EPÍLOGO EL AMOR A LA TIERRA
NO había recibido nunca una llamada telefónica del presidente de la Junta de Andalucía. Es la razón que explica mi sorpresa cuando tras sonar el teléfono móvil escuché la voz de José Antonio Griñán. Pensé que algo grave debería pasar, pero no, el presidente andaluz me pedía que aceptara la distinción que el Gobierno de la Junta había decidido concederme, la de Hijo Predilecto de Andalucía 2011. Nueva sorpresa. Durante años había conocido a través de los periódicos los nombramientos con la misma distinción. Nunca lo eché de menos, no tengo afición a las titulaciones y condecoraciones. Pero sí eran muchos los que cada año me expresaban su enojo por que nunca se pensara en mí para el nombramiento. No lo tenía en cuenta, pues no sentía apetencia alguna. Aquel día salí del paso diciéndole al presidente que, a pesar de mi poca afición a las medallas y títulos, me resultaba imposible rechazar ser hijo de Andalucía. Le expuse también el único temor que había tenido con la distinción, que un día pudiera ganar las elecciones la derecha y decidiesen concederme la distinción. Griñán contestó rápido: eso hubiese sido una bofetada para todos nosotros. Le agradecí el nombramiento y le anuncié mi presencia en el acto de entrega de la distinción y de las medallas de Andalucía que se concedían a una decena de andaluces.
La celebración tuvo lugar en fecha señalada para Andalucía, el 28 de febrero, y en el teatro de la Maestranza. Me habían pedido que dirigiese unas breves palabras al público asistente. Tras agradecer a la Junta de Andalucía los nombramientos y felicitar a los que compartían premio conmigo, les expuse:
Honráis con el título de Hijo Predilecto de Andalucía a un hombre de larga vida, pero también lo hacéis a un niño de la posguerra, que conoció los campos de Andalucía cazando pajarillos para llenar la olla. También a un niño que se asustó en su primer viaje en tren visitando las playas, cuando un arsenal saltó quebrando las pocas esperanzas de las gentes del sur en Cádiz. A un adolescente, casi un niño, sus ojos se derramaban encendidos de fuego ante los adarves del arte nazarí en Granada.
A un joven persiguiendo la sombra errante del bueno Antonio entre los olivares y, en medio del campo, un cortijo blanco, en Jaén. A un aficionado en busca del tiempo olvidado, hallando algún dolmen en las aldeas de la serranía de Huelva, o en la alameda de Málaga persiguiendo aromas de mares y amores, o costeando en Córdoba el barrio judío y la morería a la sombra de la mezquita transformada, o en el cabo gatuno de Almería, cegado por la luz de las arenas. Y en Sevilla, al peregrinar de niño y en la juventud primera tras cada paso de viejas y hermosas tallas, en cada esquina buscando la conjunción de la gracia de Sevilla.
Los que me conocen saben de mi escasa inclinación por honores y laureles, pero ser llamado Hijo de Andalucía no me dejaba opción.
Andalucía es mi tierra, y es tierra de soñadores. Soñé, Andalucía, que te veía nacer de tus agobios, estallar de luz y color, asentar tu dignidad sobre los avatares del mundo y de la vida. Y supe que acompañarte a levantar tu dignidad y tu cultura habría de ser el logro de mi vida.
Históricamente, Andalucía fue tierra de cultura y de injusticias. Los andaluces poseían desde siempre el don de la cultura popular, el de la sabiduría del vivir, y sufrían la injusticia del analfabetismo y el abandono de sus necesidades materiales. A pesar de la discriminación practicada por una élite indolente y codiciosa, Andalucía fue siempre la tierra de la libertad individual, de la dignidad de cada persona; ni el hambre ni la pobreza pudieron quebrar la nobleza de los espíritus libres que han conformado el carácter andaluz. Soy andaluz español, pues ni entiendo ni acepto que, para afirmar mis raíces andaluzas, haya de confrontar las españolas.
