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Alicia Gallotti y el negocio del Kama sutra

¿Quién ha olvidado esa revista, la Satiricón? Los que la conocieron, los que la disfrutaron a partir de 1972, cuando apareció, difícilmente la olviden. Llegó a vender 350 000 ejemplares. Revolucionó el humor. Era un placer, una fiesta leerla. Los que no la conocieron y viven estos tiempos en que el borramiento prolijo del pasado es irreversible, nada sabrán, seguramente, de ella. Como nada saben de casi todo lo que ocurrió desde el día en que llegaron a este mundo hacia atrás. Satiricón duró hasta fines de 1974, en que fue prohibida por el gobierno de Isabel Perón. Luego sacaron Chaupinela, Emmanuelle y alguna otra (de nuevo Satiricón inclusive) pero nada volvió a ser igual. Era gente joven, en la cima de sus vidas y de sus talentos. La chica que se destacaba era una morocha bonita y zarpada que (hasta donde recuerdo) sacaba unas notas bajo el título de «Sociología barata». Era amiga de una vedette de los teatros de revistas llamada Susana Brunetti, con fama de muy buena mina. Recuerdo que se sacaron una foto, espalda contra espalda, desnudas las dos aparentemente pues sólo mostraban hasta la altura de los hombros, bajo una ducha, mojadas y muy divertidas, carcajeantes. Poco después, Brunetti se murió, probablemente de una leucemia. La muerte de Brunetti tuvo un marco trágico. No sólo porque murió a los 33 años, sino porque esa muerte tuvo lugar el 20 de junio de 1974, el día del regreso del General Perón al país, el día de la tragedia de Ezeiza, el día más largo y más triste de ese año. Este suceso arrojó fuertes sombras sobre su muerte, de la que pocos se enteraron. El país se debatía entre vientos de violencia y prefiguraciones de tragedias inimaginables. Como fuere, Gallotti escribió sobre su amiga una nota llamada: «Cuando una amiga se va». Gallotti era una chica talentosa. Moderna, al tanto de las últimas noticias y modas y locuras en el arte de asustar a la burguesía argentina pacata. En una de sus notas describía a una piba que aparecía en una fiesta con un jean que tenía un agujero exactamente en medio del culo. La nota hizo furor. A mis amigos se les reventaba la cabeza. Comentábamos: «¡Qué loca esta mina! Mirá lo que se le ocurre».

Pasaron los años. Me olvidé de Alicia Gallotti. Entré a escribir en HumoR, que fue la inspirada sucesora de Satiricón y nunca le pregunté a Andrés Cascioli, que había estado en Satiricón y ahora dirigía HumoR, acerca de la suerte de Alicia. Sabía que nada trágico le había sucedido. De pronto, me la encuentro otra vez. Ya no como la piba rebelde de 1972 y de Satiricón, sino como una señora algo madura y gordita que lucra alevosamente con el sexo en España. O sea, no volvió al país con la llegada de la democracia. Y eso que habría tenido sin duda un gran espacio en HumoR. Pero no: la fama y el dinero fácil la volvieron sagaz, bastante mentirosa y le entregaron un acento castizo que nada que ver con lo que fue. Alicia la juega de consejera sexual, acepta reportajes y ha publicado una serie de libros aprovechando el nombre del Kama sutra, el mítico libro de la sabiduría sexual india.

Tratemos de averiguar algo más acerca de Alicia, aparte de la generosidad con que la editorial Martínez Roca sigue sus errabundeos por los espacios de la sexualidad para masas. El site en que sus libros se venden la presenta (o también: la vende) así: «Alicia Gallotti, escritora y periodista, es una de las más reconocidas especialistas en sexualidad de España y autora de numerosos éxitos editoriales. Colabora como articulista desde hace más de diez años en la revista Playboy, en publicaciones femeninas españolas, y en programas de radio y televisión, siempre abordando diferentes aspectos del erotismo con un enfoque práctico y psicológico (…). Con su colección de libros sobre orientación sexual alcanzó los primeros puestos de venta en Portugal. Su obra ha sido publicada en quince países y se ha traducido, entre otros, al portugués, al ruso y al catalán». En suma, españoles en general, portugueses, rusos y catalanes deben tener el mejor sexo del mundo.

