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Las devastaciones soviéticas
Sin embargo, los que aterrorizaron a todos y llevaron a los yankis a apresurar el lanzamiento de las bombas fueron las catástrofes humanitarias que las tropas soviéticas llevaron a cabo en Alemania y otros países que ocuparon. Es cierto lo siguiente: ninguno de los aliados había sufrido la crueldad nazi como el pueblo soviético. De modo que, si nos atenemos a los mecanismos impiadosos y profundamente inhumanos del hombre, los soviéticos tenían una pulsión de venganza que nadie podía tener. Si los nazis hubieran hecho en territorio norteamericano lo que llevaron a cabo en la Unión Soviética, las bombas atómicas habrían sido innumerables… pero también —y muy especialmente— sobre Alemania. La venganza de los aliados fue Dresden, ciudad arrasada. Hitler se suicidó en abril de 1945. Algunos dicen que el día 30 y a las 15.30. La única que podría dar un dato tan certero sería Eva Braun. Acaso. Alemania se rinde. La victoria de la Segunda Guerra Mundial puede decirse que se debe sobre todo al sacrificio impresionante del pueblo ruso y del Ejército Rojo. Las batallas de Stalingrado y la resistencia de Leningrado son hitos poderosos de la derrota del nazismo. Y la imagen del gran compositor Dimitri Shostakovich haciendo sonar todas las noches la campana de un Monasterio para hacerles saber a todos que un día más había pasado, que seguían vivos y seguirían luchando, es uno de los grandes símbolos de la grandeza humana y del compromiso del artista. Durante el sitio, además, Shostakovich compuso su Séptima Sinfonía, a la que llamó Leningrado. Esto también es «comunicar». En la modalidad de lo sublime.
No les faltaban motivos a los soviéticos para ser desbordados por el odio y la sed insaciable de la venganza. Pero eso no los justifica. Fueron casi más brutales que los nazis. «Sus soldados no se portaron como libertadores. Entre 1945 y 1946, en Alemania Oriental, asaltaron, saquearon y violaron a centenares de miles de mujeres, quizá más de dos millones, tanto las refugiadas como las habitantes de las aldeas y las ciudades (…) Y la Unión Soviética, sin considerar que el proletariado alemán había sufrido igualmente las terribles consecuencias de la guerra, manifestó un enorme egoísmo nacional. Saqueó a Alemania con una voracidad mayor que cualquiera de las potencias imperialistas»[80]. Se llevaron casi todo. Lo que restaba del poderío industrial de Alemania fue a manos de Papá Stalin. Aquí surge el terror a los soviéticos. Los norteamericanos ya empezaron a ser aterrorizados. «Si entran aquí, harán lo mismo con nosotros. ¡No dejarán una rubia californiana sin violar!». La fantasía de la mujer espléndida, rimbombante, rubia y con pocas ropas ya había penetrado en la conciencia de los países beligerantes. En el gran film de Steven Spielberg En busca del soldado Ryan (una sátira demoledora sobre la paranoia norteamericana) vemos en una escena a una rubia que se arroja desnuda al mar. (Tal como en el comienzo de Tiburón). Nada con brazadas vigorosas y no tarda en penetrar largamente en las aguas. De pronto, un mástil surge de lo profundo y la eleva hacia lo alto. Ella se aferra a ese falo prodigioso y extraño. No sabe qué es. Es frío. Es de acero. Grita como loca. Se abre la escotilla de un submarino japonés. Aparece uno de sus tripulantes, con prismáticos, uniforme. Mira hacia lo alto. Ve a la rubia desnuda en lo alto del mástil. La señala entusiasmado y más entusiasmado aún grita: «¡Hollywood!».