LAS VIUDAS DE BENARÉS
EL año 1993 fue calamitoso para el Partido Socialista. En junio, sin embargo, ganó las elecciones, pero con la perspectiva que da el conocimiento de lo sucedido después, más hubiera valido, para el país y para el partido, que no las hubiera ganado.
Es el año en el que el secretario general del partido hace, poco a poco, dejación de su responsabilidad de representar a todo el partido para ir escorándose hacia un sector, precisamente el que menos creía en el socialismo y menos se sentía vinculado al partido. Se dice que los dioses ciegan a los que quieren perder. Si fuera así, en nuestro caso, los dioses se valieron de los aduladores para cegar la visión y dirigir la voluntad del máximo líder del socialismo español.
Los aduladores se reclutaban en su entorno, ministros, exministros y dirigentes del partido, pero también en el extrarradio de los medios, como el grupete de periodistas capitaneados por Javier Pradera que se presentaban, sin haber sido invitados, algunos miércoles a la puerta del Palacio de la Moncloa para contemplar con el presidente los partidos de fútbol que emitían en la televisión. Unos y otros fueron elaborándole una teoría que tenía fundamento, pero que conduciría al derrumbe del proyecto socialista. Le hacían ver que él (Felipe) era un político excepcional en el panorama español (lo que era cierto) y que no podía estar sometido a la «politiquería» de ningún partido, ni siquiera del suyo. Le doraban el oído sosteniendo que su actuación se asemejaba más a la de un monarca que tiene que arbitrar entre distintas opciones políticas sin dejarse conducir por ningún partido, ni siquiera por el PSOE. Le reiteraban su carácter de imprescindible y la necesidad de tener siempre las manos libres sin compromiso con ningún «aparato de partido». La repetición de este mensaje por parte de colaboradores y aficionados palaciegos es lo que puede explicar el discurso que acabó por expresar él mismo. Felipe invitó al secretario de Organización del PSOE a almorzar en Moncloa al finalizar el último Consejo de Ministros de enero. La conversación discurrió por este insólito camino. Habla el presidente:
Estamos en una situación de emergencia. Hay que ganar las próximas elecciones. Sólo yo puedo lograrlo. Por lo tanto yo pido plenos poderes al partido. Sé que esto es atípico, pero necesario. El partido debe quedar en segundo plano, Alfonso, tú, todos en segundo plano, y yo protagonista único, yo hablo, marco la pauta y los demás me siguen.
El programa electoral lo protagonizo yo, aunque luego la redacción la haga Paco Fernández Marugán, pero yo me reúno con todos los sectores, nada de reunión de intelectuales con José Félix Tezanos, sino que yo llamo a empresarios, sectores, grupos y queda claro que soy yo quien lleva el programa, aunque luego la redacción la haga Marugán.
Para la campaña hay que nombrar a un grupo amplio de personas como Gregorio Peces-Barba, Pepe Bono y otros muchos que no sean del grupo de dirección del partido.
Luego estarán los que trabajen la cosa concreta, operativa, pero ahí Teófilo Serrano, Luis Pérez e Ignacio Varela, que son buenas cabezas y hay que utilizarlas.
Txiki le advirtió que los que creía que debían estar en el trabajo operativo electoral habían aprendido con el vicesecretario general, para más tarde enfrentarse a él desde las filas de los renovadores. La respuesta fue seca: «Hay que utilizar las buenas cabezas. Las listas las haremos nosotros, se moverán poco, por lo que yo sé, pero dando la imagen de que se hacen con el acuerdo de todos».
Txiki le dijo: «Felipe, tienes que hablar con el vicesecretario general». Le dice: «Le llamaré».
No fue un discurso que nos sorprendiera; ya en dos reuniones de la dirección del partido, el 13 y sobre todo el 18 de enero, había señalado su deseo/necesidad de asumir los poderes de la dirección. «Hay que dar confianza al secretario general para que designe y presida un comité electoral político. Pido un depósito de confianza y autoridad en el secretario general», y añadió una velada alusión a la conveniencia de abandonar si no se encontraba razonable lo que proponía.