Me han enviado dos libros de Alicia: Kama sutra para la mujer (Cómo hacerle perder la cabeza), Kama sutra para el hombre (Cómo volverlo loco). Salta a la vista que se trata del mismo libro o Alicia sólo se preocupa por el placer de los varones. Porque si el Kama sutra para el hombre tiene por finalidad volverlo loco y el Kama sutra para la mujer hacerle perder la cabeza, no vemos cómo ella va a perder la razón o la cabeza. Planteo en que claramente se ve que el sexo consiste, ante todo, en dejar de lado la razón. Que es, en efecto, la gran enemiga del sexo. Sin embargo, ¿lo es? Un amante inteligente puede ser más creativo, definitivamente más lúdico que un irracional, un loco o un descerebrado, pese a la fama de grandes amantes que tienen los elementales brutoides. Ser, sin embargo, un gran amante requiere inteligencia. Ni perder la razón ni volverse loco. Hay intromisiones de la razón que pueden resultar (y resultan) perjudiciales. Esa idea que propone dejar el cerebro en la mesa de luz cuando se va a la cama con el amante al que se desea es vieja y paralizante. Hay, sí, que dejar de lado los prejuicios, las exigencias, los roles a cumplir inexorablemente, los mandatos, los nervios, las dudas y jamás la calma, la espontaneidad, la entrega, el deseo y, en los mejores casos, el amor. Y la inteligencia, la habilidad lúdica, la imaginación, las propuestas audaces o imprevistas o divertidas y hasta estrafalarias. Pero no nos proponemos exceder en esto porque la especialista es Alicia y a ella deberemos seguir, ya que tantos premios, traducciones y homenajes ha apilado en su nueva carrera en la vida. Para el tema de este ensayo nos interesan sus propuestas sobre el sexo anal. ¿Será el coito anal la respuesta de la hegemonía del culo en la era de la modernidad informática?

En un reportaje que le hace Jesús del Pozo (notable apellido para un señor tan interesado en la sexualidad) y publicado en el portal www.nosotras.com, luego del título «Disfruta el sexo a tope», leemos: «Hoy en día, en algunos países, la idea ridícula de que el sexo anal es una perversión todavía existe. No se trata de reivindicar el sexo anal, sino simplemente de liberarlo a través de una sola idea: si lo que se busca es placer, el ano es una fuente riquísima de satisfacción sexual, absolutamente natural, tanto para penetrarlo como para jugar con él como una práctica más que complemente otros actos placenteros». Así lo explica en su libro Kama sutra XXX (Ed. Martínez Roca), Alicia Gallotti, una de las más reconocidas especialistas en sexualidad internacionalmente y autora de numerosos éxitos editoriales. Hemos querido conocer más acerca del sexo anal consultándole a esta gran profesional.

—¿A qué se debe el miedo que siente la mujer (y no digamos el hombre heterosexual) a practicar este tipo de sexo?

Respuesta de Alicia Gallotti:

—El sexo anal está catalogado, aún en nuestro tiempo, en pleno siglo XXI, como una práctica contra natura por la Iglesia Católica e importantes sectores conservadores que crean opinión pública. La calificación de antinatural es aplicable, según esas corrientes ideológicas sectarias, a todo acto sexual que no conduce a la reproducción, que es el único fin considerado natural. ¡Cuántas prácticas sexuales gratificantes, placenteras y sanas nos perderíamos, entonces! Dentro de esa negación explícita del placer, el ano es, probablemente, la parte del cuerpo considerada tabú por excelencia.

»A ellas les da miedo porque creen que les va a producir mucho dolor, ellos lo asocian con homosexualidad, incluso algunos hombres temen probarlo porque creen que, si les gusta eso, significa que lo son. Ninguno de estos temores es real. Si se dilata y lubrica bien el ano no tiene por qué producir dolor y obviamente la identidad sexual no se modifica por disfrutar del sexo anal.

Aclaremos que estas osadas respuestas de Alicia se basan en (coherentemente) el más osado de sus libros. El Kama sutra XXX. Esas tres X ya le anuncian al lector que encontrará dentro de las páginas de ese breve pero ardiente libro los temas escabrosos y prohibidos que una y otra vez le han sido negados.

El señor del Pozo (cuya curiosidad es incontenible) pregunta:

—¿Es normal y sano introducir un dedo en el ano del hombre para excitarlo durante el acto?

