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Papi Berlusconi, el presidente de la TV es el presidente del país
Según se habrá detectado con sencillez en el mail de Daniele Oldani, los italianos se avergüerzan de Berlusconi y su permanencia al frente de la política de la república. ¿Cómo es posible? ¿Por qué a nosotros? ¿Quién puede explicar que este payaso sonriente, que saluda y no cesa de saludar con su mano derecha, que se tiñe el pelo que casi no tiene, que se pone un maquillaje espesísimo (¡un milímetro de crema facial lleva en su jeta Il Cavaliere!), que se burla de todo, que organiza orgías, que es un pedófilo a todas luces, que es parte de la mafia o tan bien se lleva con ella que es como si lo fuera y hasta como si fuera il capo di tutti capi, manipule a casi todo el pueblo italiano, que con su voto persistente lo mantiene en ese top del que nada pareciera hacerlo caer? Hay una explicación. Es dura. No es demagógica. Es la más antidemagógica de las frases. Con el transcurso de los años, el capitalismo ha intensificado su poder sobre el control de las subjetividades. Ha idiotizado a los sujetos. Cuando David Thomson tuvo que encontrar explicaciones para la fenomenal manipulación de masas que había conseguido Orson Wonder Boy desde una pequeña radio aludiendo a una improbable invasión de marcianos, admitió que Orson y su gente habían hecho las cosas bien, pero el motivo de fondo, la causa que había posibilitado el desmadre debía encontrarse en el idiotismo del pueblo norteamericano. «De modo que lo sensacional simplemente ocurrió, por feliz o infeliz coincidencia del poder de la radio y el disponible idiotismo de muchos miles de personas». Cuando hablamos de esto anteriormente escribimos: «La frase es excepcional. El poder de los medios siempre tiene que contar con el idiotismo de los sujetos. Una vez que conquista ese idiotismo, lo profundiza y trata de evitar que el sujeto salga de él. En suma, por más que hablemos de la inminencia de la guerra, de los temores que siempre provoca pensar en lo que pueda venir del infinito cielo estrellado, la causa del desastre que provocó en Estados Unidos el programa de Orson Welles tuvo sus raíces en el siempre disponible (para todo tipo de manipulación) idiotismo de los seres humanos». Bill Maher (el clown ácido de la política norteamericana) no vacila en decir: «El votante norteamericano es idiota». Es cierto: la gente es boluda. ¿Se entendió bien? La gente es boluda. Pero esto no significa que esté condenada a serlo. Aquí, en la Argentina, se está demostrando que el poder mediático no es absoluto. Lo fue en muchos momentos: en el 2008, en el 2010 (aunque menos en este año en que los medios más poderosos apelaron a todo para someterla, apelaron a tanto que provocaron el efecto paradojal: el receptor sacó su correcta conclusión: esta gente nos miente, son mercenarios, obedecen, todos los días dicen lo mismo, uno no compra un diario para que invariablemente sus servidores a sueldo le digan la misma infame patraña). Pero ¿Berlusconi miente? ¿Y si utilizara un matiz diferenciado de la mentira, un matiz más dulce, agradable? ¿Y si Berlusconi sedujera? ¿Y si hubiera acertado en el punto débil y lascivo de los italianos y supiera tenderles una cuerda hacia esos deseos reprimidos con la promesa de cumplirlos, en la realidad o en lo imaginario, o en lo virtual, esferas cada más, más parecidas?