Todavía en enero mantenía el secretario general un discurso que por su ambigüedad podía ser aceptado por todos, calificaba de «falso debate el de la renovación», proclamaba su compromiso con «la permanente renovación», pero advertía a los que se identificaron negativamente respecto a ella de que estaban impidiéndola, que la renovación no debía ser patrimonio de un grupo. «No vamos a sustituir el instrumento partido, pero no estoy dispuesto a sacralizar al partido».
Los días 22 y 23 de enero se celebró un Comité Federal del PSOE en el que se plantearon muchos de los problemas que estaban presentes para todos. Felipe hizo una muy optimista intervención, que fue matizada por Ramón Jáuregui y por mí mismo.
Pronuncié en aquella ocasión un discurso que llamaba la atención de cómo se habían desarrollado las cosas en una legislatura que terminaba y que tenía características muy especiales, muy extrañas. Comenzó en 1989 con una puesta en causa por el Partido Popular de la limpieza de las elecciones. Fue a partir de entonces cuando se produjo la intensa judicialización de la política, que ha resultado un camino muy productivo para la derecha española por sus imbricaciones sociales con los componentes de la magistratura. Los políticos, todos, adquirieron alguna responsabilidad en el proceso de judicialización desde la Constitución de 1978 o las leyes que permiten la personación de unos partidos políticos en procedimientos judiciales contra otros partidos. Se traslada así la batalla política a los tribunales debilitando el funcionamiento de la democracia.
Todas las batallas de la corrupción han restado iniciativa al partido, más ocupado en defenderse de acusaciones que de tener una estrategia de acción política. Los ciudadanos no nos veían de la misma forma que hace unos años, cuando creían con claridad en nosotros como los representantes de un proyecto de defensa de ideas de izquierda, de un proyecto de defensa de los trabajadores y de la gente más humilde. Los ciudadanos nos veían como un partido cohesionado, que apoyaba a un Ejecutivo firme. En los tres ámbitos —programa, partido, Gobierno—, en 1993 habíamos perdido una parte de la capacidad de apoyo de la gente. El balance de Gobierno desde 1982 había sido brillante, espectacular. Pero eso se digiere fácilmente, eso ya no estaba en nuestro haber, ya pertenecía a todos; y se fue degradando la percepción que tenían de los socialistas. Se tenía la percepción de que desde el Gobierno se favorecía a los poderosos económicamente. ¿Por qué? Probablemente por un cúmulo de factores, algunos atribuibles a nuestra propia acción, otros no; otros se pueden explicar por el proceso de deslegitimación de la política social por parte de los agentes sociales, pero también de una cierta retórica económica reduccionista. Hemos estado oyendo en nuestro propio ámbito que las ideologías ya no tienen vigencia, que lo que importa es la gestión. Hemos sufrido el clima de nuevo «riquismo» socialista, el afán de vida cómoda, demasiado cómoda, de algunos sectores. Teoría apoyada en algunos pocos casos singulares, pero que favorece el flanco de ataque de enriquecimiento que conduce pronto a la sistemática acusación de uso del poder, bien para financiar el partido, bien para el enriquecimiento, es decir, para la corrupción.
Y si no nos ven con la misma cohesión con que nos veían es porque esa cohesión no es la misma, por lo que urge un esfuerzo de cohesión en el partido.
Los ciudadanos han asistido a la creación de un estado de opinión que hacía pensar en discrepancias entre el partido y el Gobierno. Cuando el Grupo Parlamentario Socialista presenta unas enmiendas a un proyecto de ley, redactado naturalmente con el ministro responsable del Gobierno, se hacen declaraciones, se publican titulares de prensa que pretenden que el Grupo Socialista «enmienda» al Gobierno. Es un abuso que se utiliza por algunos para sembrar cizaña entre miembros de la dirección del partido y miembros del Gobierno.
La situación electoral parece que no es tan favorable como en otras ocasiones, por eso tenemos que hacer un esfuerzo especial para ganar las elecciones, que se pueden ganar, pero también debemos tener conciencia de que se pueden no ganar y que eso tendría consecuencias para el proyecto que hemos construido estos años pensando en el bienestar de los españoles.
