Oramos para que los pueblos de todos los credos, de todas las razas, de todas las naciones, puedan satisfacer sus mayores necesidades humanas, para que aquellos a quienes esta oportunidad les es ahora denegada, lleguen a disfrutarla al máximo, para que todos los que anhelan la libertad puedan gozar de sus bendiciones espirituales. (…) Que todos los insensibles a las necesidades de los demás aprendan la caridad y que los flagelos de la pobreza, de la enfermedad y la ignorancia desaparezcan de la faz de la tierra. Que con la generosidad del tiempo, todos los pueblos puedan convivir en una paz garantizada por la fuerza vinculante del respeto mutuo y del amor.
Ahora, el viernes por la tarde, voy a convertirme en un ciudadano ordinario. Me siento orgulloso de hacerlo. Lo espero con ansias.
Gracias y buenas noches[5].
¿No es estremecedor este discurso? ¿Sabía Ike lo que decía o se había fumado unos buenos porros y media botella del mejor whisky del mundo, pero igualmente estragador? He visto el discurso y se lo veía sereno. ¿Un patriota? ¿Un tipo que quiere despedirse con una imagen de pacifista, de gran humanista que le habla a la humanidad[6]? Ike siempre mantuvo un perfil austero. Más que él se destacaron Montgomery, Patton, Rommel y hasta De Gaulle. Monty con esa boina british tan seductora, ladeada porque se ponía unas buenas balas de ese lado. Bigotito, ropas de fajina, héroe, vencedor de Rommel, ¡nada menos! Rommel con su sacón de cuero, incluido sin demasiada verosimilitud en el atentado a Hitler del 20 de julio de 1944. Rommel, «el zorro del desierto». Destinado al cine de Hollywood, interpretado por el excelente actor inglés James Mason. Rommel, cuya memoria de héroe, de militar profesional ajeno a los horrores del nazismo, debía ser instalada en el panteón de los puros, de los inocentes. ¿Por qué? Para que Alemania recuperara su orgullo. «Los queremos con nosotros en la nueva gran lucha que se avecina. La verdadera. Los valores de la libertad y de la democracia de Occidente contra la masificación, el colectivismo comunista. Él será un símbolo de la Alemania pura. Un símbolo del militar genial, profesional y limpio, honesto, que dio su vida por voltear a Hitler». Luego, Patton. El de la cartuchera con el revólver con cachas de nácar. El general majestuoso. El loco, el neurótico. El que le pegó a un soldado con neurosis de guerra porque él no concebía ni aceptaba algo así. El que quería seguir la guerra rearmando a los «valientes» de las SS y no parar hasta llegar a las mismísimas narices de Moscú y ahí pegar un cross de knockout. Y, por fin, De Gaulle, que parecía sacado de Casablanca. Que iba a liberar a la Francia de la Resistance. Que tuvo —esa Francia— algunos héroes, pero no muchos. La hizo célebre Victor Laszlo. De Gaulle, alto, pomposo. Solemne como sólo un general francés puede serlo. Y, por fin, Ike Eisenhower, el que hizo la parte más dura, difícil, del trabajo. El que comandó la invasión a Normandía. El que entró en los campos de exterminio y ordenó que trajeran a todos los vecinos para que vieran lo que decían ignorar.
Ahora, en el final de su segundo mandato como Presidente, se despide con este discurso en que anticipa todo. Todo. Para hoy nos es más útil que el Mensaje a la Tri continental del Che. ¿Qué afirmación, no? Los guevaristas me van a querer matar. Pero el Che estaba con sus pulmones agotados en la selva boliviana. Tenía mucho odio y sabía que pronto habrían de matarlo. El pensamiento es riesgo. Sé que a muchos no les va a caer bien esto. Pero, en lugar de enfurecerse, piénsenlo. Nada es incuestionable. Ernesto Che Guevara era un héroe. Pero se destinó a ser un mártir. Luchó, equivocado, contra los perros de este mundo. Claro que lo quiero más que a Eisenhower. Aunque como símbolo de la rebeldía. Como protagonista de un martirologio crístico. Sólo que ningún mártir ganó una guerra. Pero no diré más. Siento que me estoy justificando y no quiero hacerlo. Lo que dije, dicho está. Sólo propongo que lo piensen antes de insultarme por inercia. Además, ¿alguien se atreverá hoy a defender el Mensaje a la Tri continental? Por favor, no. Que nadie insista en caminos que llevaron al desastre.
El Complejo Militar-Industrial, he aquí el monstruo que tempranamente, como un mensaje arrojado a los tiempos venideros, denuncia Eisenhower. Créase o no, se le había adelantado el general Douglas MacArthur. El que célebremente dijo: I shall return. De Washington —al enterarse de que iba a decir esta frase, quisieron corregirlo—: «No sería más apropiado We shall return?». MacArthur no se tomó mucho tiempo para responder: «Es lo mismo». La frase que —el 15 de mayo de 1951, en un discurso— lanzó al futuro fue: «Que nuestro país vaya ahora encaminado hacia un modelo de economía basada en las armas es parte del modelo general de una política desacertada, alimentado con ayuda de una psicosis, inducida artificialmente, de histeria de guerra y nutrida a partir de una propaganda incesante alrededor del miedo». De esta propaganda se encarga el poder mediático. De aquí que el CMI y el poder de los medios se requieran mutuamente. Es con la ayuda de la prensa y su creación incesante de temores, ya sea de guerra en cualquier parte del mundo como de ataques inminentes del terrorismo, que el CMI encuentra justificaciones para seguir creciendo, para derivar en su beneficio la mayoría de los recursos de la nación. En La filosofía y el barro de la historia (2008) y aun en textos anteriores, siempre llamé por su nombre al sujeto centrado en el imperio: el sujeto bélico comunicacional.
Analicemos ciertos párrafos del discurso de Eisenhower. Cuando —con tanto orgullo— señala el poderío económico y bélico de su país, la «preeminencia» que eso les otorga y la obligación de conducir a los restantes países hacia un mejor destino, aparece, entre tan bondadosas palabras, la vieja concepción del «destino manifiesto», un poco olvidada durante estos días, pero siempre presente. Afirma —esa doctrina— que el «destino manifiesto» de Estados Unidos es el de liderar a los restantes países del planeta. Volveremos sobre esto, ya que explica mucho de lo que hoy está sucediendo.
Señala —como una fatalidad y no como una necesidad interna del país imperial que crearon— que han tenido la obligación de desarrollar una industria armamentista de grandes proporciones. De inmediato (y éste es el punto axial del discurso) advierte sobre el problema que ese complejo militar industrial tiene para la democracia. Notablemente dice que es inadmisible cambiar libertad por seguridad[7]. Y luego, ya previendo el futuro, denuncia una preocupación terrible: que la política pueda caer cautiva de una elite científico-tecnológica. No sé si esto suena tan pavoroso en este momento del texto. Pero lo veremos en Assange. ¿Es Assange un gran aliado de la libertad al revelar los secretos de los espías del Big Brother Panóptico o representa el surgimiento de esa elite científico-tecnológica?
Luego, hacia el final, el discurso del general de cinco estrellas, el héroe estratégico del desembarco en Normandía, tiene momentos tan oscuros como conmovedores. Confiesa que abandona su cargo con un neto sentimiento de decepción. Y que esa paz que tanto anhela no está a la vista. ¿Un discurso «pesimista»? Ya veremos que los conceptos de «optimismo» y «pesimismo» son patéticamente insuficientes para analizar el espesor de la historia.