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LA operación de rescate resultó muy costosa.
Lo que había en el desván, donde la mujer se negó a acompañar a Ismael, era un hombre derramado, como si los jugos que pudieran compararse con la savia de la energía botánica se hubiesen diseminado sin orden ni concierto, dejando el tronco seco de un árbol talado.
—Viene Cieza, siempre el mismo... —musitó Tulio, intentando levantar la mano como una rama.
—Estás hecho un cuadro.
—Lo que resta, amigo mío. La última somanta, con este ojo a la virulé y la carrera más larga desde que cumplí la mayoría de edad. Parece mentira que en mis condiciones todavía se pueda correr tanto.
—Depende de lo que quiera hacer contigo el que te persigue.
—Cobrar. El que viene detrás siempre tiene alma de acreedor.
—El peor negocio son las deudas, sobre todo cuando los acreedores no se atienen a razones. O consideran que les quieren tomar el pelo.
Tulio se había puesto de pie con enormes dificultades, pero sin reclamar la ayuda de Ismael. Estaba descalzo, tenía los pies hinchados. Vestía un pantalón que el cinturón apenas podía sujetar y una chaqueta tan descosida como arrugada, dos o tres tallas superior a la suya. No llevaba nada debajo de la chaqueta.
—Vas a venir conmigo... —dijo Ismael, que en la rápida inspección por las polvorientas cercanías no vio nada que llamase su atención. Lo que Tulio vestía era igual que lo que el viento pudiese remover sobre su piel aterida. El vacío de los bolsillos del pantalón y la chaqueta era el mismo del cuerpo esquilmado.
—Te llevaste una suma respetable.
—¿Adonde vamos?
—Hay que echarte un remiendo, pero conviene que me digas lo que has hecho con el dinero. Occidentales no está en el mejor momento. El efectivo es la mayor preocupación financiera, vencen más pólizas de las debidas y muchos suscriptores empiezan a pensar que el seguro es el primer lujo del que se puede prescindir.
—Hablas igual que mi padre.
—Soy un directivo.
—El hijo que mi padre quisiera.
—Déjate de monsergas, Tulio. ¿Dónde tienes el dinero?... Si te persiguieron con tanto encono es porque no habías pagado. Te fuiste sin soltar un duro y no te lo iban a permitir.
—En las timbas más comprometidas está lo peor de cada casa. Se juega sin compasión.
—El juego era lo último que te quedaba, todo lo demás ya lo habías probado.
—Siempre hay algo, Ismael. No es lo mismo acostumbrarse a llevar en el bolsillo interior de la americana una pluma estilográfica que unos alicates o unas tenazas. Un amigo mío buscaba piedras en el río para llenarse los bolsillos. El valor de lo que se lleva o de lo que se busca depende mucho del estado de ánimo o de la necesidad propiamente dicha. Del dinero no queda nada.
—¿Pagaste?
Tulio temblaba. Se alzó el cuello de la chaqueta, metió una mano bajo la misma.
—Me sacudieron.
—¿Sigues amenazado, pueden andar rondando por
ahí?
—Les costará denunciarme. Lo que debo es como eso que dices de los suscriptores, un lujo. Debo el alma, el pulmón izquierdo, las varices, una úlcera de duodeno, sangrante para más inri, y la extracción de la muela del juicio que, teniendo en cuenta lo manazas que era el dentista, bien pudo sacármela con los alicates o las tenazas.
—No tienes remedio.
—Esa es la frase que más veces llevo oída en mi vida. ¿Y quién lo tiene?... Una vez me caí a la vía del tren, en Moravines, justo cuando llegaba un mixto de los que no paran. Los que estaban en los andenes gritaron aterrados. El convoy me pasó por encima, yo había quedado en el hueco de los raíles. Ese mixto era el resultado de todo lo demás. Ni siquiera fue puntual. Yo no iba a cogerlo. No hay tren que espere ni que llegue a su hora. Tampoco el mundo está en su sitio.