Terminaba el largo discurso haciendo un llamamiento a la movilización del partido y de todos los sectores que quieran escucharnos, a los que nosotros tenemos que escuchar para comprometer a muchos, para devolver confianza, devolver crédito con discursos políticos claros, con señas de identidad definidas, con acción unitaria partido-Gobierno, con una acción muy abierta a la sociedad. Así podremos ganar las elecciones, hay que hacer un enorme esfuerzo, más esfuerzo que nunca, porque si no ganamos las elecciones el país perderá algo mucho más importante que un proceso electoral, en el que un partido a veces gana y a veces pierde. El país se juega la continuidad del proyecto de progreso, y el partido no le puede fallar.
A este discurso la respuesta del secretario general fue la inmediata convocatoria de Txiki Benegas, ante el que hizo una proclamación muy clara de monopolio del protagonismo político, ya relatada.
Mientras se desarrollaban estos contactos, el grupo autocalificado como renovadores extendía una tela de araña con ayuda de algunos periódicos, de manera rotunda El País, para crear la idea de que los males del PSOE provenían de la actitud de los que llamaban «guerristas». En especial intentaron ligar las acusaciones de corrupción, en particular el asunto Filesa, a los «guerristas» de Ferraz; eligieron «la pieza» de Txiki Benegas como primer acto de la cacería. En prensa comenzaron a aparecer declaraciones y filtraciones de ministros y adherentes renovadores que fueron creando un gran malestar. Tenían incluso un plan B en los momentos en que desfallecían ante las dificultades que encontraban para eliminar de la dirección del partido a los guerristas (léase a mí).
El grupo de aduladores del presidente del Gobierno era conocido como el de «las viudas de Benarés». En la ciudad india de Benarés la tradición ordenaba, cuando moría el marido, la monstruosa operación de colocar en la pila funeraria a la esposa, que así moría con él. Los que halagaban a Felipe incitándole a mandar por completo con una política personal en el partido sabían que su posible muerte política (por retirada voluntaria o no) supondría la muerte de todos aquellos que vivían colgando de su chaqueta. De ahí el sobrenombre de «las viudas de Benarés».
Los renovadores pretendían una operación que consistía en que un reducido grupo de figuras del socialismo, los menos convencidos de las ideas del socialismo y los que menos afecto sentían por el partido, se apoderasen de éste para modificar sus principios de actuación. Para ello intentaban la instrumentalización de la figura de Felipe González y la eliminación de mi persona y la de mis próximos en el partido.
Cuando no lo vieron factible llegaron a concebir otro proyecto, como me contó el día 16 de febrero de aquel año 93 Raimon Obiols: «Cuando estuvo Carlos Solchaga en Barcelona, en conversación privada me dijo: “La solución es crear un partido liberal de nuevo cuño”».
La tensión en la dirección del partido se disparó cuando el presidente del Gobierno acudió a una conferencia en la Universidad Autónoma y los estudiantes presentes en el aula no dejaron de abuchearle durante el tiempo que permaneció en el recinto. La dirección del partido no tenía conocimiento de que el presidente fuese a la universidad. Cuando tuve noticias del escándalo me enfadé. Había sido una encerrona de las juventudes del Partido Popular, Nuevas Generaciones, sin que hubiera la lógica presencia de los jóvenes socialistas que estudiaban en la Autónoma. El desbarajuste organizativo era producto, no más, del intento de algún ministro de monopolizar la agenda del presidente al margen del partido.
Ante la incómoda situación, el presidente aseguró que exigiría responsabilidades por el asunto Filesa en la dirección del partido, señalando a «los de Ferraz» como si él fuese ajeno a esa dirección.
Un buen amigo me envió el poema Manos limpias, de Erich Fried, que podría representar el sentimiento que muchos tuvimos ante la salida, sin duda difícil, de una situación que daba muestra de la incompetencia de algunos de los llamados renovadores para la gestión política.
Conocí a alguien
a quien de buena gana hubiera perdonado
que sus manos
no estuvieran limpias.
Pero él
insistió
en lavarse públicamente
de pies a cabeza
para señalar luego
a los demás
con su dedo
completamente rosado
de tanto frotar.
