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La publicidad
El lenguaje del sentido común se ha expandido. Son demasiados los temas que acosan al argentimedio. Son tantos que su miedo y su odio (que son dos caras de una misma cara: la suya) se detienen sobre temas que antes ignoraban. Estos temas también agobian al argentibajo, el pobre, cuya pobreza, lejos de volverlo más noble y solidario, como pensaban ciertos utopistas del siglo XIX, ciertos románticos y hasta ciertos socialistas, ha puesto al rojo sus peores cualidades, ha hecho de él alguien mucho peor del que podría ser con un trabajo, un salario, una sociedad que lo incluyera. Ahora, también está lleno de odio contra la invasión de los hermanos latinoamericanos.
—¿Qué es eso de hermanos latinoamericanos? Yo no tengo ningún hermano latinoamericano. Mire si van a ser mis hermanos estos negros de mierda que se vienen de Bolivia o de Perú y nos invaden el país. Tienen que cerrar la inmigración. Si me quieren decir xenófobo que me lo digan. Pero a estos tipos hay que echarlos.
—¿Sabe lo peor? En la Villa estábamos tranquilos. Los del barrio de al lado también. Teníamos lo necesario y punto. A la mierda con lo demás. Pero llegan estos bolitas, estos paraguas y ¡viera un poco! No se puede creer. ¡Lo que laburan! En menos de un mes ya tienen una casa de material. Ya pusieron un negocio. Laburan todos. El tipo, la mujer, los hijos. Así, claro, nos dejan atrás.
—Perdone, Chiche, pero yo creo que el señor Posse tiene razón. No se les puede dar tanta rienda suelta a los chicos. Tienen que cerrar los boliches a las tres y punto. Y que entren a las diez. Si no, mire los desastres. Mire lo de Cromañón. ¿A usted le parece lo de Cromañón? Hay que frenarlos. Basta de jorobar con los aritos y todas esas porquerías que se ponen por ahí. Se las ponen hasta… bueno, usted sabe. Hasta ahí se las ponen.
—Vea, yo tengo hijos. Pero ¿le digo la verdad?, me tienen podrido. Yo les digo: ma sí, vayan, reviéntense por ahí y no vuelvan más. Se pasan el día tirados por los umbrales tomando cerveza. Después se van a una playa de estacionamiento que quedó vacía y toda la noche meta con el rock. ¿Usted lo entiende al rock? ¿Eso es música? ¿Tienen que reventarnos las orejas a todos para oír la mierda que oyen? Vea, yo soy tanguero. ¿Usted va a comparar? ¿Alguna vez escuchó a Di Sarli? «Yo tengo mi ranchito en la loma/donde cantan los zorzales». ¿Alguna vez escuchó «Verde mar»? ¿Va a comparar «El día que me quieras» con la mierda que cantan estos descerebrados? El rock los vuelve locos. ¿Y sabe por qué? Porque antes de escuchar rock ya están locos, ya están destruidos, hechos una piltrafa. Ya se dieron con droga, o con Éxtasis, o con Speed, o con Bull que es peor. ¿Usted sabe la cafeína que tiene una lata de Bull, una de Speed? Las de Speed se las toman como agua. Y después el Viagra. ¡Mire si yo a la edad de estos pibes iba a necesitar un Viagra! ¡Por favor! Le pregunté a mi hijo: «¿Para qué mierda tomás Viagra si tenés dieciséis años?». Se sacó una cajita del bolsillo y me la tiró por la cabeza. «Tenés razón. Tomátelo vos, viejo impotente. La vieja me cantó la justa. Estábamos en el bondi. Yo la acompañaba al médico porque sufre de los nervios, dice la pobre. ¿Sabés qué le dijo el médico? “Usted no sufre de los nervios, señora. Dígale a su esposo que cumpla con sus deberes maritales”. Así que tomátelo vos el Viagra y hacela un poco feliz a la vieja. Si no, cualquiera de estos días volvés y la encontrás en la cama con el portero. O con algún amigo mío. Que, con gusto, se lo voy a conseguir. Porque la vieja, enterate, todavía está buenísima».
—Es el mal ejemplo de los políticos, señor Castro. Es como usted dice. Este Gobierno no tiene moral y eso se le contagia a toda la sociedad. Sobre todo a los jóvenes. Después, la falta de educación. ¿Van al colegio? ¿O se van por ahí a perder el tiempo y a darle a la cerveza? ¿Cómo dice? ¡Claro que sí, señor! Es la blandura del Gobierno. Mire, hay dos manos. Una blanda. Y una dura. La mano blanda acaricia pero no educa. La mano dura castiga ¡pero educa! Y no hay educación que supere a la que el castigo impone. Nada como el castigo para formar a los hombres. Siempre fue así. La letra con sangre entra. Con la sangre se aprende mucho.
—Sí, señor Castro. Soy profesor de literatura. Cada vez tengo menos alumnos porque no vienen. Y a veces, le digo la verdad, eh, se lo digo con el corazón en la mano, les tengo miedo. Pero les recito los consejos de Martín Fierro a sus hijos. Me los sé de memoria. ¿Me permite decirlos? ¿Otra vez? ¿Cuándo? ¿Hola, hola? Ta madre, este turro me cortó. Les voy a decir a mis alumnos que le hagan una visita. Que lo rompan todo, les voy a decir. Digo yo, ¿no es extranjero este turro? ¿No es otro que vino a robarnos el país? ¡Claro! ¡Qué mierda le va a importar el Martín Fierro si ni argentino debe ser! De Nacional debe ser. Ni siquiera de Peñarol. ¡Qué va a ser de Peñarol este…! Yo le voy a enseñar a cortarme el derecho a mi palabra libre en este país de hombres libres. La París de América Latina. ¡Ni un negro hay aquí! Habrá morochos, cabecitas, pero negros, lo que se dice negros, ¡ni uno!
Periodista:
(Detiene un coche).
—Señor, eso que usted ve es la marcha del orgullo gay. ¿Qué opinión le merece?
(El periodista le acerca el micrófono. El tipo tiene una cara de asco y de odio y de furia que —todo junto, todo mezclado— mete miedo. A su lado, su mujer. Se la ve más serena. Pero asustada. Sospecha lo que ocurrirá).
Automovilista:
—¿Usted quiere mi opinión sincera, sin vueltas?
Periodista:
—Su más pura verdad, señor.
Automovilista:
—Hay que colgarlos de las pelotas.
Periodista:
—No todos tienen pelotas, señor. Algunas son lesbianas. En realidad, hay casi tantas lesbianas como pu… Eh, gays.
Automovilista:
—Mire, se la hago corta: hay que matarlos a todos. (La mujer lo sacude de un brazo. Trata de contenerlo). ¡Dejame tranquilo, vos! ¡Qué! ¿Vas a defender a estos enfermos?
(La mujer logra asomarse por la ventanilla).
Mujer (al periodista):
—Hay que comprenderlos, señor. También son seres humanos.
Automovilista:
—En casa te rompo la jeta. (Arranca ruidosamente y desaparece).
Periodista:
—Ha sido la opinión de la calle, Chiche.