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Comencé a habitar dos mundos diametralmente opuestos en mis primeros días del Leipzig de 1974: por un lado, el del exilio chileno y, por el otro, el de la práctica estudiantil que realicé en el vespertino Abendzeitung, que era, como todos los diarios, radios y canales de televisión de Alemania del Este, de propiedad del gobernante SED.

Llegué al Abendzeitung gracias a mi dominio del idioma alemán y a que pronto caí en la cuenta de que estudiar marxismo-leninismo para enseñarlo algún día en Chile era un callejón sin salida, y que resultaría más práctico ejercer el periodismo.

Así pasé de los clásicos del pensamiento revolucionario a las formas de difundir su pensamiento. Un intelectual disidente me diría después, no sin sorna y con razón, que yo había escogido entre las dos peores alternativas de estudio universitario que ofrecía un país comunista: la de difundir su ideología fracasada y la de difundir mentiras diarias.

En fin, lo cierto es que a través de emisarios chilenos, que se coordinaban con las autoridades germano-orientales, volví a tomar contacto con los militantes de la Jota. Algunos eran amables, idealistas y hasta ingenuos, y habían escapado de la dictadura como yo; otros, en cambio, llevaban años en la universidad gracias a acuerdos entre la Jota y la FDJ para formar profesionales chilenos. Los primeros estaban más o menos por azar en el socialismo, el resto porque se lo había propuesto.

Los camaradas que vivían en la RDA desde hace años estaban desconcertados y sorprendidos por el hecho de que nadie hubiese defendido a Allende durante el golpe de Estado y que hubiese muerto solo en La Moneda. Como durante un largo tiempo se habían informado sobre Chile a través de los medios germanoorientales, tenían la impresión de que la inmensa mayoría de los chilenos respaldaba la Unidad Popular y que la oposición de centro y derecha constituía una minoría irrelevante.

Por ello, en entrevistas de prensa y actividades de solidaridad con Chile, afirmaban que todo se debía a maquinaciones de la CIA, el imperialismo, la oligarquía y Pinochet. Solo alemanes avispados me plantearon una inquietud que —lo reconozco ahora— no era crucial para mí entonces: ¿por qué el Gobierno de la Unidad Popular perdió el apoyo de la clase media, fracasó en el manejo de la economía y toleró que los ultraizquierdistas del MIR, el MAPU y el PS alarmaran a las Fuerzas Armadas?

Entre esos alemanes estaba el historiador Zeuschke. Era un señor de cabellera canosa y barba de chivo, que vivía con su mujer, rodeado de estantes repletos de libros en un derruido departamento de Leipzig. Allí olía a carbón de hulla y había una bella estufa revestida de azulejos que temperaba el espacio. Zeuschke y su mujer conocían Chile y estaban bien informados sobre el país y el proceso revolucionario.

—Mi esposo nunca se hará rico con su profesión —fue lo primero que me dijo la señora cuando tomé asiento en el living, iluminado por una lámpara de género que colgaba sobre la mesa, donde había un bien surtido Abendbrot:[13] pan integral, salame, sardinas, queso, aceitunas y rodajas de pepino y tomate—. No, no nos volveremos ricos con esto de la historia latinoamericana, pero es lo que hace feliz a mi marido.

Me llamaron la atención sus palabras. Hasta ese momento yo creía que volverse rico no era una aspiración de ciudadanos socialistas. Y he allí que, en el departamento de un conspicuo académico de la RDA, emergía ese anhelo pequeñoburgués como yo no había escuchado entre académicos chilenos de izquierda.

De todas formas, en la medida en que avanzaba la noche y bebíamos cerveza, Zeuschke fue intensificando su crítica a la izquierda chilena. Admito que en ese momento me pareció que estaba equivocado, pero los años se encargaron de darle la razón. El golpe de Estado no se había debido, a su juicio, a una traición de Pinochet ni al antagonismo de Estados Unidos, sino al hecho de que la Unidad Popular había fracasado en su manejo de la economía y en la conquista de la clase media.

—Mi querido amigo —me dijo Zeuschke, acariciándose la barba—, ¡en Chile se impulsó la estatización y la reforma agraria más rápido que en la RDA, donde tenemos soldados soviéticos estacionados! En este país aún hay pequeños propietarios en el agro, la industria y el comercio, y los dejamos tranquilos, pues resuelven los problemas de abastecimiento que las empresas estatales no solucionan. Ustedes trataron de hacer en veinticinco meses lo que nosotros hemos hecho en veinticinco años.

—El programa de la Unidad Popular era menos radical de lo que al final ocurrió, profesor.

—Cuando se es Gobierno, uno es responsable por lo que genera y no genera, mi querido amigo.

—A veces ciertos efectos son inmanejables, profesor.

—Lo sé. Con la acción ultraizquierdista del MIR, el MAPU y Altamirano no había Gobierno que pudiera hacer bien las cosas. Al socialismo por la vía pacífica se avanza con paciencia, sabiduría y buen manejo económico, cerrando alianzas duraderas con la clase media, creando confianza, no aterrando a los aliados con la radicalización del proceso.

Mientras le entregaba datos sobre la intervención de la CIA, Nixon y Kissinger, y la represión del régimen militar, noté que Zeuschke se refería a algo profundo y ajeno a mi simplificación de la historia. El conocimiento, la madurez política y la cultura del académico le permitían examinar la situación desde una perspectiva que yo no vislumbraba.

Hasta ese momento, yo no había escuchado a un izquierdista responsabilizar a la izquierda del fracaso. Esa noche, el análisis del historiador me resultó injusto y extemporáneo. Me parecía indebido culpar a las víctimas por la derrota y no golpear a los militares por violar los derechos humanos.

—Mi querido amigo —me dijo Zeuschke con una sonrisa mefistofélica, acentuada por su barbita de chivo, mientras alzaba un vaso coronado con la espuma de la Pilsen checa—, en la historia ser víctima no implica tener la razón.

—No lo entiendo, profesor.

—A veces, quienes triunfan en la historia tienen la razón de su lado, pero a veces no. Y a veces los que pierden en la historia tienen la razón de su lado, pero otras no.

Volví al internado caminando sobre la nieve que crujía bajo mis botas con un sabor amargo en la boca. Si había ido esa noche al vetusto departamento de Zeuschke había sido para encontrar consuelo y solidaridad, no para escuchar un análisis frío y objetivo del Gobierno de Allende, que la izquierda tardaría años en iniciar.

Detrás del Muro
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