Entonces
ya no vi otra cosa
que las asperezas y rajaduras
que había causado
tanta limpieza.
Felipe nos convocó a una reunión restringida con objeto de encontrar una reacción pública que rebajara la tensión. Acudimos el ministro del Interior, José Luis Corcuera; el secretario de Organización del PSOE, Txiki Benegas; Francisco Fernández Marugán, que se había hecho cargo temporalmente de las cuentas del partido, y yo. Felipe propuso las decisiones que era necesario y urgente adoptar, y todos los demás manifestamos nuestro acuerdo: dimisión de Guillermo Galeote, dimisión de Carlos Navarro, asunción colectiva de la responsabilidad política por toda la Comisión Ejecutiva y creación de una comisión parlamentaria de investigación de la financiación de los partidos políticos. Nos despedimos con la satisfacción de haber hallado con el acuerdo de todos un punto de encuentro para resolver la situación de alta presión que estaba soportando el partido.
Pero el mismo día por la tarde Felipe acudió a la reunión de Las Navas y dijo que aquello, lo acordado por la mañana según su propuesta, era insuficiente.
Las reuniones de Las Navas del Marqués en Ávila habían sido promovidas por el dirigente ugetista Paulino Barrabés, y en ellas se congregaba un grupo de personalidades del partido y de la UGT movidos por la intención de ayudar a resolver los conflictos que se habían presentado entre el partido y el sindicato, y más tarde los internos del propio partido.
En repetidas ocasiones se habían dirigido a mí para interesarse en una posible reunión en la que estuviésemos presentes Felipe y yo mismo. Siempre les aseguré mi disposición a acudir. Sin embargo, en aquella reunión con Felipe González no fui invitado. ¿Fue quizás una condición de Felipe para asistir?
Al mismo tiempo se publicaron declaraciones de Solchaga, Borrell, colaboradores de Serra, Barrionuevo y otros pidiendo off the record la dimisión de Txiki Benegas. Txiki escribe una carta de dimisión; Marugán y yo le convencemos, tras larga discusión, de que no la haga pública. Tras dos días de avalancha de filtraciones contra Txiki, éste la hace pública.
Madrid, 1 de abril de 1993
Querido Felipe:
A lo largo de muchos años de dedicación y trabajo por nuestro partido creo no haber eludido nunca ni mis propias responsabilidades ni las de mis compañeros, sobre todo en aquellas circunstancias adversas que como bien sabes hemos atravesado desde 1974. Siempre he mantenido esta actitud pensando en el bien del Partido Socialista y en la creencia de que la solidaridad interna era uno de nuestros valores fundamentales, un modo de estar y hacer política. Hoy que vivimos momentos difíciles, mi actitud ante las responsabilidades de cualquier índole que afecten o puedan afectar al partido es exactamente la misma.
Por razones que no hace al caso exponer ahora, pero que conoces con detalle por haberlo conversado personalmente en diferentes ocasiones, algunos han conseguido quebrar aquellos valores sin que hayamos sabido remediarlo. Siempre que en el Partido Socialista Obrero Español se ha roto la solidaridad interna han soplado malos vientos para España. Ésta es una lección de nuestra historia que creía habíamos asimilado.
Espero que comprendas que no puedo admitir que mi limpieza en la vida pública sea puesta en tela de juicio por filtraciones profesionales, algunos ministros cobardes que se amparan en el anonimato o por renovadores de la nada, que ocultos también en la abstracción de un concepto pretenden, desde hace tiempo, deteriorar y deslegitimar la autoridad de quienes fuimos elegidos en el último Congreso del partido con el máximo apoyo de la Organización. Estoy convencido de que nada de lo que ocurre es casual y que los que emprenden aventuras de este tipo creen contar, sin razón alguna seguramente, con sus correspondientes patrocinadores o apoyos, que desde luego creo no están entre los militantes de base del partido.
