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El patronazgo del Complejo Militar-Industrial

El cuadro que pinta seguidamente Assange deja claro lo que acabamos de decir: la hegemonía en cuestiones bélicas y económicas necesarias para sostener la industria de guerra la tiene el Complejo Militar Industrial. Lo citamos:

«Hay algo que no se menciona mucho en los medios tradicionales, incluyendo los de América Latina, y es que en Estados Unidos se está centralizando el poder bajo una sola pirámide de patronazgo, definida como el Complejo Militar Industrial. Dirás que siempre pasó eso. ¿Pero está pasando más ahora? Sí, está pasando mucho más. Las dieciséis agencias de Inteligencia estadounidenses han sido agrupadas bajo un mismo paraguas. El enroque entre el jefe de la CIA y el de las Fuerzas Armadas significa que la CIA ha sido arrastrada bajo la influencia del Complejo Militar Industrial. Además, y sin que llamara la atención, este año el presupuesto del Departamento de Estado y el presupuesto de la USAID (agencia de asistencia del Departamento de Estado) han pasado a ser parte del presupuesto de seguridad nacional. Entonces, toda esa ficción de que la USAID era una agencia independiente, como se les decía a los latinoamericanos, ya no lo dice más el Gobierno de Estados Unidos, ya no se sostiene de ninguna manera. Según la descripción de esta maniobra que aparece en la página web del Departamento de Estado, ya que éste estaba trabajando codo a codo con los militares y la USAID estaba trabajando codo a codo con los militares, entonces es natural que sus presupuestos pasaran a formar parte del presupuesto para la seguridad nacional. La USAID forma parte del esquema de seguridad nacional y eso representa un importante traspaso de poder. El Departamento de Estado había sabido ser un punto de poder independiente en Estados Unidos, lo mismo que la CIA. Ambos han sido barridos bajo la misma pirámide de patronazgo, lo cual representa una consolidación del poder. (…) Entonces, cuando ves a Correa y los suyos quejarse de que Fundamedios (una ONG muy crítica del Gobierno de Correa) se financia con fondos de la USAID, yo me quejo también. Ya no hay disimulo». (Assange, septiembre de 2012).

Assange, aquí, llega al punto más álgido, más destructivo de nuestro presente histórico. Es alarmante que se hable tan poco de esta cuestión. Montones de palabras arrojan sombras sobre el verdadero protagonista de la catástrofe que acaso nos espera. Todo lo que sucede en el planeta puede explicarse a partir de las actividades incesantes de un monstruo ilimitado, cuyas ambiciones y proyectos también lo son. El Complejo Militar-Industrial norteamericano. Este libro —que ha sido dedicado a la elucidación del poder mediático— llega a este punto y señala que hay un fundamento de ese poder. Que hay algo de lo cual ese poder es una extensión y a cuyas necesidades e imperativos obedece, responde. Trabaja para ello. Porque sabe que la historia se ha convertido en guerra, que la guerra la protagoniza el CMI (Complejo Militar-Industrial) y la requiere para su existencia irrefutable. Estados Unidos está sometido a ese poder. La democracia viene siendo devorada por él y posiblemente acabe por tragársela con la misma brutalidad con que ha invadido los países árabes. El CM-I produjo su «Pearl Harbor» para el despegue de la gran guerra que requerían para reemplazar a la «Fría», muerta con la caída del Muro de Berlín. Fukuyama actuó tontamente, demasiado rápido y sin conocer secretos que debió conocer antes de lanzar esa teoría sobre el fin de la historia. ¡Qué increíble ingenuidad! Huntington puso las cosas en su lugar. El CM-I requiere hipótesis de conflicto cada vez más grandes para subsistir. Cuando «su» halcón George Bush gana las elecciones con escaso margen, el Pentágono se preocupa. Un presidente así elegido no podrá enviar el país a una guerra de conquista imperial. Hay que hacer algo. Todos sabemos qué se hizo. Se bombardearon las Torres Gemelas. El nine-eleven es un gran triunfo político y estratégico del CMI. Pearl Harbor, asesinato de Kennedy, Torres Gemelas, todo pueden llevar a cabo los hombres del CMI[1].

