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Paso frente al muro de entrada de la Humboldt-Universität, donde está inscrita la tesis de Marx sobre Feuerbach: «Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kommt aber darauf an, sie zu verändern». [69] Luego salgo al jardín y, al llegar a la avenida Unter den Linden, veo que Paul Ruschin me espera en un Moskvich con el motor andando.

Me pregunta si tengo tiempo para conversar. Me dice que está de paso por la RDA y desea saber cómo van mis asuntos. No ha envejecido un ápice, aunque luce más delgado y bronceado. Lleva saco oscuro y pantalón marengo. Nos dirigimos en su carro hacia la Frankfurter Allee y entramos a un café cerca de la estación del metro Magdalenenstrasse, frente al cuartel central de la Stasi.

—Me han informado que te vas —me dice el espía una vez que nos han servido el pedido. Toma un té acompañado de kuchen de manzana, yo un espresso con kuchen de ciruela.

Me pregunto quién se lo habrá dicho. Debe estar molesto. Al final, en Chile él había apostado por mí, supongo. Se había jugado por mí, pensando que yo le serviría de algún modo, y había gastado recursos de la RDA en mi viaje y mis estudios, y ahora me iba. Eso no podía dejarlo indiferente.

—Así es —le digo—. Tengo que volver a Chile.

—Entiendo. Supe que lo tuyo con Silvia Hagen murió hace tiempo —comenta mientras parte con el tenedor un trozo del kuchen—. Supe también que viviste en Cuba y que aquí asististe a la escuela juvenil de Bogensee. ¿Adónde vas ahora?

Al verlo a través de los visillos del ventanal, el gigantesco edificio de la Stasi me pareció más grande e imponente que nunca.

—Pretendo ir a Bonn, a trabajar como corresponsal extranjero —le dije—. Mi plan es pasar allí unos años y regresar en forma definitiva a Chile. Las cosas no salieron como imaginé, y creo que el proceso en Chile va para largo. No deseo quedarme fuera muchos años más.

—Entiendo. ¿Tienes alguna dificultad?

Le expliqué que todo marchaba en orden, que esperaba que me dejasen salir para Bonn en cuanto yo tuviera que hacerlo, y le conté sobre mi visita a la policía de Bernau y la prohibición que ahora tenía de ir a ver a mi novia.

—No te preocupes, eso lo veo yo. Gente estúpida hay por doquier. ¿Y esa muchacha se va contigo? —sentí que apuntaba a lo que en realidad debía interesarle, el destino de una ciudadana de la RDA.

—No estamos casados. Ella tiene un muy buen trabajo en la escuela junto al lago y no puede vivir lejos de su familia.

—Entiendo. Tal vez la separación es lo mejor para ambos —dijo serio, sorbiendo después su té—. Si ella se siente bien aquí, y tú no tienes nada que ofrecerle, lo mejor es que no experimenten. El amor es importante, pero hay muchos amores en la vida. No rompas vidas ajenas, menos si no sabes si has de ser leal por mucho tiempo.

Creí entender el mensaje. Solo me pregunté por qué el espía había ido a esperarme a la universidad cuando yo estaba por cerrar mi tienda en la RDA. ¿Quién lo informaba sobre mi persona?

—¿Algún otro problema?

—Uno medio kafkiano —le dije, y le expliqué mis extraños encuentros con el cónsul cubano y el diplomático estadounidense. Le dije que ambos me incomodaban, que lo que me ponían en perspectiva no me gustaba para nada, que yo quería volver a mi patria y no tener nada que ver con la Guerra Fría ni con los servicios de inteligencia de nadie.

—Hay gente que sirve para eso y hay gente que no sirve para eso —dijo Ruschin tranquilo, como si hablásemos de inscribirse en un curso de paracaidismo—. Obviamente, ambos personajes quieren algo de ti. ¿No te interesa averiguar qué desean? Puede ser interesante.

—¿Para quién?

—En primer lugar, para ti y, en segundo lugar, para mí. Soy franco —dijo mirándome a los ojos con una sonrisa sardónica.

—No, Paul, yo cumplí mi papel en Chile bajo las circunstancias de la dictadura y me alegra haber ayudado a que gente se salvara de la persecución, pero no tengo interés en el tema.

Ruschin sonrió magnánimo. Apartó el plato de kuchen, que había comido a medias, y sorbió de la taza como para ganar tiempo.

—Entiendo —dijo al rato—. Agua que no has de beber, déjala correr. Hoy por ti, mañana por mí. Si vuelven a aparecer los diplomáticos en tu vida, diles algo sencillo: que los llamarás cuando tengas tiempo. ¿Algún otro problema?

—En verdad, no.

—Bien. Es hora de volver —dijo mirando su Omega—. En la vida lo importante es dar los pasos que uno estima necesario dar. Ni uno más, ni uno menos. La vida en lo esencial es un asunto de cálculo y mesura.

Pidió la cuenta, pagó y salimos a la Frankfurter Allee. Delante nuestro brillaban todas las ventanas del monumental edificio de la Stasi.

—Creo que lo que más te conviene es caminar hasta la estación del S-Bahn y tomar la combinación a Bernau. Ve con confianza. Haz lo que debes hacer. Suerte en el resto de tu vida.

Me estrechó la mano con algo de efusión y luego se fue caminando con las manos en los bolsillos hacia el Moskvich. Yo me dirigí a la estación del tren urbano. Nunca más lo vi.

Detrás del Muro
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