Por todo ello quiero poner mi responsabilidad como secretario de organización a disposición de los órganos de dirección del partido y a la tuya personal esperando que en la próxima reunión de la Comisión Ejecutiva Federal adoptéis las decisiones más convenientes para nuestro partido. Ha significado para mí un orgullo el haber sido tu secretario de organización y tu amigo durante estos años en que nos hemos dejado la piel por España y por un proyecto que excede a nuestro propio partido, especialmente tú al frente de las responsabilidades de los gobiernos que han contribuido decisivamente a devolver la dignidad a nuestro pueblo.
Recibe un abrazo de tu amigo y compañero.
La prensa, como es lógico, repicó continuamente las acusaciones a los ministros y renovadores de la ruptura de la lealtad y la solidaridad interna del PSOE. Pero la expresión que tuvo mayor difusión y comentarios fue lo de «renovadores de la nada». Aunque el conjunto de la operación de los «renovadores» merezca más amplio y profundo comentario, no me es fácil pasar sin apostillar el acierto del concepto utilizado por Txiki Benegas. Pasados los años, analizando todo aquello con perspectiva, ¡qué agudeza la de Txiki al calificarlos como «renovadores de la nada»! Mirando desde la atalaya del presente, ¿qué renovaron aquellos que tan diligentemente se opusieron a la dirección del partido? Más parece que no tenían otro objetivo que auparse en el poder del partido —un partido hacia el que tenían tibia querencia— sobre una cantinela vacía y con el apoyo de algunos medios afectos a la operación. A veces en una frase se logra resumir todo un compendio de argumentos. Aquella frase de Benegas atinó en el centro de la diana de los autoproclamados renovadores.
Benegas escribió una carta más personal a Felipe González. En ella daba cuenta de lo difícil que había sido para él presentar la dimisión de la secretaría de Organización y explicaba con mayor detenimiento las razones que le llevaron a hacerlo y a darle publicidad. Se expresaba con dureza sobre «los genios que han diseñado esta operación». Hacía referencia Benegas a las peticiones simultáneas de su dimisión, «de mi cabeza, como se dice ahora», y a la aparición en prensa de la transcripción de una conversación que había mantenido con el secretario general.
Al parecer de Benegas, esos «genios» habían logrado que cualquier asunción de responsabilidad acordada desde la amistad y la lealtad se hiciera muy difícil, pues las «cabezas» no se entregaban por las consecuencias del asunto Filesa, sino que se entregan a una parte de la organización (los renovadores).
Advertía al secretario general: «Cuanto más suben en la petición de responsabilidad más se están acercando a ti».
Opinaba Benegas: «Con la acusación ad hóminem de algunos compañeros es muy difícil que pueda haber sentencia absolutoria».
Benegas acababa con un alegato a favor de la organización y un duro reproche a los que estaban llevándola a la destrucción.
Querido Felipe, soy el secretario de organización de un partido que se está destrozando. Yo tengo mi opinión sobre la causa y los orígenes de nuestros males y he tratado de transmitírtela en nuestras conversaciones. Como responsable de esa área no puedo permanecer impasible ante lo que está ocurriendo. Y como persona no tolero por mi dignidad que algunos jueguen sucio conmigo, entre otras cosas porque la mayor parte de ellos no merecen casi ni mi consideración. No son gentes ni sólidas ni serias, con una tendencia excesiva a caer con rapidez en lo miserable de la política.
No puedo ocultarte que al escribirte la primera carta poniendo mis responsabilidades a tu disposición me mueve la intención de sacudir al partido, de intentar que nuestra Organización reflexione sobre cómo cortar y acabar con unas formas y prácticas que están destrozando a nuestra Organización. Para lograr ese objetivo, y con ese único deseo, quizás haga pública la primera carta.
Quiero terminar diciéndote que entre la dignidad del compañero Guillermo Galeote, que hoy te ha comunicado su dimisión, y la de los que han pedido públicamente su dimisión y su cabeza, este humilde secretario de organización siempre estará con la dignidad de Guillermo y nunca con la de los otros, que merecen todo mi desprecio y que en todas las campañas electorales han protestado porque el dinero no era suficiente.
Querido Felipe, tu responsabilidad como secretario general es recuperar para el partido los valores de la solidaridad y lealtad internas. Si los recuperamos incluso podemos soportar un mal resultado electoral. Si no los recuperamos ni una victoria electoral nos salvará del deterioro de una Organización que ha sido modélica en su funcionamiento.