Sólo dos nombres quisiera proponer a ustedes como símbolo de la transformación de la España secular como de la histórica Andalucía anquilosada: Francisco Giner de los Ríos y Pablo Iglesias. La conjunción del despertar de las conciencias que fomentó el primero y la disciplina en la construcción de una sociedad más justa del segundo abrieron el camino de la reivindicación y la justicia.
Giner, representante de lo mejor del liberalismo español; Iglesias, expresión genuina del socialismo en España. Y, cuando en los años setenta del pasado siglo, la presión popular y el sentido común de las élites políticas del momento propiciaron la transición a una sociedad democrática, libre, y en el camino de la igualdad se produjo un renacimiento cultural y aun económico de España, fue lo que se puede llamar una emoción catártica que determinó una crisis interior y que hizo posible que renaciera España.
Permítanme recordar un solo nombre, Fernando Abril Martorell, mi adversario principal y mi amigo preferente. Nuestras relaciones pueden representar el paradigma de aquella Constitución del consenso y fue en aquel cambio en el que los andaluces creyeron encontrar el propicio momento de su elevación.
Si todas las comunidades regionales de españoles protestaban su propia identidad, la personalidad de Andalucía no era menor. Su cultura profunda y superior se alió con los fervorosos deseos de abrazar un bienestar que ofreciera oportunidades iguales a los hasta entonces desiguales. Así que desde aquí llamé a todas las puertas de España, peleando por la libertad primero, contribuyendo a la transición de un país oscuro en otro luminoso y trabajando en la consecución del bienestar, la justicia distributiva y el respeto a todas las posiciones.
Nombráis en mí hijo predilecto a muchos hombres y mujeres sencillos, humildes, que hoy se verán retratados en mi rostro de gratitud y responsabilidad. Lo veo en las caras de tantos ciudadanos en pueblos, en aldeas, en los barrios de las ciudades. Tal vez en las caras de muchos que han hecho recaer sobre mis hombros su fe liberadora se vislumbren hoy sonrisas de identificación con este premio, pues no sólo a mí premiáis, sino también a cuantos han soñado con otra Andalucía que borrase en el pasado la llamada, el clamor por la despensa y la escuela.
Una Andalucía orgullosa de su ser y de su proyección futura, amante de tradiciones pero empeñada en el moderno entendimiento de la vida, una Andalucía social, justa, que empuje a la equiparación igualitaria en el bienestar y entre hombres y mujeres, que desdeñe la mirada del falso señorío hacia el humilde, que funda en el crisol de un humanismo social la contradicción de intereses, que venza sobre la arrogancia y la maldad.
Queridos amigos, nada de mi corazón quiero ocultaros, no me hacéis andaluz, lo era y lo seré hasta el final. Me hacéis mejor. No soy adorador de cánticos, banderas o símbolos; la esencia de una tierra está en sus hombres, está en su luz, en su aire: en su histórico caminar; pero no queréis más, no queréis menos que mostrar vuestra preferencia por este modesto andaluz.
Yo os brindo mi gratitud y mi compromiso, porque ¿qué testamento, viejo o nuevo, tiene dicho que Andalucía ha de dormir sobre un lecho de desidia y desigualdad?
A todos convoca nuestra tierra en la senda iniciada de nuestro despertar y os lo dice el más humilde de los andaluces, hijo de Julio, porquero en los campos de Utrera, y de Ana, trianera que trabajó desde los 11 años. A ellos permitidme que dirija en este bienhadado momento mi recuerdo, y a mis doce hermanos, y a mi esposa Carmen, y a mis hijos Alfonso y Alma, a mis amigos, a mis colaboradores, a mis compañeros, a los que nunca me abandonaron ni cuando hubieron de resistir la presión de tantos.
Mi vida es un compendio de muchas actitudes, niño estudioso que habría de ayudar empujando carros de batea cargados de chatarra; estudiante en la universidad, el único de la familia; más educador que profesor después; combatiente contra un régimen oprobioso; librero consejero de los libros, por la estúpida ceguera, prohibidos; amante del teatro, de cuanto arte creador pueda descubrir el hombre, político de verdades y de consenso, consciente de que el país que encontré a mi nacimiento era el contramodelo de una civilización, pues una civilización no es más que una sociedad que no necesita de violencia para promover cambios políticos.
