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Semanas más tarde recibí en Bonn un sobre en papel amarillento, escrito a máquina, de la alcaldía de Jena, República Democrática Alemana. Mi corazón latió con fuerza. Lo abrí con dedos torpes, impacientes. Se refería a la solicitud para contraer matrimonio. Me encontré ante un texto breve, demasiado papel para el par de frases escritas con máquina de escribir.

Betr.: Hochzeitsantrag[73]

Text: Der Hochzeitsantrag zwischen… und … wird hierbei abgelehnt.[74]

¡Fue rechazada! Está liquidada la posibilidad de que Carolina pueda salir de la RDA. Y yo no puedo ingresar a territorio de la RDA. La Stasi ha emitido su veredicto. Debí haberlo sabido y previsto, no hacerme vanas ilusiones. La Stasi no perdona.

Es el bofetón de la despedida final del socialismo. Si abrigaba yo aún entonces una última esperanza de que el sistema fuese mínimamente respetuoso de los derechos individuales, ahí la perdí por completo. La respuesta la portaba ese sobre. ¿No había ingresado años atrás a la Jota en Chile, convencido de que el socialismo era más democrático y humano que el sistema que imperaba en mi país? ¿No creía yo que en Chile existía una democracia meramente formal y que el socialismo era, en cambio, una democracia auténtica, real y social? Pues, en ese instante, tenía el privilegio de saborear la democracia socialista de primera mano.

Pensé en Carolina y la llamé por teléfono a la escuela junto al lago, pero la telefonista no pudo ubicarla. Corté, decepcionado, anonadado por aquella carta. ¿Quién la había escrito? Seguro que un funcionario mediocre e insensible, que integraba, como millones de otros seres, el idealizado Estado comunista de la RDA.

Años después, tras la presentación de una novela que hice en el Instituto Cervantes del Berlín reunificado, un exiliado chileno de la extinta RDA se me acercó para decirme que la petición para rechazar mi ingreso a la RDA fue planteada por un compatriota que trabajó en el gobierno del presidente Allende. La razón: yo era un traidor e intentaba reclutar a un miembro de la FDJ para intereses occidentales. Un chileno y un alemán se confabularon para asestarnos la puñalada desde su cobarde anonimato estatal.

Nunca más vi a Carolina, la bella y delicada muchacha de Turingia que conocí en el Monasterio Rojo, a orillas del lago Bogensee; la joven de voz cálida, ojos verdes y espléndida cabellera negra con quien planeamos vivir en Occidente.

Nunca más la vi.

Supe que años más tarde se casó con un diplomático europeo acreditado en Berlín Este. Me dicen que vive actualmente en París.

En noviembre del mismo año en que viajé al Berlín reunificado para escribir estas páginas en los Brilliant Apartments, llegaron a mi casa de Estados Unidos copias de las actas de la Stasi sobre mi persona. Las enviaba el Bundesbeautraftragter für die Unterlagen des Staatssicherheitsdienstes der ehemaligen Deutschen Democratischen Republik,[75] institución encargada de conservar los archivos rescatados de la seguridad del Estado germano-oriental, a la cual los había solicitado poco después de la desaparición de la RDA.

En un comienzo no quise revisar esas actas por temor a encontrarme con verdades difíciles de digerir a estas alturas de la vida. Fue mi mujer quien las examinó y me las entregó: aparecen allí un par de conocidos que informaron a la Stasi sobre mi persona.

Entre ellos se encuentra un informante con el seudónimo de «Libertad», que entrega detalles sobre mi vida en el Colegio Alemán, la Universidad de Chile y del hogar de mis padres. Dice, entre otras cosas, que tengo ambiciones literarias y que milito en la Jota de Chile. Me describe como «un elemento al parecer confiable políticamente», pese a mi educación privada y mi «extracción social pequeñoburguesa».

Hay también una referencia que remite a otro informe. Es una página con algunos retazos sobre mi persona. Menciona etapas de mi vida en Cuba y la RDA, en la escuela de cuadros frente al lago Bogensee, la Humboldt-Universität y la UJD. También entrega datos sobre mis vínculos postales con mis padres en Chile y mi hermana en Inglaterra.

La información no es favorable ni desfavorable para mí. Es más bien en tono neutro, precisa y escueta, fría, con varios puntos aparte. Aún no logro dilucidar si el informante me apreciaba o no. Se trata, sin lugar a dudas, de alguien objetivo y experimentado, pero que no redacta con placer lo que describe.

Su chapa oficial como «IM» (Informeller Mitarbeiter: colaborador informal) preferiría olvidarla porque constituye un golpe inesperado para mi persona: «d. Verlobte» (la prometida).

Quiero pensar que no se trata de quien parece ser. No puedo creer que una vez más la realidad supere la ficción. Desconfiar a estas alturas de esa persona sería atribuirle la victoria final al socialismo que, como toda dictadura totalitaria, es capaz de sembrar la sospecha entre familiares, amigos y amantes, y de plantar cizaña incluso alrededor de personas ya fallecidas.

No renuncio en todo caso a la idea de viajar un día a París para conversar con la muchacha que fue novia mía detrás de aquel Muro que no pudimos cruzar juntos.

Pero eso es ya capítulo de otra historia…

BERLÍN-CIUDAD DE MÉXICO-IOWA CITY-OLMUÉ

11 de septiembre de 2014

Detrás del Muro
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