Recibe un abrazo de tu amigo y compañero.
Txiki Benegas acertaba de nuevo. De forma que le engrandece lo hacía cuando defendía la dignidad de Guillermo Galeote. La vida política es manifiestamente injusta con algunos. El caso de Galeote es paradigmático. Un hombre sacrificado, bueno, honrado termina en la política señalado por todo lo contrario. Su probidad y su pobreza después de tantas calumnias le hacen merecedor de un tratamiento justo que pocos le han ofrecido, porque lo fácil, lo cómodo, lo cobarde es pensar que algo habrá ocultado, de algo se habrá beneficiado. Algunos, como Txiki, como Marugán, como yo y otros, nos hemos negado a girar la cabeza cuando coincidimos con Guillermo Galeote, un hombre leal al socialismo, honrado y pasto del sacrificio y de la inhumanidad de algunos de sus «compañeros».
En el torbellino de declaraciones, el presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, siempre ocupado de Ferraz, planteó la cuestión con claridad; dijo que la pregunta que había que responder públicamente era: ¿quién dio la orden de crear Filesa? A la pregunta contestó Felipe González a Radio Nacional: «No sé quién ordenó crear Filesa», pues su dedicación a las tareas de Gobierno le hicieron «estar más distanciado de las tareas específicas de partido». La pregunta de Leguina estaba bien planteada y la respuesta de Felipe también, sólo que ambos sabían que nadie de la dirección del PSOE había creado Filesa, empresa que había sido fundada por los socialistas de Cataluña, sin que los dirigentes del PSOE hubiesen tenido conocimiento de ello.
El paso del tiempo ayuda a comprender las actitudes de cada uno ante los acontecimientos importantes. Léanse, si no, algunas de las declaraciones que se hicieron en orden a la exigencia de responsabilidades políticas por el caso Filesa. Y sitúese la declaración en la trayectoria política de cada uno. Por ejemplo, la de Gabriel Urralburu, secretario general del PSOE de Navarra: «Deben rodar las cabezas de aquellos que sean directa o indirectamente responsables del caso Filesa. Espero que las decisiones se tomen de modo inmediato. Situaciones como la generada por este asunto aumentan la sensación de deterioro que se quiere aplicar al partido. Quizás hemos tardado en reaccionar porque no somos corruptos y este asunto nos ha dejado paralizados. Los socialistas no estamos acostumbrados a tener que reaccionar ante asuntos de corrupción como éstos. Otros son capaces de reaccionar con mucha más normalidad, quizás porque viven rodeados del negocio».
Añádase la presión de un medio periodístico «renovador» con el titular en que anuncia la reunión de la dirección del PSOE: «González exige al “aparato” del PSOE que responda por Filesa, presionándole con su eventual dimisión».
El cuadro está completo: se trata de sacar de Ferraz a los que molestan al precio que sea y utilizando cualquier medio. La guerra es la guerra.
En abril, Felipe nos hizo saber, a través del ministro del Interior, José Luis Corcuera, su propuesta para salir del impasse y de la parálisis de la organización: toda la Comisión Ejecutiva debe dimitir —después él la ratificaría— y aceptar la dimisión de Guillermo Galeote, no deben figurar en las listas electorales próximas ni Carlos Navarro ni José María Sala, debe conformarse un comité político electoral con Felipe, Benegas, Marugán, Serra, Jáuregui, Lerma, Félix Pons y Paco Vázquez, y la comisión que apruebe las listas para las elecciones debe estar formada por Felipe, Benegas y otros tres miembros que debe nombrar el Comité Federal.
Corcuera nos transmitió también su impresión (entendimos que era mucho más que la impresión) de que el presidente del Gobierno tenía la intención de disolver las Cámaras pronto, lo que significaba que no habría debate del estado de la nación ni se aprobaría la Ley de Huelga.
Fueron muchos los que se percataron del proceso de apropiación de las decisiones del partido por un pequeño círculo del Gobierno que iba poco a poco logrando que el presidente y secretario general abandonase su posición representativa de todos para apoyar a un sector del partido. El día 7 de abril me llamó Jorge Verstrynge, que había sido secretario general de AP, para decirme: «No dimitas. Es lo que quieren. Me lo ha dicho Julio Feo».