Si quisierais dibujar el conjunto de mi persona, os diría como el poeta:
No escatiméis el rojo, si, al pintar mi cabeza,
buscáis el fondo exacto que defina mi gesto.
Mas añadidle un tímido color gris de pobreza
donde se apague el brillo que pueda ser molesto.
Y me atengo a lo que el genio de Cervantes definió para el tiempo y la humanidad: linajes sólo hay dos, el tener y el no tener. Es mi orgullo pertenecer al segundo grupo de la sociedad.
Delicia y perfume de mi vida Andalucía ha sido, y hasta el postrer momento aspiraré con emoción su pura savia, que nos fructifica, porque ¿quién encierra una sonrisa?, ¿quién amuralla una voz? Andalucía plena, hecha de azahar y de jazmín y de manos cubiertas de dureza por el trabajo, nos traslada a un viaje que no puede ser de embeleso, sino de amor a la tierra y a sus gentes, porque
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
Todos los días son buenos para recordarnos a qué mundo pertenecemos, pero esta mañana no se repetirá nunca más. Celebramos a un grupo elegido de andaluces por su trayectoria y su función y, aunque todas las cosas están condenadas a su decadencia, ojalá que podamos decir años después que hemos construido el monumento más hermoso a la memoria de todos los que nos precedieron en la creación de Andalucía: el del recuerdo y el amor trascendiendo el paso del tiempo y los avatares de la vida y la política. Como diría Rob Riemen, la civilización moderna es la de la interrogación, para la que la búsqueda del hombre ejemplar, sin la cual ninguna civilización se realiza del todo, es pieza fundamental.
Los premiados hoy, los distinguidos, simbolizan a mi parecer el hombre y la mujer efímero o ideal, como quieran llamarle, aquel para el que no existen naciones menores, colectividades inferiores, sino naciones fraternales, las viejas naciones del espíritu más allá de la política contingencial. No se trata de refugiarnos en el pasado, en derechos muertos en el tiempo, sino de inventar el porvenir que la vida exige de nosotros.
Y la juventud debe recordar que la violencia, la represión, la mentira se oponen al espíritu y debe convertir en divisa el principio cultura y valor. En la mitad del mundo, cerca de aquí, los pueblos reclaman libertad, y todos reivindican justicia e igualdad. Son los desafíos del siglo, cuya resolución exige conocimiento y seguridad.
Los espacios económicos se han ensanchado hasta la internacionalización, no ha sido así para los espacios políticos. Esta contradicción ha impulsado al sistema capitalista de producción a acomodarse a la nueva situación, con una prevalencia de lo financiero sobre lo productivo, con predominio de la razón económica sobre la razón política y aun sobre la razón moral. Así se ha generado una crisis global que ha producido mayor desigualdad entre los pueblos y las personas.
Los países de tamaño medio, como España, y las regiones de gran dimensión, como Andalucía, deben saber encontrar un lugar en el espacio internacional para garantizar el progreso y la igualdad de los españoles, de los andaluces. Es el camino emprendido con la apuesta por los nuevos sectores industriales y de investigación.
En cuanto a mí, qué les puedo añadir, me llamáis hijo, predilecto además. Predilecto, del prefijo prae por delante y el participio lectus —de legere, escoger y también leer—, con un prefijo dis dilectus, muy amado o estimado. Siguiendo la etimología podría devenir praedilectus en el que es seleccionado para ser amado por delante de cualquier otro, y así me llama Andalucía, hijo predilecto, mi tierra de origen y vida. Cómo puedo responder sino con la emoción y la gratitud, porque en qué andaluz no borbotea la sangre de esta elegida tierra, Andalucía.
El público se rindió a la sencillez de mis palabras y me gratificó con un largo aplauso y con gestos de emoción en los rostros. Un hermoso día que cerraba una larga caminada por la vida pública, por mi vida.