Respuesta de Alicia:

—Por supuesto, es una zona erógena muy potente y, quienes logran vencer los prejuicios, disfrutan mucho con esta experiencia. El ano masculino tiene la particularidad de que con una penetración leve es posible estimular la próstata, lo que proporciona una sensación de placer tan intensa que no sólo facilita la penetración, sino que eleva a tal punto el deseo que muchos hombres en ese momento ansían eyacular.

Jesús del Pozo:

—¿Qué medidas de higiene se deben tomar en la práctica del sexo anal?

Alicia Gallotti:

—Las personas que tengan hemorroides, fisuras en el recto o cualquier otra patología anal deberían evitar la penetración hasta superar el problema. Otro aspecto que hay que tener en cuenta es el uso del preservativo en todos los casos en que haya penetración, como precaución, ante la posibilidad de transmisión de enfermedades y también como protección higiénica. Nunca se debe hacer una penetración vaginal posterior sin haber cambiado el condón (si lo usan) o higienizar bien el pene porque se pueden transmitir bacterias.

La cuestión de las heces no es sencilla y menos lo es que resulte agradable. Sólo lo será si los amantes se atreven a una relación sexual bajo el imperativo de llegar a fondo, hasta revolcarse en la mierda. De aquí que señaláramos la pertinencia del apellido del señor del Pozo para estas cuestiones. En la decisión de llegar al fondo del pozo está la aceptación de las heces. Se realiza, en principio, por medio del llamado beso negro o anilingus. Escribe Gallotti: «Lamer o acariciar con la lengua el ano como incitante caricia preliminar a su penetración o como parte del sexo oral, se conoce popularmente como el beso negro. Es uno de los placeres sensuales más profundos que ella puede sentir y, una vez experimentado, no querrá renunciar al mismo»[63]. Se trata de una afirmación extrema, aunque no descartamos que Gallotti trabaja con una hermenéutica exhaustiva que le otorga el derecho de hacerla. Es difícil, sin embargo, que consiga probar que toda mujer no querrá renunciar al beso negro porque lo haya experimentado una vez. Puede ocurrir justamente todo lo contrario. Los Comentarios a la entrada «Heces y sexo anal» los ahorro porque son muy desagradables. Voy a tratar —para dar por terminado el tema— de narrar algo que me contó un amigo que le pasó a otro, para hacer un ejercicio de literatura trash o de terror o de mierda. Había terminado de cenar en el restaurante Lalo con tres amigos. Aparece un cantante de tangos. Lo conocíamos. Nos conocía. Aparatoso, siempre algo o bastante descontrolado, se sienta a nuestra mesa y nos larga una historia a la cara sin decir agua va o mierda va, como habría sido apropiado. No voy a reproducir sus palabras. Seré cauteloso. Todo, al menos, lo que pueda ser. Pongamos que el cantante de tangos se llama Aníbal. Entre risotadas nos menciona algo grandioso que le pasó a su amigo Pietro, un actor al que le dicen así, Pietro. Brevemente: fue a la cama con una mujer, le practicó sexo anal, retiró su miembro viril y del (como diría Quevedo Villegas) ojo del culo de la señorita brotó un torrente de —pongamos— caca. Y aquí venía la gracia del chiste que nos contaba Aníbal entre risotadas y grandes gestos que ya lograban hacer coincidir en nosotros las miradas de todos los parroquianos del restaurante. «¿A que no saben qué le dijo Pietro? Es un genio Pietro, eh. Sólo a él se le ocurre algo así. ¿A que no saben qué le dijo?». «No, Aníbal, no sabemos». Nos lo dijo. Parece que Pietro, ahogándose de risa, le propuso a la señorita que la próxima vez, si tenía algunos trastornos intestinales o no había movido adecuadamente lo que debía mover, le avisara de antemano. «Así me traigo tres rollos de papel higiénico». Pagamos y nos fuimos. Mientras nos acercábamos a la puerta nos seguía el vozarrón de Aníbal: «Pero ¿entendieron, che? ¿Entendieron la genialidad de Pietro? ¡Tres rollos de papel higiénico, varón! ¿Agarraron, no?».

Salimos, sin dejar de sentir a nuestras espaldas —como un fuego— las miradas condenatorias de todos los parroquianos del restaurante. Hasta el perro del policía que hay en la puerta nos miró mal. «Apuren el paso que nos mea», aconsejé a mis amigos.

Filosofía política del poder mediático
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