Adolfo Suárez le expresó a José María Calviño su incomprensión ante cómo Felipe no «valora la importancia de tener un partido como éste. Quiere apisonarlo».
A Ramón Jáuregui, que pretendían como mediador en los conflictos internos (lo que todos aceptaban), se le quería también utilizar para «ningunear» la labor del vicesecretario general, particularmente en la tarea de dirección electoral que había desempeñado desde 1977 y con éxito. Ramón, con un gran sentido de la responsabilidad, escribió a Felipe para advertirle:
Considero un error el planteamiento que se ha hecho en los últimos días sobre las dimisiones en la Comisión Ejecutiva, personificadas en Txiki. No se trata sólo de una decisión injusta (que incluso pudiéramos considerar en el marco de las necesidades políticas) sino que me parece una solución equivocada:
- Porque un partido es también un colectivo humano lleno de afinidades, lealtades, amistades y también lleno de sentimientos contrarios. Una fractura de esta naturaleza nos divide y nos enfrenta irremediablemente.
- Porque si se plantea como la respuesta valiente de un partido que quiere asumir responsabilidades políticas y pretende demostrar su reacción sincera ante el futuro, mi impresión es que no va a lograr tal objetivo. Reconocida de esta manera esa responsabilidad, se abre la vía para que le demanden a todo el conjunto de la dirección y, conocida la pretensión política del PP-IU de ir contra ti, me resulta peligrosísima esta iniciativa.
En ese orden, tampoco contemplo como lógica ni posible la decisión de hacer «tabla rasa» con toda la dirección, incluyéndote a ti. Es evidente que no podemos prescindir de ti ni en el partido ni en el país. Siempre hemos pensado todos en ese partido que tu liderazgo y tu candidatura son imprescindibles y, desde luego, soy de los que asume las consecuencias de lo anterior con los efectos orgánicos y políticos que de ello se derivan.
José Martínez Cobo, uno de los militantes, junto con su hermano Carlos, que mejor han comprendido la función que la sociedad española ha otorgado siempre al partido, envió una carta a Felipe, Carmen García y a mí en la que hacía unas acertadas puntualizaciones estatutarias:
No podemos desligar nuestra efectividad política de nuestras normas estatutarias. Nuestros estatutos se forjan para obtener coherencia y eficacia política, no lo olvidemos.
-
Cese de la CE.
Esto implica un Congreso extraordinario. ¿Quién se arriesgaría a convocarlo en las condiciones actuales?
- Puesta a disposición de los cargos de la CE ante el secretario general. No está previsto en los estatutos, y no es lógico. El secretario general es parte de la CE, elegido en la lista «cerrada». ¿Quién puede creer que toda la CE, menos el secretario general, es colectivamente responsable? Además esto designaría automáticamente a nuestro secretario general como «el responsable político», situándole en un apremio, tal y como sus últimas declaraciones en la Universidad lo han situado. Es meternos de lleno en la trampa de la derecha, con enorme riesgo además de romper el partido.
- Dimisión de «algunos» miembros de la CE: no resuelve el problema sino reconoce una culpabilidad frente a las acusaciones y quiebra el partido.
- Decisión sobre Comisión de Listas. Es en gran parte competencia del Comité Federal: la parte que tradicionalmente designa la CE la tiene que decidir ella, si no por consenso, por votación.
- Programa electoral: Es función del CF «elaborar el programa electoral de ámbito estatal». Que el CF decida sobre quién lo prepara y quién coordina la campaña electoral.
- No soy partidario de airear los problemas, mal planteados, en foros cada vez más amplios. Pero si la CE no resuelve, no decide por consenso o votación, se debe convocar al organismo responsable correspondiente.
- Sea cual sea la decisión final, ésa debe acatarse, quedando desde luego cada cual libre de su decisión personal.
- Nadie tiene razón contra su partido, no por fetichismo de siglas, sino porque nosotros, los socialistas, no tenemos otra fuerza fiable y duradera: los sondeos lo demuestran.