DE ESBIRRO DE STALIN A ESTADISTA Y PATRIOTA
DESDE mis primeros pasos en la organización política del socialismo, Juan Negrín aparecía excluido del santoral de dirigentes socialistas de la Segunda República. No se le mencionaba, y si te interesabas por él, la respuesta era contundente: acabó en manos de los comunistas. Cuando frecuenté el socialismo del exilio topé con una enemistad violenta contra Negrín y sus seguidores, a los que llamaban negrinistas. Sus comentarios eran coincidentes con la propaganda denigratoria del régimen franquista. Tanta unanimidad contra un hombre que había desempeñado un papel tan importante, presidir el Consejo de Ministros durante casi toda la guerra, me hizo desconfiar. Me construí un silogismo mental imposible: si todos los socialistas hablan de la guerra como de un episodio épico contra el fascismo internacional del que se sienten orgullosos, ¿cómo pueden todos denostar a quien condujo gran parte de la guerra? Algo me avisaba de que la oscuridad que envolvía al personaje ocultaba una realidad desconocida para muchos.
Durante años me empeñé en la lectura de textos que me ilustraron acerca de la realidad del dirigente socialista. Fui descubriendo al hombre inteligente, humanista, muy capacitado, prestigioso científico, organizador de un ejército popular hasta entonces poco operativo, seguro de sí, convencido de una máxima («resistir es vencer»), que vaticinaba la guerra mundial próxima, lo que hubiera supuesto una rectificación de las democracias respecto al Gobierno de la República.
Al cumplirse cincuenta años de su muerte en el exilio —en París, el 12 de noviembre de 1956— encontramos una ocasión propicia para restituir la verdad sobre el estadista español y los que le acompañaron en sus tesis políticas.
Era consciente de que, entre las secuelas que deja una guerra civil y una larga dictadura, no es menor la desinformación. Perder una guerra provoca una cadena de acusaciones de los unos a los otros en la búsqueda de un responsable de la derrota. Quién mejor para ocupar el lugar de expiatorio que quien había sido el máximo responsable del Gobierno.
Toda guerra civil representa una quiebra histórica de valores y principios. En los campos de concentración, en las cárceles y en el exilio, cada uno se pregunta: ¿por qué nos ha ocurrido esto?, ¿qué hemos hecho mal? Y busca atribuir a alguien la responsabilidad del fracaso. Es toda esta introspección exculpatoria y acusadora de los otros, envenenada por una sucia campaña de difamación de los vencedores en la guerra, lo que dificulta la distinción necesaria entre los rumores y la verdad de los hechos.
Historiadores rigurosos y confiables por su búsqueda de la objetividad van ocupándose de Negrín. Así, entre los extranjeros, Gabriel Jackson y, en los nacionales, jóvenes valores nos proporcionan los datos necesarios para una revisión crítica de la falsificación histórica: Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos y sobre todo Ángel Viñas.
Se creó la Fundación Juan Negrín en Las Palmas de Gran Canaria, en cuya presentación pública participé con mi amigo Eligio Hernández, y con motivo del cincuentenario la Fundación Pablo Iglesias, en colaboración con la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, organizó una exposición valorativa de la vida y la obra de Juan Negrín. Al mismo tiempo realizamos un documental que emitió la segunda cadena de la televisión pública, y que alcanzó una audiencia de más del doble que el otro programa más visto ese día en La 2, lo que daba idea del interés del público en la figura de Juan Negrín, durante años considerado «un lacayo de Stalin» y que en verdad fue el mejor estadista y un gran patriota.
En 2009, el Partido Socialista tomó la decisión de reintegrar a Juan Negrín y otros treinta y cinco militantes, a título póstumo, a la organización. En un acto público tuve ocasión de señalar la autocrítica que implica la necesaria decisión de devolver los carnets de afiliado a los familiares de los militantes injustamente tratados, expulsados de su partido hacía sesenta y tres años, en 1946.