UNA CARTA DE UNAMUNO

EN enero de 1992 supe de la aparición de una carta de Miguel de Unamuno, dirigida a su madre, Salomé de Jugo, en la que intenta tranquilizarla por el efecto que le había producido saber que su hijo era socialista. Me impresionó su lectura y me ayudó a comprender el acoso y derribo al que sometían cien años después al Partido Socialista. ¿Había evolucionado la derecha española en el último siglo? En la revista Lucha de Clases, de Bilbao, se había publicado el 21 de octubre de 1894 la carta de Unamuno a Valentín Hernández en la que le comunica su ingreso en el Partido Socialista. Los jesuitas de Bilbao habían informado a la madre de la «conversión» al socialismo de su hijo añadiendo que aquello equivalía a «entregarse al diablo». Doña Salomé debió de sentirse conmocionada por la evolución de su hijo y él intentó disuadir a su madre de las ideas equivocadas que le habían inoculado los jesuitas acerca del socialismo.

Me imagino el estado de ánimo a que te habrá llevado una representación equivocada de las cosas y, sobre todo, los dos errores de que dependen tus temores y pesares.

El primero de estos errores me parece por desgracia para nosotros inevitable. Es la idea totalmente equivocada y falsa que estoy seguro tienes de las doctrinas que hace tiempo profeso y que por último he declarado en la carta a que aludes. Cuando es tan general el más absoluto, más hondo y más completo desconocimiento de lo que es el socialismo me parece naturalísimo que te parezca cosa enteramente distinta de lo que es, mucho más cuando cuantas cosas lees y oyes algo acerca de ello es de personas que ni lo conocen ni lo estudian ni están capacitadas, y no siempre por falta de inteligencia, para conocerlo. Sólo te ruego que me creas que el socialismo no es nada de lo que tú crees. ¿A qué viene sacar a cuento, sin venir a él, a ese pobrecillo ajusticiado por pecados ajenos y propios, cuando eso no tiene que ver nada, absolutamente nada con el socialismo? Dentro de pocos años parecerá tan ridícula la idea que hoy se tiene de un socialista como ridícula nos parece la que hace 60 años se tenía en España de un liberal. Pero vale más deje esto porque repito que hasta que se borre esa idea hacen falta años de labor contra la ignorancia general que en estas cosas reina.

El otro error me toca más de cerca y me apena de veras. Es la idea total, absoluta y completamente equivocada que tienes acerca de mi carácter. Te pasa lo que pasa a todas las madres, el cariño te ciega y no me conoces. Si me conocieras, ¿me recordarías acaso una simpleza pueril que no sé si he escrito alguna vez, aunque dudo tuviera el sentido que quieres darla? Con la mayor tranquilidad de conciencia, de que afortunadamente gozo, con la mayor lealtad para conmigo mismo te aseguro que no tengo que acusarme en lo que he hecho del menor asomo de soberbia. Algo de ella habré podido tener en otras cosas, ¿quién no la tiene? Pero en eso ni átomo. He hecho lo que he creído mi deber, sabiendo que hay mejores caminos para eso que supones busco. Esta falsa idea de mi carácter se ha corroborado esta vez con la falsa idea que tienes del ideal que abrigo. Es muy natural que no puedas explicarte cómo haga profesión de ese conjunto de disparates que te figuras es el socialismo no siendo por soberbia o sed de notoriedad. Pero piensa en calma y con serenidad que no teniendo ni la menor idea de lo que es eso…

El descubrimiento de esta carta a la vez tan personal —trata de evitar amargura a su madre— y tan política —se erige en defensor de las ideas del socialismo— se debe al trabajo del catedrático de Salamanca Laureano Robles, que reivindica la necesidad de una biografía actualizada del gran filósofo que permita conocer en toda su amplitud sus posicionamientos políticos. Su etapa de concejal, su campaña electoral como candidato en Salamanca, su contribución a la reforma agraria y los planes de estudio de la República, y sobre todo los últimos meses de su vida, en los que repetía respecto del franquismo: «¡Qué ingenuo fui yo! Estoy prisionero en mi casa, de donde no me dejan salir. Aún no me han matado, pero quizá aún lo hagan».

Más tarde sería desposeído de su condición de concejal. Ya en la democracia, hace unos pocos años, los concejales socialistas tuvieron la iniciativa de quitar ese baldón sobre el filósofo. La derecha no lo permitió, votaron contra la moción, pero no les faltó hipócrita desparpajo para colocar sobre el balcón del ayuntamiento en la maravillosa plaza Mayor de la ciudad un gran cartel para oponerse al traslado de documentos de la guerra desde el Archivo de Salamanca a la Generalitat de Cataluña, con la frase de Unamuno: «Venceréis pero no convenceréis». Baste recordar el contexto real en el que el filósofo pronunció la famosa frase para apreciar la inmunda manipulación de los dirigentes salmantinos del PP.

Durante la celebración del 12 de octubre de 1936, fiesta llamada entonces del Día de la Raza, en el paraninfo de la universidad, el rector Miguel de Unamuno criticó la rebelión militar del general Franco, terminando con la célebre frase: «Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir».

Para comprender la dureza del discurso, rodeado como estaba el rector por las fuerzas militares rebeldes, es preciso recordar que minutos antes el general Millán Astray había gritado, en el paraninfo de la universidad: «¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!».

De la universidad, Unamuno se dirigirá a su casa, de la que ya no salió nunca más. Horas después del incidente la corporación municipal de Salamanca se reúne en secreto para expulsar a Unamuno del ayuntamiento en el que mantenía su acta de concejal. Diez días después Franco firma el decreto de destitución de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca. Vivirá dos meses en arresto domiciliario hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936.

Los verdugos del honor del filósofo utilizaron políticamente, setenta años después, una frase de condena de la derecha autoritaria que desgarró su conciencia hasta hacerlo morir de tristeza en la soledad de su casa.

Una página difícil de arrancar
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