LA INTERNACIONAL SOCIALISTA EN NUEVA YORK
LA Internacional Socialista decidió celebrar su congreso en los Estados Unidos de Norteamérica. Se eligió la ciudad de Nueva York y se logró hacerlo en la sede de Naciones Unidas, los días 9 al 11 de septiembre de 1996. Manifesté mi criterio contrario a aquella decisión; no contábamos con un partido local fuerte que garantizase alguna repercusión entre los ciudadanos del país anfitrión. Ya se había celebrado con anterioridad un Consejo de la Internacional Socialista con la presencia de Willy Brandt y del presidente del Partido Demócrata de Estados Unidos que no mereció ni una sola línea en la prensa local, lo que quiere decir que nadie supo siquiera de aquella reunión.
La Internacional Socialista se inclinaba cada día más hacia una organización vacía de contenido y nula en operatividad. La vieja tendencia del eurocentrismo había devenido una organización ingobernable con partidos miembros en todas partes del mundo con dudosos méritos para pertenecer a una organización socialista internacional. Se alcanzó una cifra récord de participantes, 170 partidos, y se aplazaron más de cuarenta peticiones nuevas. Se admitía a más de un partido por cada país, lo que generaba enormes dificultades para llegar a acuerdos, pues aparecían las diferencias locales entre partidos. Baste decir que en aquel congreso de Nueva York se examinaron cinco peticiones de ingreso de Zaire y tres de Burkina Faso.
El Presídium o Comisión Permanente de la Internacional contaba con un presidente, Willy Brandt, ¡y veintiséis vicepresidentes! La elección de nuevos dirigentes no se hacía nunca por sustitución, sino por agregación.
Tuve más de una conversación con Willy Brandt para exponerle que la política de extensión de la organización estaba generando una crisis de crecimiento cuya consecuencia más grave era la pérdida de identidad del socialismo internacional, pues a cada propuesta que se presentaba había algún partido que se sentía perjudicado en la política de su país, y así todos los procedimientos de la IS se veían sometidos a una andanada de enmiendas que terminaba por dejarlos reducidos a un documento ambiguo, sin compromisos concretos con los graves problemas de la humanidad.
El congreso de Nueva York fue el escenario de una polémica que por azar de la historia me tocó a mí resolver. Desde muchos años antes participaba como observador el PRI mexicano. En el congreso solicitó su ingreso como miembro de pleno derecho el PRD, partido mexicano creado de una escisión del PRI. Éste presentó de inmediato su candidatura para pasar de observador a miembro con todos los derechos. Las delegaciones presentes en el congreso se inclinaron, cuando se debatió el asunto, a favor del PRD, al que consideraban un partido más en consonancia con las posiciones, al menos desde el punto de vista formal, de izquierda de la Internacional. La discusión fue algo violenta y caótica, hasta el punto de que ya se había comenzado la votación con predominio de apoyo al PRD cuando el presidente la interrumpió para recabar la opinión del PSOE. Los socialistas españoles han gozado de un especial predicamento en la Internacional Socialista, sus posiciones han sido aceptadas siempre como sede de autoridad. La solicitud de explicación de nuestra posición la dirigió el presidente directamente a mí. Me colocaba en un brete del que intenté zafarme exponiendo con claridad los sentimientos que me embargaban. Les conté lo que había representado para los españoles expulsados de su país por la persecución de Franco y sus secuaces la actitud generosa y solidaria del general Lázaro Cárdenas, presidente de México en 1939, el hombre que representó la esencia del Partido Revolucionario Institucional de México (PRI), del que pasados los años surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuyo máximo exponente cuando les hablaba era Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del presidente al que tanto debían los demócratas españoles. Intenté transmitirles las dificultades que se levantaban ante mí a la hora de optar por uno y descartar al otro. En la sala se percibió un clima de emoción, quizás de recuperación del espíritu que había animado a la Internacional en otro tiempo. El resultado fue que los que ya habían manifestado su voto solicitaron comenzar el proceso de votación de nuevo con la propuesta de admitir a los dos partidos.
Fue para mí una ocasión en la que, más allá del valor político, aprecié la oportunidad que se me había brindado de devolver una parte de la solidaridad demostrada con los republicanos españoles a un hombre que fue el padre de los exiliados de la guerra civil. Me sentí reconfortado por protagonizar una parte de la historia nunca terminada.