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El célebre caño de Tinelli
Uno está harto de ver en films norteamericanos a unos desdichados onanistas que se apoyan en la barra para ver a las bailarinas del caño. Las minas son prostitutas. Salvo Demi Moore que, en Striptease, lo hacía para mantener a su hija porque su marido la había dejado y el cretino no le aflojaba ni un peso. Entonces ella, madre abnegada, se va a un boliche miserable a ejercitar el baile del caño. Lo increíble de la película es que esta ama de casa y madre no bien se desnuda tiene el cuerpo espectacular que costó dos millones construir de… Demi Moore. Y baila el procaz baile del caño como si lo hubiera bailado toda su vida. La película (y otra más que hizo con Ridley Scott, en que se peló para hacer una sargento del Ejército y decirles a los soldados: Suck my dick! terminó con la carrera de Demi. El baile del caño con que Tinelli creyó encontrar la clave definitiva del éxito tiene un origen prostibulario. El momento más glorioso es cuando una «bailarina» incrusta su superculo en el caño y todo queda claro: el caño es un superpene que penetra a un ultraculo. El ejemplo más perfecto fue el de Jesica Cirio. Pero atención: las chicas se animan porque Tinelli les ha dicho antes que sí, que es posible, que si se atreven lo hagan. Luego, en las secciones más letrinógenas de Internet, sale el impresionante tevé-culo de Jesica Cirio que, varias veces, se introduce todo lo posible el caño en el ojo del trasero. Y el texto dice: «¡A Jesica Cirio se le vio toda la cosita con ZOOM! Baile del caño completo»).
El programa de Tinelli no es ni divertido. Está hecho para el espectador mira-culos. Es la apoteosis del culo-idiotizante[125]. Nadie puede tomar conciencia de su situación en el mundo ni siquiera del mundo en que vive si cuando prende la tele se le arrojan todos esos ciber-culos por la cabeza. Había un chiste que era así: un tipo volvía al país después de un tiempo. En una plaza veía a una chica leyendo un libro. En un diario se anunciaba un concierto en el Colón y un Festival de Tango en San Telmo y otro de buen rock en Obras. En la tele había programas cómicos sin capo cómicos guarangos, que buscan hacer reír a base de insultos, de guaranguerías y siempre a costa de las mujeres. No, había debates valiosos. Y la comicidad era otra. Porque hay otro modo de hacer reír. Vayan a su video y pidan La fiesta inolvidable con Peter Sellers, dirigida por Blake Edwards. Vean la serie inglesa Miranda. Alguna vez en este país estuvo Tato Bores. Los uruguayos de Telecataplum. El genial Ricardo Espalter o los mejores momentos de Olmedo. Volvamos al tipo que regresa al país y encuentra tan cambiado el panorama. Pregunta: «¿Qué pasó?». «¿Cómo, no lo sabe?». «No». «Murió Tinelli». No es necesario desearle la muerte a Tinelli porque habría que desearle la muerte a todo el sistema del capitalismo idiotizante que lo sostiene. Tinelli no es un fenómeno nacional. La culocracia está en toda Suramérica. En la Italia de Berlusconi. En Estados Unidos avanza a pasos agigantados. Pero las mujeres llevan ahora la delantera. No en todas partes, pero las yankis idolatran el trasero de los tipos. Acaso porque ellas —que exhiben maravillosas piernas largas y excepcionales tetas— carecen de caderas y de ultraculos. Parker, último film del meteórico Jason Statham, lo muestra alejándose en tanto Jennifer López mira su trasero y suspira extasiada. En el último Festival de Múnich, Robert Downey Jr. y Gwyneth Paltrow, dos valiosos actores, presentaron una de las típicas basuras que Hollywood hace hoy. Gwyneth, chica que nunca se vio muy inteligente, sobre todo desde que lloró un largo rato al recibir un Oscar que le dieron gracias a sus contactos con Miramax, dijo a los periodistas: «Robert tiene el más hermoso trasero del mundo. No se vayan sin tocarlo».