En su notable La formación del imperio americano, Luis Alberto Moniz Bandeira describe la posible (y tal vez ya vigente o, sin duda, cercana) implantación de una dictadura en Estados Unidos «sustentada por el complejo industrial-militar, mediante la continua diseminación del miedo, making fears, y la manipulación permanente del estado de guerra, la guerra sin fin contra el espectro del terrorismo, como rationale para una creciente restricción de las libertades y de los derechos civiles dentro de los mismos marcos de la Constitución, como comenzó a suceder con el establecimiento del USA Patriot Act. Fue así como Hitler manipuló, igualmente, el espectro del terrorismo, el incendio del Reichstag, e instituyó el III Reich, la más cruel tiranía, sólo comparable a la de Stalin en Rusia, sin revocar siquiera una línea de la Constitución de Weimar»[2]. Las Torres Gemelas son el incendio del Reichstag del Complejo Militar-Industrial norteamericano. ¿Si también me saco el chapeau para saludar el incendio del Reichstag? Seamos claros: estoy hablando del Mal. El incendio del Reichstag —desde ese punto de vista— fue una obra maestra. Me saco el sombrero ante esos cinco policías que se negaron a torturar durante la dictadura en la provincia de Córdoba. Dijeron: no. Tan asombroso les resultó ese coraje a los carniceros que los dejaron con vida. También desearía que el CMI tuviera el mismo final que el nacionalsocialismo. Pero ¿quién lo reemplazaría? Si a Hitler lo reemplazó el CMI (cuyo poder de aniquilamiento es infinitamente superior), ¿quién vendrá después del CMI? ¿Algún imperio bueno que proponga la democracia e impulse el desarme? En cuanto a la «posible» implantación de una dictadura en Estados Unidos, no se trata de una distopía caprichosa. Al contrario, es un punto de vista condescendiente. Sacha Baron Cohen creería eso. ¿O no demostró que la dictadura es hoy, ya? ¿De qué «posible» dictadura hablamos?

Lateralidad: siempre es posible la negación que surge de la libertad del sujeto

Escribí arriba que sólo me descubriría con verdadera convicción, respeto y hasta con una estupefacción que me llevaría a reforzar mi respeto por la condición humana, tal como la encarnan algunos seres, ante esos policías que, en los macabros territorios del general Menéndez, se negaron a torturar. No pareciera posible. Porque es una decisión casi imposible, casi inimaginable. El general Sánchez de Bustamante decía que la disciplina debía llevar al subordinado a la «obediencia mecánica». Sabía lo que decía. Estaba acostumbrado a doblegar las almas, a anularlas, a hacer máquinas de los hombres. Sin embargo, treinta y dos años atrás, en la siniestra D2 de Córdoba, bajo la mirada fría, macabra, del general Menéndez, un policía y cuatro de sus compañeros se negaron a torturar. Se trata de un acontecimiento. Ahora fueron premiados por ese gesto. Pero cuando lo hicieron estaban solos. Fue un acto libre de un sujeto libre que, en algún lugar de su hiperdeterminada conciencia, encontró un foco de libertad, un resto, algo suyo, desde ahí, desde ese pequeño lugar en que él tiene la potencia del Espíritu Absoluto hegeliano, dijo que no. «Disculpen, señores. Pero yo no puedo torturar a otro hombre. No me niego por desobedecer. Me niego porque no puedo cumplir esa orden. Es imposible para mí. Hay algo que me lo impide. Y todavía conservo la fuerza para negarme». Todavía —está diciendo— mi convicción es más fuerte que mi miedo. Porque sabe que esa desobediencia le va a costar, y mucho. Sabe que, a partir de ahora, el castigado, el torturado será él. Que otros —otros que han sido compañeros suyos— van a cumplir la orden que se les dará. Y van a torturar. Y que esos otros no se van a detener porque él haya sido uno de ellos, un compañero. Sino que tal vez lo torturen más salvajemente por eso. Porque ya son «máquinas de obediencia» y porque, de modo especial, lo odian por mostrarles la posibilidad de otra respuesta, de otro camino. Le van a hacer pagar cara su valentía insólita. Esa jactancia de negarse a hacer lo que ellos sumisamente hacen, torturar. Y lo torturan, le dan máquina durante horas, días. Sus mismos compañeros, los que hasta ayer tomaban mate con él y escuchaban los partidos de Instituto y de Belgrano de Córdoba.

