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Me encontraba aún en la JHSWP cuando se iniciaron las protestas obreras en Gdansk, dirigidas por el sindicalista Lech Walesa, contra el régimen comunista polaco. Los medios de prensa del mundo entero informaban sobre lo que estaba ocurriendo en la República Popular de Polonia, pero los de la RDA ignoraban olímpicamente esos acontecimientos. Comenzaba el derrumbe del socialismo al otro lado de los ríos Oder y Neisse, y el SED seguía convencido de que aquello que no mencionaban sus medios no existía.

Todo esto alcanzó su primer clímax en 1981 con el golpe de Estado del general comunista Jaroslav Jaruzelski para frenar las huelgas obreras, prohibidas porque supuestamente las fábricas pertenecían al pueblo y nadie tenía derecho a paralizarlas y perjudicar el interés popular.

Como el régimen de la RDA sancionaba a quienes seguían los programas de radio o televisión occidentales, sus ciudadanos desarrollaron una existencia aún más esquizofrénica: en las empresas y la vida pública abordaban solo los temas sobre los cuales informaban los medios nacionales, pero en confianza comentaban las noticias difundidas por los medios de Occidente sobre Polonia.

¿Cómo lograban separar la información de uno y otro lado para no confundirse y no caer en desgracia? ¿Cómo lo hacían para no mezclar las visiones edulcoradas de la prensa comunista con la diversidad de opiniones de Occidente? ¿Cómo empleaban en un ambiente el lenguaje de los medios occidentales y en otro los clisés de la propaganda comunista? Lo aprendían desde la niñez, porque la represión estaba atenta a detectar a través de las palabras a quienes se informaban por medio del «enemigo de clase».

Lo cierto es que una noche, mientras numerosos estudiantes de la JHSWP regresábamos a Bogensee desde una cooperativa agrícola, sucedió lo que uno suponía iba a ocurrir en algún momento.

Un estudiante africano encendió en el bus la radio a baterías que había comprado en el aeropuerto de París antes de abordar su conexión a Berlín Este. Y en la radio, sintonizada en una emisora de Berlín Occidental, estaban hablando sobre la huelga de los astilleros en Polonia.

De pronto el Ikarus, atestado con revolucionarios del mundo, a los cuales se les enseñaba que la doctrina del marxismo-leninismo era «todopoderosa», se convirtió en un receptor de la información del mundo libre.

Al escuchar la voz del reportero germano-occidental desde Gdansk, algunos latinoamericanos solicitaron que alguien tradujera. No quedó más que hacerlo.

La huelga que dirigía Walesa era, desde luego, un balde de agua fría sobre la escuela y la moral revolucionaria. Expresaba el rechazo de los obreros polacos a la sociedad proyectada por Marx, Engels y Lenin, y todo lo que nos enseñaban en Bogensee.

—¿Qué significa eso, profesora? —preguntó el representante del Congo, angustiado por las noticias. Nuestra profesora de marxismo-leninismo, Helga Schultz, estaba nerviosa.

El bus corría por la autopista entre las tierras y casas de cooperativas campesinas. La profesora guardó silencio en un comienzo, y luego dijo:

—Compañeros, no conviene escuchar emisiones del enemigo. Transmiten mentiras para desestabilizar a los Estados socialistas y generar el «diversionismo ideológico». Eso solo confunde a los pueblos amantes de la paz y el socialismo, y tal vez a ustedes también, porque son mensajes subliminales muy sutiles.

—¡Pero es que hay una huelga de la clase obrera polaca contra el socialismo, profesora! —exclamó uno de la delegación de Venezuela—. ¿Es cierto?

El Ikarus seguía avanzando, ahora entre bosques. El motor ronroneaba parejo, la profesora estaba cabizbaja, los revolucionarios en silencio, y el traductor sintetizaba las frases del reportero del Sender Freies Berlin.

—Esto puede ser el comienzo del fin —advirtió el periodista, y luego agregó algo aún más inquietante—: La inestabilidad polaca puede desencadenar una invasión soviética y contagiar a los obreros de la RDA, la que mantiene censura sobre los sucesos que ocurren en Polonia.

—¿Es cierto todo eso, profesora? —preguntó una estudiante mexicana desde la última corrida de asientos.

La profesora iba sentada al frente, deseando, me imagino, que el viaje se acabara cuanto antes.

—¿Será cierto lo de la huelga? —resonó el vozarrón de un camarada de la Federación de Jóvenes Comunistas de Argentina.

El bus avanzaba con su interior a oscuras. De vez en cuando los focos de un vehículo que pasaba en dirección contraria iluminaban los compungidos rostros de los revolucionarios, mantenidos en vilo por la voz del periodista.

—Al parecer —dijo Helga con voz trémula, volviéndose ahora hacia la parte trasera del bus—, la contrarrevolución logró dividir a la clase obrera en Gdansk. Esto se debe a la influencia reaccionaria del catolicismo en Polonia, a la política antisoviética del Papa y a la conspiración de Walesa y su movimiento, Solidarność.

Sospeché que en esos días la profesora había estado comentando la huelga con camaradas del SED. Su repentina y estructurada explicación parecía estar en consonancia con un discurso que, supongo, entregaba internamente el partido a sus cuadros.

—Queridos alumnos, no quiero que se preocupen —dijo al rato Helga, tratando de sobreponerse al mal trato durante una canción de Udo Lindenberg—. El campo socialista, liderado por la Unión Soviética, está firme y unido, y el Ejército de Polonia defenderá el socialismo que los polacos construyen bajo la dirección del partido y en alianza con la clase obrera. De eso no hay ninguna duda.

Detrás del Muro
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