Este año de 2013, en que escribo estas líneas, Tinelli no tiene trabajo. No arregló con ningún canal. Que nadie se alegre. Si no es él, será otro. Alguien ha dicho: «Hay dos formas de impedir pensar al ser humano: una, obligarlo a trabajar sin descanso y otra obligarlo a divertirse sin interrupción». Pero la diversión se centra cada vez más en lo sexual. El ultraculo es el culo-humillación. El Dasein mira-culos es el Dasein más profundamente inauténtico de cuantos puedan ser imaginados. Y aunque los ejemplares de la TV crean haberse adueñado de la palabra cosificación vamos a seguir usándola. El ente antropológico —en la filosofía de Sartre, sobre todo en El ser y la nada— es pura posibilidad. De ahí el concepto del hombre en tanto nada. Soy nada porque estoy arrojado al mundo, hacia mis posibles. En este presente sólo soy una sed que se e-yecta sobre el mundo. El hombre no es realidad, es posibilidad. Una piedra es realidad. Una piedra es una cosa porque no tiene la dimensión del futuro. Es lo que es. Está cosificada en su ser. Eso pasa con el mira-culos. Eso busca el ultraculo. Que el que lo mire se paralice en esa mirada. Se cosifique en esa mirada. Más que el ultraculo (que es, sí, una cosa en tanto es una mercancía), el cosificado es el pobre tipo mira-culos. El cosificado es el sujeto libre. Lo que se cosifica es su libertad. El ultraculo es una herramienta del poder para cosificar la libertad de los sujetos. El sujeto sigue bajo el señorío de los otros, pero ese señorío se expresa aquí por medio del ultraculo. El poder busca matar al sujeto. Sabe que ahí reside el verdadero peligro. La infinidad de ciber-culos, ultraculos, tevé-culos, culos espectá(culo) que germinan por innumerables partes van en busca de eso: de la libertad del sujeto. Todas esas formas de culos convergen y se sintetizan en una: el culo-idiotizante.
Hemos dejado de lado muchas cosas. El culo está en todas partes. La bella modelo Kate Moss se ha vuelto una obra de arte. El hipervaluado artista Lucian Freud le hizo uno de sus dibujos en la espalda, muy cerca de su ultraculo. (¿O qué clase de culo creen ustedes que tiene una chica como Kate Moss que se gana la distinción de un tatuaje de Lucian Freud?). Ahora anda por ahí y algunos quieren despellejarla y vender la valiosa obra de arte. Su costo se ha vuelto incalculable, pues Lucian está considerado uno de los más grandes artistas del siglo XX (otro más). Y es —por si fuera poco— nieto de Sigmund Freud. Murió hace poco. En 2011. ¡La cara de loco que tenía! Algunos dicen que estaba más loco que su abuelo Sigmund. Pero cada uno supo canalizar su locura. Sigmund, ya sabemos cómo. Y Lucian, tatuándole el traserazo a Kate Moss. Seamos justos: hizo otras cosas. Son horribles. Pero tal vez, sí: sea arte.
Algo que refuerza nuestra tesis central (el culo es la imagen hegemónica de la modernidad informática) es el pasaje de la Lambada al Reggaeton Perreo. La Lambada (que se promocionó como el baile prohibido) era sexo contra sexo, bien pegaditos. Nada tenía que ver el culo. Tuvo su momento de auge en los ochenta. Hoy reina el Reggaeton. Las chicas apoyan o mantienen muy cerquita el culo de la herramienta fundamental de la masculinidad que no tarda en entrar agradablemente en calor. Una joven, en Mar del Plata, una chica encantadora que me habían destinado para cuidarme pues tenía que dar una conferencia, dijo con gran entusiasmo: «El Reggaeton animó mucho la vida de los boliches». Por último se podría intentar el Reggaeton frontal. Una especie de Lambada y perreo pero con embestidas de perreo hacia las cavernas arboladas (cada vez menos arboladas por las tangas hilo dental) de las niñas.
Como dice Peggy Lee: Let’s keep dancing.