La posibilidad de un hombre que dice «no» es un agravio intolerable para los otros. Cuestiona todo el aparataje que se habían armado para hacer su tarea. Que torturan a «subversivos», «marxistas», «ateos», «enemigos de la patria», «zurdos del trapo rojo». Todo eso se cae. De pronto tienen frente a ellos a un tipo que se niega y, negándose, les dice: «Torturamos personas. Como vos, como yo, como nuestros hijos y hermanos y padres». La furia que esta revelación les produce no tiene límites. No quieren dejar de ser «máquinas de obediencia». Se entra al Ejército y, al hacerlo, se entra en el mundo de la disciplina. Por eso hay grados: hay generales, coroneles, tenientes, sargentos, cabos y ratas de tropa, ellos, soldados. Es una pirámide. Cada uno obedece a su superior. Cada uno actúa según una orden que recibe. Esa orden elimina su conciencia, su posible deliberación. No se delibera en el Ejército. Si se hiciera semejante atrocidad, cada uno sería libre. Podría elegir. Y, al hacerlo, tendría que ponerse al frente de sus decisiones, sus actos serían suyos. Se estaría en el mundo de lo anárquico, no en el de la obediencia. La disciplina establece un Orden. Un Orden es siempre una jerarquía. La jerarquía limpia la posible culpa de todo aquel que recibe una orden. Si un superior me ordena torturar, el que tortura no soy yo: es la orden que hay en mí. No nací con ella, no es parte de mi cuerpo ni de mi alma. Alguien la puso donde ahora está. Ahora está en mí, es mía, es mi orden, pero no soy yo. Me la dio un superior. El responsable es él. El que tortura es él. Ni siquiera: también él recibió esa orden. «Ordene a sus hombres que torturen». ¿Quién es entonces el responsable? Nadie: el estamento, la Institución, el Estado. La «orden» busca aliviar la posible «culpa» del que tiene que hundir sus manos en el barro. Del que tiene que hacer la tarea. La tarea es torturar. Es la tarea de «información» y es imprescindible que el Ejército, que el Estado posea las informaciones que necesita. Sólo así sabrá dónde buscar a los enemigos de la Patria. «Usted cumpla con la orden que le fue dada. Usted no puede negarse a obedecerla. Debe obedecerla. Esto se llama “obediencia debida” y es uno de los pilares de todo Poder». Si se tortura para salvar a la Patria es la Patria, entonces, la que a través de sus hijos pide la tortura de quienes la agreden o de quienes tienen información acerca de ellos. Torturamos para saber. No torturamos porque sí. No somos enfermos, no somos sádicos, somos patriotas. Göring les decía a los SA que combatían en el Berlín de la tambaleante República de Weimar contra los militantes comunistas: «Cuando maten a alguien, no se cuestionen. No se dejen ganar por la culpa. Lo maté yo. Díganse eso: Lo mató Göring. Créanme: Van a dormir tranquilos».

Imaginemos el escándalo. De pronto, cuatro o cinco locos dicen: «No, no podemos torturar». El ejemplo que están dando es terrible. No debe expandirse. Si todos se niegan a torturar, se acaba el Poder, muere la «tarea de inteligencia», la Patria queda ciega, des-informada, tiene que buscar a tientas a sus enemigos. De aquí que sea improbable que la criatura humana deje de torturar. Necesitará para ello crear incesantemente lo que llamaremos «mecanismos de inocencia», es decir, aquellos que convencen al torturador de que no es él el que tortura. Es una orden jerárquica, es un Estado en lucha contra un enemigo poderoso y esquivo, es la Patria misma, amenazada como nunca. Hay otros «mecanismos de inocencia». Son los fundamentalismos religiosos. El fundamentalista entrega su libertad al someterse a las creencias que el credo le impone. Aquí, es el credo el que funciona. Yo no soy yo, soy eso en lo que creo, eso que me trasciende, que es más que yo. Es la fe en un orden celestial, un orden del más allá, donde espera Dios o donde esperan riquezas, mujeres vírgenes, vida eterna en el regazo de Alá.

Ya Voltaire, de un modo notable, identificó a la tortura con la búsqueda de información. La tortura, así entendida, es «interrogatorio». En su Diccionario Filosófico, decía que es «llamada también interrogatorio. Es una extraña manera de interrogar a los hombres (…). Los conquistadores (…) la encontraron muy útil para sus intereses; la pusieron en uso cuando sospecharon que había contra ellos algunos malos designios, como, por ejemplo, el de ser libre»[3]. El texto es formidable. El mayor enemigo de los designios del poder es la libertad. Eso que ejercieron estos héroes de la condición humana. Cinco policías que, en Córdoba, bajo el Tercer Cuerpo del Ejército, bajo el matarife Menéndez, se negaron a torturar. Sus nombres son: Luis Alberto Urquiza, José María Argüello, Horacio Samamé, Carlos Cristóbal Arnau Zúñiga y Raúl Ursugasti Matorral. Fueron dados de baja por la Junta Militar. Ahora, treinta y dos años después, fueron premiados por el gobernador de Córdoba (que no era en ese momento De la Sota) y les dieron un subsidio honorífico. Luis Alberto Urquiza dijo: «Nunca pensé que, después de treinta y dos años, pudiera pasar esto». Nunca —o sólo como una utopía— pensamos nosotros que pudiera pasar lo que el señor Urquiza y sus compañeros hicieron: un acto libre. Una rebelión contra el Poder, una sublevación. Michel Foucault (el más talentoso de los filósofos que sucedieron a Sartre) decía, en medio de sus reflexiones sobre Irán: «El hombre que se rebela es inexplicable». Lo es, sobre todo, si nos sometemos a los dictámenes de la «filosofía contemporánea», envilecida en una negación neurótica de la posible libertad del sujeto.

No podemos seguir aceptando (¡y como «contemporáneas»!), filosofías que aniquilen al sujeto, a la libertad, a la rebelión, y justifiquen el sometimiento, la esclavitud, la tortura, sobre todo al no tomar en consideración esas temáticas. Claramente: nos negamos a eso. Como dijeron esos cinco policías, que —probablemente sin saberlo— hicieron más por la filosofía que montones de profesores satisfechos con sus cátedras, sus congresos y sus papers.

Filosofía política del poder mediático
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