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Pensar a Julian Assange
Hace tiempo que se ha transformado en una celebridad incómoda. Alguien tan célebre que tiene que estar refugiado en la Embajada de un pequeño país suramericano, en Londres. Todo el mundo habla de él. Muchos lo admiran y lo ven como el cruzado de una causa noble contra los poderosos castillos del poder, con sus fosos de aguas turbias, sus puentes levadizos y algunos dragones que arrojan vaharadas de fuego sobre todo mortal que se atreva a embestirlos. Otros, aunque también lo admiran, lo ven como a un caballero andante que embiste a ciegas e irresponsablemente molinos de viento, cuyas aspas degollarán limpiamente a todo aquel que vaya más allá de la sensatez; ese más allá, según vemos, sigue siendo —como siempre lo fue— la Muerte. Otros, que no lo admiran sino que lo odian, buscarán borrarlo de la faz de la Tierra ante la primera oportunidad que se les presente. Es Julian Assange, el creador de WikiLeaks. ¿Un genio o un demente? Vana pregunta. Todo genio tiene algo de loco. Y todo loco, algo de genio; no siempre. Si uno lo mira atentamente, si lo escucha hablar, tramar sus argumentos, reírse, no abandonar su humor, estar del lado de la paz, de los débiles, de la vida, en contra de las guerras, se entrega a su carisma, que es fuerte. No nos entregaremos a él. Vamos a empeñarnos con firmeza en otra cosa. Pensar a Julian Assange.
Durante los días en que escribo las —supongo y espero que así sea— páginas finales de este ensayo, Assange está refugiado en la Embajada de la República de Ecuador en Londres. Lo persigue el Imperio. Sabemos que el Imperio es un enorme animal herido y eso lo torna más peligroso. Puede actuar por orgullo, por venganza, por frivolidad, por haber extraviado una escala de valores basada en los principios que siempre esgrimió: libertad, democracia, respeto por el individuo, y perderse en esta caótica exhibición de poder armamentístico, de ilimitada voluntad de poder, de globalización controlada, de espionaje paranoico, de videogames que trasladan a sus soldados a matar como eso: como si jugaran un videogame. Precisamente Assange divulgó un documento fílmico en que se veía a soldados norteamericanos que, desde un helicóptero, asesinaban a hombres y niños en tierra con la precisión y la indiferencia de un juego. Luego lo dijo: «Para ellos, no son vidas humanas. No conocen el valor de una vida. Para ellos es sólo un videogame».
WikiLeaks ha sacado a luz 400 000 archivos secretos. Informa que en la guerra de Irak hay 109 000 muertos a partir de 2003. Que el 63% son niños. Que se lo acuse de antiamericano es lo menos que puede esperar Assange. Aunque se trate de una acusación grave. Ser antiamericano es estar contra todo lo grande y bueno que USA representa, que es, precisamente, todo. Hillary Clinton le dedicó palabras duras: «Los Estados Unidos condenan fuertemente (strongly) la difusión ilegal de documentos clasificados. Pone en peligro la vida de la gente, amenaza nuestra seguridad nacional y atenta contra nuestros esfuerzos por trabajar con otros países en común». Hizo estas declaraciones el 29 de noviembre de 2010, cuando Assange ya era una pesadilla para el Imperio. Lo sigue siendo. Entre los datos «incómodos» que reveló Assange del espionaje norteamericano algunos son divertidos y revelan cómo la paranoia se mezcla cada vez más en la infinita Guerra contra el Terror. «Hitler» es el modo en que nombran a Ahmadineyad. Describen a Berlusconi como un vago y un inútil, dos cosas que suelen ir juntas. Además, Berlusconi se ha burlado de todo y hasta ha dicho eso tan horrible sobre el tono tostado de la piel de Obama, pero nunca los agredió y siempre colaboró con ellos. En cuanto a la Presidenta de la Argentina, CFK, dudan de su estado mental. Algo que aquí ya sabíamos pues lo reveló Marcos Aguinis en la Feria del Libro. Tal vez se lo dijo la CIA.
Sin embargo, hay ataques ingeniosos y nada livianos que USA deja pasar, no castiga ni hace declaraciones «fuertes» en su contra. Supongo que todos conocen a Sacha Baron Cohen. Es un muchacho decididamente travieso. Es joven: nació en octubre de 1971, en Londres. Estudió seriamente en Cambridge. Es muy alto. Tal vez se inspire en Peter Sellers, ya que acostumbra encarnar distintos personajes. Su humor es políticamente incorrecto, lo cual se agradece. En 2006, tuvo un gran éxito con su film Borat. Narraba la historia de un periodista de Kazajistán que viajaba a Estados Unidos en busca de Pamela Anderson. Obtuvo premios importantes por este trabajo. Pero nuestro interés apunta a otro, el más reciente. Se llama El dictador (2012).